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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

A tres metros sobre el cielo (4 page)

BOOK: A tres metros sobre el cielo
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—¿Todavía con esas historias? Pero si basta pincharte con una aguja para hacerte desaparecer.

Pollo se da una sonora palmada en el hombro.

—Esto sí que es real: sudor, dificultades, filetes, lo tuyo no es más que agua.

—Pero si eres un niño, un liliputiense.

—Para empezar me hago ya ciento veinte en el banco. ¿Cuándo cojones los harás tú?

—Ahora mismo. ¿Estás bromeando? Hago dos de esas como si nada, mira, ¿eh?

Lucone se coloca bajo la barra. Extiende los brazos, aferra el largo palo y lo alza decidido. Desciende lentamente y, mirando la barra que le queda a pocos centímetros del mentón, le da un fuerte empujón, haciendo fuerza con los pectorales.

—¡Uno! —Luego, sin perder el control, baja la barra, la apoya sobre el pecho y, a renglón seguido, la empuja de nuevo hacia arriba—. ¡Dos! Y si quiero puedo hacerlo aún con más peso.

Pollo no se lo hace repetir dos veces.

—¿De verdad? Entonces prueba con ésta.

Antes de que Lucone pueda apoyar la barra sobre el soporte, Pollo introduce un pequeño disco lateral de dos kilos y medio. La barra empieza a doblarse hacia la derecha.

—Eh, ¿qué cojones haces? ¿Eres idiota…?

Lucone trata de sostenerlo pero, poco a poco, la barra comienza a descender. Los músculos lo abandonan. La barra le cae de golpe sobre el pecho, pesadamente.

—Coño, quítamela de encima, me estoy ahogando.

Pollo se ríe como un loco.

—Yo puedo hacerlo hasta con dos discos más. ¿Qué dices ahora? ¿Te pongo uno sólo y ya estás así? Hecho polvo, ¿eh? Empuja, venga, empuja… —le grita casi rozándole la cara—. ¡Empuja! —Más risas.

—¡Me lo quieres quitar de encima!

Lucone está completamente morado, un poco a causa de la rabia, pero también porque se está ahogando de verdad.

Dos muchachos más jóvenes, ocupados con un aparato cercano, se miran, sin saber muy bien qué hacer. Viendo que Lucone empieza a toser y que incluso haciendo unos esfuerzos bestiales no consigue quitarse la barra de encima, se deciden a ayudarlo.

Pollo está tumbado en el suelo, boca abajo. Ríe como un loco mientras aporrea el suelo de madera. Cuando se vuelve de nuevo hacia Lucone, con los ojos llenos de lágrimas, lo ve de pie delante de él. Los dos muchachos lo han liberado.

—¡Vaya! ¿Cómo cojones lo has hecho?

Pollo se apresura a poner pies en polvorosa, sin dejar de reírse y tropezando con una barra. Lucone lo sigue tosiendo.

—Para, que te mato. Te doy con un disco en la cabeza y te dejo aún más enano de lo que ya eres.

Se persiguen furiosamente por todo el gimnasio. Dan vueltas alrededor de los aparatos, se paran detrás de las columnas, echan a correr de nuevo. Pollo, tratando de detener a su amigo, le tira encima algunas barras. Algunos discos de goma rebotan pesadamente en el suelo. Lucone los esquiva, no se detiene ante nada. Pollo emboca la escalera que conduce a los vestuarios femeninos. Al pasar corriendo tropieza con una muchacha que acaba cayendo contra la puerta con un fuerte golpe. El resto de ellas se están cambiando para la lección de aeróbic; desnudas, chillan como enloquecidas. Lucone se para en los últimos escalones, extasiado ante aquel panorama de mórbidas colinas, humanas y rosadas. Pollo se apresura a volver sobre sus pasos.

—Coño, apenas me lo puedo creer, esto es el paraíso.

—¡Idos al infierno!

Una muchacha con algo más de ropa encima que sus compañeras corre hacia la puerta cerrándola en sus propias narices. Los dos amigos permanecen en silencio por un instante.

