—¿Está soltero o divorciado? —preguntó con curiosidad.
—Divorciado, sin hijos —aclaré.
—Mejor…
—Hablando de hijos, ¿has visto a los míos?
Negó con la cabeza.
Sabía que Marta había quedado con Vicky en algún sitio pero que no habían aparecido por allí.
—Le dije que viniera a la hora de comer, para las dos.
—A ver si es verdad y obedecen por una vez. ¿Quieres que te ayude con la comida?
—No, solo me queda echar el arroz. Eso sí, cuando llegue mamá vais poniendo la mesa.
Ya estábamos comiendo cuando mis otros dos hijos se dignaron a aparecer. Llegaban con mi sobrina.
—Hola —saludó Marta sonriente, algo que los otros dos ni se molestaron en hacer.
—¿Se puede saber dónde estabais? —preguntó mi hermana—.Os hemos estado llamando.
—Por ahí… —contestó Vicky.
—Pues ya es hora —protesté yo—. Y vuelvo a repetir, ¿de qué os sirve tener un móvil si nunca respondéis a nuestras llamadas?
—No lo oímos —respondió Dani.
—Solo oís lo que os interesa.
Vicky me miró y torció el gesto. Se sentaron en las sillas que quedaban libres y no pronunciaron ni media palabra, solo Marta se mostró agradable y comunicativa, mis hijos en cambio estaban serios y con total apatía. Contestaron con monosílabos cuando mi cuñado les preguntó por los estudios y vi con claridad que no deseaban tener ningún tipo de conversación con Sergio, al que ignoraron con total descaro. Aparte de dejarme mal, no entendí que se hubieran vuelto tan maleducados de repente, me estaban haciendo sentir fatal. Menos mal que Arturo habla por los codos y desvió la conversación a comentar cosas de su trabajo, por el que Sergio se mostró muy interesado.
En cuanto terminaron de comer los chicos se levantaron y salieron del comedor. Poco después, los mayores se fueron a la calle sin despedirse siquiera.
—Iros por ahí y deja aquí Alejandro —me indicó mi hermana.
—Humm… Dudo que Alejandro quiera quedarse. Me da la impresión de que se ha puesto celoso.
—¿Eh? Nada, nada… tú déjamelo a mi.
No consiguió convencerlo ni con la invitación de que jugara en el ordenador ni con el ofrecimiento de un helado. No hubo manera de que aceptara ninguna de las propuestas. Deseaba ir conmigo aunque se muriera de aburrimiento. No tuve más remedio que llevarlo con nosotros. Me pregunté si llegaría a tener un momento de intimidad con Sergio, empezaba a dudarlo. Reconozco que estaba deseando estar a solas con él, perderme en un rincón escondido y dejarme besar hasta la extenuación. Pensar en ello me excitaba, y si no hubiera estado Alex con nosotros creo que hasta me hubiera atrevido a lanzarme yo.
Recorrimos las playas de los alrededores, los preciosos acantilados. Visitamos el llamado Palacio, una construcción del siglo XVIN y varios castros para terminar tomando un café en uno de los bares del puerto.
Antes de la hora de cenar dejé al niño con mi madre y por fin salimos solos. Me parecía imposible que después de tantas horas tuviéramos un rato de intimidad.
Cenamos en el mejor y más caro restaurante de la zona. Sergio insistió tanto que accedí a sus deseos, aunque a mi me hubiera servido cualquier otro mucho más sencillo. No quería que se sintiera comprometido a hacerme ninguna invitación especial por el hecho de que se hospedara en nuestra casa.
No había intentado besarme en ningún momento, y temí que se estuviera aburriendo, o que hubiera dejado de interesarle. Su formalidad empezaba a parecerme excesiva. «Demasiado tímido», había dicho Sandra, «tendrás que lanzarte tú». ¿Acaso estaba en lo cierto? Sergio se estaba comportando como un caballero pero yo no estaba segura de si quería que lo fuera… en realidad, no. Estaba loca por sentir sus labios sobre los míos, pero me parecía cada vez más improbable que eso fuera a pasar en ese fin de semana.
