Clarissa Oakes, polizón a bordo (35 page)

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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

BOOK: Clarissa Oakes, polizón a bordo
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Todos se rieron y alguien gritó:

—¡Dios bendito, cómo sudamos!

—Sé que al menos una veintena de ustedes han trabajado en la industria pesquera en Groenlandia o en el Pacífico Sur en algún momento de su vida. Pues bien, quisiera que esos marineros escogieran entre ellos a los tres más inteligentes y más experimentados para que nos ayuden a convertir la fragata en un ballenero viejo, descuidado, con la popa más hundida que la proa, que parezca que lleva tres años navegando y que tenga pocos y pacíficos tripulantes.

CAPÍTULO 9

Un viejo y descuidado ballenero con una pequeña plataforma en el tope de un mástil, con aparejos desgastados y la cubierta y los costados extremadamente sucios, entró en Pabay, el puerto situado al noreste de Moahu, en territorio de Kalahua. Navegaba a una velocidad apenas suficiente para maniobrar y en contra de la baja mar con una gavia con parches azules.

En la plataforma se encontraba su capitán, con un aspecto aún más descuidado y un deslucido sombrero hongo y pegado a su ayudante, que estaba sin afeitar. Ambos trataban de calcular la intensidad del viento y la distancia entre los dos cabos de la entrada.

—Deberíamos pasar dando dos bordadas cuando hay poco oleaje o marea baja —dijo Jack.

Luego siguieron observando el extremo más lejano del canalizo, donde la amplia y abrigada bahía formaba un estrechamiento antes de ensancharse para formar el puerto.

—Llegaremos al canalizo en cualquier momento, señor —informó Pullings.

Jack asintió con la cabeza.

—No veo ni rastro de baterías en ningún lado —dijo, y cuando llegaron al canalizo ordenó—: Señor West, suba las escotas y eche el anclote.

—Tampoco hay ningún barco corsario —dijo Pullings—. Esa carraca rechoncha que está anclada justo frente a la desembocadura del río parece un mercante de Nootka que comercia en pieles.

Jack volvió a asentir con la cabeza. Desde hacía rato la estaba observando por el catalejo y después de unos momentos de silencio dijo:

—Debe de ser el
Truelove
. Lo estaban carenando ahí mismo cuando Wainwright se fue. Ya han tapado el lugar por donde entraba agua y los marineros han colocado las vergas y envergado las velas. Está tan hundida en el agua que seguramente ya han cargado las provisiones y el agua.

—Nada podría ser un mejor ejemplo de la tesis del doctor Falconer —dijo Stephen a Martin en la cofa del mesana—. Toda la isla es volcánica, aunque tiene formaciones coralinas superpuestas en los arrecifes que la rodean. Esa montaña en forma de cono truncado que se eleva detrás de la cordillera tiene, sin duda, un cráter en la cumbre. Seguramente que ése era el volcán que él quería explorar. Tiene encima una pequeña nube que muy bien podría ser de humo.

—¡Desde luego! Además, la vegetación exuberante demuestra que el suelo es de origen volcánico. Fíjese en el impenetrable bosque… He dicho impenetrable, pero acabo de ver un camino paralelo al río.

—Y la alternancia de playas de arena coralina y de arena negra como la lava demuestran que ha habido varias erupciones.

—Dicen que en algunos casos hay erupciones submarinas muy violentas.

—Según sir Joseph Blaine, Islandia no sólo tiene la fortuna de estar habitada por aves extraordinarias, como el halcón marino, el pato arlequín y los dos tipos de falaropo, sino también intensa actividad volcánica en casi todas las estaciones.

—Hay algo de ese pueblo que no me gusta —dijo Jack—. Wainwright dijo que estaba lleno, mejor dicho, abarrotado de gente, pero ahora se ven muy pocas personas andando de un lado al otro. Y sólo son mujeres y niños y algún que otro viejo. Además, las canoas están en la playa y bastante arriba.

Pullings estaba pensado en todo eso y en que tampoco había redes puestas a secar, cuando dos jóvenes, ayudadas por un grupo de niños, deslizaron una canoa de doble casco por la arena y se hicieron a la mar. Maniobraban la inmensa vela aparentemente sin dificultad y navegaban contra el viento y a gran velocidad.

Jack bajó de la plataforma y el mastelerillo hizo un premonitorio crujido.

—Tenga cuidado, señor —dijo Pullings.

Jack frunció el entrecejo y lentamente llegó a la cruceta. Luego se agarró de un contraestay que estaba a mano y, como un meteoro, bajó por él a la cubierta, donde aterrizó con estrépito a la vez que separaba las manos de la parte que quemaba.

—Llamen al señor Owen —ordenó.

Y después dijo a Owen:

—Cuando la canoa se acerque al canalizo, salude gritando algo en la lengua de esta parte del Pacífico Sur. Y sea muy cortés.

—Muy cortés, sí, señor —repitió Owen.

