Un punto y aparte (17 page)

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Authors: Helena Nieto

Tags: #Romántico

BOOK: Un punto y aparte
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Él pidió un whisky y yo un refresco.

Después empezó a hablarme de sus hijas, a las que veía menos de lo que deseaba, de su relación con su exmujer, a la que adjudicó una serie de calificativos a cada cual peor. Yo lo escuchaba sin decir palabra hasta que me preguntó cómo me iba desde mi divorcio y con mis hijos.

No tenía intención alguna de contarle mi vida así que me limité a hablarle un poco del trabajo por tener un tema del que conversar, también de los chicos, y sus terribles adolescencias, algo que le hizo reír, hasta que miré el reloj. Afirmé que era ya demasiado tarde y que debería de irme a casa.

—Pero qué prisa tienes, Paula. Vamos, mujer, relájate y disfruta de la música.

El cariz que iba tomando su tono de voz, su acercamiento hacia mi y su mirada no me gustó en absoluto, yo insistí y me puse de pie dispuesta a irme. Pareció contrariado, pero aceptó.

Pagó la cuenta en la barra y luego al salir nos dirigimos al coche. Iba a decirle que esta vez conduciría yo cuando se abalanzó sobre mi e intentó besarme abrazándome con sus enormes brazos. Intenté soltarme, pero me fue imposible.

—No, Víctor.

No sé si llegó a oírme porque me apretó todavía más contra él mientras intentaba abrirme los labios con su lengua. Me retorcí como pude.

—No —volví a decir más fuerte.

No había ni un alma en dichoso aparcamiento. Hubiera gritado. Seguí retorciéndome tratando de evitar su boca.

—¡Suéltame! —Ahora ya era casi un grito.

Desconcertado, me dejó.

—¿Cómo te atreves? ¿Estás mal de la cabeza?

—Disculpa, Paula. No sé qué me ha pasado. Espero que no te ofendas.

¿Qué no me ofenda? ¿Qué no me ofendaaaaaa?

—No vuelvas a acercarte a mi —respondí abriendo la puerta del Ford.

—De acuerdo, de acuerdo… Lo siento.

Antes de que él llegara a entrar y sentarse, cerré con seguro las cuatro puertas y arranqué a toda velocidad. Me importaba muy poco que no tuviera coche para volver. Vi cómo gesticulaba con las manos con la intención de que parara. Lo ignoré. Me fui dejándolo en medio del aparcamiento.

Cuando llegué a casa de mi hermana y aparqué, me quedé unos minutos dentro del coche con el motor apagado dándole vueltas a lo que

había pasado. Vi cómo Alejandro se acercaba con
Scooby
, que no paraba de ladrar.

—Mami —dijo—. ¿Qué haces ahí, no bajas?

Respiré tranquila y sonreí.

—Sí, cariño, ya voy.

Haciéndole prometer a Maribel que no le diría nada a mi cuñado le conté lo sucedido mientras estábamos las dos en la cocina. Se quedó pasmada.

—¡Será cerdo! —exclamó.

—Si es posible, no quiero volver a coincidir con él.

—La otra noche ya te miraba de una forma… —se rio.

—Sí, ya me había dado cuenta, pero no pensé que se atreviera hasta ese punto.

—Yo tampoco, Paula, en ningún momento me hubiera imaginado que él… Bueno, siempre le has gustado, y desde que te divorciaste, mucho más.

—Menudo gilipollas —exclamé—. Supongo que habrá llamado a un taxi.

Maribel empezó a reírse.

—Le costará unos cuantos euros, no creo que le haya hecho ninguna gracia.

—Pues que se joda —contesté—. Encima se creerá muy macho y todo.

—Eso ni lo dudes.

La llegada de mi madre nos hizo cambiar de conversación. Me quedé absorta mirando el reloj de la pared mientras ellas hablaban de placeres culinarios. Ya faltaban menos horas para irnos, y en ese momento era lo único que deseaba, salir del pueblo y volver a casa.

