Cogió la maleta que tenía preparada desde el día anterior y salió de la habitación cerrando con un brusco portazo.
Abatida y con ganas de llorar me senté sobre la cama. No fui detrás de él. Si quería tomarse las cosas así, era su problema. Yo lo único que había hecho había sido bailar. ¿Por qué tenía que ponerse de ese modo?
Pasé muchas horas analizando mis sentimientos e imaginando lo que Sergio podía sentir. Pensé: «que mi manera de actuar le haya provocado celos, es tonto y mezquino". ¿Por qué juzgarme? Había sinceridad entre nosotros, habíamos dicho desde el principio que confiábamos uno en el otro. ¿Por qué entonces tantos temores?
—No te compliques la vida —dijo Sandra al otro lado del teléfono—. Se le pasará. Ya sabes cómo son los hombres…
—Pero él no es así —contesté—. Él es inteligente, es noble…
—No le des importancia, Paula. En el fondo todos somos un poco celosos, no sé explicarte el motivo.
Cuando dejé de hablar con Sandra me dirigí a la habitación de los chicos. Encontré a Alex enfurruñado y medio llorando.
—¿Qué te pasa, Alejandro? —pregunté inquieta pensando que tal vez se encontraba enfermo.
Empezó a sollozar y a apartarme.
—¿Qué pasa, Alex? ¡Cálmate y dime qué pasa!
Me miró con rabia.
—¡Por tu culpa, es todo por tu culpa! —gritó.
No entendía nada.
—¿Cómo? ¿Qué es por mi culpa? ¿Qué quieres decir?
—Sergio se ha ido… —dijo entre sollozos—. Oí cómo discutíais. Se ha ido, como papá… se ha ido…
—No, no. No se ha ido… Mírame y escúchame, Alex. Por favor, escucha…
Por fin me miró más calmado.
—Solo ha ido a un viaje de trabajo, como otras veces. Dentro de unos días volverá. Te lo prometo.
—No. Es mentira. Yo vi cómo se iba. No se despidió. Estaba enfadado —respondió intentado soltarse de mis brazos.
—No, cariño. Te aseguro que no te estoy mintiendo. De verdad, Alex.
Lo abracé con fuerza hasta que se tranquilizó.
—Es cierto que discutimos. Pero tú también discutes con Dani a todas horas y eso no significa que no os queráis. Sergio no nos va a dejar, cariño.
—Lo quiero mucho, mamá —dijo.
—Yo también lo quiero mucho.
Volví a abrazarlo. No podía imaginarme que Sergio significara tanto para mi hijo. Me sentí orgullosa y feliz. Seguro que él también lo estaría…
—¿Dónde están tus hermanos?
—Ni idea, mami. Cuando me levanté ya no estaban —me respondió.
Me refugio en el pueblo y en mi madre. No consigo contactar con Sergio. No responde a mis llamadas ni él me llama. Confieso que estoy inquieta y preocupada. Ha pasado un día. Pasado mañana volvemos a casa. Primero tenía el móvil desconectado. Después yo perdía la cobertura o no se escuchaba nada, solo ruido, por lo que maldije a la compañía de teléfonos una docena de veces. Está en Alemania, no en el otro lado del mundo. No entiendo su silencio. Me mortifica. Me hace sufrir…
El que anda descentrado es Dani. Tampoco consigo saber qué le ocurre.
—¿Qué le pasa a este niño que está tan raro? —preguntó mi madre.
—Está enamorado, abuela —contestó Vicky burlándose.
—Por favor, no empecéis otra vez —dije resignada.
Están siempre liados. Si no es por un motivo es por otro. Estoy harta de peleas.
Por fin, por la noche, Sergio contestó a mi llamada.
—Sergio, al fin —exclamé—. Te he llamado un montón de veces.
—Me he pasado el día en reuniones, Paula.
—Estaba preocupada.
