Se llama Mari Flor. Estará cerca de jubilarse. Lleva el pelo corto y canoso, y es alta y corpulenta. Me sonrió en cuanto me vio y me saludó con amabilidad.
—Lamento decirle que lo que va a oír no le va a gustar nada —me dijo indicándome que tomara asiento.
Las notas de Dani son desastrosas. Y en efecto, todo lo que me dijo no me agradó en absoluto. Mi hijo no presta atención en clase, no se esfuerza lo más mínimo, y pasa de todo. Eso sí, no es de los gamberros ni se mete en líos.
—No entiendo cómo no me ha llamado antes —le dije—. Si lo hubiera sabido…
Me sonrió, y lo que me dijo después me dejó pasmada.
—Le envié una nota hace dos semanas.
La miré confusa. Dani no me había dado ninguna nota.
—¿Una nota? Yo no he recibido nada…
Volvió a sonreír.
—Lo suponía. Al ver que no me llamaba para acordar una cita, me lo imaginé, No entendía por qué no me había avisado al ver que no respondía y así se lo hice saber.
—Siempre queda la duda de si los padres pasan y prefieren olvidar el tema… por eso decidí esperar.
¿Hay padres que pasan?
Me resultaba imposible de creer, pero ella me lo confirmó.
—No suele ser la mayoría, pero alguno hay, no se crea.
Me dio unos consejos con respecto a Dani y le pedí por favor que me llamara personalmente por teléfono cuando tuviera algo que comunicarme, aunque fuera al trabajo.
—Descuide. La mantendré informada.
No me molesté en ir a casa a comer. Me tomé una cerveza y un plato combinado en el bar de la esquina con Sandra. Estábamos a tope de trabajo.
—Qué cara traes —me dijo cuando me acerqué a la mesa donde estaba—. ¿Tan mal te ha ido?
—Tu ahijado ha suspendido cuatro asignaturas, y las más importantes…
—Es el primer trimestre, seguro que lo recuperará de aquí a final de curso.
—Más le vale —contesté resignada—. Pero eso no es lo peor…
Le relaté todo lo de la nota. Se quedó atónita.
—Vaya… —exclamó—, con la cara de inocente que tiene…
—Pues ya ves.
Dani nunca ha sacado las calificaciones brillantes de Vicky, pero es por pura vagancia. Se molesta lo mínimo y hasta ahora ha ido tirando. Parece que eso ya no le vale y tendrá que tomárselo más en serio. Y que no me haya dado la nota de la profesora… me parecía el colmo. En cuanto lo pillara se iba a acordar. Iba a estar castigado de por vida.
Con quien no contaba era con Miguel. Ni por asomo se me ocurrió que pudiera pasar a verme por la oficina. A las cuatro y media en punto apareció por la puerta de mi despacho. Yo estaba atareadísima y me sorprendió verlo allí.
—Miguel —dije—, ¿tú por aquí?
Se quejó de la cara que, al parecer, Sandra había puesto al verlo.
—Podías decirle a tu amiga que disimule un poco.
—Mi amiga no disimula porque te conoce demasiado bien. Y a mi me parece perfecto que no disimule —repliqué.
Después siguió diciéndome que necesitaba hablar conmigo de algo importante. Me pareció muy extraño y le miré intrigada.
—Bien, te escucho. Pero te advierto que estoy a tope de trabajo. No tengo mucho tiempo…
—Verás… no sé como empezar…
Dejé de mirar la pantalla del ordenador y volví la vista hacia él.
—¿Qué pasa?
Me explicó que había estado meditando mucho en los últimos días y que había llegado a varias conclusiones, una de ellas, y la más importante, es que no aprobaba la educación que les estaba dando a nuestros hijos.
Le miré incrédula.
—Si es una broma, Miguel, no estoy para…
Me interrumpió diciendo que no estaba bromeando, que hablaba muy en serio.
—Por favor, deja de decir bobadas.
—No son bobadas.
—¿Pero… cómo te atreves? ¿Vas a venir tú a darme clases de cómo debo educar a mis hijos, Miguel? No me hagas reír… ¿A eso has venido? Pues puedes irte. No estoy dispuesta, ni quiero, escucharte —dije tajante.
Se quedó callado un instante pero luego continuó. De pronto empezó a hablarme de Sergio.
—El sábado cuando estuve con los niños conversamos y… no creo que sea bueno para ellos que tengas a ese novio tuyo metido en casa y te comportes como una…
Se calló.
Yo no salía de mi asombro.
—¿Cómo qué, Miguel? Vamos, dilo… no te cortes.
Se levantó y dio varios pasos dirigiéndose a la ventana. Luego retrocedió.
—No les gusta nada ese Sergio… me lo han dicho. Ni el rollo que te traes con él. Hasta le invitaste al pueblo sin decírselo. Ya veo que vas muy rápido. ¿Has contado con ellos? Te recuerdo que viven contigo en la que fue nuestra casa. No vives sola…
Yo estaba atónita. ¿Cómo se atrevía? No pensaba callarme ni aguantar esa cantidad de sandeces que me estaba diciendo.