13. Placer sin tregua

Eran casi las ocho cuando llegué al portal de Sergio. Me crucé con Félix. Sonrió al verme.

—¿Qué tal, Paula?

—Hola, feliz año —le dije con una sonrisa.

—Igual para ti.

—Voy a ver a Sergio. Hasta luego.

Llamé al timbre impaciente. Estaba ansiosa por verlo. Me quedé sorprendida cuando vi a una mujer al otro lado de la puerta.

—Hola, —me dijo sonriente— pasa. Soy Lidia, la hermana de Sergio.

Me dijo que él estaba al teléfono y me preguntó si era Paula.

Sonreí y afirmé con la cabeza.

—Pues mucho gusto —dijo sin perder la sonrisa.

—Encantada —respondí.

Me llevó hasta el salón.

—Siéntate. ¿Quieres tomar algo?

—No, gracias.

Me senté en la butaca después de quitarme el abrigo y la chaqueta. Ella me observaba sin perder detalle. Yo también la miré. Tenía cierto parecido con Sergio, la sonrisa, los ojos claros… Su pelo era castaño oscuro y lo llevaba recogido en un moño clásico, lo que le daba un aspecto algo anticuado, o a mi me lo pareció en ese momento. Iba muy bien vestida con ropa de marca y calzaba zapatos negros con bastante tacón.

No sé qué debí de parecerle yo, con mis vaqueros y mis botas de suela plana.

Sergio apareció sonriente. Se acercó a mi y me besó con un roce en los labios. Yo, como una tonta, me sonrojé.

—Bien, yo tengo que irme —dijo su hermana poniéndose en pie.

Me levanté para despedirme.

—Encantada —dije sin saber muy bien qué hacer. No sabía si tenderle la mano o si darle un par de besos.

Ella no se acercó a mi, solo sonrió.

—Hasta otro día —dijo sin dejar de sonreír.

—Adiós.

—Disculpa un segundo —me dijo Sergio mientras la acompañaba al hall.

Miré las revistas que había sobre la mesa. Todas de automóviles y una de «National Geographic». Cuando escuché que se cerraba la puerta fui en su busca. Me moría por abrazarlo.

—Paula…

Me estrujó contra él y me besó.

Volver a sentir el aroma de su piel, sus besos cálidos, sus labios, me hizo suspirar.

—¡Cómo te he echado de menos! —Confesé.

Me besó sin darme tregua introduciendo su lengua en mi boca.

—Y yo…

En la cama me dejé acariciar por Sergio, que acababa de quitarme el pantalón y se despojaba de su camisa. Me fue desabrochando la blusa con lentitud. Yo intenté ayudarle pero me sujetó las muñecas y las apartó.

—Quietecita… —me susurró al oído.

Sonreí. Estaba impaciente, excitada, necesitaba que continuara y no parase, pero él se lo estaba tomando con calma. Me besó por encima de las braguitas y luego me las quitó para seguir acariciándome con sus dedos, con su lengua…

—Ohhhhh, Sergio… por favor —supliqué.

Me desabrochó el sujetador y besó mis senos. La humedad de su boca me hizo estremecer y suspirar de gusto. Recorrió mis pezones con la lengua, los lamió, los mordisqueó con suavidad…

Sentía el peso de su cuerpo, el roce de su pantalón contra mi desnudez. Gemí de impaciencia y por fin terminó de quitarse el resto de la ropa. Tuve un orgasmo sensacional, inacabable e indescriptible…

No fue el único. Durante parte de la noche volvimos a hacer el amor varias veces, con pasión, delirio, ternura, de forma lenta, rápida… En la cama, en el suelo, en el baño… Compartimos suspiros, caricias, besos, hasta quedar rendidos.

Mientras subía en el ascensor de mi casa recordaba lo apasionante que había sido, todavía era capaz de excitarme al pensarlo, a pesar de estar agotada.

