Ben, que estaba claro que no confiaba en Amy y Edward para que cuidaran de su hermanita, los siguió al interior de la casa mientras los demás se dirigían al teatro. Alistair no lo había visto nunca, pero Flavia ya había tocado allí varias veces.
—¡Vaya, si está completamente transformado! —exclamó—. Es genial, lo habéis remozado totalmente, pero habéis conservado todo su encanto. ¡Oh y uau! Pero ¡mirad esto! —Se quedó mirando el telón medio terminado, llena de admiración—. Es Glendrochatt en todos sus aspectos. Es fantástico. ¿Quién lo está haciendo?
Giles le habló de Daniel.
—Es una lástima que esté fuera en estos momentos. Me habría gustado que los dos lo conocierais, pero me parece que no podrá ser. Ha dicho que quizá volviera mañana por la noche, pero fija sus propias reglas. Un tipo interesante.
Después de una gira completa para ver todos los cambios y mejoras, ante los cuales los Forbes se mostraron gratamente entusiasmados, todos tomaron un almuerzo temprano, antes de que Giles se llevara a Alistair y Ben a jugar al golf. Amy, que se había enamorado locamente de Ben, se quedó decepcionada por no haber sido invitada a participar en aquella salida masculina, hasta que Joss propuso llevarlos al parque natural safari de Inverbeith con Mick.
—Estará allí todo Dios, un sábado y con el buen tiempo que hace —les advirtió Isobel—, pero a Edward le encanta… si os veis capaces.
—No pasa nada —dijo Mick—. Vendremos a buscar a los niños a las dos y así Flavia y tú podéis tener una tarde tranquila. Hasta luego. —Y se fue silbando.
—¿Podemos llevarnos también a Dulcie? —preguntó Amy, animándose. Hasta aquel momento ponía una cara aburrida, de adulta, para indicarle a Ben que en realidad era ya demasiado mayor para diversiones de bebés, como los parques safari, aunque en secreto le entusiasmaban.
—Sí, claro, lleváosla —dijo Flavia.
—Quizá debería ir yo también —propuso Lorna—. No creo que Joss y Mick deban llevarse a Dulcie ellos solos.
—¿Y por qué no? —preguntó Amy, que comprendió que la presencia de su tía estropearía cualquier salida, seguro.
—No sería apropiado —dijo Lorna, remilgada.
—Oh, venga ya, Lorna. Joss es fabuloso con los niños pequeños —dijo Isobel.
Lorna enarcó las cejas y se encogió de hombros, desaprobadora.
—Bueno, si fuera yo, no lo permitiría, pero, claro, no es asunto mío. De todos modos, he quedado con Daphne esta tarde, así que tampoco me habría ido muy bien. Solo pensaba que tenía que ofrecer…
A Isobel, el aspecto de mártir ofendida de su hermana le provocaba una fuerte irritación, pero decidió que no era el momento de hablarle claro de algo que llevaba ya un tiempo en el aire. No era la primera vez que Lorna hacía insinuaciones veladas, pero desagradables, sobre lo que opinaba de que Joss y Mick hicieran cosas con los niños.
—¿Dulcie estará dispuesta a ir si tú no vas, Flavia? —preguntó.
—Cielos, sí. Tiene una marcada preferencia por la compañía masculina —dijo Flavia tranquilamente—. A mí solo me quiere cuando está enferma, algo que, afortunadamente, no pasa casi nunca. Le encantará. He traído el cochecito, así que pueden llevarla sentada, si no les importa cargar con ella. Probablemente, volverá locos a los animales.
—Bien, pues nosotros nos vamos. Hasta luego. Que os divirtáis —dijo Giles, quien se dio cuenta de la tensión entre su esposa y su cuñada, aunque prefirió no intervenir.
Mientras Isobel ponía el hervidor al fuego para preparar café, Flavia se interesó amablemente por la vida de Lorna.
—Me han dicho que estás siendo una ayuda maravillosa para poner en marcha el centro —dijo—. ¿Qué harás una vez que ya esté en funcionamiento? ¿Te quedarás en Escocia?