—¿Cómo te atreves? Te fuiste de casa babeando por una mujer mucho más joven que tú, sin importarte para nada tus hijos, ni lo que sufrieron o pasaron por tu culpa, y ahora vienes a decirme que no debo ver al hombre con quien me siento feliz… ¿Pero qué te has creído? Sales dos días con los niños y los llenas de regalos como si el dinero lo fuera todo… y te presentas aquí como si tuvieras el derecho a decirme lo que debo hacer con mi vida… ¡Es increíble!
Fui hacia el bolso y saqué el boletín de notas de Dani.
—¿Por qué no te preocupas de esto? —pregunté furiosa tirándoselas a la cara.
Las miró con atención y luego las dejó encima de la mesa.
—Puede que esto sea el resultado de la situación que está viviendo.
Negué con la cabeza.
—Situaciones peores han vivido, y no por mi culpa precisamente, así que no te atrevas a decirme nada más.
Me miró con rabia.
Era el colmo. Mucho más de lo que estaba dispuesta a aguantar.
—Vete, Miguel, por favor, vete.
—A mi me trae sin cuidado que veas a ese tipo o no… pero no creo que delante de los niños…
—¡Que te vayas, Miguel! —le dije con brusquedad. Cuando salió por la puerta no pude contenerme y rompí a llorar.
¿Cómo podía tener tanta cara y tan poca vergüenza?
A Dani no lo he visto aún. Con el cuento de que tienen varios días de fiesta en el colegio y que mañana ya no tienen clase, le había dado permiso para quedarse a dormir en casa de su amigo Héctor. Cuando le llamé para ver por dónde andaba me respondió con voz tímida. Sabía que había ido a recoger las notas. Yo solo le dije que teníamos mucho de qué hablar. Se quedó en silencio durante unos segundos.
—Vale —dijo y colgó.
No he vuelto a mencionar el nombre de Sergio en casa ni hablado de él con Vicky. Ahora la mayor parte de los días no nos coincide el horario y solo nos vemos a la hora de la cena; y en el desayuno, que como suele ir a mil por hora para no perder el autobús, apenas cruzamos dos palabras. Supongo que me nota seria. Lo estoy, no puedo negarlo.
Sergio y yo habíamos comido juntos el lunes y el martes. No quise decirle nada de lo sucedido con ella. No deseaba preocuparle, además yo misma quería olvidarme de lo que me había dicho. Pasamos una velada agradable y perdí la cuenta de las veces que nos besamos. Por otro lado, la semana ha sido estresante de trabajo. No ha habido un día que haya podido salir a la hora normal de la oficina. Se acerca la Navidad y tenemos muchísimo por hacer antes de las fiestas. ¡Navidad! Qué poco me gusta. Y solo faltan unos días…
Hoy Sergio ha salido de viaje. Se pasa la vida en aviones y aeropuertos. No lo veré hasta el lunes. Se me va a hacer eterno…
Después de que Miguel se fuera de la oficina no me dio tiempo para pensar. Me serené y dejé de llorar enseguida porque tenía varias citas concertadas con varios empresarios que no tardaron en llegar. Tuve que hacer un esfuerzo y atenderles con una sonrisa y olvidarme de él.
Cuanto más lo pienso más furiosa me pongo. ¡Que venga a darme clases de moralidad semejante cretino, es lo único que me faltaba! Es que no quiero ni verlo delante. ¡Qué cabrón!
El martes nos iremos al pueblo a pasar allí las fiestas. Desde que nos divorciamos no quiero pasarlas en casa. Regreso siempre el dos de enero y luego Sandra se toma unos días en febrero para irse con Raúl a esquiar. A cambio ella se queda ahora al frente de la oficina.
No me gusta mucho la Navidad. De niña sí, la recuerdo con alegría, pero según pasan los años, se va haciendo triste. Empiezan a faltar seres queridos y aparece la inevitable nostalgia. Eso nos pasa a todos, me imagino. Mientras los niños eran pequeños y Miguel estaba en casa, nos dividíamos pasando la Nochebuena y Navidad con mi familia, y la Nochevieja y el Año nuevo con la suya. Desde que se fue no me quedó más remedio que limitarme a la mía. Por eso me gusta más ir al pueblo, me sirve para evadirme y no recordar. Si estuviera aquí, lo llevaría mucho peor.
Dani me aseguró que se había olvidado de darme la nota y que cuando se acordó ya la había perdido. ¡Qué cara más dura! ¿A quién pensaba engañar? Le pregunté por qué no me lo había dicho de palabra entonces… Ahí lo pillé porque no supo cómo responder, aunque luego volvió a decir que también se había olvidado.
—Mira, Dani, no te creo ni una palabra. No inventes. Estás castigado y ni te atrevas a protestar.
—Pero es Navidad…
—Me da igual —contesté.
Pensará que como es Navidad tengo que pasarlo por alto como si fuera una película de Disney.
Por una vez desde mi divorcio serán algo distintas estas fiestas, tengo a alguien a quien extrañar: a Sergio.
