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Authors: Mary Nickson

Tags: #Romántico

Un verano en Escocia (27 page)

BOOK: Un verano en Escocia
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Edward emitió un sonido estrangulado y desapareció debajo de la mesa.

—¿De qué diablos estás hablando, Lorna? —preguntó Isobel, con una voz peligrosamente tranquila.

Lorna soltó un suspiro exagerado.

—Solo pensaba daros a todos una bonita sorpresa, eso es todo. Edward y yo llevábamos días practicando con la puerta. Puede hacerlo perfectamente bien, si quiere.

—¿Cómo te has atrevido? —Isobel, demudada por la ira, no se había sentido nunca tan furiosa—. ¿Cómo has podido ser tan irresponsable?

—Tendría que haber supuesto que no te gustaría nada que lo hiciera —dijo Lorna, amargamente—. Estás obsesionada con ese niño. No permites que nadie más trate de ayudarlo, ni siquiera Giles.

Se produjo un absoluto silencio por parte de todos. El tictac del antiguo reloj de la cocina, que normalmente nadie oía siquiera, de repente parecía ensordecedor.

Amy rompió a llorar histéricamente. La familia Forbes parecía sumamente incómoda.

—Vamos, Lorna, estoy seguro de que tenías intención de ser amable y lo de las gallinas ha sido mala suerte, pero lo que has dicho no es cierto —Giles miraba, incómodo, de su esposa a su cuñada.

—Sí que lo es —insistió Lorna, implacable—. Tú mismo te quejabas de eso el otro día.

Giles se levantó.

—Estamos perdiendo el sentido de la proporción. Más vale que nos calmemos. —Levantó el mantel y miró debajo—. Edward, ya basta. Sal de ahí debajo. —Se inclinó para coger a su hijo, pero Edward, con la espalda arqueada, y los brazos y las piernas agitándose convulsos, no podía oírlo.

Fue solo cuestión de segundos que Isobel y Giles comprobaran que las vías respiratorias de Edward estuvieran despejadas y lo pusieran de lado para administrarle el diazepam. Isobel se sentó con él en el sofá, esperando que pasaran las convulsiones.

—¿Podemos hacer algo útil? —preguntó Alistair.

—En realidad no, pero gracias igualmente. Siento todo esto —dijo Giles, tratando de actuar con naturalidad.

—Pues, entonces, os dejaremos en paz por el momento e iremos a acostar a Dulcie. Dadnos un grito si podemos ayudaros en algo, lo que sea. Venga, vamos, Flavia y tú también Ben.

Alistair cogió a su hija en brazos y, con firmeza, condujo a su familia fuera de la cocina. Flavia abrazó rápidamente a Isobel antes de seguir a su marido.

Lorna permanecía sentada a la mesa, con una cara vacía de expresión. Parecía tan fría y afilada como un carámbano, pero en su interior sus emociones eran un caos.

Amy, con la cara hinchada de llorar, se aferró a la mano de Giles, que le dio un apretón tranquilizador, aunque él mismo estaba lejos de estar tranquilo.

—Ya ha pasado todo, Amy —dijo, sin apartar la mirada de Isobel y Edward. Todos esperaron en silencio.

—Por favor, Giles, ¿quieres llevar a Edward arriba? Creo que lo peor ya ha pasado. —Isobel sentía como si estuviera hablando desde el otro extremo de un túnel. Fue una sorpresa que, cuando salió de su boca, su voz sonara realmente casi normal.

—¿Puedo ir yo también? —preguntó Amy.

Giles empezó a decir que sí, pero Isobel dijo que no.

—Ahora no, cariño, podrás subir dentro de un momento. Por favor, ve a ver si Fiona necesita algo para Dulcie. Diles que no cenaremos antes de las ocho, como muy pronto, así que no tienen necesidad de apresurarse. —Amy miró a su madre y a su padre y vaciló—. Por favor, haz lo que te digo. —Era raro que Isobel usara aquel tono tan frío. Amy se fue, cerrando la puerta de un portazo con toda la fuerza de que fue capaz.

