Un punto y aparte (30 page)

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Authors: Helena Nieto

Tags: #Romántico

BOOK: Un punto y aparte
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Solo quería reírme un poco, pero ni con esas.

Sandra fue la que se rio por mi.

Se levantó de la silla y se acercó a la ventana. Yo la observé.

—¿Por qué no hablas con él?

—¿Yo? No tengo nada que decir. Fue él quien entró en este despacho y me soltó el rollo de «lo nuestro no funciona». Todavía me queda algo de dignidad, Sandra.

—No sé, Paula. Yo no lo entiendo tampoco —dijo volviéndose hacia mi.

—Pues imagínate yo…

—Pensé que ya no lo tenías… que lo habías tirado a la basura.

Se acercó a la estantería y cogió el osito de Harrods que Sergio me había regalado.

Sonreí.

—Solo lo he cambiado de sitio.

Lo dejó otra vez donde estaba.

—Voy a seguir trabajando. Si me necesitas, ya lo sabes, ahí estoy —sonrió—. Y piensa en mi propuesta.

Salió y me dejó sola. Encendí la radio para ver si conseguía distraerme, pero lo primero que escuché fue una canción de desamor que me llegó hasta el alma.
"Espera… me moriría si te vas, te doy mi vida a cambio de quedarte…"
.

La escuché entera con el corazón encogido y al borde de las lágrimas.

Con lo fácil que hubiera sido cambiar de emisora, sin embargo, la muy tonta de mi parecía querer torturarse a propósito.

Agradecí la llegada del señor Vega, un empresario del sector de la piel, de carácter alegre y muy extrovertido, que de un modo u otro consigue siempre hacerme reír. Como otras tantas veces, lo logró. Y esta vez sí que lo necesitaba.

Dani sigue enfadado, apenas me habla. Ya no sé qué decirle ni cómo disculparme. Días después, mientras cenábamos, les conté el episodio de la muñeca de porcelana y cómo había cargado con la culpa sin merecerlo. Pensé que se sentiría mejor al ver que todos nos equivocamos alguna vez, incluso su abuela, a la que sé que adora.

—¿Y a mi qué me importa? —me soltó—. Tú eres tú, yo soy yo…

«¿Me va a culpar toda la vida? ¿Jamás va a perdonarme?», me pregunté. «¿Pasarían treinta años y seguiría echándomelo en cara?»

Cada vez que pensaba en ello, me sentía llena de remordimientos. No hay nada más difícil que ser madre, por mucho que digan…

Intento no preguntar a Vicky sobre los Lambert. Ella tampoco me dice nada. Ignoro si habla algo con Álvaro, quiero decir, si hablan de mi o de Sergio, aunque lo más posible es que les importe muy poco. Por otra parte, es lógico. Su mundo son sus estudios, sus amigos y su novio, lo demás es secundario.

No conseguí dormir gran cosa el día que vi a Sergio. La noche se me hizo eterna. Tenía su rostro anclado en mi mente. Cerraba los ojos y no era capaz de ver otra cosa… aunque no sentí un deseo sexual, ni me apeteció fantasear con él, al menos me hubiera servido para relajar no solo mi cuerpo, también mi alma, pero ni de eso fui capaz.

La verdad es que me encuentro mal, fatal, decepcionada y herida. Muy herida…

Parece que no soy la única que está sufriendo por amor. También mi hijo, que por primera vez había sentido las flechas de Cupido en su corazón; con su enamoramiento juvenil por Andrea lo está pasando mal. Al parecer, ella le ha dejado.

Si soy sincera, me quedé más tranquila al enterarme. Fue Vicky quien me lo dijo. Su hermano se lo confesó anoche pero le hizo jurar que no me diría nada, ya que apostaba seguro que yo me alegraría.

¿Desde su mirada de adolescente piensa que me alegro por su sufrimiento? Claro que no. No hay nada peor para una madre que ver a sufrir a sus hijos. Dios Mio, no creo ser tan cruel ni tan mala. ¡Qué injusto! Cómo me duele que piense así. Solo tiene dieciséis años.