—Hola, mamá —dije al entrar en el salón—. ¿Qué haces levantada?

—Estaba preocupada —contestó al tiempo que se levantaba del sofá—, son casi las dos… y como mañana tienes que madrugar…

—Ya te dije que regresaría tarde, mamá. He estado con Sergio en su apartamento.

Bajó la vista, no sé por qué, tal vez se imaginó qué había estado haciendo y le resultó violento. No porque se escandalizara, más bien pienso que no esperaba esa respuesta.

—Es un buen hombre, Paula. Espero que te cases con él.

Sonreí.

—¿Casarme? No, mamá. No pienso volver a casarme.

—Pues deberías, hija, deberías.

La abracé.

—Ya sé que Sergio te parece estupendo para mi, ¿verdad?

—Sí, me parece perfecto… —contestó—, y además, hacéis una pareja estupenda.

—Humm… bueno, seguimos hablando mañana, mamá. Me caigo de sueño. Buenas noches.

Le di un beso.

—Buenas noches, Paula.

Al día siguiente me quedé sola en la oficina con Verónica. Sandra decidió tomarse la tarde libre para ir de compras y Marta estaba de baja por gripe.

Sergio apareció a las siete y media. No esperaba por él aunque había quedado en llamarme. Entró en el despacho.

—Hola —dijo.

Sonreí al verlo.

—Hola.

Se acercó a mí e inclinándose sobre la mesa me besó en los labios.

—¿Te queda mucho?

—No. Enseguida termino.

Se sentó en la silla después de quitarse la gabardina.

Verónica se asomó por la puerta que él había dejado entreabierta.

—Me voy, Paula. ¿Necesitas algo?

—No. Puedes irte.

Cerró dejándonos solos.

—Archivo estos documentos y ya nos vamos —dije mirando a Sergio.

—El sábado de la semana que viene estás invitada a comer con nosotros. Conocerás a todos los Lambert —dijo sonriendo.

—Humm… Ya conozco a Félix, a Lidia… ¿quién me queda?

—Mi madre, mi cuñado y mi sobrino Álvaro, que son los que estarán. Ah… los chicos también están invitados. Y tu madre.

—Pues muchas gracias.

Apagué el ordenador. Me puse de pie para colocar el archivador en la estantería.

Sergio se acercó a mi y me abrazó por detrás.

—¿Qué planes tienes?

Me di la vuelta.

—Ninguno en especial, ¿y tú?

Me besó en la boca e intentó subirme la falda.

—¿Qué haces? —murmuré.

—Siempre he querido hacerte el amor en este despacho.

—Humm… Sergio…

Si en la noche anterior había sido estupendo, hacerlo sobre la mesa entre papeles, archivos y carpetas, fue más que excitante. Confieso que perdí el control sobre mis actos y me entregué por completo a una sesión de sexo que me hace hasta sonrojar al recordarlo.

«Dios», pensé esta mañana bajo la ducha, he estado tres años en total castidad, pero en estos últimos tres días no he parado.

Poco después desayunaba con Sandra. Le comenté que Sergio había ido a buscarme a la asesoría.

—¿Te has traído a Raúl alguna vez al despacho cuando ya estaba cerrada la asesoría?

—No sé. No lo recuerdo —dijo sin darse cuenta de por dónde iba—. ¿Por qué?

—Humm… deberías de probar. Es de un morbo…

Poco le faltó para atragantarse con el café.

—¿Quieres decir que Sergio y tú… lo hicisteis en el despacho?

Asentí con la cabeza riéndome.

—Paula —exclamó fingiendo escandalizarse—. Este Sergio es todo sorpresas, con lo modosito que parece.

—Las apariencias engañan.

—Ya veo, ya veo… y hoy, ¿dónde toca?

—Hoy hay cabalgata de Reyes, te lo recuerdo.