—¿Te estás divirtiendo, Sergio? —le pregunté—. Este pueblo es muy aburrido en invierno.
—Solo con estar a tu lado lo paso bien, Paula. Con eso me vale. Pero sí, me estoy divirtiendo y mucho.
Me sonrió y quise creerle.
—Sergio, lamento mucho lo de mis hijos, no sé qué les pasa, ni por qué se están comportando de esta manera. Me siento avergonzada de que… han sido tan antipáticos contigo que me han hecho sentir muy mal…
Él me interrumpió.
—No tienes por qué preocuparte, Paula. Son adolescentes… están confusos.
—¿Confusos? Y más lo van a estar cuando hable con ellos, te lo aseguro. Se van a enterar…
Él sonrió.
—Paula, escúchame —dijo mirándome a los ojos—, lo que les pasa es que no les gusta que yo esté aquí. Están tan acostumbrados a ser tu centro de atención que no quieren compartirte con nadie, y menos conmigo.
—Ya, pero…
—Prométeme que no les dirás nada.
—No puedo, Sergio, no puedo consentir ese comportamiento.
—Cuando más te enfades, peor se comportarán. Hazme caso.
Suspiré. Tal vez tuviera razón. Lo estaban haciendo solo con la idea de fastidiarme y yo seguía sin saber el motivo, aunque me lo imaginaba. A ninguno de los dos les había gustado la idea del viaje, y mucho menos que hubiera invitado a Sergio. Era su forma de protestar y decirme lo enfadados que estaban por haberles obligado a algo en contra de su voluntad. Pero por mucho que se quejaran, yo no veía que lo estuvieran pasando tan mal. De hecho, apenas les había visto el pelo. «Qué egoístas», pensé. Solo piensan en sí mismos. Habíamos quedado con Maribel y Arturo para tomar una copa. Acabábamos de salir del restauran cuando aparecieron. No nos dio tiempo a estar ni cinco minutos completamente solos.
Después de tomar una copa en el bar de Fernando, el hermano mayor de Arturo, terminamos en el único Pub del pueblo. La música era horrible y estaba lleno de gente más o menos de nuestra edad. Lo agradecí. Solo hubiera faltado encontrarnos con Vicky y Marta. Pedí un gin tonic y, apoyados en la barra, intentamos mantener una conversación. Fue inútil. Casi teníamos que gritar para entendernos.
Cuando por fin llegamos a casa eran casi las dos de la madrugada. Dejamos el coche en el garaje. Entramos. Todo estaba oscuro. Intentamos no hacer ruido para no despertar a nadie. Fuimos al salón. Noté el calor de la calefacción y me quité el abrigo, que dejé sobre la silla. Él hizo lo mismo.
En ese momento, cuando menos esperaba que fuera a besarme, lo hizo. Se acercó a mí y puso sus labios en los míos. Fue un beso tierno, húmedo, tímido… Me aparté y volví a mirarlo. Vi en sus ojos reflejado el deseo y le ofrecí de nuevo mis labios. Esta vez fue mucho más apasionado. El estómago me dio un vuelco y el corazón se me aceleró. Me sostuvo el rostro entre las manos y me besó una y otra vez, mientras yo me dejaba envolver por el aroma embriagador de su piel sin hacer nada por separarme. Su lengua exploró mi boca y sentí que me derretía. Noté su erección y eso me excitó más, por lo que me pegué a él todo lo que pude. Sus manos recorrieron mi cuerpo parándose en mis senos. Luego intentó abrirse paso por debajo del jersey. Me estremecí cuando sentí sus dedos sobre mi piel. No sé por qué me acobardé y me aparté un poco. Tal vez tenía miedo de no saber parar… no lo sé…
—Sergio —murmuré respirando con dificultad.
Lo abracé y deje caer mi cabeza sobre su hombro.
