Clarissa Oakes, polizón a bordo

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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

BOOK: Clarissa Oakes, polizón a bordo
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La magnífica Surprise abandona por fin las odiosas costas australianas, en uno de los breves períodos de paz entre franceses e ingleses. Sin embargo, la tripulación se muestra inquieta, y el capitán Jack Aubrey tiene suficiente experiencia para detectar que algo extraño inquieta a sus hombres. Por su parte, el cirujano y espía Stepben Maturin sabe bien que los servicios secretos confían poco en una paz duradera y que debe mantenerse atento. La información acerca de los movimientos y las intenciones de los franceses siempre es valiosa, y puede llegar por los conductos más inesperados, incluso a través de un polizón de oscuro pasado. Lejos quedan ya los tiempos en que Aubrey y Maturin eran un par de jóvenes intrépidos y audaces, les ha llegado la hora de demostrar su sagacidad y su experiencia.

Patrick O'Brian

Clarissa Oakes, polizón a bordo

Aubrey y Maturin 15

ePUB v1.1

Mezki
05.01.12

ISBN 13: 978-84-350-1713-8

ISBN 10: 84-350-1713-3

Título: Clarissa Oakes, polizón a bordo

Autor/es: O'Brian, Patrick (1914-2000)

Traducción: Lama Montes de Oca, Aleida

Lengua de publicación: Castellano

Lengua/s de traducción: Inglés

Edición: 1ª. ed. , 2ª. imp.

Fecha Edición: 09/2005

Fecha Impresión: 05/2005

Publicación: Edhasa

Colección: Aubrey & Maturin, 15

Materia/s: 821.111-3 - Literatura en lengua inglesa. Novela y cuento.

NOTA A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Ésta es el decimoquinto relato de la más apasionante serie de novelas históricas marítimas jamás publicada; por considerarlo de indudable interés, aunque los lectores que deseen prescindir de ello pueden perfectamente hacerlo, se incluye un capítulo adicional con un amplio y detallado Glosario de términos marinos

Se ha mantenido el sistema de medidas de la Armada real inglesa, como forma habitual de expresión de terminología náutica.

1 yarda = 0,9144 metros

1 pie = 0,3048 metros — 1 m = 3,28084 pies

1 cable =120 brazas = 185,19 metros

1 pulgada = 2,54 centímetros — 1 cm = 0,3937 pulg.

1 libra = 0,45359 kilogramos — 1 kg = 2,20462 lib.

1 quintal = 112 libras = 50,802 kg.

CAPÍTULO 1

De pie, junto al coronamiento de la fragata e inclinado sobre éste, Jack Aubrey observaba la estela, que no se extendía hasta muy lejos ni con mucho vigor sobre las cristalinas aguas de color azul verdoso; sin embargo, era una estela considerable para lo suaves que eran los vientos. La fragata acababa de virar, tenía las velas amuradas a babor y, como él esperaba, en la estela se formó aquella curiosa hendidura que aparecía cuando las escotas estaban amarradas más cerca de la popa, pues entonces tenía tendencia a orzar independientemente de lo que hiciera el timonel.

