Un punto y aparte (19 page)

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Authors: Helena Nieto

Tags: #Romántico

BOOK: Un punto y aparte
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Volví a decirle que se callara y nos dejara cenar en paz.

—¿Lo digo yo o lo dices tú, Vicky? —volvió a preguntar ignorándome.

—Mira que eres gilipollas, Dani.

Creí que me daba un ataque. Menuda cena me estaban dando. No quería gritarles ni montar una escena delante de Sergio, así que respiré hondo y les hablé con calma, sin alterarme.

—Por favor, terminad de cenar y callaros, si puede ser…

Dani me dijo que ya había acabado. Era verdad, ya no había nada en su plato. Lo mejor era alejarlo de la zona de conflicto.

—Pues vete a por el postre a la cocina, por favor. En la nevera hay natillas.

—¿Yo? ¿Y por qué tengo que ir yo? ¡Que vaya Vicky!

—¿Pero qué te estoy diciendo? Obedece.

Se levantó de mala gana y con paso apresurado se dirigió a la puerta, pero antes de salir se giró y gritó bien alto para que todos pudiéramos escucharlo:

—Pues es Álvaro, el sobrino de Sergio, para que lo sepáis. Ayer estaban morreándose donde la playa, que los vi. Y era él… estoy seguro. ¿A que sí, Vicky?

Sergio y yo nos quedamos mudos.

—¡Hala! —exclamó Alejandro—. El sobrino de Sergio —repitió.

Vicky no nos miró. Dejó el tenedor sobre el mantel y se levantó furiosa de la silla. Supuse que iba en busca de Dani.

—Vicky… espera… Vicky…

No me hizo el menor caso. Miré a Sergio confusa. ¿Sería una broma? ¿Me estaban tomando el pelo? ¿Qué iba a ser lo siguiente?

—¿Y todavía quieres seguir saliendo conmigo después de esto? —pregunté abatida con la vista clavada en él.

—Claro, cariño. Tu familia es muy divertida —contestó bromeando.

—Mamá…

Era Alex.

—¿Quéééééééé? —respondí alzando la voz.

¿Qué pasaba ahora? ¿Tenía que acabar enfadándome? ¿No podía tener una noche tranquila?

—¿Puedo dejar los champiñones?

Dejé caer el tenedor en el plato con desesperación y puse los codos sobre la mesa al tiempo que me tapaba los ojos con las manos.

Escuché la risa de Sergio.

—Tranquila, Paula —me dijo—. No te desesperes.

Alejandro siguió diciendo que no le gustaban los champiñones y preguntándome si podía dejarlos. Al final le dije que sí por no oírlo más. Después se levantó de la silla y salió disparado del salón.

—Pero si no has terminado de cenar… Alejandro. ¿A dónde vas? Ven aquí.

Sergio me pasó el brazo por encima del hombro.

—¿Por qué no puedo tener una familia normal como todo el mundo? —pregunté resignada mirándole.

Le hizo mucha gracia y me estrujó contra él.

—Entonces ya no sería tan divertida, Paula. Sería muy aburrida, ¿no crees?

Viendo que ninguno de mis hijos regresaba, decidí ir yo misma a por la fuente de natillas.

En la cocina Vicky y Dani discutían alterados mientras Alejandro los miraba muerto de risa.

—¡Basta ya! —les grité ahora ya muy en serio—. ¡Me estáis dando la cena! ¿Se puede saber qué os pasa? A la mesa los dos, ahora mismo —ordené más que alterada.

Los dos me dijeron que no querían postre.

—¡Me tenéis harta! Dani, deja a tu hermana —le ordené— y vete a tu habitación.

—¿Eh? ¿Por qué?

Sin embargo, fue Vicky la que salió de la cocina y se fue a su cuarto.

Cogí la fuente de natillas de la nevera. Las había hecho por ellos, por los tres, pero solo Alejandro estaba dispuesto a probarlas.

—Vamos, Alex.

Él, al menos, obedeció.