Era una pregunta que Isobel tenía muchas ganas de hacerle, pero que, hasta el momento, no se había atrevido a plantear.
—Quizá me una a dos amigas mías en una consulta de terapias alternativas y me encargue de la parte comercial. —A Lorna le encantó ver la cara de sorpresa de su hermana—. Me han pedido que me asocie con ellas.
Eran noticias frescas para Isobel; buenas noticias porque indicaban que Lorna planeaba un futuro fuera de Glendrochatt, no tan buenas porque estaba claro que no tenía intención de irse muy lejos.
Algún demonio provocó a Isobel para decir:
—¿Quieres decir que Daphnita Catastrofita te ha ofrecido un empleo? Me alegro de no estar en tu lugar.
—No es nada probable que te lo ofreciera, ya que no estás cualificada de ningún modo —replicó Lorna, aplastando a Isobel con el pie, como si fuera una cucaracha. Luego, añadió, dirigiéndose a Flavia—: Daphne cree que ese es el camino que seguirá el cuidado de la salud en el futuro. Yo no estaría directamente involucrada en la parte terapéutica, pero me encantaría ayudarlas con la organización. Ella y Ruby McQueen tienen una empresa maravillosa en marcha.
—Sí, ya conozco el sitio —dijo Flavia—. Creo que mi tía Liz va allí a que le pongan bien la espalda. Daphne es una quiropráctica estupenda. Pero pensaba que su socia se llamaba Susan McQueen.
—Dice que nunca se ha sentido cómoda con el nombre de Susan —respondió Lorna—. Ahora quiere llamarse Ruby.
—¡Cielo santo! —exclamó Flavia—. Me gustaría saber por qué, de repente, se siente cómoda llamándose Ruby. —Lorna también se lo había preguntado, pero no iba a reconocerlo ante alguien como Flavia.
—Ruby es lo que Giles llama un nombre FVP —dijo Isobel.
—¿Qué diablos es un nombre FVP? —preguntó Flavia.
—De fulanas, viudas o perros.
Lorna le lanzó a su hermana una mirada demoledora.
—Entonces, ¿no la bautizaron con el nombre de Ruby? —preguntó Amy, interesada.
—No tengo ni idea —respondió Lorna, gélida.
—No creo que la bautizaran en absoluto —dijo Isobel—. Supongo que ella y Catastrofita inventaron su propia ceremonia vegana, llena de profundo significado, con piedras y conchas y bendiciones de Gea, la Madre Tierra; aceite de oliva virgen extra, comprado en Sainsbury's para la unción, claro, y agua pura de manantial de un lugar sagrado, acabada de embotellar por alguna empresa avispada y fácil de encontrar en las más importantes tiendas de productos naturales.
—¿Y qué hay del traje ceremonial? —preguntó Amy—. ¿Unas pieles de cabra malolientes?
—Los veganos no aceptarían pieles de cabra —protestó Flavia—. No, a menos que se supiera, sin lugar a dudas, que las cabras habían muerto por causas naturales, y eso no sería demasiado apetecible. El cáñamo tejido a mano y teñido con sus propios tintes vegetales es más probable.
—Pobre Ruby. Eso pica —dijo Amy, con una risita traviesa.
—Ruby le preparó a Grizelda Murray una ceremonia especial antes de su histerectomía para que se despidiera de su útero —dijo Isobel—. Un ritual de sanación.
—No lo dices en serio.
—Te lo prometo. Grizelda nos invitó a Fiona y a mí, pero no nos atrevimos a ir juntas porque sabíamos que no podríamos parar de reír y lo estropearíamos todo, así que lo echamos a suertes y ganó Fi.
—¡Mamá! —Amy estaba absolutamente fascinada—. Es espeluznante. Nunca me lo habías contado. Ojalá hubieras ido.
Lorna se levantó.
—Ya veo que creéis que es como para morirse de risa —dijo—. Lo siento, pero tengo que marcharme a Edimburgo o Daphne empezará a preguntarse dónde me he metido. Os dejo con vuestra diversión —añadió, y abandonó majestuosamente la habitación, sin haber probado el café.
