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Authors: Laura Gallego García

Alas negras (7 page)

BOOK: Alas negras
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Abajo, en el cráter, sobre la amplia extensión de arena volcánica, se alzaba una enorme lápida tallada en alabastro que estaba partida en dos, como si la hubiese alcanzado un rayo. El rostro impenetrable de Ubanaziel mostró por fin signos de emoción; frunció el ceño y entornó los ojos, pero no debido al monumento, entendió Ahriel, sino a las dos pequeñas figuras que aguardaban junto a él. El ángel suspiró para sus adentros. Había previsto llegar antes que ellos, para así tener oportunidad de explicar sus planes al Consejero. Pero se había entretenido en Aleian más de lo que le habría gustado, y era evidente que sus compañeros se le habían adelantado.

Los dos ángeles tomaron tierra junto a la lápida, levantando una nube de polvo. Los dos humanos que los aguardaban se protegieron los ojos con el brazo hasta que la nube se asentó de nuevo.

—Saludos, Ahriel —dijo uno de ellos, una joven cuyo porte y maneras delataban, pese a su cómodo y sencillo vestido de viaje, que era de noble cuna—. Y saludos, Consejero —añadió, mirando a Ubanaziel.

El ángel la miró inquisitivamente. La mayor parte de los humanos no había visto jamás un ángel, y se sentían intimidados cuando se encontraban en su presencia. Pero aquella muchacha hablaba como si los hubiese conocido desde siempre; de hecho, incluso había sabido interpretar correctamente el signo que adornaba el cinto de Ubanaziel, y que denotaba su rango. Los humanos capaces de leer el lenguaje angélico podían contarse con los dedos de una mano.

—La reina Kiara, imagino —dijo el Consejero, con gravedad—. Es un honor.

Ella inclinó la cabeza.

—El honor es mío, Consejero —respondió, y era más que una simple cortesía.

Ahriel tomó la palabra.

—Ubanaziel, te presento a Su Majestad, la reina Kiara de Saria, como bien has deducido —se volvió hacia el joven, alto y espigado, que la acompañaba—, y a su secretario y leal ayudante, Kendal de Rivan. Kiara —añadió—, éste es Ubanaziel, Consejero de Aleian. Entre los nuestros, no hay nadie que sepa más acerca del infierno y las criaturas que moran en él.

Kiara asintió.

—Entiendo —dijo solamente, y Ahriel supo que había comprendido, sin necesidad de mayores explicaciones, el motivo por el cual la había acompañado el Consejero: los ángeles enviaban a alguien para controlarla porque ya no confiaban del todo en ella. Y no era de extrañar, tuvo que reconocer. Ahriel era cualquier cosa menos un ángel convencional.

—En tiempos de la reina Marla, Karish inició una guerra contra Saria, y como consecuencia de esa guerra, el rey, padre de Kiara, fue asesinado —explicó; sabía que Ubanaziel estaba al tanto de todo eso, pero creyó necesario recordárselo, para justificar la presencia de los dos humanos en el cráter de Vol-Garios—. Kendal y Kiara se las arreglaron para escapar de la codicia de Marla y me rescataron de Gorlian para que les ayudase. Descubrimos entonces el por qué de la guerra que Marla había emprendido: quería anexionarse Saria para hacerse con las tierras de Vol-Garios... y lo que éstas ocultaban —concluyó, dirigiendo su mirada a la lápida de piedra.

Kiara sacudió la cabeza.

—Y nosotros no sabíamos nada de todo esto —murmuró—. Dudo que ni siquiera mi padre fuera consciente de lo que había en este lugar desolado... en el cráter de este volcán.

—Una entrada al infierno —dijo Ubanaziel—. Conozco ésta. Derrotamos al poderoso demonio conocido como el Devastador y utilizamos su propio poder para sellar este lugar. Pero, cuando lo hicimos, no fuimos nosotros los únicos que asumimos la responsabilidad de mantenerlo cerrado. Decidimos compartir esa carga con los humanos creando una llave combinada. Imagino que es por eso por lo que has invitado a venir a Su Majestad hasta Vol-Garios.

