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Authors: Laura Gallego García

Alas negras (9 page)

BOOK: Alas negras
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La criatura se revolvió sobre su roca y volvió a reírse.

—¿Humanos? —dijo—. ¿Humanos? Sí, tenemos algunos por aquí. Aunque no tantos como quisiéramos. Desde que los ángeles cerrasteis las puertas del infierno, pocos humanos vienen a visitarnos —se lamentó—. Estamos taaaan solos, y taaaan aburridos...

—Tanto mejor —replicó Ubanaziel sin alterarse—, porque, en tal caso, será más fácil que recuerdes a la humana por la que preguntamos. Antaño fue una reina poderosa...

—¿Una reina? —el diablillo achicó los ojos hasta que se convirtieron en dos finas rendijas amarillas—. ¿Y qué haría una reina en el infierno? El lugar apropiado para ella sería un palacio, ¿no es verdad?

—Todos sabemos que, a menudo, los humanos que pactan con demonios acaban encerrados aquí, tanto da que se trate de un mendigo como de un emperador —respondió el ángel; seguía hablando con desapasionamiento, casi con frialdad. El diablillo ladeó la cabeza y lo observó con astucia, tratando de adivinar qué sentimientos se ocultaban en el corazón de su interlocutor. Pero se topó, de nuevo, con un muro infranqueable.

—Ah, sí, pobrecitos humanos —dijo—. Acaban con sus huesos en el infierno y luego otros humanos y otros ángeles quieren rescatarlos, pero ya es demasiado tarde, porque no se puede escapar del infierno...

—Habla ya de una vez —cortó Ahriel con impaciencia—. ¿Dónde está Marla?

Ubanaziel le dirigió una mirada de advertencia, pero el diablillo volvió hacia ella sus ojos entornados y le dedicó una larga sonrisa.

—Maaaarla —repitió—. ¿Así se llama vuestra reina, ángeles? Maaaarla —repitió, como saboreando la palabra—. Pobrecita reina Maaarla. Éste no es lugar para reinas. Habrá sufrido mucho, pobrecilla. Llega muy tarde el rescate, ángeles. Jamás podréis sacarla de aquí...

—¡No queremos sacarla de aquí, maldito demonio! —estalló Ahriel.

Trató de serenarse al sentir el enfado de Ubanaziel, a su lado, y fue consciente de que estaba perdiendo los papeles. Se preguntó cómo era posible que aquella criatura esmirriada hubiese conseguido ponerla tan nerviosa en tan poco tiempo y, cuando volvió a mirarla, se dio cuenta de que sus ojos tenían un cierto brillo hipnótico. Sacudió la cabeza para despojarse de esa sensación, comprendiendo, molesta, que el diablillo estaba siendo más listo que ella, y le había dado la vuelta a la situación, obteniendo más información de los ángeles que ellos de él. «Tanto da», pensó. «¿Qué importa que lo sepa o no?» Pero apretó los labios, dispuesta a no decir una sola palabra más.

El diablillo sonrió de nuevo. Había detectado el odio de Ahriel y los intensos sentimientos que provocaba en ella la reina Marla, y con eso le bastaba para empezar. Sin embargo, el otro ángel seguía siendo indescifrable para él, por lo que lo estudió con cautela.

—No queréis sacarla del infierno —repitió con lentitud—. Eso está bien, porque, si quisierais rescatarla, sería un deseo fatuo, una pérdida de tiempo.

—¿Por qué? —preguntó Ubanaziel con tono neutro—. ¿Acaso pertenece a un señor poderoso?

Los ojos del diablillo relampaguearon. Era bueno aquel ángel, sí, pero su acompañante tenía tantos puntos débiles que no sabía por dónde empezar a contarlos.

—A los señores del infierno les gusta tener humanos —respondió sin comprometerse—. Quién sabe... quizá Maaaarla pertenezca a uno de ellos. Si es así, no podréis llegar hasta ella, y si no es propiedad de nadie, entonces es que la pobrecita reina Maaaarla está muertamuertamuerta —dijo esto último en voz muy alta y muy deprisa, mientras sus ojos relucían llenos de malicia y su boca se torcía en una sonrisa de complacencia.

