—Pero… ¡Dios Mio! —exclamé—. Me vais a volver loca entre todos.
Me dijo que comerían juntos y por la tarde lo llevaría a casa. Acepté.
—Ah —dijo—, felicidades, Paula. Feliz cumpleaños…
¿
Felicidades
?, pensé. Pues vaya día de cumpleaños. Estaba yo como para felicitaciones y fiestas; empezaba bien la mañana…
Eran poco más de las nueve cuando apareció mi madre por la cocina. Yo estaba sirviéndome un café.
—Felicidades —me dijo sonriente.
—Gracias, mamá.
—¿Y esa cara? ¿Qué pasa?
Cuando se lo expliqué se dejó caer en la silla abatida.
—No ganas para disgustos, Paula —dijo compasiva.
—Pues no, mamá. Entre unos y otros acabaré en el psiquiátrico —contesté con rabia.
Recibí algunas llamadas como la de mi hermana, Sandra, varias amigas muy cariñosas deseándome un buen día y muchos deseos de felicidad, con las que fingí estar de maravilla, pero cuando Sergio llamó al mediodía al móvil, me derrumbé y empecé a llorar sin poder evitarlo.
—¿Quieres que vaya? —me preguntó.
—No, no. No puedes perder el vuelo.
—Cálmate, solo son chiquilladas de adolescente —dijo tratando de animarme.
—Sí…
A las siete, mi ex apareció con Dani. Yo estaba sola. Alex se había ido con mi madre y Vicky había salido con Álvaro.
—Tenemos que hablar —le dije a Miguel—. Los tres.
—Sí. Estoy de acuerdo.
Dani hizo una mueca de desagrado. Tal vez pensaba que iba a echarle una bronca pero no era en ningún modo mi intención.
Entre los dos le hicimos entender que su padre no podía ocuparse de él, ya que se pasaba el día trabajando, y que su sitio era estar en casa junto a sus hermanos y conmigo.
No dijo una palabra, escuchó todo sin pestañear. A veces me daba la impresión de que había desconectado y que ni nos oía.
Después le dije que fuera a terminar los deberes. Deseaba hablar con Miguel a solas.
—Qué difícil me lo está poniendo. Iba todo tan bien y de repente…
—Vamos, Paula. Intenta comprender, para él aceptar a este novio tuyo —afirmó—, o amante… o lo que sea…
¿Amante? ¿Cómo se atreve?
Le interrumpí.
—¿Mi amante? —Me reí con burla—. Me asombras, Miguel. ¿Pensaste tú en tus hijos cuando te fuiste con tu a-man-te? —pregunté enfatizando sílaba por silaba.
Soltó un bufido.
Me dijo que Dani solo deseaba vernos juntos, que él estaba dispuesto a intentarlo y así se lo había dicho. Pero que como yo estaba con Sergio…
—¿Cómooooo?¿Quééééé?
—No es ninguna mentira. Yo deseo volver, Paula. Si lo intentáramos…
Me enfurecí.
—¿Cómo has podido decirle eso, Miguel? ¿Cómo has sido tan inconsciente? No tenías ningún derecho…
—Escúchame…
Le dije que se fuera. No quería seguir escuchando más tonterías.
—Me quieres, Paula. No lo niegues. Hemos compartido muchas cosas juntos.
En ese momento se acercó y me besó. Me cogió desprevenida y tardé en reaccionar, lo reconozco, pero terminé por empujarlo.
Me miró sonriendo. Tal vez se creía que me había impresionado o algo así.
—Vete, Miguel —dije aturdida.
No se movió.
—He dicho que te vayas.
—Daría lo que fuera por volver atrás, Paula. Dejarte fue un gran error…
No daba crédito. Qué gran farsante. Ahora no estaba con Sonia y pensaba recurrir a mí como remedio para su soledad. Me indignó.
—He dicho que te vayas —repetí.
