—Bien, manos a la obra con el contestador —ordenó Wallander—. Quiero saber qué hay grabado en la cinta.
El policía tomaba nota.
—Debéis filmarlo todo —prosiguió Wallander—. Quiero un informe detallado del apartamento.
—¿Los dueños están de viaje? —inquirió el policía.
—No. El inquilino era el hombre que murió junto al cajero automático la otra noche, de modo que es crucial que lo examinéis todo a fondo.
Salió del apartamento y bajó la escalera hasta llegar a la calle. Marianne Falk estaba fumando en el coche, bajo un cielo totalmente despejado. Al ver a Wallander, abrió la puerta y salió.
—¿Qué ha ocurrido?
—Un robo.
—¡Vaya frialdad, entrar a saco en el apartamento de una persona que acaba de morir!
—Ya sé que estabais separados, pero ¿conocías su apartamento?
—Sí, manteníamos una buena relación y lo visitaba a menudo.
—Estupendo. Esta tarde, cuando los técnicos hayan concluido con su inspección, te llamaré para que vuelvas aquí y lo revisemos juntos. Siempre cabe la posibilidad de que eches en falta algo.
La mujer respondió decidida.
—No lo creo.
—¿Cómo que no?
—Estuve casada con él muchos años. Al principio, sabía quién era, pero después…
—¿Qué ocurrió después?
—Nada. Pero él sufrió un gran cambio.
—¿En qué sentido?
—Yo dejé de saber qué pensaba.
Wallander la miró pensativo.
—Ya, pero aun así tú deberías advertir si falta algo en su apartamento. Tanto más cuanto que acabas de asegurar que solías visitarlo a menudo.
—Bueno, sí, podría reparar en un cuadro o una lámpara que hubiese desaparecido. Pero nada más. Tynnes tenía muchos secretos.
—¿A qué te refieres?
—¿Puede una referirse a más de una cosa al mismo tiempo? Simplemente, yo ignoraba tanto lo que pensaba como lo que hacía. Ya intenté explicártelo durante nuestra conversación telefónica.
Wallander recordó lo que había leído en el cuaderno de bitácora la noche anterior.
—¿Sabes si escribía algún diario?
—Estoy segura de que no.
—¿Nunca lo hizo?
—Jamás.
«Entonces, es cierto», concluyó Wallander. «No sabía a qué se dedicaba su marido o, al menos, desconoce que sí escribía un diario».
—¿Sabes si estaba interesado en el espacio?
Su sorpresa parecía del todo sincera.
—¿Por qué habría de hacer tal cosa?
—Era sólo una pregunta.
—Bueno, cuando éramos jóvenes, tal vez nos detuvimos a contemplar un cielo estrellado alguna que otra vez. Pero eso es todo.
Wallander desvió la conversación en otro sentido.
—Dijiste que tu ex marido tenía muchos enemigos y que se sentía asustado.
—Bueno, eso fue lo que él mismo me confesó.
—De acuerdo, pero ¿qué dijo exactamente?
—Que la gente como él solfa tener enemigos.
—¿Sólo eso?
—Sí, sólo eso.
—¿«La gente como yo suele tener enemigos»?
—Exacto.
—¿Y qué crees que quería decir con eso?
—Ya te he dicho que no lo conocía bien.
En ese momento frenó junto a la acera un coche del que salió Nyberg, lo que movió a Wallander a interrumpir la conversación por el momento. Tomó nota del número de teléfono de la mujer al tiempo que le aseguraba que se pondría en contacto con ella más tarde.
—Espera, tengo una última pregunta. ¿Se te ocurre por qué razón querría llevarse alguien su cadáver?
—Por supuesto que no.
Wallander asintió y la dejó marchar, pues no tenía más dudas que plantearle en ese momento.
Una vez que ella, ya al volante, dio marcha atrás para salir con el coche, Nyberg se acercó al lugar donde se hallaba Wallander.
—¿Qué ha ocurrido aquí?
—Un robo.
—¿Y tú crees que tenemos tiempo para eso?
—Bueno, resulta que, de un modo u otro, está relacionado con los demás sucesos. Pero lo que más me interesa en estos momentos es saber lo que has encontrado en la unidad de transformadores.
Nyberg se sonó la nariz antes de contestar.
—Pues que tenías razón. Cuando los colegas de Malmö llegaron con el relé, todo encajó. Y los empleados de la central nos mostraron sin problemas dónde había estado instalado.
Wallander comenzaba a sentir la tensión.
—¿Estaban completamente seguros?
—Sí, del todo.
Nyberg desapareció por el portal hacia el interior del edificio. Wallander quedó allí, mirando hacia el otro lado de la calle, contemplando el centro comercial y el cajero automático.
La conexión entre Sonja Hókberg y Tynnes Falk había sido confirmada.
Y, pese a todo, no alcanzaba a comprender qué implicaba dicha conexión.
Poco a poco, muy despacio, empezó a regresar a pie a la comisaría. Pero, tras unos pocos metros, apremió el paso.
El desasosiego se había adueñado de él.