Giles cogió en brazos a Edward, que ahora estaba desmadejado como una muñeca de trapo. Isobel abrió la puerta y subieron al piso de arriba. Pese a ser un peso muerto, el cuerpo de Edward parecía tan insustancial entre sus brazos, como si fuera un frágil manojo de huesos, que a Giles el corazón le dio un vuelco. Pensó en lo diferente que habría sido llevar a Amy.

Cuando llegaron a la habitación de Edward, Isobel apartó el edredón y Giles depositó al niño con mucho cuidado en la cama. Juntos consiguieron desnudarlo y ponerle el pijama. Luego Isobel lo arropó bien con el edredón y se sentó en el borde de la cama. Le temblaban las piernas.

—¿Vas a llamar al doctor Nichol?

—Le daré un telefonazo para que sepa lo que ha pasado, solo como precaución, aunque no es mucho lo que puede hacer ahora. Es una suerte que Ed tenga su evaluación anual con la doctora Connor en la escuela la semana que viene. Se sentirá decepcionada cuando se entere de esto —dijo Isobel. Se hizo el silencio entre los dos.

Giles estaba de pie, mirándola.

—Izz… —empezó vacilante.

—¿De verdad te quejaste a Lorna de mí? —La voz de Isobel sonaba casi indiferente, tan calmada y átona que se podría haber mantenido un vaso de agua en equilibrio encima sin que se derramara ni una gota.

—No fue así.

—Entonces, ¿cómo fue?

Giles, culpablemente consciente de que, con frecuencia, la insidiosa mezcla de admiración y conmiseración de Lorna le hacía decir más de lo que quería, luchaba entre el deseo de aplacar a Isobel, un escrupuloso deseo de ser sincero —siempre habían tratado de ser sinceros el uno con el otro— pero también, a un cierto nivel, el anhelo de lograr que ella comprendiera lo mucho que le importaba lo que consideraba su propio fracaso para ayudar a su difícil hijo, ese hijo que era una desilusión tan grande. ¿Cómo podía explicarle a Isobel que Lorna hacía que fuera tan fácil confiarse a ella que su compasión se estaba convirtiendo en un lujo irresistible?

—Supongo que quizá haya mencionado algo al respecto —reconoció por fin, pero no le salió como pensaba; sonó ofendido y a la defensiva, incluso a sus propios oídos.

—¡Cómo te atreves a hablar de mí con Lorna! —dijo, dominada por la pasión, de nuevo, con su engañosa calma desapareciendo al instante—. No puedo soportarlo, Giles. No lo soportaré.

—¡Oh, venga ya! Sé muy bien que tú comentas todos mis defectos con Fee y Flavia, si te apetece. —Quería decirlo como si fuera una broma, pero tampoco ahora sonó a broma… y el dardo dio en el blanco.

—Ah, ¿así que es de mis defectos de lo que hablas con Lorna? ¡Qué leal! —le espetó, colérica por la verdad de sus palabras.

—Deja de hablar como si fueras una maldita doña Perfecta —dijo Giles, enfadado—. Piensa en cómo se debe sentir Lorna si cree que todo el incidente es culpa suya cuando quería, sinceramente, hacer algo por Edward.

—Si crees eso, creerás cualquier cosa.

Los dos, heridos y furiosos el uno con el otro, se habían olvidado momentáneamente del pequeño que estaba en la cama. Edward, muy sedado, empezó a roncar, recordando a sus padres por qué estaban allí.

De repente, Isobel se sintió mortalmente cansada.

—Por favor, vete —dijo—. Todavía no puedo dejar a Edward y la verdad es que no quiero seguir hablando de esto. Por suerte, Mick y Joss querían trabajar unas horas extras, así que va a venir Joss a preparar la cena. No me necesitaréis. Baja y atiende a nuestros invitados. Esta noche dormiré aquí. ¿Podrías pedirle a Joss que suba un momento a hablar conmigo?

Para Giles esto fue la última gota; pensó: «Para Isobel, Joss es más útil con Edward que yo».