—Está bien. Me voy, me voy… Seguro que estás pensando que porque me he separado de Sonia…
No le dejé terminar.
—Yo no pienso nada, Miguel. Solo quiero que desaparezcas de mi vista.
—Está bien, está bien… me voy.
Me encerré en el baño y me puse a llorar sin poder evitarlo. No sé cuál fue el motivo, pienso que fue un cúmulo de cosas, y el beso fue la gota que colmó el vaso. No sé qué se me revolvió por dentro, quizás pensar en lo que habíamos sido, en todo lo que habíamos dejado atrás… pero no, me dije, no voy a caer en esto. Me preocupaba mucho más mi hijo.
Logré tener una conversación con él, y admitió que se había equivocado al irse a casa de su padre. Que estaba muy claro que no lo quería con él.
—Dani, tu padre no puede ocuparse de ti. Y además, yo tampoco quiero ni permitiré que te vayas de mi lado —le dije.
Pensé que no iba a contestar nada pero me miró y me dijo que siempre estaba la opción de que su padre y yo volviéramos, si dejaba a Sergio.
Dios Mío
, musité.
¿Por qué me tiene que pasar esto ahora?
Miguel había puesto todo patas arriba diciéndole a Dani que deseaba volver conmigo. ¿Cómo podía jugar así con los sentimientos de un adolescente que solo deseaba volver a tener la familia que había perdido?
Ahora me odiaría porque toda la culpa caería sobre mí, podía imaginármelo. Y si había sido posible un acercamiento por mínimo que fuera a Sergio, ya sería inútil. «¡Maldito, Miguel!», dije para mi misma. No solo se conformaba con haberme fastidiado la vida una vez…
¡Menudo cabrón! Por mi podía irse al mismo infierno.
No iba a permitir que destruyera todo lo que había conseguido con Sergio. De eso estaba bien segura.
Cuando llegó Vicky me entretenía en cambiar de canal sin ver nada en concreto en la televisión.
—Hola, mamá —saludó sonriente.
La miré.
—Por fin apareces…
—No es tan tarde.
—Ya lo sé, pero te pasas el día fuera de casa y no te veo estudiar gran cosa —dije.
Puso gesto de fastidio como siempre.
—Sea lo que sea lo que te pase, mamá. No lo pagues conmigo.
—No lo pago contigo, Vicky, solo te digo la verdad. No te he visto el pelo en todo el día… y bueno… está bien, no me hagas caso, perdona. He tenido un día horrible.
Pensé que se interesaría por saber qué había ocurrido, pero no.
—Me voy a dormir. Estoy agotada.
—¿Es que no vas a cenar?
—No. Ya he comido una hamburguesa con Álvaro.
—Ah… está bien.
Poco después apagué la tele.
En la cocina, después de guardar la jarra de agua en el frigorífico, observé el dibujo que Alex me había hecho y que había pegado a la nevera. «Feliz cumpleaños, mami», leí intentando sonreír.
Sí, dije para mi misma, un muy feliz cumpleaños…
Cada dos domingos vamos invitados a comer a casa de Mercedes, la madre de Sergio. Desde el principio me pareció una mujer entrañable y dulce, y así ha demostrado ser en cada velada que compartimos con ella. Los chicos van un poquito a la fuerza porque acaban aburriéndose, sobre todo Alejandro, ya que a Dani le doy permiso para irse a las cuatro a buscar a sus amigos. Vicky va entusiasmada desde que ella y Álvaro son pareja; todos los minutos les parecen pocos para estar juntos, aunque dice que Lidia no la traga. No sé hasta qué punto puede ser verdad pero tengo la impresión de que no le entusiasma la relación de los chicos.
Yo sé cómo es mi hija, es atrevida, a veces demasiado, con carácter y bastante genio, y si por lo general ya las mujeres cuando somos «novias» solemos hacer lo que queremos de los hombres, en este caso es tan evidente que a Álvaro solo le falta besar por donde ella pisa. Aparte de que ya sabemos que es más bien tímido y callado, el polo opuesto de Vicky. Aun así son bastante prudentes ante nosotros y se comportan.