Me doy cuenta de que cada día que pasa necesito saber más de él. Cuando veo su nombre iluminado en la pantalla del móvil, me pongo nerviosa y contesto encerrándome en la habitación para que no me oigan hablar. A veces me sale esa risita tonta propia de una adolescente y me siento ridícula, pero no puedo evitarlo. Ahora mismo daría algo por tenerlo aquí, a mi lado. No sé que pasará, y si lo nuestro llegará a alguna parte. No quiero preocuparme tampoco. En este momento me siento muy bien con él.
Ayer tuve el valor de preguntarle a Vicky sí habían hablado de Sergio y de mi con su padre.
Me miró perpleja. Seguro que no esperaba esa pregunta. Se quedó callada unos instantes como si estuviera pensando qué responder.
—Nos preguntó qué nos parecía… —confesó.
—Fantástico —afirmé sarcástica—. Me puedo imaginar vuestras respuestas. Seguro que genial, ¿verdad?
No contestó.
—Estupendo —dije—, os parece maravilloso que tu padre esté con Sonia. Sin embargo, os molesta que yo pueda salir con Sergio…
Me miró y torció el gesto.
—Hay una diferencia, mamá —dijo.
—¿Ah, sí? ¿Cuál?
—A Sonia no tenemos que aguantarla. A Sergio, sí.
No pude responder. Me volví nerviosa y salí de la cocina. Jamás me hubiera imaginado semejante respuesta. Qué cruel e injusto me parecía. Sergio no les había hecho nada. ¡Cómo podía decir algo así!
—Oh, Dios Mío —exclamé—, dame paciencia.
Por culpa de los retrasos en los aviones no he conseguido citarme con Sergio. Ya habíamos cenado y me entretenía leyendo el periódico cuando me avisó de que llegaría demasiado tarde.
Mañana nos vamos al pueblo, así que para poder verlo antes de salir hemos quedado a comer juntos. Dejaré todo preparado para no perder mucho tiempo. Espero ponerme en carretera sobre las cinco de la tarde a más tardar. El único que está entusiasmado con irse al pueblo es Alejandro; bueno, mi madre también. Eso de estar con sus dos hijas y todos sus nietos le hace mucha ilusión aunque extrañemos a mi padre.
Sergio pasará las fiestas con su familia. Aparte de Félix, tiene una hermana y un sobrino. No son muchos y se reúnen todos en casa de su madre. Me apetece conocerlos. Tengo la impresión de que me van a caer bien. Me conformaría con agradarles tanto como él ha gustado a mi madre y a mi hermana.
Ya les he confirmado que estoy saliendo con él. Las dos se han mostrado encantadas.
—Paula, qué alegría me das —dijo Maribel por teléfono—. Hacéis una pareja estupenda.
Y mi madre lo mismo. No se mostró recatada a la hora de exaltar las cualidades de Sergio. No solo le parece guapo, encantador, amable… está segura de que es buena persona y de que me hará muy feliz. Qué manera de correr, ya lo ve como mi futuro marido. Ya le he dicho que no volveré a casarme. Con Miguel he tenido bastante. Tener una pareja me parece bien de momento, pero no adelantemos acontecimientos, no quiero pensar en el futuro. No sirve de nada. Lo que tenga que ser, será.
Nada salió como esperaba. Sergio tuvo un montón de problemas en su trabajo y no pudo salir a comer. Al final conseguimos vernos unos minutos. Quedamos en la cafetería que hay en frente de mi casa. Luego nos despedimos besándonos varias veces.
—Diviértete —me dijo.
—La verdad es que me divertiría mucho más quedándome contigo.
Sonrió.
—Pues quédate…
—No puedo, Sergio.
—Lo sé… lo sé…
—Tengo que irme. Quiero llegar antes de que se haga de noche.
—¿Sabes lo que me gustaría? Perderme contigo en una isla desierta y hacerte el amor a todas horas del día.
Me entró la risa.
—Humm… Te aseguro que me encanta ese plan.
—Te voy a echar de menos.
—Yo también a ti.
Nos besamos por última vez.
—Te llamaré en cuanto llegue.
Entré en el portal y me dirigí al ascensor. ¡Qué mal me había salido el día! No tenía más remedio que resignarme.
Estábamos esperando a Vicky con el equipaje en el maletero y todo dispuesto para irnos, pero no acababa de aparecer. Tuve que llamarla al móvil. Me contestó con desgana.
—Sí, mamá, ya voy.
—No tardes.
Mi madre y los niños esperaban dentro del coche. Yo estaba en el portal mirando de un lado a otro cuando por fin apareció. Venía con un chico alto y moreno al que yo no conocía. Cuando llegaron me lo presentó.
—Este es Diego, mamá.
Le saludé sonriente. No estaba mal. Pero cuando me fijé que tenía un piercing en la ceja y un pendiente en una oreja ya no me gustó tanto. Espero que a Vicky no le dé por taladrarse. De momento no ha mostrado ningún interés y ojalá que este Diego no la contagie.
—Tenemos que irnos, Vicky. Vamos.
Antes de que subiera al coche se besaron en la boca sin importarle para nada que yo, mi madre o sus hermanos estuviéramos observándolos. Luego se acercó sonriente y le hizo un gesto con la mano diciéndole adiós antes de entrar en el coche.