Read A tres metros sobre el cielo Online

Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

A tres metros sobre el cielo (10 page)

BOOK: A tres metros sobre el cielo
9.18Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Porque los últimos yogures de fruta que te gustaban tanto los tuve que tirar.

—¡Buenos días a todas! ¿Cómo están mis espléndidas mujercitas?

Claudio besa a sus dos hijas. Se sienta también en su sitio, a la cabecera de la mesa, junto a Raffaella.

—Muy mal, no entiendo por qué por la mañana se tiene que hablar siempre tanto de cosas inútiles. Establezcamos una regla: no hablar por la mañana.

Raffaella se sirve un poco más de café y luego se levanta.

—Bueno, yo me vuelvo a la cama. A vosotras dos os veo a la salida del colegio. Por cierto, decidle a Giovanna que hoy no la quiero esperar, que vuestra mamá ha dicho que si no viene enseguida se va. —Da un beso en la mejilla a Claudio y con un «¡Hasta luego, cariño!», se marcha.

Claudio coge la cafetera. La abre y mira dentro.

—Pero ¿es posible que no me dejéis nunca un poco de café?

Claudio tira la cafetera sobre el platito de madera.

—Todas las mañanas la misma historia. Pero bueno, ¡no es posible!

Babi coge la cafetera.

—¿Te preparo uno, papá?

—No tengo tiempo, me lo tomaré por ahí, como siempre. Pero ¿por qué no hacemos una cafetera más grande?

Daniela deja las tazas en el fregadero.

—Porque no la tenemos.

—Entonces la compramos.

Daniela le pone delante la lista de la compra.

—¿Qué pasa?

—Ten, escribe. Mamá no quiere tener que acordarse de nada. Lo que queremos, hay que escribirlo.

Claudio toma el folio de las manos de Daniela. Lo lee y escribe debajo de «galletas dietéticas» seguido entre paréntesis por «Babi», «cafetera para veinte», seguido entre paréntesis por «Claudio, que no consigue nunca beberse un café».

—¡Hecho! —Cierra el bolígrafo y lo arroja sobre la mesa. Luego se levanta tirando al suelo el taburete dentro del cual, como todas las mañanas, ha acabado su pierna—. ¡Malditos taburetes! —Sale por la puerta de casa dejándola abierta. Babi y Daniela se miran.

—Esperemos que haga bien la maniobra. Esta mañana me parece particularmente nervioso.

—Es el influjo de la luna. Hoy ha pasado por su signo. Date prisa más bien.

—Sí, date prisa, date prisa… Y mientras tanto tengo que recoger yo, como siempre.

—Ah, sí, ¿y quién puso anoche la mesa…?

Babi coge la bolsa de los libros y sale. Pero las palabras de Branko no han caído en saco roto. Mientras baja las escaleras, trata de recordar su horóscopo. ¿Qué decía la luna? Ah, sí. Cuidado con los posibles encuentros.

Doce

En el patio del colegio, bajo la copa de un gran sauce, apoyadas contra un largo muro de mármol blanco, algunas chicas copian frenéticas los deberes.

—Pero ¿qué pone aquí? ¿Igual…?

—¡
x
menos uno! Pero ¿es que ni siquiera eres capaz de copiar?

—Pero ¡mira cómo escribes!

—¡Lo que faltaba! No haces nunca nada en casa y encima te quejas de cómo escribo. ¡Menuda cara!

—Cuidado, llega Catinelli.

Pallina cierra el cuaderno de matemáticas y corre a saludar a Catinelli junto con otras muchachas, todas posibles candidatas a la interrogación de latín.

—Venga, Ale, date prisa que dentro de nada suena el timbre, danos la traducción de latín. —Las chicas esperan delante de Catinelli.

—No, ni hablar.

—¿Cómo que ni hablar?

—¿Qué pasa, no me habéis oído? No quiero que copiéis mi traducción. ¿Vale? No entiendo por qué no podéis hacerla vosotras en casa por vuestra cuenta, como hacen todas.

Pallina se le acerca.

—Venga, Ale, no hagas eso. Perdona, hoy la Giacci me pregunta seguro y también a Festa.