Todos los años llevábamos a los niños a ver la cabalgata. Como Alejandro y Támara solo se llevan un año, hemos ido siempre juntas al evento. Por supuesto, los dos mayores hace mucho que pasan del tema.

—¿A las siete donde siempre? —preguntó.

—Sí. Donde siempre.

Me despedí de Sandra después de que terminara la dichosa cabalgata, que además de que este año había sido bastante mediocre, me hizo quedarme helada de frío. Cuando faltaba poco para llegar a casa, me sonó el móvil. Era Sergio. Me dijo que estaba en la cafetería de la esquina.

—En dos minutos estoy ahí —le dije.

Entré con Alex y me acerqué a él, que estaba en la barra.

—Hola —dijo besándome en la mejilla—. ¿Qué tal la cabalgata?

—Como todos los años. Nada nuevo.

Sergio le preguntó a Alejandro si pedía muchas cosas a los Reyes. Por supuesto mi hijo se las enumeró una por una.

—¿Quieres una Coca-Cola, Alejandro?

—Sí.

—No, Alex, ahora no —me dirigí a Sergio—. Voy a subir a casa para que cene y se vaya pronto a la cama.

—Quiero una Coca-Cola —protestó.

No le hice caso. Ya había tomado una poco antes, cuando Sandra y yo, heladas de frío, suspirábamos por tomar algo caliente y acabamos pidiendo un chocolate, mientras que su hija y el mio habían preferido el refresco.

—¿Subes con nosotros, Sergio?

—No. Mejor te espero aquí.

—¿Tienes miedo de mi madre? —me burlé.

Se rio.

—De tu madre, no, pero de tus otros dos hijos, sí.

—Tonto…

—Mamá, déjame tomar una Coca-Cola —insistió Alejandro.

—No, y no seas pesado. Vamos.

—Jo…

—Ni jo ni nada. Venga, dile adiós a Sergio. Bajo enseguida —dije dirigiéndome a él.

—Adiós, Alex.

Pero Alex no contestó. Se había enfadado, como siempre hace cuando no accedo a sus caprichos.

Sergio me dio su regalo de Reyes esa misma noche en su apartamento, donde habíamos ido después de cenar. Era un anillo precioso de oro blanco con tres pequeños diamantes que seguro le había costado una fortuna

—Pero…

—¿Te gusta?

—Es una preciosidad.

Me lo puso y le miré fascinada. Aunque sabía que me haría un regalo no podía imaginarme algo así. Yo también tenía uno para él, pero lo había dejado en casa pensando que nos veríamos al día siguiente.

Le había advertido de que no comprara nada a mis hijos. No quería ni comprometerlo ni que ellos lo aceptasen a cambio de obsequios. Al principio protestó un poco pero luego aceptó.

—Si quieres regalarles algo, espera a los cumpleaños —dije como excusa.

Además tenían montones de regalos todos los años. No solo los míos y los de mi madre. Sandra, mi hermana, que ya se los había dado como si fuera por Papá Noel, más que nada porque cuando creían en ellos, era la forma de no levantar sospechas, y también los de su padre que no escatimaba en gastos. Como siempre, mi ex suegra les daría dinero. Esta vez no había aparecido por casa, así que supuse que cuando pasaran la tarde con su padre, irían con él a visitarla.

—¿Me has dado el anillo ahora para seducirme y hacer que caiga rendida a tus encantos? —pregunté a Sergio.

—Más o menos —me susurró al oído mientras deslizaba su mano bajo mi jersey.

Me dejé llevar una vez más por el placer del sexo hasta quedar sin aliento.

Empieza a preocuparme mi insaciable apetito sexual, parece que estoy en celo, y no sé cómo he podido estar tanto tiempo sin comerme un rosco; supongo que no lo tenía tan al alcance como ahora, ni nada fácil tampoco.

Tal vez Sandra tenga razón y los cuarenta sean los mejores años. Ya me queda poco para cumplirlos, qué horror.

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