Sergio me estaba ayudando a colocar los platos en el lavavajillas cuando Vicky apareció por la puerta preparada para salir. Me dijo que volvería a la hora de siempre. Deseaba preguntarle con quién había quedado pero no me dio ni tiempo.

—Tengo prisa. Me están esperando.

Salió a toda velocidad sin querer escucharme, como hace siempre que no le interesa.

Estaba segura de que su hermano no se había inventado lo de Álvaro. Lo más probable es que fuera cierto y por eso había estado tan misteriosa en los últimos días.

—Debe de ser verdad —le dije a Sergio.

—Bueno, pues me parece magnífico. Así quedará todo en familia —exclamó riéndose—. Además hacen una pareja estupenda, tanto como tú y yo.

—¡Ay, Sergio! ¡Cómo eres! ¿No puedes tomarte nada en serio?

—¿Pero qué problema hay? Si se han enamorado, ¿qué tiene de malo?

Suspiré.

—Seguro que es un problema más, Sergio.

Me abrazó.

—Míralo por el lado bueno —dijo con una gran sonrisa—. Seguro que ahora a Vicky le caigo mucho mejor que hace un mes. ¿No te parece?

Me reí.

—Viéndolo así…

Pero no las tenía todas conmigo. Su sobrino parecía un buen chico y eso no lo ponía en duda, pero era hijo único, vestido con ropa demasiado clásica para su edad, toda de marca, coche propio… Me dio la impresión de que poco tenía que ver con mi hija, y mucho más después de haber conocido a dos de sus novios, Jorge y este último, Diego, más afines a un estilo moderno, con camisetas y pantalones arrastrando, como van todos ahora, como ella misma se viste la mayoría de las veces.

Álvaro no tiene ese estilo ni mucho menos. Desde los pantalones, hasta los zapatos de cordones, pasando por el jersey de Buberry's y la camisa de rayas… Podría decir que entre él y Vicky había un abismo.

Estaba deseando hablar con ella para que me aclarara la historia pero me quedé dormida antes de que apareciera.

Al día siguiente no pudo escabullirse. Le exigí que me explicara qué había entre ella y Álvaro y qué había pasado con su novio. Primero intentó evadirse diciendo que Dani se lo había inventado todo pero no coló. Resignada no tuvo más remedio que decirme la verdad.

Después de conocerse en casa de la madre de Sergio y haber salido tantas horas con él como amigos, me resaltó, había llegado a la conclusión de que tenía que cortar con Diego porque Álvaro le gustaba mucho, y así lo había hecho. Álvaro le había confesado que se había enamorado de ella nada más verla. Me quedé atónita. ¿Eso era amor a primera vista? ¿Un flechazo?

—Si no dijimos nada fue porque como tú y Sergio estáis enrollados… no queríamos líos de familia —afirmó sonriendo.

—Me gustaría que confiaras más en mi, Vicky —le respondí molesta.

—Bueno, no sabía cómo se lo iba a tomar Sergio.

—¿Sergio? Sergio dice que hacéis una pareja estupenda, así que mira…

No pudo disimular su alegría al saberlo.

—Ay, mamá… es tan romántico… no sé, es distinto —exclamó entusiasmada—. Además ya está en tercero de Medicina y tiene un coche para él solo. Reconozco que es un poco pijo, y no me gusta la ropa que lleva, pero eso no importa, ya lo cambiaré —dijo convencida—. ¡Está colado por mi! —exclamó con entusiasmo—. Es Aries como tú, mamá —sonrió tal vez creyendo que eso me complacía.

No salía de mi asombro. Se la veía ilusionada. No sé por qué solo fui capaz de ver problemas acechantes en el horizonte.

—¿Por qué se me complican tanto las cosas? —exclamé en voz alta.

—Mamá… ¡qué exagerada eres!

—Escúchame bien —le advertí—, mucho cuidado con lo que haces. No quiero problemas con la familia de Sergio, ¿entendido? Ni el más mínimo…

Torció el gesto.