Los dos escuchamos un brusco frenazo que procedía de la entrada.
Salimos alarmados preguntándonos quién podría llegar a esas horas.
Era Vicky, que se despedía con risas de los que iban dentro de un todo terreno en el que pude distinguir a Marta. Se me fue la excitación y todo el placer que había sentido unos segundos antes.
Al vernos, cambió su sonrisa por un gesto de fastidio. Seguramente no esperaba encontrarse con nadie.
—Vaya horas —le dije.
—No empieces, mamá —contestó como respuesta.
Parece que es su frase favorita; cada vez que intento decirle algo, me la suelta. Como dormía en el piso de abajo, se dirigió con rapidez a la salita donde ya tenía la cama mueble preparada. La seguí pero me cerró la puerta en las narices.
Suspiré. Volví a abrirla y entré.
—Mañana tú y yo tenemos que hablar. Y hablo muy en serio —le dije.
—Sí, mamá. Lo que tú digas. Y no seas pesada…
«Qué tortura», pensé. Menudo fin de semana que me estaban dando entre unas cosas y otras. Y a saber lo que me esperaba aún…
Sergio ya subía por la escalera. Su habitación estaba al final del pasillo. Lo acompañé hasta la puerta.
—Ya sabes, si necesitas algo, me lo dices —le susurré—. Que descanses.
Me sonrió.
—Gracias. Tú también.
Me giré y caminé hasta mi cuarto. Resignada entré y me dejé caer sobre la cama. Tardé mucho tiempo en dormirme. No podía parar de pensar en lo ocurrido. Di vueltas y vueltas, preguntándome qué estaría haciendo él… Si también estaría pensando en mi, en si querría volver a besarme… si lo intentaría de nuevo. Reconozco que estaba alterada, los besos que me había dado minutos antes me hacían desearlo. De buena gana me hubiera ido a su habitación… «Dios Mio, Paula, esas hormonas», me dije.
Al día siguiente llovía a mares. Sergio quería llevarnos a comer a un restaurante de una localidad cercana. Mis hijos mayores no estaban por la labor de facilitar las cosas, todo lo contrario. A ninguno de los dos les causó alegría alguna la invitación de Sergio.
—Id vosotros —dijo Vicky cuando le ordené que dejara de ver la televisión y fuera a arreglarse.
—Yo tampoco quiero ir. Me parece muy aburrido —protestó Dani—. Prefiero quedarme.
Les miré enfadada. Estaba más que harta de aguantarlos. Les apagué la tele y me volví hacia ellos.
—Id a cambiaros. Vamos a ir todos, así que venga…
Ni se movieron ni me miraron.
—Ya está bien. ¿Queréis dejar de comportaros como si tuvierais cinco años?
—Déjalos, Paula. Si no quieren venir, que no vengan.
No pensaba ceder y que se salieran con la suya.
—No quiero volver a repetirlo. ¡Id a vestiros ahora mismo!
Vicky obedeció y salió del salón a toda prisa aunque protestando. Dani ni se inmutó. No me lo pensé dos veces y me acerqué a él, le levanté del sillón.
—He dicho que vayas a vestirte.
Se hizo el sordo. Me miró desafiante y se dejó caer otra vez en la butaca. Me pareció demasiado y si no llega a ser porque Sergio se metió entre los dos, le hubiera abofeteado.
—Cálmate, Paula. No pasa nada. Déjalo. Que se quede aquí. No hace falta que venga.
Me quedé mirando a mi hijo sin saber qué hacer, si levantarlo otra vez y darle dos bofetadas o hacer caso a Sergio que intentaba que mantuviera la calma. Opté por lo segundo.
—Bien. ¿No quieres venir? Pues no vengas —dije resignada.
No sé por qué decirle esto consiguió el efecto deseado. Dani nos miró con rabia y se levantó saliendo del salón.
Observé a Sergio que me contemplaba con ojos compasivos.