—¿Has visto las tetas de la que estaba al fondo a la derecha?

—Porque de la primera a la izquierda… ¿Harías ascos a un culo como ése?

Pollo coge del brazo a su amigo, sacudiendo la cabeza.

—Increíble, ¿eh? Qué voy a hacerle ascos… ¡No soy un mariquita como tú!

De este modo, después de aquella breve pausa erótica, vuelven a perseguirse.

Stefano abre el folio de su ficha, se la ha dado Francesco, el entrenador del gimnasio.

—Empieza con cuatro series de aberturas, sobre aquel banco. Coge pesas de cinco kilos, te tienes que ensanchar un poco, muchacho. Cuanto más gruesa sea la base, más podrás construir encima. —Stefano no se lo hace repetir dos veces.

Se extiende sobre el banco arqueado y empieza. Los hombros le hacen daño, esos pesos parecen enormes; hace algunos ejercicios laterales, desciende hasta tocar el suelo, luego vuelve a subir. Después, detrás de la cabeza. De nuevo. Cuatro series de diez, todos los días, todas las semanas. Pasadas las primeras, se siente ya mejor, los hombros dejan de hacerle daño, los brazos han aumentado ligeramente de volumen. Cambia la alimentación. Por la mañana un batido con proteínas en polvo, un huevo, leche, hígado de merluza. Para comer poca pasta, un filete casi crudo, levadura de cerveza y germen de trigo. Por la tarde al gimnasio. Siempre. Alternando los ejercicios, trabajando un día la parte de arriba y el otro la de abajo. Los músculos parecen enloquecidos. Descansan sólo el domingo, como buenos cristianos. El lunes se empieza de nuevo. Engorda algún kilo, semana a semana, paso a paso, por eso lo han llamado Step. Se ha hecho amigo de Pollo y de Lucone, y de todos los demás que acuden al gimnasio.

Un día, dos meses después, entra el Siciliano.

—¿Quién hace algunas flexiones conmigo?

El Siciliano es uno de los primeros socios de Budokan. De complexión fuerte, nadie quiere competir con él.

—Coño, que no os he dicho que robéis un banco, sólo quiero hacer unas cuantas flexiones.

Pollo y Lucone siguen con el entrenamiento en silencio. Con el Siciliano se acaba siempre por pelear. Si pierdes no se cansa de tomarte el pelo, si ganas, bueno, cualquiera sabe lo que te puede suceder. Nadie ha ganado nunca al Siciliano.

—Pero bueno, ¿es que no hay nadie en este gimnasio de mierda que quiera hacer flexiones conmigo?

El Siciliano mira en derredor.

—Yo.

Se da la vuelta. Step está frente a él, el Siciliano lo mira de arriba abajo.

—OK, vamos allí.

Entran en una pequeña habitación. El Siciliano se quita la sudadera desenfundando unos pectorales enormes y unos brazos bien proporcionados.

—¿Estás listo?

—Cuando quieras.

El Siciliano se extiende en el suelo. Step delante de él. Empiezan a hacer flexiones. Step resiste todo lo que puede. Al final, destrozado, se derrumba en el suelo. El Siciliano hace otras cinco a gran velocidad, luego se levanta y da una palmadita a Step.

—Estupendo, muchacho, no vas mal. Las últimas las has hecho todas con esta. —Y le da amistoso una ligera palmada en la frente.

Step sonríe, no se ha burlado de él. Todos vuelven a sus ejercicios. Step se masajea los músculos doloridos de los brazos. No ha ocurrido nada de especial: el Siciliano es mucho más fuerte que él, todavía es demasiado pronto.

Cinco

Aquel día. Apenas ocho meses después.

Poppy y sus amigos están delante del café Fleming, ríen y bromean mientras beben cerveza. Alguno come pizza, todavía humeante, lamiendo los bordes laterales para evitar que chorree el tomate. Algún otro fuma un cigarrillo. Unas muchachas escuchan divertidas la historia de un tipo que gesticula demasiado, contando la pelea que ha tenido con su jefe: lo han despedido pero, finalmente, se ha dado el gusto. Le ha roto todas las botellas del local, la primera, además, en un modo particular.