Se enamorará tantas veces aún…

Intento acercarme a él, pero es tan difícil… quisiera preguntarle pero delataría a Vicky. Si saliera de él contarme, hablarme… pero no. Prefiere encerrarse en sí mismo y tragárselo todo, como ha hecho siempre.

Ayer lo encontré sollozando y me desarmó por completo. No, me dije, esto no puede seguir así.

—Dani, ¿qué te está pasando? Por favor, habla conmigo.

Me miró y bajó la vista.

—¿Es esa chica? —me atreví a preguntarle.

Asintió con la cabeza.

Me senté junto a él sobre la cama y le pasé el brazo por encima del hombro.

—Dani —dije—, eres muy joven aún. Te vas a enamorar muchas veces más… ya sé que ahora te parece terrible, pero ya verás como cuando menos lo pienses te gustará otra… y Andrea habrá pasado a la historia.

—Qué fácil es decirlo…

—Todos, todos hemos pasado por ahí… ¿crees que eres el único?

—Me ha dejado por tu culpa.

—¿Por mi culpa? —pregunté sorprendida.

—No me has dejado salir en todo este tiempo y se ha cansado…

Suspiré.

—Vamos a ver. Escúchame un momento y razona por una vez en tu vida.

Me miró muy serio.

—Es cierto que no me agradaba que estuvieras con ella, de acuerdo… pero no te prohibí salir por eso. Fue por tus notas, Dani. Sabes muy bien que si hubieras aprobado o solo te hubieran quedado una o dos, yo nunca te habría castigado sin salir, por mucho que me pesara la chica esa.

Lo dije con calma, sin enfadarme ni alzar la voz.

—¿Entiendes lo que te digo, Dani?

No contestó.

—Aunque ahora te parezca el fin del mundo, ya te digo que conocerás…

Me interrumpió.

—Ya lo has dicho… —protestó—. Pero te alegras de que no esté con ella.

—¿Me crees tan terrible como para alegrarme viéndote sufrir?

No dijo nada. Bajó la cabeza.

—¿En verdad lo crees? —susurré con los ojos llenos de lágrimas.

Seguía sin decir nada.

—Yo solo quiero lo mejor para ti. Y aunque a veces me duele tener que ser dura y exigente, tengo que serlo, porque si os dejara hacer lo que os diera la gana, no sé qué sería de vosotros. Si lo soy es porque os quiero tanto que… sé lo que sientes, Dani. Lo sé… Lamento haberte hecho sufrir, preferiría ser yo quien sufriera, y si quieres hacerme daño con esa actitud hacia mi, lo estás consiguiendo. —Me levanté con intención de salir de la habitación, pero seguí hablando—: ¿Sabes, Dani? Puedes elegir a tus amigos, amigas… Pero a tu familia no, tu familia es la que te ha tocado. Y siento mucho que te sientas tan mal por mi culpa… no sabes cuánto…

No dijo nada. Siguió con los ojos clavados en la alfombra. Lo dejé solo. Sé que madurará y se dará cuenta de que mis errores o fallos nunca fueron intencionados, aunque ahora esté convencido de que sí.

23. Las comparaciones siempre son odiosas

Nacho Vega, el que se dedica a la venta de artículos de piel, me invitó a cenar. Ya lo había intentado en otras ocasiones, antes de que saliera con Sergio. Nunca había aceptado. No porque tuviera algo en su contra, todo lo contrario, pero nunca me apeteció.

Esta vez accedí. Quería distraerme, olvidarme de todo por un momento y pensar en la posibilidad de que después de Sergio había otro mundo.

A pesar de mis intentos por pasar una velada agradable y divertirme, no lo conseguí. Como si el destino estuviera empeñado en martirizarme, nos cruzamos con Sergio al salir de la asesoría. Llegaba en busca de Sandra para solucionar algo de un impreso que había quedado sin hacer o eso creí entender… No presté mucha atención a sus palabras. Yo estaba en el hall dispuesta a irme con Nacho cuando se abrió la puerta. Me miró, mejor dicho, nos miró, y no pudo disimular su gesto de sorpresa al verme.