Conocía la
Surprise
mejor que cualquiera de los barcos en los que había estado de servicio. Cuando era guardiamarina, le habían amarrado transversalmente al cañón que estaba justo debajo de la cabina y le habían azotado por mal comportamiento; cuando ya era el capitán, también él había usado la fuerza bruta para enseñar a los cadetes la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal en la marina. Había estado de servicio en ella durante muchos años y le tenía más cariño que a la primera embarcación que había tenido bajo su mando. Pero no la quería principalmente por sus cualidades como barco de guerra, como máquina de combate, pues cuando había subido a bordo por primera vez, mucho tiempo atrás, ni su tamaño ni su potencia eran ya considerables y, ahora, después de más de veinte años de guerra, cuando las fragatas tenían por lo general treinta y ocho o treinta y seis cañones de dieciocho libras y un calado de mil toneladas, se había quedado atrás, ya que sólo tenía veintiocho cañones de nueve libras y un calado de menos de seiscientas toneladas. La Armada había vendido la
Surprise
y había vendido o destruido las demás embarcaciones de su clase, así que ya no había ninguna de servicio, a pesar de que en los astilleros franceses y norteamericanos se estaban construyendo barcos con rapidez, con gran rapidez. En realidad, él la quería sobre todo por sus cualidades como embarcación, porque era tan rápida y respondía tan bien a las maniobras que si se sabía maniobrar podía adelantar a cualquiera de los navíos de velas cuadras que conocía, especialmente navegando de bolina. La
Surprise
también le había permitido recuperarse de su desgracia cuando ambos estaban fuera de la Armada (a él le habían expulsado del servicio y la fragata había sido subastada) y estaba bajo su mando como barco corsario. Aunque ello podría haber añadido un toque de fervor a su cariño, la verdadera causa era el placer que le proporcionaban su forma de navegar y los innumerables rasgos que la definían como embarcación. Por otra parte, ahora era su propietario además de su capitán, ya que Stephen Maturin, el cirujano de la fragata que la había comprado cuando la pusieron a la venta, recientemente había accedido a vendérsela. Y lo que era aún más importante, tanto la embarcación como el hombre formaban parte de la Armada otra vez, pues Jack Aubrey había sido rehabilitado después de una operación de rescate sumamente brillante (y tras ser elegido miembro del Parlamento), y la
Surprise
era actualmente una fragata alquilada por su majestad (esto no equivalía a una rehabilitación completa, pero estaba muy cerca, y era suficiente para que él, ahora, se sintiera satisfecho).

La primera tarea de la fragata en este viaje había sido llevar a Aubrey junto con Maturin, que era agente secreto además de médico, a la costa occidental de Suramérica, donde tratarían de hacer fracasar a los franceses en su intento de aliarse con los peruanos y chilenos que dirigían el movimiento para independizarse de España y, además, lograr que Inglaterra fuera el nuevo depositario de su afecto. Sin embargo, como España era entonces, al menos nominalmente, aliada de Gran Bretaña, la misión debía llevarse a cabo bajo la apariencia de una operación corsaria en que se iban a atacar balleneros y mercantes norteamericanos en el Pacífico sur y a cualquier barco francés que encontraran por casualidad en el este del Pacífico. Pero el plan había sido revelado por un traidor que ocupaba un alto cargo en Whitehall y que todavía no había sido identificado, de modo que había tenido que posponerse. Entonces Aubrey y Maturin fueron a realizar otra misión en el sur del Mar de China meridional, aunque secretamente concertaron un encuentro con la
Surprise
al otro lado del mundo, aproximadamente en los 4ºN y 127° E, en la entrada del estrecho de Salibabu, y entretanto la fragata estuvo al mando de Tom Pullings, el primer teniente de Jack, y, naturalmente, tripulada por los marineros que la manejaban cuando era un barco corsario. Desde ese lugar, las presas capturadas más recientemente fueron enviadas a Cantón escoltadas por la
Nutmeg
, un encantador barco correo que le prestó a Jack Aubrey el vicegobernador de Java, y ellos prosiguieron viaje a Nueva Gales del Sur, hasta llegar al puerto de Sidney. Allí Jack pretendía repostar y hacer importantes reparaciones en la fragata con el fin de prepararla para el viaje hacia el este con rumbo a Suramérica o aún más lejos, y Stephen esperaba ver las riquezas naturales de las antípodas, especialmente el
Ornithorhynchus paradoxus
, el ornitorrinco, un animal con la boca parecida al pico de un pato.

Desgraciadamente, el gobernador estaba ausente y Jack vio truncadas sus esperanzas debido a la mala voluntad de los funcionarios de la colonia, mientras que la realización de las de Stephen le llevó al borde de la muerte, pues el incauto sorprendió al ornitorrinco en medio de la ceremonia de cortejo, y el animal, ofendido, le clavó los dos espolones venenosos en el brazo. Fue una desafortunada visita a una tierra desafortunada y desolada.