Una chica del grupo con el uniforme más desaliñado que el del resto de sus compañeras, al igual que sus deberes, asiente.

—¡Danos la traducción, venga! ¡Que si no ésa se enfada!

—No insistas, Pallina.

—¿Qué pasa, Pallina? ¿Sobre qué estás insistiendo?

—Ah, hola, Babi. Ale no quiere darnos la traducción. ¿Tú la has hecho? Por un momento, Catinelli deja de ser el centro de la atención.

—No, sólo la mitad. Pero creo que ni siquiera está bien. Es que a mí ya me ha preguntado. He controlado, hoy debería tocaros a ti y a Silvia Festa y luego vuelve a dar la vuelta. Aunque normalmente pregunta a quien no ha aprobado.

Catinelli prueba a alejarse, pero Pallina le tira de la chaqueta.

—¿Has oído? ¡Venga, no puedes dejarnos así, serás nuestra ruina!

—No entiendo por qué no hacéis como Gianetti. Ella la hace y luego me llama por teléfono y la repasamos juntas… Así se la prepara y el día después va bien. ¿Para qué sirve lo que hacéis vosotras?

—¿Y a ti qué te importa? El latín no sirve para nada. En fin, ¿nos la das o no, esa traducción?

—Te he dicho ya que no. Que os la pase Giannetti.

Pallina resopla.

—Sí, ésa llega siempre en el último momento… Dentro de cinco minutos sonará el timbre. Venga, sólo por hoy… Es la última vez, te lo prometo.

—Siempre decís lo mismo. No, esta vez es que no. ¡No os la doy!

Catinelli se marcha.

—Menuda gilipollas. Y además es un monstruo. Por eso está tan amargada. Nadie quiere salir con ella. Es evidente. Al menos nosotras gustamos y nos divertimos.

Silvia Festa se acerca a Pallina.

—Sí, pero no creo que a mi madre le guste mucho el tres que nos pondrá la Giacci si no tenemos la traducción.

—Ten, toma la mía.

Babi saca de la bolsa su cuaderno de latín y abre la última página.

—Al menos podréis decir que lo habéis intentado. Está a la mitad pero siempre es mejor que nada. Decid que os habéis parado en
esperavisse
. Es un verbo que no tengo ni la más remota idea de dónde viene. Lo busqué durante un cuarto de hora en el
Il
sin conseguir encontrarlo. Luego me harté y me fui a merendar. Un yogur desnatado, sin azúcar, terrible. Casi más ácido que Catinelli. —Todas se echan a reír.

Pallina coge el cuaderno y lo apoya sobre el muro. Lo pone en medio de sus compañeras.

—En cualquier caso, es verdad, estudiar engorda. Siempre lo digo: si hubiera hecho el lingüístico pesaría seguro cuatro kilos menos. —Pallina empieza a copiar seguida de Silvia y otras chicas, todas posibles víctimas de la terrible Giacci.

A través de los grandes ventanales de la clase se pueden ver los prados cercanos. Algunos niños, vestidos de idéntico modo, juegan corriendo entre la hierba. Una maestra ayuda a levantarse a un niño que se ha manchado de verde su delantal blanco. El sol cae de lleno sobre los pupitres. Babi mira distraída la clase. Benucci ha resistido menos de lo habitual. Tiene las manos bajo el pupitre, ocupadas en un trozo de pizza. Arranca un trocito y, con los dedos cubiertos de tomate, se lo lleva rápidamente a la boca. Después empieza a masticar fingiendo indiferencia, con la boca cerrada, escuchando la lección como si nada. Babi presta un momento de atención a la explicación de la Giacci. Una joven del siglo diecinueve que no sabía montar a caballo decidió hacerlo a pesar de ello. Y se cayó. Babi no ha estado lo suficientemente atenta como para saber si se hizo daño o no. La única cosa segura es que alguien, realmente carente de ideas, escribió sobre ello una especie de novela.

—Bien. Esta oda,
A Luigia Pallavicini caduta da cavallo
, me la traéis el lunes.

La otra cosa segura es que ellas tendrían que estudiarla. Suena el timbre. La Giacci cierra el libro.