Pero no tuvo tiempo de decir ninguna cortesía, porque las jóvenes, con la típica afabilidad polinesia, les saludaron primero, sonriendo y agitando la mano que tenían libre.

—Invítelas a subir a bordo —ordenó Jack—. Diga que tenemos plumas y pañuelos de colores.

Lo dijo, pero las jóvenes, aunque estaban alegres y las plumas y los pañuelos de colores las tentaban, decidieron no subir por el costado, seguramente porque los pocos tripulantes visibles tenían un aspecto muy poco atractivo. No obstante, se quedaron cerca el tiempo suficiente para dar tres vueltas a la fragata, gobernando la embarcación con tanta habilidad que eran dignas de ver, y para responder varias preguntas.

—¿Dónde está el
Franklin
?

—Fue a perseguir un barco.

—¿Dónde están los hombres?

—Se han ido a la guerra. Kalahua va a devorar a la reina Puolani y se ha llevado el cañón.

La tercera cosa que dijeron, aunque alto y con voz aguda, no se pudo entender muy bien porque las dos hablaron a la vez y parte de lo que era comprensible se lo llevó el viento cuando empezaron a alejarse con rapidez. Pero a los tripulantes de la
Surprise
, que ahora navegaba con bandera estadounidense, les pareció que habían dicho que podrían encontrar a sus amigos en Eeahu cuando el
Franklin
capturara la presa.

—Los tripulantes del
Truelove
están bajando una lancha, señor —dijo Pullings.

Era un cúter de ocho remos, y aunque algunos de los que lo bajaron eran marineros, era obvio que los que se sentaron en la bancada de popa no lo eran. Jack observó el cúter alejarse de la costa y también el barco, donde había pocos tripulantes.

—Señor West, que todas las lanchas estén preparadas para zarpar en cualquier momento —ordenó.

—Señor Davidge —dijo, asomándose a la escotilla—, espere.

Davidge era el jefe de la columna volante, cuyos miembros ya estaban armados y preparados por si había alguna emergencia y permanecían bajo la cubierta, donde apenas podían respirar.

Luego mandó levar el anclote, mover las escotas hacia atrás y atravesar el canalizo. Entonces observó con mucha atención el terreno que había entre el pueblo y las montañas, por donde el río bajaba en dirección al puerto.

Cuando el cúter llegó a una distancia desde la que era posible comunicarse a gritos, un hombre se puso de pie, se cayó y volvió a erguirse, apoyando la mano en el hombro del timonel.

—¿Qué barco va? —gritó con un acento parecido al norteamericano y retorciendo la cara hacia un lado para conseguirlo.

—El
Titus Oates
. ¿Dónde está monsieur Dutourd?

—Fue a perseguir un barco. Se reunirá con nosotros dentro de tres o cuatro días en Eeahu. ¿Tienen tabaco o vino?

—¡Claro! Suban a bordo.

El propio Jack llevaba el timón e hizo avanzar la
Surprise
más allá del lugar donde se encontraba el cúter y luego viró para situarla entre el cúter y la costa. Entonces, en voz baja, dijo al suboficial encargado de las señales, uno de los pocos marineros que había en la cubierta:

—Cuando enganchen el bichero, ice nuestra bandera.

Eso era un truco, pues la bandera ondearía de manera que no podría verse ni desde el
Truelove
ni desde una embarcación enganchada al pescante de barlovento de la
Surprise
, pero había que guardar las formas.

El hombre que había gritado y los otros tres que estaban en la bancada de popa, subieron torpemente. Llevaban pistolas al cinto, como los que se habían quedado abajo. Como no eran marineros, las lonas que ocultaban la mayoría de los cañones de la fragata no les llamaron la atención, ni tampoco los pertrechos para la pesca de la ballena, cuya autenticidad era improbable si se veían de cerca.

—El Libertador dijo que pronto recibiríamos tabaco y vino —aseguró el líder, sonriendo tan amablemente como pudo.

—Señor West —dijo Jack—, por favor, diga al señor Davidge que se encargue de que estos caballeros sean bien atendidos. Las arropeas de la bodega de proa son muy apropiadas. Bonden, acompáñales —añadió, pensando que tal vez West no había entendido bien las últimas palabras que había murmurado.

La verdad era que todos a bordo, a excepción de esos malvados mercenarios blancos o casi blancos, sabían cuál era la intención de Jack Aubrey; incluso Stephen y Martin que acababan de bajar de la cofa del mesana. Luego, cuando Jack vio a Bonden regresar con una sonrisa satisfecha, dijo al doctor en voz baja:

—Doctor, por favor, consigue que ese tipo malcarado que está en la bancada de popa suba a bordo.

Stephen no necesitó más explicaciones y, en francés, preguntó a gritos cómo estaba monsieur Dutourd y luego sugirió al hombre que subiera con cuidado por el costado con un marinero o dos que fueran capaces de cargar grandes pesos. Uno de los marineros a quienes señaló, el que llevaba el primer remo, miraba atentamente hacia arriba desde hacía rato, y Stephen estaba casi seguro de que era uno de los mil pacientes que había atendido.