Kiara inclinó la cabeza y extrajo del escote un medallón que llevaba colgado al cuello.

—Y éste era el símbolo de esa alianza —dijo a media voz—. Kendal lo ha encontrado aquí mismo, perdido entre las rocas; se le debió de caer a Marla cuando el infierno se la tragó.

Ahriel lo reconoció: era el doble medallón que los ángeles habían regalado a las dos reinas el día de su nacimiento, una parte a cada una de ellas. Marla le había robado la suya a Kiara al capturarla y arrojarla a Gorlian, meses atrás. Ahora, los dos medallones engarzados formaban uno solo, que quedaría para siempre en poder de la única de las dos jóvenes que había merecido aquel obsequio.

Kiara abrió el medallón y leyó la inscripción que lo adornaba:

«Solo un protegido despertará al Devastador...

guiado por su ángel».

Cerró de nuevo el medallón y reprimió un suspiro cuando recordó a Yarael, su ángel guardián, que había dado su vida por protegerla del Devastador, y a quien aún echaba mucho de menos.

—Los ángeles os asegurasteis de que no todos los humanos conocieran este secreto —prosiguió, mirando a Ubanaziel a los ojos—. Sólo los Protegidos, aquellos que habían sido educados por ángeles. Sin embargo, cometisteis el error de dejar que olvidáramos lo que sucedió hace cientos de años, la última vez que la puerta fue abierta; así, nos obligasteis a averiguarlo por nosotros mismos y a imaginarnos todos los detalles que ignorábamos.

Ahriel se volvió hacia Ubanaziel, esperando que replicara, pero el ángel permaneció inmóvil, con semblante de piedra. Si le había molestado la acusación de Kiara, desde luego no lo demostró.

—Marla no entendió del todo el secreto de este medallón —prosiguió ella—, y Ahriel jamás se lo explicó. No comprendió que encerraba una advertencia, y no una promesa. Que hablaba de un deber, de una responsabilidad, y no de un regalo. Pensó que el Devastador le ofrecería un poder que le pertenecía por derecho. Después de todo, ella era especial. Los ángeles la vigilaban y cuidaban de ella, porque temían lo que podría llegar a conseguir.

Ahriel sonrió amargamente.

—Lo entendió todo al revés —dijo—. Pero eso ya pertenece al pasado. Sabéis por qué os he convocado aquí. Te necesito de nuevo, Kiara, para abrir la puerta del infierno.

Ella asintió con la cabeza, indicando que lo sabía, y que estaba conforme. Pero Kendal, que llevaba un buen rato removiéndose, inquieto, no lo soportó más y no pudo evitar intervenir.

—Disculpadme... Majestad... Consejero... Ahriel...

Se volvieron hacia él, y el muchacho enrojeció. Ahriel sonrió para sus adentros. Recordaba muy bien los tiempos en los que era bardo en la corte de Karishia. Marla lo había acusado de traición y de asesinato, pero Ahriel, tras descubrir la verdad, lo había liberado, y ello le había costado muy caro. Sin embargo, Kendal no había olvidado su deuda. Había permanecido leal a Kiara durante la guerra, y la había acompañado a Gorlian a buscar a Ahriel para que la ayudara a recobrar su reino. Como recompensa, Kiara lo había nombrado caballero y le había dado tierras y un alto cargo en la corte. Sin embargo, Ahriel sospechaba que el joven no había hecho todo aquello para obtener el favor real, ni siquiera por lealtad a su país. Aunque nunca se había detenido a reflexionar sobre ello, al verlos juntos de nuevo comprendió que ningún premio haría a Kendal más feliz que aquel que, debido a su origen, jamás podría obtener: el corazón de su reina.

—¿Sí, Kendal? —le preguntó el ángel, con amabilidad. Kendal ya no era ningún niño, pero ella no podía evitar recordarlo indefenso y aterrorizado en la celda de la que lo había liberado.