—Voy a la sala de profesores a coger el libro de latín. Os dejo solas. Portaos bien.

Las chicas abandonan sus pupitres. Antes de que la profesora se vaya, tres de ellas consiguen arrancarle el permiso para ir al baño. En realidad, sólo una de ellas va por razones fisiológicas. Las otras dos entran en un único baño y comparten felices el mismo vicio. Un agradable Merit a despecho de todos aquellos que lo indican como el cigarrillo más nocivo de todos.

Regresa la Giacci. Las muchachas vuelven a sus asientos. Escuchan atentas sus explicaciones sobre métrica latina. Alguna marca los acentos y copia la frase escrita en la pizarra. Otra, convencida de que le preguntarán, repasa la traducción.

Benucci no consigue resistirlo. Desenvuelve de nuevo la pizza. Dos muchachas a sus espaldas mastican unas Virgosol. Tratan de ocultar el olor a nicotina. Otra, al fondo de la clase, sigue tranquila la lección. Su dolor de tripa ha desaparecido.

—Entonces, para el miércoles que viene haréis de la página 242 a la página 247: traducción y lectura en métrica con conocimiento perfecto de las reglas de los acentos.

Babi abre el diario y marca los deberes para el miércoles. A continuación, casi inconscientemente, lo hojea, yendo hacia atrás. Páginas pintadas y completamente escritas desfilan ante sus ojos. Fiestas, cumpleaños, frases simpáticas de Pallina, notas de los deberes de clase. Opiniones sobre películas vistas en el cine, amores posibles, imposibles, pasados.

«Marco te quiere.» Se detiene. Mira aquellas palabras en rojo, allí, al fondo de la página. Seguidas de un pequeño corazón. Noviembre. Sí, era noviembre. Y ella estaba locamente enamorada.

Noviembre. Un año antes.

—Mamá, ¿no ha llegado nada para mí?

—Sí, hay una carta en la cocina. Te la he puesto sobre la mesa.

Babi se dirige corriendo a la cocina, encuentra la carta. Reconoce la letra y la abre feliz. Hace cuatro meses que están juntos. Su historia más larga. Prácticamente la única historia, en realidad. Lee la carta.

Querida Babi:

En este día tan importante (¿el descubrimiento de América? ¡Más aún! ¿El primer hombre sobre la luna? ¡Mucho más! ¿La inauguración del Gilda? ¡Casi, casi!)… Eh, pequeña, ¡es una broma! Hoy hace cuatro meses que estamos juntos y he decidido que tiene que ser un día especial, feliz, precioso, romántico. ¿Estás lista? Coge la Vespa del garaje y sal. Porque ha empezado tu «caza del tesoro». «Tesoro» en el sentido de amor. Justo lo que siento por ti.

MARCO

P.D: El primer mensaje es: «Una villa que frecuentas, / mas de noche ni lo intentas, / on the left, el tercer tree, / en inglés, claro que sí. / Es posible que algo halles, / cuando bajo el árbol caves. ¿Preparada? ¡Vamos, ya!»

Babi cierra la carta y piensa. La villa es Villa Glori, donde va siempre a correr. ¿En inglés? ¿Por quién me toma? Desde luego es fácil, el tercer árbol apenas se entra a la izquierda.

—Salgo, mamá.

—¿Adónde vas?

—Tengo que llevarle una cosa a Pallina.

Babi se pone la cazadora de ante.

—¿A qué hora vuelves?

—A la hora de cenar. Estudio en su casa.

Raffaella se asoma a la puerta.

—No vuelvas tarde, por favor.

—Si cambia algo te llamo por teléfono.

Babi sale deprisa, luego se detiene en la puerta y retrocede. Besa apresurada a su madre en la mejilla y escapa. Una vez en el patio, abre lentamente sin hacer ruido el cierre metálico del garaje. Saca la Vespa; después, sin encenderla, baja la cuesta. Pero justo cuando gira, alza la mirada. Raffaella está asomada al balcón, sus miradas se cruzan.

—En autobús tardo mucho, mamá.

—Coge al menos una bufanda.

—Me subo el cuello de la cazadora, no tengo frío, de verdad. Adiós.