—Ho… hola, Paula.

—Hola.

—¿Está Sandra? —preguntó.

—Está en su despacho —contestó Verónica por mí.

Se puso a explicarle lo del impreso y yo continué perdiendo el tiempo revisando el bolso y poniéndome la cazadora con calma.

Se volvió hacia mí y me miró.

—¿Cómo estás, Paula?

—Bien —respondí.

Levanté los ojos y fijé en él mi mirada. Nos quedamos en silencio por un segundo.

—¿Vamos? —preguntó Nacho.

—Sí —Pero ya estaba perdida y la alegría que pude tener en un principio se esfumó de pronto. Bajé las escaleras con la mente en otro sitio, sin importarme a dónde íbamos y con qué fin. En ese momento casi hubiera preferido irme a casa.

La cena fue agradable y Nacho también, pero yo no podía prestarle toda la atención que requería, en mi mente solo estaba Sergio.

—¿Qué te pasa? —preguntó—. Te veo triste.

Me encogí de hombros.

—Estoy cansada, Nacho. Lo siento. No creo ser muy buena compañía hoy —traté de excusarme—. He tenido mucho trabajo esta tarde. De verdad que lo siento.

Hubiera deseado que se diera por aludido y terminar la velada en ese momento, pero no. Siguió hablando y hablando. Yo trataba de seguirle pero por momentos ni lo escuchaba. Pidió un café y una copa de brandy.

—¿Tú qué quieres? ¿Un chupito?

—No, no, gracias. Nada…

Las comparaciones son odiosas, lo sé, pero al verlo frente a mi, intentaba compararlo con Sergio. Nacho habla con voz fuerte y gesticula mucho. Tiene una risa estridente que me pone nerviosa. De físico es normal, ni alto ni bajo, ni delgado ni gordo, con pelo canoso liso y ojos marrones muy oscuros, casi negros. Sus manos son anchas y grandes. Tiene cincuenta años. Lo sé por el archivo que tenemos en la oficina con sus datos personales. Se divorció hace una década y tiene un hijo universitario. Siempre me resultó muy simpático y ameno. Pero incluso así se me estaba haciendo pesadísimo.

Debió de notarme tan tensa o tan rara, ya ni siquiera sé cómo, que me preguntó si deseaba irme.

—Pues sí, Nacho. Estoy muy cansada —volví a repetir.

—Bien —afirmó—. Te acompaño.

Me dejó en portal de casa.

—Muchas gracias —le dije—.Y disculpa… no sé qué me ha pasado.

Sonrió.

—Yo creo que estás incubando algo. Gripe tal vez. Así que cuídate…

—Puede ser…

Se acercó a mí con intención de besarme. Lo vi tan claro que giré con rapidez la cabeza y su beso fue a parar a mi mejilla.

—Perdona, suponía que…

Lo miré sorprendida.

—No sé qué suponías, pero no estoy de ligue —afirmé con tono seco.

Se rio.

—Ya me imaginaba que no ibas a follar en la primera cita, pero…

«¿Cómo? ¿Follar en la primera cita? Contigo ni en la primera ni nunca», estuve a punto de gritarle.

—Adiós —dije apresurada abriendo la puerta con la llave.

No sé si llegó a contestarme. Ni me volví, ni sé lo que hizo. Caminé con paso rápido hacia el ascensor.

Es increíble. No se puede salir con un hombre sin que haya sexo de por medio. ¿Pero cómo es posible?

Cuando llegué a mi habitación minutos después, abrí el cajón de la mesilla donde guardaba una foto de Sergio y la contemplé en silencio.

