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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

A tres metros sobre el cielo (7 page)

BOOK: A tres metros sobre el cielo
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En la mano de Pallina aparece la explicación de aquellos granos sobre la cara y el pecho hinchado. El motivo de aquel nerviosismo que, una vez al mes, sufre antes o después cualquier muchacha y que, cuando no llega, las pone aún más nerviosas o las convierte en mamás. Pallina permanece allí, delante de él, en silencio, avergonzada. Ha sido humillada. Pollo se deja caer sobre la cama y suelta una carcajada.

—Entonces mañana sí que no te invito a cenar. Si no, después, ¿qué hacemos? ¿Contarnos chistes?

—¡Ah, no, eso sí que no, los que conozco no son tan vulgares como para hacerte reír! Y los otros dudo que los entendieras.

—¡Eh, muerde, la niña!

Pollo está impresionado.

—En cualquier caso, estoy segura de que conmigo te has divertido ya bastante.

—¿Por qué?

Pallina se acaricia los dedos. Pollo lo advierte.

—Me has hecho daño. ¿No era eso lo que querías?

—Venga, sólo están un poco rojos, no exageres, dentro de nada se te pasa.

—No hablaba de mi mano.

Y sale antes de echarse a llorar.

Pollo se queda allí, sin saber muy bien qué hacer. Lo único que se le ocurre es meter en su sitio la cartera y echar un vistazo en su agenda. Devolverle los cincuenta euros no, por descontado.

El disc-jockey, un tipo musical, con el pelo ligeramente más largo que los demás para poner en evidencia su condición de artista, se agita al ritmo de la música. Sus manos mueven hacia delante y hacia detrás los discos sobre los platos, mientras unos auriculares esponjosos sobre los oídos le dan la posibilidad de escucharlos de antemano y de evitar el ridículo de hacer una entrada equivocada.

Step da vueltas por la fiesta, mira a su alrededor, escucha distraído estúpidas conversaciones de chicas de dieciocho años: los vestidos tan caros que han visto en los escaparates, las motos que sus padres se han negado a comprarles, noviazgos imposibles, cuernos asegurados, aspiraciones frustradas.

A través de la ventana que hay al fondo del salón, la que da a la terraza, entra un poco de aire. Las cortinas se hinchan ligeramente; mientras descienden, dos figuras adquieren forma bajo las mismas. Unas manos tratan de apartarlas para abrirlas. Un muchacho atractivo y elegante no tarda en conseguirlo, encontrando la abertura justa. A su lado aparece poco después una muchacha. Ríe divertida ante aquel pequeño contratiempo. La luz de la luna, por detrás, ilumina ligeramente su vestido haciéndolo por un momento transparente.

Step no le quita ojo. La chica mueve el pelo, le sonríe al tipo. Deja al descubierto unos dientes blancos y preciosos. Incluso de lejos se puede sentir la intensidad de su mirada. Los ojos azules, profundos y limpios. Step la recuerda, su encuentro, se han visto ya. O tal vez sea mejor hablar de encontronazo. Los dos se dicen algo. La chica asiente y sigue al muchacho hacia la mesa de las bebidas. Repentinamente, a Step le entran también ganas de beber algo.

Chicco Brandelli guía a Babi a través de los invitados. Le roza apenas la espalda con la palma de la mano, disfrutando a cada paso de su leve perfume. Babi saluda a algunos amigos que han llegado mientras ella estaba en la terraza. Llegan a la mesa de las bebidas. Inesperadamente, un tipo se coloca frente a Babi. Es Step.

—Bueno, veo que me has hecho caso, estás intentando resolver tus problemas —dice, indicando con la cabeza a Brandelli—. Entiendo que se trata sólo de un primer intento pero puede funcionar. Por otra parte, si no has podido encontrar nada mejor…

Babi lo mira vacilante. Lo conoce, pero no le resulta simpático. ¿O sí? ¿Dónde ha visto a ese tipo?

Step le refresca la memoria.

—Te acompañé al colegio una mañana, hace unos días.