—¿Sabéis lo que hice? Me había tocado los huevos hasta tal punto que en lugar del preaviso lo que hice fue darle un botellazo en la cabeza.

Annalisa también está allí. La noche de la paliza no llamó a Stefano, no hizo nada por verlo. Pero no importa. Step no es el tipo que sufre de soledad. Desde entonces no ha vuelto a tener noticias de ninguno de ellos. Así que, un tanto preocupado, es él el que va a buscarlos.

—Poppy, amigo mío, ¿cómo estás?

Poppy mira al tipo desconocido que le sale al encuentro. Le resulta familiar, esos ojos, el color del pelo, las facciones de la cara, pero no consigue acordarse. Es de complexión fuerte, tiene los brazos gruesos y un bonito tórax. Step, viendo su mirada interrogativa, le sonríe, tratando de hacerle sentir a sus anchas.

—Hace mucho que no nos vemos, ¿eh? ¿Cómo te va?

Step rodea los hombros de Poppy con el brazo, amistosamente.

El Siciliano, Pollo y Lucone, encantados de acompañarlo, se meten en medio del grupo. Annalisa, aún sonriente, se topa con la mirada de Step. Es la única que lo reconoce. La sonrisa, poco a poco, se borra de sus labios. Step deja de mirarla y se concentra totalmente en su amigo Poppy, quien sigue con los ojos clavados en él, perplejo.

—Perdona, pero en este momento no me acuerdo.

—Pero ¡cómo es posible! —Step le sonríe manteniendo el abrazo, como si se tratara de dos viejos amigos que hace mucho tiempo que no se ven—. Me haces sentir mal. Espera. Puede que te acuerdes de esto. —Saca el gorro del bolsillo de sus vaqueros.

Poppy mira aquel viejo gorro de lana, luego la cara sonriente de aquel tipo robusto que lo abraza. Sus ojos, ese pelo. Claro. Es el memo al que dio una buena tunda hace ya mucho tiempo.

—¡Coño!

Poppy prueba a deshacerse del brazo de Step, pero la mano de él lo aferra como un rayo por el pelo, bloqueándolo.

—Nos falla la memoria, ¿eh?

Y atrayéndolo hacia él, le da un cabezazo bestial que le rompe la nariz. Poppy se inclina hacia delante, metiendo la cabeza entre las manos. Step le da una patada en la cara, con todas sus fuerzas. Poppy retrocede casi con un salto y va a dar contra el cierre, produciendo un ruido metálico.

Step le salta encima en un abrir y cerrar de ojos, antes de que caiga al suelo lo sujeta con una mano por la garganta. Con la derecha le asesta una serie de puñetazos, golpeándolo de arriba abajo, sobre la frente, abriéndole la ceja, partiéndole el labio. Da un paso hacia atrás y le asesta una patada en plena tripa que lo deja sin respiración.

Algunos de los amigos de Poppy tratan de intervenir, pero el Siciliano se apresura a impedirlo.

—Eh, calma, quédate donde estás y pórtate como se debe.

Poppy está en el suelo, Step descarga sobre él un sinfín de patadas sobre el pecho, en la tripa. Poppy prueba a acurrucarse, cubriéndose la cara, pero Step es inexorable. Lo golpea allí donde encuentra un espacio, luego empieza a pisotearlo desde arriba. Levanta la pierna y descarga una patada con el tacón. Seca, con fuerza, sobre la oreja, que se corta enseguida, sobre los músculos de las piernas, sobre las caderas, casi saltándole encima, con todo su peso. Poppy, arrastrándose a cada golpe, avanzando a saltos, pronuncia un patético: «¡Basta, basta, te lo suplico!», atragantándose con la sangre que, desde la nariz, le fluye directamente a la garganta, y escupiendo aquel poco de saliva que le chorrea del labio ya completamente abierto y sangrante.