Babi mete la segunda. La Vespa frena ligeramente, luego se pone en marcha de golpe y parte hacia delante con el motor encendido. Babi inclina la cabeza y pasa rozando por debajo de la barra que Fiore se ha apresurado a levantar. Por la avenida de Francia, llega hasta Villa Glori. Pone la Vespa sobre el soporte y entra rápidamente en la villa. Algunas mujeres pasean a sus hijos. Algún atlético muchacho hace
footing
. Babi se acerca al tercer árbol que hay a la izquierda. Abajo, junto a las raíces, hay un pequeño arbusto. Lo aparta. Bajo él hay escondido un sobre de plástico. Lo coge. Cómplice y feliz vuelve a su Vespa. Lo abre. Dentro hay una bufanda preciosa de cachemira azul claro y una nota: «No lo niegues, no la tienes, / no es normal que no la lleves. / La garganta siempre roja, / natural, pues, que uno tosa. / Bien tapada hasta el gran centro, / de la RAI, sí, justo dentro. / En el patio hay un caballo, / a qué esperas, ¡como un rayo! / Al llegar, cuando allí estés, / lo verás justo a sus pies.»

Babi monta sobre la Vespa y sonríe divertida por aquel romántico juego. Se echa al cuello la bufanda. Abriga y es suave. Realmente un bonito regalo. Y útil, visto el frío que hace. Mamá tiene razón. Marco es de verdad un tesoro. Aunque ha sido un poco imprudente. ¿Y si la hubiese encontrado alguien? Pero ha salido bien. Pone en marcha la Vespa y se dirige a toda velocidad hacia la plaza Mazzini. Se para delante del pequeño patio rodeado por una alta verja eléctrica. Babi baja de la moto y entra. El portero la mira con curiosidad. Luego se concentra en un señor con un maletín que le pide una información. Babi se aprovecha. Se acerca al caballo. En la barriga han dibujado una flecha con tiza blanca que apunta abajo. Piensa que Marco está loco. Mira mejor. Hay otro paquete. Lo coge. El portero no se ha dado cuenta de nada. Esta vez encuentra un par de gafas. Unas Ray-Ban preciosas último modelo, pequeñas y rectangulares. Naturalmente, hay otra nota. La próxima etapa es una dirección. Calle «Cola di Rienzo, 48». La Vespa arranca a toda velocidad. En parte gracias al colector que Daniela acaba de cambiar, como hacen todos para que vaya más rápida, pero también a causa de la curiosidad que va en aumento.

Babi llega a la nueva dirección. Es una tienda. La mira estupefacta. Una tienda de ropa interior. Sus sencillos conjuntos de algodón blanco se los compra siempre su madre. Babi entra indecisa. Mira en derredor. Una dependienta joven está detrás del mostrador ordenando unos conjuntos de raso gris recién llegados. Babi vuelve a leer el final de la nota: «Si tu nombre les dirás, / ropa nueva lucirás.»

La dependienta se acerca a ella al verla.

—¿Puedo ayudarla?

—Creo que sí, soy Babi Gervasi.

—Ah, sí. —La dependienta le sonríe, simpática—. La estábamos esperando. —Va detrás del mostrador—. Estos son para usted. Elija el que más le guste. —Pone tres conjuntos de ropa interior sobre el mostrador. Los tres son de raso.

El primero es un
body
negro, con dibujos transparentes sobre el pecho y unos finos tirantes. El segundo es un dos piezas rosa pálido con dibujos transparentes ligeramente más claros. El último es de color ciruela, con unos tirantes ligeros y la braguita con la pernera alta. Babi los mira. Se detiene en cada uno de ellos sin atreverse a levantar la cabeza. Tiene vergüenza. La dependienta lo advierte y trata de echarle una mano.

BOOK: A tres metros sobre el cielo
9.18Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Lulu's Loves by Barbara S. Stewart
Sweet Seduction Surrender by Nicola Claire
Act of God by Jill Ciment
Born to Bite by Lynsay Sands
Stranger in Paradise by McIntyre, Amanda
By the Waters of Liverpool by Forrester, Helen
The King's Corrodian by Pat McIntosh
Your Magic Touch by Kathy Carmichael