—Cielos —dijo Isobel—. Ha sido horrible por mi parte tomarle tanto el pelo. Me parece que tendría que ir a buscarla y disculparme.
—Por todos los santos —dijo Flavia—, no tendría que tomarse a sí misma tan en serio.
—Siempre ha sido así. Eso es lo que resulta tan difícil con Lorna. Lo absurdo es que a mí me interesa la medicina alternativa, aunque me gustaría que no la llamaran así, como si no pudieras usar también la ortodoxa, pero Grizelda y algunas de sus colegas son tan fanáticas que me irritan… y no puedo resistirme a tomarles el pelo.
—Grizelda siempre ha sido una pesada. No me extraña que el pobre Frank conduzca con las luces cortas, como una luciérnaga sin brillo —comentó Flavia—. ¿Cuál es su manía más reciente en comida?
Isobel se rió.
—Varía, pero todo lo que come es asqueroso, sea lo que sea. El otro día les dio a los niños lo que dijo que eran buñuelos de
quorn
. No le pareció nada divertido cuando le pregunté si eran de carne de zorro
[8]
. Y cuando fuimos a almorzar el domingo sacó el pollo más recocido que hayas visto en tu vida. Giles dijo que aquel galliforme era como una ramera muy vieja tumbada de espaldas con el pecho blanco y flácido y las piernas abiertas.
Después de despedir la expedición al parque safari, Isobel y Flavia fueron a dar un paseo por el lago. En el bosque habían brotado las campánulas y los abedules hundían sus dedos de plata en el agua. El sol parecía imitar su brillo mediterráneo.
—¿Nos llevamos a tu perro? —preguntó Isobel—. Seguro que Flapper se mete en el agua, así que espero que no te importe que se moje.
—Me parece que Alistair debe de haberse llevado a los perros con él —respondió Flavia, mirando alrededor distraídamente—. No los veo por aquí y Wellington siempre está pegado a Ben. Vámonos.
Para sus adentros, Isobel pensó que el club de golf de Blairalder no estaría entusiasmado con Brillo, pero se dijo que se podía contar con Alistair para mantener el orden.
—¿Cómo va Amy con su música? —preguntó Flavia—. Tengo muchas ganas de oírla esta noche cuando toquemos un poco. Giles dice que tiene mucho talento.
—Sí, creo que lo tiene, pero a veces me preocupa que Giles la apriete demasiado. Confiamos en que le den una beca el año que viene, pero me aterra pensar qué hará Giles si se va interna a la escuela.
—Podría ser bueno —dijo Flavia—. Mi madre estaba demasiado involucrada en mi carrera. Quería que satisficiera sus propias ambiciones frustradas. En realidad, estuvo a punto de estropearlo todo.
—Habla con él, si tienes ocasión —suplicó Isobel—. Quizá puedas decirle cosas que yo ya no puedo. Se ha convertido en un tema muy delicado entre nosotros. El próximo fin de semana largo, él y Amy van a participar en una actividad para padres e hijos; un taller y orquesta, en Northumberland. Yo también voy a ir, por una vez, porque Giles quiere que oiga a una joven violoncelista que da un concierto en Newport la noche después. Supongo que lo pasaremos bien.
Hacía tanto calor que sin haber caminado mucho, se dejaron caer junto al agua, se quitaron los zapatos y metieron los pies en el agua helada, mientras seguían charlando. Tenían mucho que contarse.
—Ahora que tienes a Dulcie, ¿te resulta difícil cumplir con todos tus conciertos? —preguntó Isobel.