¿Cómo podía compararlo con ningún otro? ¿Cómo? Nadie puede sustituirle, nadie. No estoy aún preparada para salir con otros hombres. Es una tontería intentarlo. Lo único que haré es buscar a Sergio en cada uno de ellos.

Pensé qué había supuesto Sergio en mi vida. Sergio había sido ese punto y aparte que me había desligado de mi mundo anterior y me había devuelto cierta alegría perdida, la ilusión de sentirme otra vez amada, deseada. Pero al alejarse de mi, me devolvía al fragmento inacabado de mi propia vida hecha de momentos y emociones muy felices pero también de muchos desengaños, sufrimientos, sueños no cumplidos y tiempos que jamás regresarían.

Volví a guardar la foto. Me contemplé ante el espejo del tocador y sonreí con tanto dolor que pensé que el rostro reflejado no era el mío sino el de otra persona. Los ojos reflejaban tanta tristeza que de ningún modo podría ser yo…

Mientras desayunaba con Sandra le narré lo ocurrido en mi cita de la noche anterior.

Abrió los ojos como platos:

—Paula, guapa… —bromeó—, ligas más que cuando tenías dieciocho.

—Sí… es sorprendente. A los quince estaba loca porque alguien me besara y ahora a los cuarenta todo el mundo quiere besarme —afirmé recordando a Víctor, a Nacho y a Miguel.

—Ya te dije que era la mejor edad de las mujeres.

—Tal vez de otras, yo ya no me incluyo.

—Verás…

Me miró inquieta. Pareció meditar lo que iba a decirme.

—Sergio me preguntó… —soltó al fin.

—Te pregunto ¿qué?

—Si salías con Nacho Vega. Como te vio irte con él, se imaginó…

—¿Y qué como le importará? —dije resoplando.

—Yo creo que está bien claro, Paula. Sigue enamorado de ti…

—Pues lo disimula muy bien, ¿no crees? —contesté con rabia.

—Ya…

La miré con angustia.

—¿Qué le dijiste?

—La verdad es que cambié de tema. No sabía sí iba a meter la pata con mi respuesta, ni qué dirías tú en mi lugar. Así que no contesté nada. No insistió. ¿Hice bien?

Asentí con la cabeza.

—Perfecto, Sandra.

—Uff, pues menos mal… estaba preocupada. ¿Volverás a quedar con Nacho Vega?

—Ni loca. Ni con él ni con nadie. Mi historia con los hombres se ha acabado. No deseo volver a complicarme la vida ni seguir sufriendo; con dos he batido todos los récords, tampoco es cuestión de aparecer en el Guinness.

No dijo nada. Suspiró.

—Tampoco quiero que me besen y mucho menos hacerlo en la primera cita —dije tratando de hacer un chiste.

Sandra se rio.

—Ya no hay caballeros, Paula. Ahora solo hay obsesos sexuales y salidos… ¿Te imaginas hacerlo con Nacho? A mi no me pone nada de nada…

—A mi tampoco, Sandra. Nada de nada, antes prefiero hacerlo con un oso.

Volvió a reírse y me contagió.

Esa misma tarde, a última hora, Sandra entró en mi despacho con cara de alucinada.

—No vas a creerlo, Paula.

La miré esperando a que siguiera hablando.

—Nacho Vega me ha enviado un fax por su secretaria para decirme que le diéramos de baja como cliente. A partir de ahora trabajará con otra asesoría.

La miré incrédula.

—¡Menudo capullo! —exclamé.

—Sí… y que lo digas.

Esa tarde, de regreso a casa, caminé por el paseo de la playa. Di bastante rodeo pero necesitaba respirar el olor del mar. Me quedé apoyada en la barandilla observando la llegada de las olas a la orilla.

Me vino a la memoria cuando me invitó a cenar por primera vez, después de aquel encuentro casual que alteraría tanto mi vida.

Decidí que solo me quedaría con lo bueno, con los detalles, con los momentos, con las risas, las complicidades, las alegrías… Pararía el tiempo en esas cosas y el resto lo dejaría confinado en el olvido.

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