—Imposible, yo al colegio voy siempre con mi padre.

—Tienes razón, digamos mejor que te escolté. Iba pegado a tu coche.

Babi lo mira con fastidio al caer en la cuenta.

—Veo que finalmente te acuerdas.

—Claro, eres el que decía un montón de estupideces. No has cambiado, ¿eh?

—¿Por qué debería? Soy perfecto.

Step extiende los brazos mostrando su físico.

Babi piensa que, al menos desde ese punto de vista, no puede por menos que darle la razón. Es el resto lo que no funciona. Empezando por la ropa y acabando con su modo de comportarse.

—Ves, no has dicho que no.

—Ni siquiera te contesto.

—Babi, ¿te está molestando?

Brandelli tiene la desafortunada idea de entrometerse. Step ni siquiera lo mira.

—No, Chicco, gracias.

—Entonces, si no te estoy molestando, te gusta…

—Me resultas completamente indiferente, es más, diría que me aburres un poco, para ser más exacta.

Chicco trata de poner fin a aquella discusión dirigiéndose a Babi.

—¿Quieres algo de beber?

Step contesta por ella.

—Sí, gracias, ponme una Coca-Cola.

Chicco hace caso omiso.

—Babi, ¿quieres algo?

Step lo mira por primera vez.

—Sí, una Coca-Cola, te lo acabo de decir, muévete.

Chicco se lo queda mirando con el vaso en la mano.

—Date prisa. ¿No me oyes, gusano?

—Déjalo estar. —Babi interviene, quitando el vaso de la mano de Chicco—. Me ocupo yo.

—¿Lo ves?, resultas más guapa cuando te comportas amablemente.

Babi coge la botella.

—Ten, procura no volcarla. —Luego arroja el vaso lleno de Coca-Cola a la cara de Step, mojándolo de pies a cabeza—. Te he dicho que tuvieras cuidado, eres como un niño, ¿eh? Ni siquiera sabes beber.

Chicco se echa a reír. Step le da un empujón tan fuerte que lo hace volar hasta una mesita baja, haciendo caer todo lo que hay sobre ella. Luego coge por el borde el mantel sobre el que se encuentran las bebidas. Tira fuerte de él, tratando de hacer como algunos prestidigitadores, pero el número no le sale. Una decena de botellas salen despedidas yendo a parar sobre los sofás cercanos y sobre los invitados. Algunos vasos se rompen. Step se seca la cara.

Babi lo mira asqueada.

—Eres realmente una bestia.

—Tienes razón, necesito una buena ducha, estoy todo pegajoso. Como es culpa tuya, la ducha la haremos juntos.

En un abrir y cerrar de ojos, Step se inclina y, cogiéndola por las piernas, se la echa al hombro. Babi se agita furiosa.

—¡Déjame estar, bájame! ¡Ayudadme!

Ninguno de los invitados interviene. Brandelli se levanta y prueba a detenerlo. Step le da una patada en la tripa que hace que vaya a dar contra un grupo de invitados. Schello ríe como un loco, baila con Lucone dando golpes en la cabeza a los que pasan por su lado. Alguno reacciona. Junto al disc-jockey estalla una pelea. Roberta, preocupada, se detiene en la puerta, mirando horrorizada su salón arrasado.

—Perdona, ¿dónde está el baño?

Roberta, sin dejarse sorprender por aquel tipo con una chica a hombros, se lo indica.

—Por allí.

Step le da las gracias y sigue las indicaciones. Llegan el Siciliano y Hook, cargados con huevos y tomates. Empiezan a apuntar a cuadros, paredes e invitados, sin hacer distinciones, tirando con violencia, con intención de hacer daño. Brandelli se acerca a Roberta.

—¿Dónde está el teléfono?

—Allí.

Roberta le indica una dirección opuesta a la del baño. Se siente como un guardia intentando dirigir aquel tráfico o, mejor, aquel caos terrible que ha estallado justo en su salón. Desgraciadamente, carece de autoridad para poner una multa a todos y sacarlos de allí. Alguno, más sabio o más canalla que el resto, se acerca a ella y la besa.