El joven inspiró hondo.

—No hace mucho que la reina Marla abrió esa puerta —dijo—, y los que estábamos allí recordamos lo terrible que fue, lo cerca que estuvimos de no contarlo y lo que nos costó volver a cerrarla —Ahriel vio cómo Kiara se estremecía involuntariamente—. Lo que quiero decir es... ¿qué sentido tiene volver a abrirla?

La reina dejó escapar un breve suspiro, y Ahriel adivinó que ya habían hablado de ello antes. Se dispuso a responder, pero Ubanaziel se le adelantó:

—Eso mismo quiso saber el Consejo cuando Ahriel planteó la cuestión —dijo, y ella tuvo la extraña sensación de que se reía por dentro—. La respuesta fue que Marla poseía el secreto de la ubicación de Gorlian y que había que interrogarla al respecto.

—¿Y vale la pena correr el riesgo?

—Buena pregunta —Ubanaziel se volvió hacia Kiara—. Reina Kiara, tú estuviste en Gorlian. ¿Cómo es?

Los ojos de Kiara se nublaron de miedo. Empezó a temblar casi sin darse cuenta, y se apoyó en Kendal, que se apresuró a rodearla con un brazo, para confortarla.

—Ese lugar es una pesadilla —musitó—. Yo estuve allí muy poco tiempo y conté con la protección de Ahriel y, aun así, Gorlian sigue habitando mis peores sueños —se estremeció—. No enviaría a nadie allí jamás. Es un destino que no deseo ni para el peor de mis enemigos. Ni para el más sanguinario de los criminales. Es peor que el infierno.

Ubanaziel esbozó una siniestra sonrisa, impropia de un ángel.

—No hay nada peor que el infierno, señora —dijo—. Nada. Pero me basta con tu testimonio.

Ahriel irguió las alas, ofendida.

—¿Y no te bastaba con el mío? ¿Acaso pensabas que mentía?

—No, Ahriel, sé que no mientes. Pero quería escuchar la opinión de alguien imparcial.

—¿Imparcial? —repitió Ahriel, pero calló al captar la mirada que le dirigió el Consejero. Kendal temblaba también.

—Sí, Gorlian es un lugar horrible —coincidió—, pero, si el infierno es peor, ¿por qué volver a abrir la puerta?

—Porque tiene que hacerse justicia —se limitó a responder Kiara, y Ahriel admiró su temple y su valor. La reina de Saria había conocido Gorlian, ciertamente, pero también había tenido la oportunidad de enfrentarse a sus habitantes, y la mayor parte de ellos eran criminales sin escrúpulos que la habrían violado y asesinado a la menor oportunidad. Sin embargo, ella aún creía firmemente que Gorlian debía ser destruido, no sólo por los inocentes encerrados allí injustamente, sino también por los niños que podían nacer en aquella prisión, sin ninguna oportunidad para llevar una vida normal en el mundo libre.

Sin ninguna oportunidad...

Ahriel sacudió la cabeza.

—No debéis preocuparos —dijo—, porque seremos el Consejero y yo quienes crucemos la puerta para buscar a Marla. Sólo necesitamos que Kiara nos ayude con la apertura. Es una humana protegida por los ángeles, y yo fui un ángel guardián, así que entre las dos podemos abrir la puerta.

«Como la última vez», pensó, aunque, en rigor, había sido Marla quien, en el último momento, había ocupado el lugar de Kiara. Pero tenía que funcionar con ella, se dijo.

Ubanaziel examinaba la puerta y los símbolos angélicos grabados en ella.

—La quinta puerta —asintió—. La única que tiene una llave combinada. Cuando todo esto acabe, esta puerta deberá ser destruida para que nadie vuelva a utilizarla. Tendré que plantearlo ante el Consejo.

—¿La quinta puerta? —repitió Kendal, preocupado —¿Cuántas hay?