Se dio media vuelta y se marchó sin decir nada más.

Habían dado permiso a Amy para que subiera a ver a su hermano e Isobel le había asegurado que se pondría bien.

Esforzándose por devolver la vida a un nivel más cómodo y prosaico, le dijo a su hija qué ropa tenía que ponerse para la cena y hasta qué hora podía quedarse levantada.

—Por una vez, consigue un aspecto respetable. Quizá no haya suficiente agua caliente para bañarte si todos los Forbes han tomado un baño, pero lávate, tesoro. Ven a verme cuando estés lista y te recogeré el pelo. Y mañana puedes dormir hasta tarde. Nada de práctica a primera hora. Dile a papá que lo he dicho yo.

—Entonces, ¿no vendrás a oírnos tocar?

—Oh, Amy, cariño, lo siento, pero no podré. Yo también estoy terriblemente decepcionada.

—Mamá.

—¿Sí?

—¿Sigues enfadada con papá? Odio que os enfadéis.

—No, claro que no —mintió Isobel, con un nudo en la garganta cuando Amy le rodeó el cuello con los brazos—. Es solo que nos asustamos mucho y eso nos puso irritables.

Esto era algo que Amy comprendía perfectamente, así que se dejó convencer a medias.

—Oye, mamá… —¿Sí, Amy?

—La tía Lorna es insoportable, ¿verdad?

—Sí —dijo Isobel, abrazando a su hija—. Sí, cariño, entre tú y yo, la verdad es que lo es.

Amy salió de la habitación sintiéndose mucho más animada.

Más tarde, Flavia asomó la nariz. Edward estaba profundamente dormido y hacía un ruido como si fuera un hervidor de agua en marcha. Isobel estaba echada en la cama auxiliar. Tenía un libro abierto sobre las rodillas, pero no leía. Flavia pensó que tenía un aspecto espantoso.

—Giles dice que quieres quedarte con Edward, pero me preguntaba si no querrías que me quedara yo con él mientras tú bajas a cenar algo. Te prometo que si se mueve iré a buscarte enseguida.

—Eres un encanto, pero no, gracias. Estoy bastante segura de que no se despertará, pero si lo hiciera, prefiero estar aquí. Joss me subirá una bandeja con algo de comer. Lo mejor que puedes hacer por mí es ir y tocar en el teatro, como estaba planeado, para que todo el mundo se olvide de lo que ha pasado y se divierta. Habla con Neil Dunbarnock. Comprueba que todos los cambios que hemos hecho en el edificio no han estropeado la acústica ni ninguna otra cosa. Ya me dirás qué piensas realmente de Amy como intérprete. Una opinión sincera, por favor.

—De acuerdo, si eso es lo que quieres. Mira, no insistiré, Izzy, pero de verdad que lo siento muchísimo por la parte de responsabilidad que he tenido en todo lo que ha pasado. Si te sirve de consuelo, Brillo vomitó horriblemente en el coche.

—Apuesto a que no fuiste tú quien lo limpió —dijo Isobel, riendo.

—No —reconoció Flavia, que era una de esas afortunadas mujeres para las que siempre hay otras personas que hacen las cosas—, no fui yo.

—Mira, ahora sabemos que fue culpa de Lorna, no tuya. Por favor, no permitas que esto estropee vuestra visita. Eso sí que no podría soportarlo. Ed estará bien mañana. La señora Johnstone va a venir para ayudar con los platos y me había puesto de acuerdo con ella para que cuidara de Dulcie y Edward, y así Mick y Joss pudieran ir a oíros tocar, pero ahora no es necesario que se quede. Yo tengo que quedarme con él de todos modos.

—Eres un sol. Por suerte, Dulcie no se despierta prácticamente nunca.