—¿Ves por qué no quería decírtelo? —protestó.

Luego empezó a arremeter contra su hermano, diciendo que era un entrometido y un cotilla y que debía castigarlo por haber sacado a la luz su vida privada.

No tuve más remedio que reírme.

—No es para tanto…

Me miró indignada.

—O sea que a mi me montas un pollo por cualquier cosa y a él se lo pasas todo, ¿verdad? ¡Es increíble!

Me agotó oírla. Siguió dándome un discurso sobre su derecho a la intimidad, a que ya tenía dieciocho años, exponiendo razones por las que tenía que castigar a Dani, sin darme un respiro ni dejarme hablar. Fue detrás de mi por toda la casa.

Acabé con dolor de cabeza.

—Por favor, Vicky. Vale… Me aturdes.

Le pareció fatal y salió de la cocina protestando. Llegué a la conclusión de que sería una espléndida abogada. «Locuacidad verbal», desde luego, no le faltaba.

Siguiendo los consejos de Sergio, dejé de preocuparme por el hecho de que su sobrino y mi hija salieran juntos. Tal vez sería algo pasajero, lo más probable, y entonces, ¿por qué inquietarse? Me informó de que su familia ya estaba enterada y también me confesó que a Lidia no le agradaba mucho; no por Vicky, si no porque temía que Álvaro se distrajera demasiado y se olvidara de los estudios.

—Es su primera novia —dijo Sergio.

Le miré incrédula. Un chico tan atractivo de diecinueve años habría tenido más de una ocasión para salir con muchachas. Pensé que tal vez se refería a que no era un rollo como decían ellos, si no que iba más en serio.

—No, no —afirmó Sergio—. Vicky es la primera;

Me enteré de que el chico había estado siempre muy protegido, quizás en exceso, por su madre, ya que esta sentía verdadera devoción por él. Era un estudiante ejemplar, nunca les había causado el más mínimo disgusto ni problema, y por supuesto no le había faltado de nada; un niño mimado que había sido el centro de atención de todos los Lambert y que había crecido entre adultos por ser además el único nieto de Mercedes. Nada más cumplir los dieciocho años, sus padres le compraron un coche cuando aún no tenía ni el permiso de conducir, algo que me parece una verdadera estupidez, y por lo que veo ha crecido entre algodones, así que sigo sin comprender cómo mi hija ha podido fijarse en él, porque me da la impresión de que poco tienen en común. Y no es que los míos tengan carencias materiales, quizás no lleguen al nivel de Álvaro pero tienen la ropa que desean y casi todos los caprichos a los que su padre puede llegar, que para mi son un exceso innecesario. Yo puedo pagarle a Vicky las clases de conducir, pero lo que no puedo es regalarle un coche, además soy de la opinión de que tienen que aprender a valorar el dinero y el esfuerzo que supone ganarlo, no que piensen que cae del cielo como la lluvia o la nieve.

—Para unas cosas es muy infantil —siguió diciéndome Sergio—, bastante inocente. Vicky le da cien mil vueltas, seguro, así que no te preocupes.

Tal vez debería de preocuparme más entonces si Álvaro se dejaba manipular por mi hija… prefería no pensarlo.

De todos modos, no sé si sería tan inocente como Sergio afirmaba, porque cuando regresamos cerca de las dos de la mañana, a la semana siguiente de enterarnos de la noticia, los encontramos besándose en el portal apoyados en el mármol de la pared y manoseándose sin decoro alguno; no vi candidez por ningún lado.

Yo nunca había visto a Vicky en esa actitud, jamás. Y por mucho que digamos que es normal y que no hay que escandalizarse, la primera vez impresiona a cualquier madre. O al menos fue lo que me pasó a mi, porque una cosa es suponerlo y otra verlo con los propios ojos.

Estaban tan efusivos que ni siquiera nos vieron, y eso que estábamos a su lado. Yo estaba atónita. Sergio tosió y fue cuando se separaron.

—Ah… hola, mamá —dijo Vicky.