Una vez en la comisaría, Wallander se dedicó a intentar organizar, aun de modo provisional, el embrollo de datos que se habían acumulado en torno al caso. Sin embargo, resultaba evidente que no había un curso de los acontecimientos, sino varios, y que, por si fuera poco, se hallaban en un estadio que bien podía denominarse de «caída libre», entrechocando en su decurso para salir enseguida despedidos y quedar dispersos en direcciones opuestas.
Poco antes de las once fue a los servicios a lavarse la cara con agua fría. Aquella costumbre, como tantas otras, la había aprendido de Rydberg.
No hay nada mejor para combatir la intromisión de la impaciencia. Nada mejor que el agua fría.
Hecho esto, se encaminó al comedor dispuesto a tomarse un café, pero, como era habitual, la máquina estaba estropeada. De hecho, Martinson había sugerido en alguna ocasión que hicieran una colecta entre los ciudadanos para comprar una nueva, lo cual podrían justificar aduciendo que no cabía esperar una buena realización del trabajo policial sin la garantía de un acceso fluido a las tazas de café. Wallander observaba abatido el aparato cuando recordó que, por suerte, tenía un tarro de café soluble en alguno de los cajones de su escritorio. Así pues, regresó al despacho decidido a buscarlo. Lo halló, finalmente, en el fondo del último cajón, junto con un cepillo para los zapatos y un par de guantes viejos y rotos.
Ya provisto de café, se aplicó a elaborar un esquema de los diversos sucesos con las indicaciones horarias al margen. No cejaba en su Empeño de penetrar la superficie de los hechos, pues, a aquellas alturas, estaba convencido de que había un trasfondo que se les ocultaba todavía. Y era ese trasfondo lo que debían descubrir.
Pero lo único que consiguió tras su ardua tarea de redacción fue algo más bien se asemejaba a un cuento incomprensible y mal narrado.
Dos chicas van a un restaurante una noche y se toman una cerveza. Una de ellas es tan joven que ni siquiera deberían servirle alcohol. En algún momento de la velada se cambian de lugar en tomo a la mesa que ocupan, lo que sucede en el momento en que un hombre de origen asiático entra en el restaurante y se sienta a una mesa. Este hombre paga su cuenta con una tarjeta de crédito falsa, expedida a nombre de un sujeto llamado Fu Cheng, con domicilio en Hong Kong.
Unas horas más tarde, las muchachas piden un taxi y solicitan que las lleven a Rydsgárd, pero, por el camino, atacan al taxista, que muere más tarde a raíz de la agresión, y le roban antes de marcharse cada una a su casa. Cuando son detenidas, se confiesan culpables de inmediato, compartiendo la responsabilidad del delito, y aducen la necesidad de dinero como móvil. La mayor de las chicas huye de la comisaría en un momento de descuido para ser hallada más tarde carbonizada, probablemente tras haber sido asesinada, en una unidad de transformadores a las afueras de Ystad. Dicha unidad de transformadores es fundamental para el suministro energético de una gran parte de Escania. Cuando Sonja Hókberg muere, sume con ello en las tinieblas una extensa zona de la región, desde Trelleborg hasta Kristianstad. Tras este suceso, la otra chica modifica su declaración y se retracta de su confesión.
Sin embargo, existe una línea de hechos paralela. Cabe la posibilidad de que sea precisamente esta línea paralela la decisiva, la que constituya el núcleo que buscamos. Así, un asesor informático separado llamado Tynnes Falk invierte varias horas de un domingo en limpiar su apartamento y sale a dar un paseo, posiblemente dos, por la noche! Es hallado muerto más tarde ante un cajero automático próximo a su domicilio. Tras un primer examen del lugar, así como a la luz del informe forense preliminar, se excluye toda sospecha de delito. No obstante, el cadáver desaparece después del depósito y es sustituido por un relé que pertenece a la unidad de transformadores de las afueras de Ystad. El apartamento del asesor es objeto de un robo como consecuencia del cual desaparecen una fotografía y un cuaderno de bitácora, como mínimo.
En la periferia de estos sucesos, hemos de contar con la presencia de un hombre asiático, que aparece como uno de los retratados en la fotografía sustraída y, probablemente, como cliente del restaurante.
Wallander releyó su escrito, consciente de que era demasiado pronto para extraer conclusiones siquiera provisionales. Pese a todo, no pudo por menos de hacerlo. En erecto, durante el proceso de redacción de aquella síntesis había caído en la cuenta de algo que le había pasado inadvertido hasta entonces.
Si Sonja Hókberg había resultado asesinada, tenía que deberse a que alguien estaba interesado en impedir que hablase. Asimismo, era poco probable que el cuerpo de Tynnes Falk hubiese sido robado por otro motivo que el de mantener algo en secreto. Y ahí había un denominador común. Dos sucesos que apuntaban a la necesidad de ocultar algo.
«De modo que la cuestión es qué es lo que pretenden ocultar», concluyó Wallander. «Y quién desea ocultarlo».