Mañana es uno de esos domingos en que tenemos reunión familiar. Mi madre ha sido invitada también, pero ya les he avisado de que se ha ido a pasar unos días con mi hermana para que no cuenten con ella. A Sergio le encanta que estemos todos juntos, y siempre me dice:
Ponte guapa
. Y yo bromeo respondiéndole:
¿Más…?
Nada resultó como esperaba. De lo que parecía que sería una estupenda y agradable comida, para después entretenerse con una animada tertulia, pasó a ser una de las situaciones más humillantes y vergonzosas que he pasado con respecto a mi hija.
Desde que Vicky apareció por la habitación mientras su padre y yo estábamos en plena fogosidad amorosa nunca sentí tanta vergüenza por su causa. Y eso que entonces tenía solo cinco años y no se enteró mucho de lo que estábamos haciendo, o eso creo, para decirnos que ya no quería dormir más siesta, al tiempo que nos miraba como extrañada de que estuviéramos tan sudorosos y agitados. Hay que decir que era pleno verano y no sé por qué inspiración divina estábamos tapados con las sábanas, cuando por lo general nos sobraban. Miguel no paraba de reírse pero yo, tonta de mi, sentí vergüenza como si mi niña, que entonces era adorable, pudiera deducir con claridad qué estábamos haciendo. Y digo que era adorable, porque aunque la quiero con toda el alma, hoy precisamente no es el mejor calificativo que le pondría con lo mal que lo he pasado ante la familia de Sergio.
Todo comenzó antes de comer. Noté a Lidia un poco seca conmigo, aunque no es que sea la simpatía en persona; es muy educada y siempre ha sido agradable, pero hoy tenía otro tono, otra mirada… no sé, yo la noté extraña desde nuestra llegada.
Vicky y Álvaro no se separaban ni un segundo. Hablaban muy bajito entre ellos y se miraban embelesados.
Cuando estábamos con el aperitivo Álvaro padre, tan encantador como siempre —de hecho no sé cómo compagina con Lidia—, me ofreció una copa de vino.
—Gracias —dije sonriente.
—De nada.
En ese momento los chicos salieron al jardín y nos quedamos solos los adultos. A mi no se me ocurrió otra cosa que comentar la bonita pareja que hacían, intentado bromear.
—No me hubiera imaginado nunca que nuestros hijos acabarían saliendo juntos —comenté.
—¿Tú crees que será pasajero o acabarán en el altar? —preguntó Álvaro divertido.
Lidia, que se había acercado hasta nosotros, le miró.
—Según son ahora los jóvenes, no durarán ni dos días —dijo en tono seco—. Y es lo mejor que pueden hacer, terminar y dejarse de tonterías…
Me sorprendió tanto su respuesta que casi me atraganto con la aceituna que tenía en la boca. La miré con cara de sorpresa, supongo, porque sin quitarme los ojos de encima siguió:
—No me mires así, Paula. Y no, no es que tenga nada contra tu hija, pero la verdad… cuanto antes se canse de Álvaro, mejor. A ver si así lo deja en paz… y se centra, porque tu hija, perdona pero…
Se calló. Vi el gesto confuso de su marido como intentando decirle que cerrara la boca, pero la que no pudo callarse fui yo.
—¿Es que hay algún problema con mi hija?
Sergio, que también parecía confuso, me agarró del brazo y tiró de mí.
—Vamos, ya está la comida en la mesa.
No protesté porque dio la casualidad de que era verdad y no una excusa para alejarme del lado de su hermana. Aun así volví la mirada hacia Lidia, que venía detrás acompañada de Álvaro y de Félix.