Álvaro se puso rojo pero mi hija estaba tan tranquila.

—Bue… buenas noches —dijo él mirándome.

—Vicky, sube enseguida —ordené mientras abría con la llave.

Sergio me acompañó hasta el ascensor muerto de risa. Al parecer le había hecho mucha gracia mi expresión al ver a los chicos.

—No te rías, Sergio. A mi no me parece nada divertido. Pero… ¡si llevan quince días juntos! —exclamé.

—Ya sabes que esta generación no pierde mucho tiempo en conocerse, Paula.

—Sí, anda, arréglalo… Y dile a tu sobrino que no tenga tanta prisa por conocer a mi hija, ¿quieres? ¡Vaya con el infantil e inocente niñito! Y deja ya de reírte —protesté

Él continuaba carcajeándose.

—Es que si hubieras visto tu cara…

—Ja, ja… —me burlé—. ¿Subes? —pregunté al ver que llegaba el ascensor.

—Humm… no sé… Es que si ahora doy la vuelta, ¿cómo crees que me los voy a encontrar? —preguntó divertido—. ¿Seguirán con las lenguas pegadas?

—Pero qué gracia —contesté molesta de que me tomara el pelo.

—No, cariño, no subo. Te veo mañana.

Me besó en los labios.

—¿Le digo a Vicky que suba o la dejas un poco más?

Pulsé el timbre del ascensor sin contestarle.

«¡Hombres! Qué fácil lo ven todo», me dije.

Vicky llegó pocos minutos después. Yo estaba en la habitación desvistiéndome y entró sin llamar, como siempre.

—Hola —dijo—. ¿No te habrá parecido mal, verdad? Quiero decir, que es normal y todo eso… Que estamos enrollados, y bueno…

—Vale, Vicky. No soy de la Prehistoria —dije—, pero no quiero espectáculos en el portal. Así que calmaros un poquito…

—Mamá, no había nadie.

—Lo mismo que he llegado yo podía ser cualquier vecino.

—A mi eso no me importa.

—Claro, ¡a ti qué te va a importar! Ya sé que no te importa…

Se quedó callada mirándome.

Le pregunté si era verdad que Álvaro no había salido con ninguna chica antes que ella.

—No. Yo soy la primera —dijo orgullosa—. Ni un rollo ni nada. Ni siquiera… bueno… no… quiero decir que… ni había besado nunca a nadie.

—Pues vaya, aprende rápido, por lo que se ve —murmuré.

No le debió hacer mucha gracia mi comentario porque salió pitando sin decir nada más.

La que también se quedo atónita fue mi madre.

—¿Con el sobrino de Sergio? —preguntó.

—Sí, mamá. No habrá chicos suficientes en la Facultad de Derecho ni en los sitios por los que se mueve…

—¿Pero no estaba saliendo con otro?

Me encogí de hombros.

—Lo ha mandado al cuerno.

—No pierde el tiempo, por lo que veo. ¿Y cómo es? —preguntó con curiosidad.

—Humm… muy mono. La verdad es que no está nada mal. No puedo decir lo contrario porque mentiría. Tiene buen gusto.

—Mientras sea buen muchacho. Eso es lo importante.

Suspiré. Con todos los chicos que había en el mundo, tenía que liarse con Álvaro…

15. Todo iba demasiado bien

No podía quejarme de cómo me iban las cosas. En las últimas semanas mi relación con Sergio se estaba consolidando poco a poco y aunque todavía no nos habíamos decidido ni siquiera a pasar toda una noche juntos, ni en su casa ni en la mía, intentábamos disfrutar de los momentos que compartíamos, ya fuera a solas o en familia. Y digo familia, porque ahora viene muy a menudo a casa. Vicky ya no protesta, todo lo contrario, lo recibe con una cordial sonrisa. Alex a veces se muestra celoso y requiere de mi presencia para casi todo, o se sienta en medio de los dos si nos ve uno al lado del otro en el sofá, aunque tengo que reconocer que cada vez lo hace menos.

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