El mercenario subió sin necesidad de que insistiera más, seguido por el marinero que llevaba el primer remo, quien, después de saludar a los que estaban en el alcázar, dio al mercenario una terrible patada y lo lanzó con una fuerza increíble contra el cabrestante. Entonces Bonden le quitó la pistola como si hubiera ensayado la escena con él durante semanas. El marinero se volvió hacia Jack y, quitándose el sombrero, se presentó:

—Soy William Hoskins, señor, ayudante de armero del
Polychrest
y actualmente tripulante del
Truelove.

—Encantado de volver a verle, Hoskins —dijo Jack, estrechándole la mano—. Dígame, ¿hay muchos más franceses en el
Truelove
?

—Alrededor de una veintena, señor. Les dejaron aquí para que nos hicieran trabajar y para evitar que los nativos robaran mientras los demás están luchando junto a Kalahua. Nos han tratado cruelmente y los que saben inglés nos han hablado con sarcasmo.

—¿Los demás tripulantes del cúter pertenecen a la dotación del
Truelove
?

—Todos menos el timonel, señor, pero apuesto a que ya le han retorcido el cuello. Ese bastardo mató al capitán.

Jack se asomó por encima de la borda y vio que los tripulantes del
Truelove
, silenciosamente, estaban ahogando al timonel. Movido por su gran sentido del deber, Jack gritó:

—¡Deténganse!

Ellos se detuvieron y, ágiles como gatos, subieron a bordo para tomar un vaso de grog que les sirvieron en la entrecubierta.

—Nos dimos cuenta de que éste no era un auténtico ballenero desde que estábamos en la costa —dijo uno a Killick—, pero, ¿crees que dijimos algo a estos malditos cabrones? No, compañero, no.

Entretanto, los tripulantes de la
Surprise
habían largado la gavia y la fragata se dirigía al lado sur del puerto para fondear. El cúter iba a remolque y todas las lanchas de la fragata estaban casi preparadas para bajar al agua.

—Señor Davidge, es muy importante que usted y sus hombres lleguen a ese camino que va a las montañas, ése que va paralelo al río, antes que los franceses del
Truelove
. Muy probablemente huirán cuando vean nuestros cañones, pero si llegan a encontrarse con Kalahua, estamos perdidos. Kalahua y sus hombres se encuentran a dos días de distancia o tal vez menos, porque transportan un cañón.

Incluso en una fragata tan bien gobernada como la
Surprise
, cuando se ordenaba a los marineros preparar y armar las lanchas, la operación rara vez se hacía en menos de veinticinco minutos, porque el sistema de poleas que iban hasta los penoles de la verga mayor y la trinquete era muy complicado. Apenas la lancha bajó al agua, levantó las sospechas de los franceses del
Truelove
, que, cargados con bultos, se reunieron en la playa y empezaron a atravesar el pueblo en dirección sur, siguiendo el curso del río.

Cuando la lancha y el cúter azul ya estaban llenos de hombres, Jack ordenó:

—Váyase con los hombres que tiene, señor Davidge, y haga todo lo posible por retenerles mientras llegan los demás.

—Haré todo lo posible, señor —dijo Davidge, mirando hacia arriba y sonriendo—. ¡Vamos a zarpar! ¡Ciar!

Las lanchas alcanzaron la costa muy rápido y llegaron hasta la parte superior de la franja de arena. Los tripulantes bajaron inmediatamente y, sosteniendo en alto los mosquetes, desaparecieron casi enseguida entre los helechos.

Cuando el otro cúter y el esquife estaban de camino, Jack subió apresuradamente a la cofa del trinquete. Tras la ancha franja de helechos había un terreno cubierto de hierba alta y salpicado de arbustos y tupidos bosquecillos llenos de lianas. De vez en cuando era posible ver la columna, todavía bastante ordenada, pero muy lenta, aunque los hombres que la encabezaban hacía lo posible por seguir a Davidge, que tenía una extraordinaria agilidad. Los mosquetes brillaban al sol y también los sables cuando cortaban las lianas y las plantas que crecían bajo los árboles.

Los franceses empezaron a correr también, después de tirar sus bultos, pero no sus armas. Era obvio que tanto ellos como Davidge se dirigían a un estrecho desfiladero por donde el río atravesaba las montañas, y aunque la distancia desde el lugar del desembarco de la columna hasta allí era igual a la que había desde el pueblo, los franceses tenían la ventaja de poder seguir el camino hecho para llevar el cañón.

—Aun así —dijo Jack, juntando las manos y apretándolas con fuerza—, les llevamos media hora de ventaja.

La columna parecía más lenta ahora porque Davidge corría como un caballo pura sangre, corría no por salvar su vida sino por vivirla, por todo aquello por lo que merecía la pena vivirla. Ya los hombres de las demás lanchas habían desembarcado y corrían por el camino entre los helechos, que se movían a su paso. En ése momento un grupo que se había quedado atrás trató de alcanzar a los otros atravesando un matorral lleno de enredaderas espinosas.

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