Consciente de que el diablillo estaba estudiando su reacción, Ahriel se esforzó por parecer indiferente, pero su corazón latía con fuerza. «Bueno, puede que Marla esté muerta o en poder de un demonio, ¿y qué?», se dijo. «No es más que una sucia traidora...» Sin embargo, algo en el fondo de su mente susurró: «No es más que una niña», y de pronto afloraron recuerdos que creía perdidos, recuerdos de la primera vez que la había visto, recién nacida, dormida en su cuna, con un único mechón pelirrojo adornando su cabecita, tan inocente, tan frágil, que el ángel se había jurado a sí misma que nunca, jamás, permitiría que nada...

Sacudió la cabeza. Descubrió que el diablillo sonreía con satisfacción, y sintió que su ira crecía en su interior.

—Supongamos que la reina Marla ha sobrevivido —dijo Ubanaziel, ignorando la respiración agitada de su compañera—. Supongamos que es propiedad de algún señor del infierno. ¿Dónde deberíamos preguntar?

La criatura se retorció las manos, unas manos largas y huesudas, terminadas en uñas curvas y puntiagudas.

—¿Preguntar? Bueno, podéis preguntar a quien queráis. Podéis preguntar a cualquier demonio todo lo que queráis. La cuestión no es a quién hacer la pregunta, sino quién puede saber la respuesta. ¿Y cómo voy a saberla yo, que soy un simple diablillo?

—¿Quién, entonces, puede saber la respuesta? —preguntó Ubanaziel, sin dejarse enredar en la retórica de su interlocutor.

—¿Quién? Ah, ojalá lo supiera... qué lástima, pobres ángeles, perdiendo el tiempo con un simple diablillo cuando puede que Maaaaarla esté muertamuertamuerta, o quizá sufriendo horriblemente... quizá le hayan arrancado la piel a tiras o la hayan sumergido en aceite hirviendo, o la hayan arrojado a una sima repleta de millones de hormigas devorahombres, o quizá...

—Basta —cortó Ahriel sin poderlo evitar—. Ahórranos los detalles.

Los ojos del diablillo relucieron de nuevo, y la criatura dio una voltereta en el sitio antes de reírse y responder:

—¿Qué puede importarle eso a alguien que no quiere rescatar a la pobre Maaaarla del infierno?

—Vámonos —dijo Ubanaziel, antes de que Ahriel pudiese replicar—. No puede orientarnos, así que será mejor que busquemos a otro demonio al que preguntar.

Y dio media vuelta y siguió caminando quebrada abajo. Ahriel titubeó un momento, pero después se apresuró a seguirle. Percibió al diablillo que, saltando de peñasco en peñasco, los seguía, haciendo restallar su larga cola tras de sí.

—¡Esperad, ángeles! ¡Esperad! Quizá pueda ayudaros. Los otros no saben nada, pero yo sé muchas cosas. Siempre sé lo que busca la gente y dónde encontrarlo.

Otro recuerdo estalló en la mente de Ahriel como una burbuja luminosa. Unos ojos que brillaban con picardía, una sonrisa sagaz y una voz que jamás, a pesar de todos los años que habían pasado, había logrado olvidar: «Siempre sé lo que necesita la gente y dónde conseguirlo». Respiró hondo y descubrió los malévolos ojos del diablillo fijos en ella. «Maldito demonio», pensó, sintiendo que la rabia crecía en su interior. «Me está manipulando. Pero ¿cómo lo hace?» Trató de emular la actitud serena de Ubanaziel, y lo consiguió, al menos externamente. Pero por dentro seguía hirviendo de ira.

El Consejero se había detenido de nuevo ante el demonio.

—Eso está bien —le dijo—. Si sabes tantas cosas, supongo que podrás decirnos dónde podemos encontrar a Marla. Aunque creo que intentas tomarnos el pelo y que en realidad no sabes nada.