La comida me resultó tensa a pesar de los esfuerzos de Lidia y Álvaro por sonreír. Sin duda eran conscientes de que habían metido la pata y de que yo estaba bastante seria. Repasé en mi mente lo que acababa de decirme y miré a Lidia, que parpadeó y desvió la vista hacia otro lado, preguntándome si yo desconocía de mi hija lo que ella parecía saber muy bien. Estaba deseando poder a hablar a solas con ella, o al menos no delante de los chicos.
Cuando por fin se fueron todos menos Alejandro, que se quedó en el jardín jugando con una pelota, y Mercedes nos dejó solos para ir a dormir un poco, decidí hablar con Lidia. Habíamos ayudado a recoger la mesa y a colocar todo en el lavavajillas, pero en ese tiempo no nos habíamos dirigido palabra alguna.
Tomé un sorbo del café que me quedaba en la taza y la miré.
—Me gustaría saber qué tienes en contra de mi hija —le espeté de pronto.
Observé cómo se estiraba en la silla y suspiraba.
—Paula, déjalo, anda —me sugirió Sergio.
Pero no, yo no estaba dispuesta a dejarlo.
Seguí con la vista clavada en Lidia esperando una respuesta.
—Ya que me lo preguntas, Paula, te lo voy a decir. Me preocupa mucho mi hijo y quisiera que acabara de estudiar para que pueda tener un futuro en la Medicina como su padre. No sé si me entiendes…
La miré pasmada. No entendía nada.
—Sí, por supuesto que te entiendo. También a mi me preocupa Vicky y también espero que tenga un futuro profesional adecuado, por algo está estudiando una carrera universitaria…
Ella sonrió con malicia.
—¿Sabes que cuando mi marido y yo nos vamos de viaje algún fin de semana, tu hija se queda a pasar la noche en mi casa?
—¿Cómo?
—Como lo oyes, Paula. Deben pensar que no me doy cuenta pero lo sé perfectamente. Son tan ingenuos que solo les falta dejarme una tarjeta de visita. Aunque puede que lo sepas y te parezca bien… no sé qué grado de confianza tienes con tu hija.
—¡Lidia! —exclamó Álvaro.
—No creo que eso sea asunto tuyo —contesté molesta.
—Lo es desde el momento que tiene que ver con mi hijo. Imagínate que por casualidad se quede embarazada. ¿Crees que sería el primer caso? Hay cientos de embarazos no deseados. ¿Qué iban a hacer entonces? No llevan saliendo ni dos meses, y no creas que fue ayer ni antes de ayer, fue a los dos días de que se declararan novios o pareja o como quieran llamarse, cuando encontré un pendiente de Vicky bajo mi cama, mi camaaaaaa —exclamó alterada—. Como comprenderás no me hizo ninguna gracia… Y no, —continuó—, no le pregunté nada a Álvaro, no me hacía falta… Es la primera chica con la que sale, Paula. La primera… y está embobado. Ni siquiera se preocupa por estudiar como antes. Ha suspendido los dos últimos exámenes y no piensa en otra cosa que en estar con Vicky. No se puede aprobar Medicina sin dedicarle horas de estudio, por si no lo sabes, es una carrera muy dura, durísima…
—Sí, sí lo sé —interrumpí nerviosa—, y claro que me preocupa mi hija, y mucho. No pienses que paso de todo porque no es verdad. Si te estoy dando esa imagen estás muy equivocada.
Lo cierto es que estaba a punto de echarme a llorar. Me resultó tan humillante todo lo que tuve que oír. Como sí Vicky fuera una zorra y su niño un angelito… ¿Acaso ella lo violaba o algo parecido? ¡Por favor! No creo que el chico fuera a la fuerza, vamos. Era lo que me faltaba por escuchar.
—Vamos, estáis exagerando —afirmó Félix—. No sé por qué le dais tanta importancia. Son jóvenes…
—Y saben lo que hacen —continuó Sergio—, no son tontos. Tomarán medidas.