—Hola, Roberta, felicidades. Lo sentimos pero nosotros nos marchamos, ¿eh?

—Por allí.

Distraída, indica la puerta de casa de la cual, si no fuera porque es suya, querría también salir huyendo.

—Déjame, te he dicho que me bajes. Me las pagarás…

—¿Y quién se encargará de castigarme? ¿Esa especie de perchero que aspira a convertirse en camarero?

Step entra en el baño y abre la puerta corrediza, en relieve, de la ducha. Babi se aferra al marco, intentando detenerlo.

—¡No! ¡Socorro! ¡Ayudadme!

Step retrocede, le coge las manos, abriéndoselas sin gran dificultad.

Babi decide cambiar de táctica. Trata de hacerse la simpática.

—Venga, va, perdona. Ahora bájame, por favor.

—¿Qué quiere decir por favor? ¿Me tiras la Coca-Cola a la cara y ahora me dices por favor?

—Vale, cometí un error al tirártela.

—Ya sé que cometiste un error.

Step entra en la ducha, se agacha y se coloca bajo la alcachofa.

—Pero el daño ya está hecho. Llegados a este punto no me queda otro remedio que darme una ducha, si no luego dices que estoy pringoso.

—Claro que no, qué tiene que ver. —Un chorro de agua le da de lleno en la cara, ahogándole las palabras en la boca—. ¡Imbécil! —Babi se agita tratando de evitar el agua, pero Step la sujeta dándole la vuelta para que se moje por completo—. Déjame, estúpido, déjame bajar.

—¿Está demasiado caliente?

Sin esperar respuesta, Step hace girar el grifo monomando, que está precisamente delante de su cara. Lo mueve hasta el azul y el agua sale de repente fría. Babi grita.

—Justo lo que hacía falta, una buena ducha helada para calmarte un poco. ¿Sabes que es muy bueno alternar el agua fría con la caliente?

Y coloca el termómetro en el rojo. Del agua empieza a salir humo. Babi chilla aún más fuerte.

—¡Ay, quema! ¡Ciérrala, ciérrala!

—Mira que sienta verdaderamente bien, ensancha los poros, facilita la circulación, llega más sangre al cerebro, así se razona mejor y uno entiende que hay que comportarse bien con la gente… Ser amables y puede que hasta servir una Coca-Cola en lugar de tirarla a la cara.

Schello entra en ese momento.

—Rápido, Step, vámonos. Alguien ha llamado a la policía.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo he oído. Lucone me había dado con un huevo en la frente, fui a limpiarme y lo pillé al teléfono. Yo mismo lo pude oír.

Step cierra la ducha, luego apoya a Babi en el suelo. Schello mientras tanto abre los cajones que hay alrededor del espejo. Encuentra algunas sortijas y cadenitas, cosas de poco valor, pero se las mete en el bolsillo igualmente. Babi, con el pelo sobre la cara, completamente mojado, está apoyada en la pared de la ducha tratando de recuperarse. Step se quita la camiseta. Coge una toalla y empieza a secarse. Unos abdominales perfectos aparecen entre los pliegues del tejido de rizo. Su piel, lisa y tirante, se desliza tensa por los escalones de su musculatura.

Step la mira sonriente.

—Será mejor que te seques, si no te constiparás.

Babi aparta con la mano los mechones mojados que le cubren la cara. Descubre sus ojos. Enojados y resueltos. Step finge tener miedo.

—Bueno, bueno, olvida lo que te he dicho.

Sigue restregándose el pelo. Babi permanece sentada en el suelo. El vestido mojado se ha vuelto transparente. Bajo la tela a flores malvas se aprecia el encaje de un sostén claro, tal vez a juego con las bragas. Step se da cuenta.

—Entonces, ¿quieres una toalla o no?

—Vete a tomar por culo.

—¡Menuda palabrota! Pero bueno, ¿una chica tan buena como tú dice esas cosas? Recuérdame que la próxima vez que nos duchemos juntos te lave la boca con jabón. ¿Está claro? Recuérdamelo, ¿eh?