—No entiendo qué están haciendo, solo están consiguiendo enfadarme. No sé lo que quieren… yo… lo siento mucho, Sergio.
Me sentía fatal, disgustada, pero no por mi, sino por él, por todo… Estuve a punto de echarme a llorar. Me abrazó. Sentir ese abrazo cálido era lo más que más necesitaba en ese momento.
—Dime, Sergio, ¿qué estoy haciendo mal?
—No estás haciendo nada mal, Paula.
—Nunca creí que fueran así de egoístas… No los reconozco.
Se quedó pensativo.
—Mira, vamos a hacer una cosa. Creo que ya he causado demasiados trastornos en esta casa, así que cuando terminemos de comer, me iré.
No esperaré hasta mañana. Es mejor que arregléis vuestras diferencias sin mi presencia.
Le miré confusa y negué con la cabeza.
—No, no quiero que te vayas, Sergio.
—Es lo mejor. Nos veremos esta semana. El lunes mismo, y solos, tú y yo, sin nadie.
Acabé cediendo muy a mi pesar. Él me aseguró que el hecho de irse así haría recapacitar a mis hijos sobre su comportamiento, y seguro que se sentirían avergonzados.
En los primeros momentos, cuando vieron cómo metía su equipaje en el coche, se quedaron mudos. Se miraron nerviosos entre ellos y luego volvieron los ojos hacia mi. Yo estaba tan enfadada, tan furiosa, tan disgustada…
Sergio besó a mi madre en la mejilla, lo mismo que a Alex. A mi me besó en los labios, con un roce, como para hacerles ver que había algo entre nosotros. Luego miró a Vicky y a Dani, les dijo sin perder la sonrisa:
—Adiós, chicos. Hasta pronto.
Pensé que se sentirían arrepentidos, pero en cuanto el automóvil desapareció de nuestra vista, me volví y los encontré sonriendo.
Seguro que se sentían triunfantes, con ese estúpido orgullo adolescente. Entraron en casa junto a mi madre y Alejandro. Pude escuchar sus risas. Yo preferí quedarme en el jardín. Me sentía abatida y sin ganas de nada.
Pocos minutos después vi cómo Dani se dirigía al garaje y salía con la bicicleta. Por supuesto no pensaba quedarme de brazos cruzados y me interpuse en su camino.
—¿Ya has terminado los deberes?
—No, me falta un poco.
—Estupendo, porque vas a dejar la bicicleta donde estaba y te vas a poner a hacer los deberes el resto de la tarde hasta la hora de cenar, y por supuesto, nada de tele.
Me miró atónito y trató de librarse.
—He quedado…
—¿No me digas? Me da lo mismo. Entra en casa inmediatamente. Ah… y dame tu móvil. No quiero que te dediques a perder el tiempo…
Dejó caer la bicicleta al suelo y se dio la vuelta sin dejar de protestar.
—El móvil —repetí con voz autoritaria.
Lo sacó del bolsillo y me lo dio.
—Deja la bicicleta en su sitio. No ahí tirada… Y no quiero oírte ni una palabra. Obedeció. Decidida fui en busca de Vicky. Me habían arruinado el fin de semana pero yo no estaba dispuesta a dejarlo pasar. Estaba cambiándose de ropa cuando entré en su cuarto.
—Tú y yo tenemos que hablar —afirmé cerrando la puerta.
Discutimos. Me echó en cara que hubiera invitado a Sergio sin consultarle nada mientras que ella había tenido que quedarse sin estar con su novio. Era lo que me faltaba oír.
—Soy una mujer adulta —le dije—, y a ti no te voy a dar explicaciones por muy hija mía que seas.
—Tampoco es para ponerse así —dijo refiriéndose a Sergio—. Va el tío y se larga como si le hubiéramos hecho algo —añadió sarcástica.
—Lamento mucho que no hayas estado con tu chico —dije enfadada—. Si has querido joderme, lo has conseguido. No solo estoy furiosa. Estoy dolida.