—Siete —respondió Ubanaziel—, pero nadie conoce el emplazamiento de todas ellas; ni siquiera yo. Y se supone que hay que abrirlas todas al mismo tiempo para que las dos dimensiones se unan y los demonios vuelvan a invadirnos. Además, el conocimiento para abrir cualquiera de esas puertas está fuera del alcance de cualquier humano, y ésta en concreto tiene una apertura combinada: se necesita también la intervención de un ángel.

—Y, si ningún humano puede abrirlas, ¿cómo es que los demonios invadieron nuestro mundo en el pasado? —siguió interrogando Kendal.

Ubanaziel enderezó las alas y alzó la cabeza, muy serio. Parecía, más que nunca, una imponente estatua de ébano.

—Porque eran otros tiempos —respondió—, y los humanos de entonces no eran como los de ahora.

No dijo nada más, pero Ahriel comprendió, de pronto, por qué el Consejero había decidido ayudarla.

En efecto, quienes habían abierto las siete puertas del infierno en el pasado habían sido humanos. El único motivo por el cual los ángeles sabían que aquello no iba a volver a repetirse era que los humanos ya no poseían el poder de antaño: que la magia negra que habían empleado entonces para contactar con los habitantes del infierno se había extinguido.

Hasta ahora.

Porque los acólitos de Marla empleaban aquel poder, porque lo habían resucitado, de alguna manera, para crear Gorlian y los engendros que contenía. Y, si los magos negros habían vuelto, también podía haber regresado el conocimiento necesario para abrir las siete puertas del infierno.

Eso era lo que Ubanaziel temía.

—Pero, entonces, ¿cómo pudieron abrir la puerta al infierno Marla y los suyos? —quiso saber Kendal.

—No lo sé —respondió Ubanaziel—. Y ésa es otra de las cosas que hemos de averiguar.

Ahriel respiró hondo. Bien; si el Consejero también tenía un interés especial en hallar a Marla e interrogarla, tanto mejor. Así no se interpondría en su camino. Era mejor tener un compañero de viaje que un vigilante que controlara todos sus movimientos.

—No perdamos más tiempo —dijo—. Tenemos que abrir la entrada.

Los ángeles observaron la lápida. Pese a estar truncada por la mitad, el símbolo de apertura aún seguía intacto. Cruzaron una mirada.

—Lo haré yo —dijo Ahriel, y colocó la mano sobre la piedra.

Los cuatro contuvieron la respiración mientras la lápida se iluminaba brevemente y el poder del sello exploraba la esencia del ángel. Al cabo de unos instantes, Ahriel retiró la mano y se volvió hacia Kiara.

La joven vaciló. Kendal le oprimió suavemente el brazo, para darle ánimos, y ella alzó la cabeza y avanzó un paso para plantar la palma de su mano sobre el símbolo.

De nuevo, la lápida se iluminó. Kiara apartó la mano con brusquedad, como si le quemara.

—Y ahora, ¿qué? —murmuró.

Ahriel vaciló. No estaba segura. La última vez, aquello había servido para invocar al Devastador; pero el poderoso demonio estaba muerto, o al menos, eso creía. Recordaba que para abrir la puerta había sido necesario un largo ritual, pero posiblemente eso se debiera a que los que habían llevado a cabo la apertura eran humanos. Miró a Ubanaziel, y éste confirmó sus sospechas. Con voz profunda y cadenciosa, como el tañido de una campana, el ángel comenzó a recitar la fórmula que aparecía escrita en la lápida.

—Ahriel —susurró Kendal en voz baja—, no creo que esto sea una buena idea.

—Tranquilo —dijo ella en el mismo tono—. Hay dos juegos de caracteres. Uno de ellos contiene la invocación al Devastador, y otro es simplemente la fórmula de apertura. A ambos les falta un carácter, que sólo algunas personas conocen. Sin ese símbolo y la palabra que éste representa, no se puede realizar la invocación ni puede abrirse la entrada. Ubanaziel conoce la clave, y eso le da control sobre la puerta.

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