Retuerce la camiseta y, atándosela a la cintura, sale del baño. Babi lo mira alejarse. Sobre la espalda todavía empapada algunas gotitas de agua se deslizan entre nervios y haces de músculos ágiles y bien delineados. Babi coge un champú que encuentra allí mismo, en el suelo, y se lo arroja. Al oír el ruido, Step se agacha instintivamente.

—Eh, ahora entiendo por qué estás enfadada, me olvidé de lavarte el pelo. Está bien, ahora vuelvo, ¿vale?

—¡Vete! Ni lo intentes…

Babi cierra rápidamente la puerta transparente de la ducha. Step mira sus pequeñas manos que empujan el cristal.

—¡Ten! —Le lanza el champú por arriba, a través del espacio abierto en lo alto de la ducha—. Me parece que prefieres hacerlo sola… ¡Como tantas otras cosas… por cierto!

Luego sale del baño con una carcajada grosera.

La palabra «policía» causa en el salón una desbandada generalizada. Las risas se acaban de golpe. Lucone, el Siciliano y Hook, con un pasado más borrascoso, son los primeros en llegar a la puerta. Algunos invitados se quedan sangrando en el suelo. Roberta llora en un rincón. Otros invitados ven a aquellos energúmenos salir con sus anoraks de plumas puestos, las Henry Lloyd, alguna Fay y chaquetas costosas. Bunny, con un extraño tintineo de plata, se aleja algo más cargado de lo habitual. Bajan corriendo las escaleras, rápidos, haciendo temblar la barandilla de la que se aferran para ayudarse en las curvas. Arrojan al suelo los jarrones de valor que hay en los rellanos elegantes. Revientan los buzones con patadas precisas, directas, gritando y, tras haber robado algún que otro sillín de motocicleta, se esfuman en la noche.

Diez

—Big.

Raffaella coloca decidida las cartas sobre el paño verde, mirando satisfecha a su adversaria. Una mujer con unas gafas al menos tan densas como su lentitud.

—Tíralas, querida…

Casi se le caen de las manos. Raffaella se apodera de ellas sin perder tiempo.

—Ésta la añades aquí, ésta así y ésta última aquí. Éstas las pagas todas.

Hace un rápido cálculo mental, luego escribe el resultado parcial sobre una hoja. Se levanta y se pone a espaldas de Claudio, adueñándose también de su juego y, tras algún descarte seguro, lo convence para que haga
knock
. Su compañero también hace
gin
. Raffaella anota contenta los puntos. Coge las cartas y empieza a barajarlas, rápidamente. La mujer de las gafas densas da la vuelta a la carta
knock
. Tampoco en aquello se queda a la zaga. Es lentísima. Raffaella no soportaría perder, no tanto por los puntos, va bastante adelantada, sino porque las cartas le tocarían entonces a ella. En las mesas cercanas, una línea perdedora desde hace ya demasiado tiempo decide cambiarse atribuyendo la culpa de todos aquellos puntos negativos a la mala suerte. Alguien vuelve a colocar el cenicero apenas vaciado por la dueña de la casa donde estaba antes, a su derecha. Un abogado se sirve un whisky, exactamente hasta alcanzar el final de los dibujos que hay sobre el cristal. La medida justa para ganar permaneciendo más o menos sobrios. Algunas parejas aparentemente más enamoradas que otras se intercambian un saludo afectuoso antes de volver a coger las cartas. En realidad, se trata más bien de una especie de ritual mágico que de un amor desinteresado. Algunas parejas se marchan, con la excusa de que mañana se tienen que levantar muy temprano o que los hijos no han vuelto todavía a casa. En realidad, o él no ha estado muy bien últimamente, o ella se ha aburrido aquella noche. Entre éstos se encuentran también Marina y Filippo. Saludan a todos, dando las gracias a la anfitriona, mintiendo sobre la magnífica velada. Marina besa a Raffaella y luego, con una sonrisa algo más prolongada de lo habitual, le recuerda su promesa secreta concerniente a las hijas.

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