Step se detiene. Recupera el aliento, dando pequeños saltos, mirando a su enemigo tendido en el suelo, inmóvil, derrotado. Luego se da la vuelta de golpe y se lanza sobre el rubito que tiene a sus espaldas. El mismo que, hace ocho meses, lo sujetaba por detrás. Lo golpea con el codo en plena boca, arrojándose sobre él con todo el peso de su cuerpo. Al tipo le saltan tres dientes. Los dos acaban en el suelo. Step le mete la rodilla entre los hombros. Una vez inmóvil, empieza a darle puñetazos en la cara. Luego lo coge por el pelo y golpea con violencia la cabeza contra el suelo. Dos fuertes brazos lo detienen de repente. Es Pollo. Lo alza, sosteniéndolo por las axilas.

—Vamos, Step, basta ya, vamos, vas a acabar con él.

También el Siciliano y Lucano se acercan. El Siciliano ha tenido ya algún que otro problema más que los demás.

—Sí, vamos, es mejor. Puede que algún gilipollas haya llamado ya a la pasma.

Step recupera el aliento, da media vuelta delante de los amigos de Poppy que lo miran en silencio.

—¡Pedazos de mierda!

Y escupe a uno de ellos que está a su lado con un vaso de Coca-Cola en la mano, acertándole de lleno en la cara. Pasa por delante de Annalisa y le sonríe. Ella trata de corresponderle con algo de miedo, sin saber muy bien qué hacer. Mueve imperceptiblemente el labio superior, lo que da lugar a un extraño mohín. Step y sus amigos montan sobre sus Vespas y se alejan. Lucone conduce como un loco, llevando de paquete al Siciliano, gritan y se ladean arriba y abajo, dueños de la carretera. Luego se acercan a Pollo, que lleva a Step detrás.

—Coño, te podías haber tirado a la rubia… Ésa no te decía que no.

—Qué exagerado eres, Lucone. Siempre tienes que hacerlo todo a la vez. Con calma, ¿no? Hay que saber esperar. Cada cosa tiene su momento.

Aquella noche, Step va a casa de Annalisa y sigue el consejo de Lucone. Repetidas veces. Ella se excusa por no haberlo llamado antes, jura que lo siente, que debería haberlo hecho pero que ha tenido muchas cosas que hacer. Annalisa lo llama a menudo durante los días siguientes. Pero Step está tan ocupado que ni siquiera tiene tiempo de responder al teléfono.

Seis

Una muchacha que vive por allí cerca enciende una radio portátil.

—¡Ciento nueve!

Schello, borracho ya, salta sobre la marquesina y, bailando en sus Clark de piel, sudadas y sin lazos, hace un intento de break. No funciona.

—¡Yuhuu! —Palmotea con fuerza—. Ciento diez.

—Atención, a continuación daremos la lista de los más sudados. En primer lugar está el Siciliano. Vistosas manchas bajo los sobacos y sobre la espalda, parece una fuente. Ciento once.

Step, Hook y el Siciliano hacen un esfuerzo increíble. Los tres se alzan de nuevo, extenuados, congestionados y jadeantes.

—En nuestro
Hit
de sudados, Hook ocupa el segundo lugar. Como podéis apreciar, la espléndida camiseta Ralph Lauren ha cambiado de color. Yo diría que ahora es de un verde más bien descolorido, o quizá sea mejor describirlo como verde sudor.

Schello, agitando los puños junto al pecho, sigue con la cabeza el ritmo de la nueva canción que el disc-jockey ha presentado en la radio como el éxito del año:
Sere nere
. Hace una pirueta y continúa:

—¡Ciento doce! Y, naturalmente, el último es Step… Casi perfecto, el pelo ligeramente despeinado aunque, al llevarlo tan corto apenas si se le nota…

Schello se inclina para mirarlo mejor, luego se incorpora de golpe, llevándose las manos a la cara.

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