Mientras bajaba la escalera, Flavia pensaba que aunque Edward, gracias a Dios, estuviera bien, sus padres tenían problemas. No conseguía que le gustara Lorna, pero sin embargo, sin embargo… Flavia, que siempre había sido la estrella de la familia, también ella una hermana menor mimada, sentía lástima por la mujer de más edad. Como Alistair comentó mientras se cambiaban para cenar y ella se despachaba a gusto contra la horrible Lorna, no debía de haber sido muy divertido crecer a la sombra del atractivo que Isobel, con menos talento y menos guapa, pero mucho más divertida y encantadora, poseía sin ninguna duda.

Flavia había decidido ser amable con Lorna el resto de la noche, pero le costó un enorme esfuerzo. Había algo tan triunfal en la manera en que Lorna actuaba como anfitriona en ausencia de Isobel, dando la bienvenida, gentilmente, a los Murray y los Fortescue —cuando ambas familias estaban más familiarizadas con la casa que ella misma— explicando que Edward no estaba bien y disculpándose en nombre de Isobel; mostrándose tan deferente y encantadora con lord Dunbarnock y observando, al instante, que su copa tenía la huella de un dedo y pidiéndole a Joss que trajera otra limpia. Lord Dunbarnock parecía embrujado por ella, pero Flavia no creyó que fuera por accidente que Joss salpicara de grasa los pantalones de seda aguamarina de Lorna, cuando le tendía la salsera.

Hacia el final de la cena, Fiona insistió en ir a recoger la bandeja de Isobel; así podría informarles a todos de cómo estaba Edward, antes de que se fueran al teatro.

Isobel estuvo encantada de verla.

—Oh, Fee, eres un encanto. Esperaba que subieras. ¿Todo va bien? Detesto no estar con vosotros, pero no podía dejar a Ed, ¿lo entiendes, verdad? ¿Lo estáis pasando bien? —preguntó.

—No tan bien como si tú también estuvieras, pero sí, todo va bien. ¡Pobrecita, qué mala suerte! Alistair me ha estado contando lo que ha pasado hoy mientras cenábamos. Es un seductor donde los haya. Vaya suerte que tiene Flavia. Una comida para chuparse los dedos, Izz. Joss y tú os habéis superado y Giles ha sacado un vino maravilloso, como de costumbre. Duncan está muy alegre. Solo espero que no se quede dormido y ronque durante el concierto. No hay muchas dudas sobre quién va a conducir esta noche para volver a casa. Los niños también se lo están pasando en grande. Mi suegra no quiso venir cuando supo que Flavia estaba aquí; dijo que estaba demasiado ocupada.

—¿Haciendo qué?

—Ah, eso no lo sé. Probablemente, algo que dé realce a su vida, como dar brillo a las cadenas de sus bolsos de noche.

—¿Qué tal está nuestro ilustre Frank? ¿Haciendo honor a Escocia con su chispeante talento?

Fiona soltó una risita.

—Tendrías que haber visto cómo Flavia ponía el piloto automático mientras él le contaba exactamente cómo funciona su generador alimentado por el viento en las parideras, mientras devoraba sus costillitas de cordero. No creo que haya oído una sola palabra, las sonatas flotaban por encima de su cabeza en una enorme burbuja junto con sus pensamientos, pero consiguió engañar a Frank, que imaginaba que estaba absolutamente fascinada.

—Dime, ¿cómo va vestida Grizelda? —La ropa de Grizelda era un manantial de constante fascinación para Fiona e Isobel. ¿Cómo podía llegar a pensar que la favorecía? ¿Frank la encontraba atractiva?

—Pues, una prenda extraordinariamente larga y ajustada, verde, claro, a tono con sus ideas políticas, lo cual le da aspecto de pepino gigante, absolutamente recta de arriba abajo, excepto por dos pequeños bultitos en la parte superior que señalan lo que Emily llama SPE, Síndrome del Pezón Enhiesto. A lo mejor es que también le gusta Alistair.

Aunque había conseguido hacer reír a Isobel, Fiona le dirigió una mirada preocupada.

—Oye, Izz, ¿por qué no me quedo contigo y dejo que los demás vayan al concierto? —le rogó—. Podríamos tener un cotilleo sublime.

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