Pero ya las costas del odioso penal se habían perdido de vista por el oeste y ahora el horizonte era una fina línea alrededor del cielo. Jack estaba de nuevo en su querido mundo, a bordo de su propia fragata, a la que tanto quería. El estado de Stephen, que era lamentable (estaba muy hinchado, sordo, ciego y rígido), había mejorado con extraordinaria rapidez, y ya no tenía la cara de color azul plomizo sino amarillento, su color habitual, y se le oía en la cabina interpretando con el violonchelo una pieza muy alegre que había compuesto para celebrar el nacimiento de su hija. Jack sonrió (estimaba mucho a su amigo), pero después de un par de compases, se dijo: «No sé por qué Stephen está tan contento de tener una hija. Ha nacido para soltero. No conoce la satisfacción de la vida hogareña, de la vida en familia. No está preparado para el matrimonio, y mucho menos para el matrimonio con Diana, que, indudablemente, es una persona brillante y con empuje, una estupenda amazona y una excelente jugadora de billar y
whist
, pero le gusta hacer grandes apuestas y el vino se le suele subir a la cabeza. De todos modos, es inadecuada para Stephen, pues no le gustan los libros y su interés principal es la cría de caballos. Pero entre los dos han creado a esta criatura, que, además, es una niña…» La estela se extendió formando una línea recta como un cabo tenso y, después de unos momentos, Jack continuó: «Sé perfectamente que quería una hija y me parece muy bien que tenga una, pero espero que no reaccione contra él como un ornitorrinco.» Podría haber añadido algunas consideraciones sobre el matrimonio y las relaciones, tan a menudo insatisfactorias, entre hombres y mujeres y entre padres e hijos, si no fuera porque el grito de Davidge «¡Recojan los cabos!», cortó el hilo de su pensamiento.

—¡Recojan los cabos!

Aquel grito era mecánico, rutinario e inútil, ya que la fragata acababa de virar (con más conversación de la que solía haber en un barco de guerra, pero también con más precisión que la mayoría) y los tripulantes de la
Surprise
, como era natural, estaban recogiendo rápidamente las brazas y las bolinas de la jarcia móvil, tal y como lo habían hecho miles de veces con anterioridad. Pero sin ese grito hubiera faltado algo, una pequeñísima parte del ritual naval que era una parte fundamental de la vida en la mar.

«No hay vida mejor que la vida en la mar», pensó Jack.

Y, sin duda, en ese momento él disfrutaba de lo mejor de ella, pues estaba a bordo de una embarcación bien aprovisionada (el gobernador, al regresar, hizo todo lo que pudo en los pocos días que quedaban), con una excelente tripulación, integrada por antiguos marineros de la Armada real y de barcos dedicados al contrabando y al corso, todos profesionales de pies a cabeza, y se dirigía a la isla de Pascua, por lo que aún tendría que navegar muchos miles de millas por alta mar. Lo más importante era su rehabilitación, y aunque la
Surprise
ya no era verdaderamente un barco del rey, su futuro como embarcación privada y el de él como oficial de marina estaban tan seguros como era posible en aquel elemento tan cambiante. De seguro le ofrecerían el mando de un barco tan pronto como llegara a su país, pero, por desgracia, no una fragata, sino probablemente un navío de línea, porque ya tenía mucha antigüedad. Y era posible que le nombraran comodoro de una pequeña y aislada escuadra. Fuera lo que fuera, como alcanzar el cargo de almirante dependía de la antigüedad y la supervivencia y no de los méritos, no estaba muy lejos de conseguirlo, y el hecho de ser miembro del Parlamento por Milport (un distrito miserable, cuya opción de representación le había dado como regalo su primo Edward) significaba que, a pesar de los castigos recibidos, era casi seguro que le nombrarían almirante cuando aún estuviera en la mar, pues tanto si ese distrito era miserable como si no, un voto era un voto.

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