—A veces es un poco peliagudo. Por suerte cuento con una ayuda maravillosa, aunque sí que me siento dividida. Ahora detesto ir al extranjero. Pero después de estar enferma todo aquel año y quedar fuera de la escena musical, tuve que trabajar mucho para volver a encaminar mi carrera. Y luego hubo todo aquel drama, cuando mi matrimonio con Gervaise se partió en pedazos. Así que ahora no quiero perderlo todo otra vez, justo cuando empieza a despegar de nuevo. Ha sido estupendo conocer a Megan Davies. Me encanta tocar con ella; la flauta y el arpa son una combinación fantástica. Creo que disfrutarás de nuestra interpretación… por lo menos, eso espero. ¿Sabes, Izz?, me siento tan afortunada. Tengo a Alistair y a Dulcie y, además, mi música… es más de lo que merezco.
—¿Todavía te sientes culpable por haber dejado a Gervaise?
—Me siento culpable por haberme casado con él. Nunca, jamás, debería haberlo hecho, pero Alistair y yo somos tan felices juntos que tiene que estar bien. Me moriría si algo le pasara a Alistair.
—¿Gervaise llegó a casarse con aquella matrona de la escuela? Sé que esperabas que lo hiciera. —Isobel lo sabía todo del primer matrimonio de Flavia y quería que la pusiera al día.
—Ah, la pobre y querida Meg. Hasta ahora no. Gervaise es un hombre encantador, pero le cuesta mucho tomar decisiones. Creo que casarse conmigo debió de ser el único impulso loco que ha obedecido en su vida… y resultó un desastre. Meg tendría que marcharse de Winsleyhurst y darle un susto; puede que eso lo empujara a hacer algo. Lo siento por ella, pero solo tengo noticias suyas a través de mis padres. No soy lo que se diría muy popular en Winsleyhurst.
El padre de Flavia era el director del colegio privado al que ahora iba Ben y al cual Winsleyhurst, la escuela preparatoria de Gervaise Henderson, enviaba a la mayoría de sus alumnos.
—Ben parece estar a gusto con vosotros —señaló Isobel.
—Sí, y eso es estupendo. Tuvimos un tiempo difícil con él cuando Alistair y yo empezamos a vivir juntos, pero la llegada de Dulcie ha ayudado y me preocupo mucho de que él y Alistair pasen tiempo juntos, sin mí. Siempre han estado muy unidos. Pero ¿y tú, qué, Izz? Debe de ser insoportable tener a Lorna aquí todo el tiempo.
Isobel eligió cuidadosamente una piedra plana, adecuada para hacer rebotes y la lanzó con fuerza por la superficie del lago.
—Me horrorizaba que viniera, pero es incluso peor de lo que pensaba. Está enamorada de Giles, ya sabes, y… —A Isobel se le estranguló la voz de repente.
Flavia la miró, preocupada.
—Pero seguro que a Giles no le interesa ella.
—No estoy segura. Creo que podría interesarle.
—Tonterías —dijo Flavia, animándola, aunque se le cayó el alma a los pies; le parecía haber percibido un trasfondo de incomodidad entre Giles e Isobel, pero confiaba equivocarse—. Giles siempre ha sido un poco ligón. Es parte de su encanto, pero nadie duda de que te adora. Eres el eje sobre el que gira su vida.
—Puede llegar a ser agotador ser el eje de la vida de alguien. A lo mejor, tendría que darle un susto, como Megan. Puede que lo haga. —Isobel lanzó una segunda piedra al agua.
—Izzy, por favor, no corras riesgos. Es demasiado importante.
—Mira quién fue a hablar.
—No —dijo Flavia, negando enérgicamente con la cabeza—. Yo tenía algo que iba terriblemente mal. No arriesgué algo bueno. Esto es diferente. Y no me digas que te has enamorado de alguien. No te creería.
—No. No exactamente —Flavia pensó que Isobel sonaba un poco insegura y parecía que fuera a decir algo más, pero de repente cambió de opinión.
—Oh, bueno, todos los matrimonios tienen sus altibajos, supongo —dijo Flavia, quitándole importancia, muñéndose de curiosidad, pero sin querer insistir. Al pensarlo ahora, se le ocurrió que el nombre de Daniel Hoffman había salido mucho en la conversación de la tarde, pero también es verdad que el telón era un proyecto apasionante y que Giles estaba igualmente entusiasmado con él.