El diablillo pareció confuso un momento. Pero se rehizo rápidamente y replicó:

—Ah, eso no está bien, ángel. Me preguntas y luego no crees que vaya a decirte nada interesante. Si es así, ¿por qué preguntas?

—Es verdad —reconoció Ubanaziel—. No tiene sentido preguntarte. Adiós.

—-¡Espera, ángel! ¿Cómo te llamas? ¿Y quién es la bella dama que te acompaña? Quizá, si nos conociésemos un poco mejor, podrías confiar en mí.

—Ciertamente —asintió Ubanaziel—. La bella dama y yo estaremos encantados de conocerte. Escucharemos tu nombre con mucha atención, y puedo asegurarte que no lo olvidaremos.

Una expresión de fastidio cruzó el rostro del diablillo, pero no tardó en volver a adoptar un aire zalamero.

—Hagamos un trato —propuso, cambiando de tema—. Vosotros me contáis por qué buscáis a la humana y yo os diré dónde encontrarla.

Ubanaziel lanzó una mirada de advertencia a Ahriel que ésta entendió sin necesidad de palabras: «No hables. Ahora es más importante que nunca que me dejes negociar a mí». Ella asintió y respiró hondo para calmarse, aunque el puño de la espada se le clavaba en la palma de la mano, de tan fuerte como lo estaba oprimiendo.

—Entiendo, entonces, que el trato sólo tendría valor si Marla siguiese viva —dijo el Consejero—, porque, si hubiese muerto, no podríamos encontrarla en ningún lugar y, por tanto, no podrías cumplir tu parte.

El diablillo lo miró casi con odio.

—De acuerdo —aceptó—. Sé dónde está vuestra reina —su boca se abrió en una aviesa sonrisa que mostró dos hileras de dientes puntiagudos—. Sufriendo horriblemente, claro está. Es lo que les pasa a todos los humanos que vienen al infierno. Gritan y aúllan y gimen de dolor, y de espanto, y eso nos divierte a los demonios: dolor, agonía, sufrimiento. Y lo mejor es que aguantan todo lo que nosotros queramos que aguanten. Aunque anhelen la muerte, aunque supliquen que los matemos, morirán sólo cuando su amo se haya aburrido de escuchar sus gritos de tormento. Ah, sí, me pregunto qué nueva tortura habrán inventado hoy para la pobre pequeña Maaarla...

—No nos interesa —cortó Ubanaziel, con calma; pero el diablillo tenía los ojos clavados en Ahriel, y podía leer la angustia en su mirada—. Te hemos preguntado dónde podemos encontrar a Marla, no lo que está haciendo ahora. ¿Sigue en pie el trato?

—¿El trato? ¿Qué trato? —el diablillo parecía desconcertado—. Ah, claro, yo os digo cómo encontrar a Maaaarla y vosotros me contáis por qué habéis venido a buscarla.

—No —puntualizó Ubanaziel—. Tú nos dices qué demonio tiene a Marla, y dónde encontrarlo, y nosotros te contamos qué es lo que queremos de ella.

No era exactamente lo mismo, advirtió Ahriel, con asombro. El diablillo sé removía, inquieto.

—Si no te gusta el trato, iremos a preguntarle a otro —añadió Ubanaziel.

—¡No, espera, espera! Trato hecho. Y ahora, decidme qué queréis de la pobre pequeña reina Maaaarla —concluyó, con una sonrisa.

Pero Ubanaziel seguía serio.

—Tú nos dices qué demonio tiene a Marla, y dónde encontrarlo, y nosotros te contamos qué es lo que queremos de ella —repitió—. Éste es exactamente el trato que hemos hecho, así que te toca a ti hablar primero.

—¡Ah, condenado ángel negro! —estalló el diablillo, chasqueando la lengua con disgusto; después miró a Ahriel y sonrió de nuevo—. Muy bien —aceptó, sin quitarle la vista de encima—. Está bien: el demonio que estáis buscando se llama Furlaag. Vive al otro lado de la Garganta de las Desdichas, más allá de la Planicie de la Agonía. Cuando salgáis de este desfiladero, seguid a vuestra izquierda. Es por allí.