Se dispuso a avanzar a tientas, con extremo cuidado, como si caminase por un terreno minado, en busca de un núcleo que no lograba divisar. Probó diferentes vías, sin dejar de tener presentes las enseñanzas de Rydberg, según el cual el curso de los acontecimientos no tenía por qué analizarse siempre desde el punto de vista cronológico. Lo más importante, decía, podía haber ocurrido en primer lugar, pero también al final o en cualquier punto intermedio de la cadena de sucesos.
A punto estaba de apartar de sí los papeles cuando, de pronto, algo acudió a su mente. No supo, al principio, de qué se trataba. Pero enseguida lo recordó: era algo que había dicho Erik Hókberg acerca de la vulnerabilidad de la sociedad actual. De modo que se inclinó de nuevo sobre sus anotaciones y retomó el análisis desde el principio. ¿Qué sucedería si colocaba la unidad de transformadores en el punto central de la acción? Utilizando el cuerpo de un ser humano, alguien había provocado un corte en el suministro eléctrico que afectó a gran parte de Escania. Habían sido horas de oscuridad total. Lo que podría interpretarse como sabotaje por parte de alguien que tuviese planeado un ataque. ¿Por qué razón habrían colocado el relé en la camilla cuando retiraron el cuerpo de Tynnes Falk? La única explicación plausible era, sin duda, que la relación entre Sonja Hókberg y Tynnes Falk se presentase como algo del todo evidente, pero ¿qué implicaba, en realidad, aquella conexión?
Presa de gran enojo, el inspector volvió a apartar las anotaciones. Era muy precipitado confiar en la viabilidad de una interpretación satisfactoria. Se imponía seguir indagando, sin ideas preconcebidas y de forma exhaustiva.
Apuró el café mientras se balanceaba ausente en la silla y volvió a tomar la página rasgada del periódico para seguir leyendo los anuncios. «¿Cómo me anunciaría yo si lo hiciera?», se preguntó. «¿Quién mostraría interés por un policía cincuentón que padece diabetes y al que cada vez le atrae menos su trabajo? ¿Al que no le interesan ni los paseos por el bosque, ni las noches ante la chimenea ni la navegación a vela?».
Apartó una vez más la hoja del periódico y se puso a escribir. La primera propuesta de anuncio resultó parcialmente inexacta:
«Agente de policía de cincuenta años, separado, una hija mayor, busca acabar con su soledad. El aspecto o la edad no son importantes, pero ha de ser una mujer casera y aficionada a la ópera. Enviar respuesta a 'Policía 97'».
«Menuda patraña», sentenció para sí, «Por supuesto que el aspecto es de suma importancia. Y tampoco es acabar con mi soledad lo que persigo. Lo que deseo es sentirme unido a alguien. Y eso es algo muy distinto. Lo que yo quiero es alguien con quien acostarme, alguien que esté cuando lo necesite. Y, sobre todo, alguien que me deje en paz cuando así lo prefiera». De modo que rompió el papel y comenzó de nuevo. Pero, en esta ocasión, el anuncio sonaba demasiado sincero:
«Agente de policía de cincuenta años, separado, una hija mayor, busca conocer a alguien con quien pasar el rato cuando se tercie. Ha de ser una mujer guapa, tener buen tipo y poseer cualidades eróticas. Enviar respuesta a 'Perro viejo'».
«¿Y quién contestaría a un anuncio así?», se preguntó. «Desde luego, nadie que esté en sus cabales».
Pasó a una hoja limpia y comenzó de nuevo. Pero enseguida vinieron a interrumpirlo unos toquecitos en la puerta. Habían dado ya las doce del mediodía. Era Ann-Britt quien lo buscaba y, demasiado tarde, se dio cuenta de que los anuncios de contactos personales seguían sobre la mesa. Agarró la hoja, la arrugó y la arrojó a la papelera con un gesto ostensivo, aunque se figuraba que ella habría visto de qué se trataba. Y aquello lo puso de mal humor.
«Jamás escribiré un anuncio de este tipo», decidió enojado. «Puede uno correr el riesgo de que conteste alguien como Ann-Britt».
La colega presentaba un aspecto de profundo agotamiento.
—Acabo de terminar con Eva Persson —declaró al tiempo que se dejaba caer en la silla.
Wallander apartó los anuncios de su mente.
—¿Cómo se ha comportado?
—No consintió en cambiar de opinión. Sostiene que fue Sonja Hókberg y sólo ella quien golpeó y acuchilló a Lundberg.
—Ya, pero lo que yo quiero saber es cómo se comportó.
Ann-Britt reflexionó un segundo antes de responder.
—Estaba distinta, parecía más preparada.
—¿En qué lo notaste?
—Bueno, para empezar, hablaba más deprisa. Muchas de sus respuestas parecían confeccionadas de antemano. Y hasta que no comencé a plantearle preguntas inesperadas, no adoptó de nuevo esa indiferencia morosa con que me obsequió la primera vez. Yo creo que la utiliza para protegerse, para ganar el tiempo necesario para la reflexión. No sé decir si es especialmente inteligente o no, pero te aseguro que no es una atolondrada y controla sus propias mentiras. No pude pillarla ni una sola vez en ningún tipo de contradicción, pese a haberlo intentado durante más de dos horas. A mí me parece excepcional.