—Gracias —dijo Ubanaziel—. Cumpliremos ahora nuestra parte del trato. Lo único que queremos de Marla es que nos responda a una pregunta.

El diablillo esperó, pero Ubanaziel no siguió hablando.

—¿Qué pregunta? —quiso saber la criatura.

—Eso no forma parte del trato —respondió el Consejero—, ya que la pregunta que vamos a formularle sólo se la haremos a ella, de modo que, si quieres enterarte, te sugiero que estés presente cuando se la plantee. En cualquier caso, en ningún momento te he dicho que iba a darte detalles.

—¡Yo te los he dado!

—No —replicó el ángel—, me has contado sólo lo justo para no faltar a tu palabra. Si me hubieses dicho algo más acerca de ese demonio, de su poder, de su carácter, de la situación de los humanos que posee, y me hubieses ofrecido esa información voluntariamente, entonces yo también te habría contado algo más a cambio. Como no lo has hecho, no me siento obligado a darte más información.

Sin embargo, el diablillo ya no estaba prestando atención a Ubanaziel. Miraba a Ahriel fijamente, y ella no podía apartar sus ojos de él.

—¿Qué será? —murmuró la criatura—. ¿Qué será eso tan importante que los dos ángeles quieren preguntarle a la pobre pequeña reina Maaaarla, atormentada entre las garras de un horrible demonio? ¿Qué es tan importante como para venir al infierno a buscarlo?

Ahriel no pudo evitarlo. Su mente se llenó de imágenes de Gorlian y de lo que había dejado allí.

—Ahriel, no —le advirtió Ubanaziel, pero era demasiado tarde. El diablillo le mostró una sonrisa llena de dientes y alargó las manos hacia Ahriel.

—¿Es esto lo que tanto anhelas? —preguntó, y entre sus manos se materializó una pequeña bola de cristal que ella conocía muy bien.

Con una exclamación ahogada, Ahriel clavó la mirada en aquella esfera de cristal y alargó las manos hacia ella, tratando de atraparla. Pero el diablillo la escondió bajo una de sus alas membranosas.

—Lo quieres, ¿sí? ¿Y qué me darías a cambio?

—¡Ahriel, no! —exclamó Ubanaziel, pero era demasiado tarde. Por toda respuesta, Ahriel batió las alas con fuerza y se elevó hasta donde estaba la criatura, enarbolando su espada. El diablillo saltó lejos de su alcance y se rió como un loco. Después, alzó la esfera por encima de su cabeza y la lanzó con fuerza contra las rocas.

—¡NO! —chilló Ahriel.

La bola de cristal se hizo añicos e, inmediatamente, se evaporó como si estuviese hecha de niebla. Demasiado tarde, Ahriel comprendió que el diablillo la había engañado. Se volvió hacia él, pero ya no estaba. Aún escuchó el eco de su risa burlona rebotando por las paredes del desfiladero.

Ella descendió hasta el suelo y se dejó caer de rodillas, desolada.

—Lo siento —musitó.

Ubanaziel negó con la cabeza.

—Podría haber sido peor —dijo—. Al menos, ahora sabemos que Marla está viva y que la tiene un demonio llamado Furlaag.

—¿Crees que el diablillo dice la verdad?

—Todos los demonios están obligados a respetar los tratos. Por eso siempre intentan cerrar tratos que sean favorables para ellos. Por desgracia para él, me ha subestimado.

Ahriel no respondió. Tenía la horrible sensación de que el diablillo había obtenido de ella demasiada información. Deseó que no conociese el verdadero significado de la bola de cristal que le había ofrecido, y se prometió a sí misma tener más cuidado en lo sucesivo.

—Estoy agotada —dijo—. No sé qué tiene este lugar, pero me pone los nervios de punta.

—Es la maldad —respondió Ubanaziel—. Todo el infierno vibra con la maldad intrínseca de los demonios. Es algo que pocos humanos pueden soportar, y que sólo algunos ángeles son capaces de experimentar sin alterarse.

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