—No tenías por qué…
Su tono me sonó frío y distante. Me intranquilicé.
—Sobre lo del otro día, yo… si te herí, lo siento. No era mi intención.
Esperé a ver qué me respondía antes de continuar, pero se quedó en silencio.
—¿Sergio?
—Ya hablaremos, Paula. Ahora estoy agotado. Quiero irme a dormir. Mañana me espera otro día de reuniones y de ir de un lado a otro.
—¿Pero está todo bien?
Pareció dudarlo pero al fin respondió:
—Está todo bien.
Sonreí aun sabiendo que no podía verme.
—Te extraño mucho —dije—. Tengo ganas de verte.
—Y yo…
Sin embargo dentro de mí, a pesar de sus palabras, no le reconocí, me sonaron huecas. No era el mismo Sergio de siempre. Me inquieté mucho, muchísimo, y no dejé de darle vueltas a todo una vez más. Por la noche no conseguí dormirme hasta muy tarde. Solo deseaba que pasaran los dos días que faltaban para verle, para besarle, tocarle… quería ver con mis propios ojos que todo estaba bien y que me seguía amando.
Regresamos a casa ayer noche. No volví a hablar con Sergio. Tal vez necesite estar solo o meditar. No quería atosigarlo. «Cuarenta y ocho horas pasan enseguida», me dije. Pero lo cierto es que se me hicieron eternas.
Y esta mañana volví a la oficina con el ánimo por el suelo.
—Seguro que Sergio —comentó Sandra— te sorprenderá con un ramo de rosas y una bella sonrisa en la cara, ya lo verás.
Quisiera creerlo, pero ya empiezo a dudar. No he intentado llamarle más, si él no lo hace es porque no quiere hablar conmigo.
Lo que me sorprendió fue la llegada de Miguel justo cuando iba a salir para comer. Es cierto que habíamos quedado en vernos para hablar de los niños, más que nada de Dani, pero no esperaba que apareciera hoy. Insistió en que fuéramos a comer al bar de la esquina y de paso intercambiar impresiones. Acabé aceptando, aunque reconozco que lo recibí un poco huraña.
—¿Qué quieres? —pregunté.
—Vaya, qué agradable eres a veces. ¿Tienes un mal día?
—No, solo que no contaba contigo. Desde hace dos semanas estoy esperando tu llamada, y eso que te dije que era urgente.
—Venga, no te enfades. Te invito a comer y de paso hablamos de todo eso que querías explicarme.
—No me apetece, Miguel. Hablemos aquí.
—Dentro de tres horas salgo de viaje y no estaré en toda la semana. Sí quieres hacer ayuno es cosa tuya, pero yo no estoy dispuesto a quedarme sin comer. Tú verás… si no vienes, tendrás que esperar a que vuelva.
—¿Te vas de vacaciones? —pregunté.
—No. Trabajo…
No dije nada. No tenía ganas de compartir mesa y mantel con él. Además seguía inquieta pensando en Sergio. Me quedé abstraída dudando si aceptar o no.
—Paula… —dijo—. ¡Despierta!
Suspiré.
—¿Qué? ¿Vienes o no? No tengo todo el día.
Me levante de la silla.
—Está bien —respondí con desgana.
Hablamos de los niños y por fin nos pusimos de acuerdo en tratar de hablar con Dani y de hacerle entender que los estudios son primordiales. Prometió que me ayudaría en ese tema, pero que lo de salir con una chica era de lo más normal.
—Hablaré con él, pero con respecto al colegio. Nada más…
Espero que sea verdad, me fío muy poco de sus buenas palabras. Yo lo que quiero ver son hechos…
Se empeñó en enseñarme su nueva adquisición: un coche todo terreno que ha estrenado estos días. Le acompañé hasta el aparcamiento.
—Te veo muy sola, Paula —me dijo mientras caminábamos—. ¿Dónde tienes a ese novio tuyo?
—Está de viaje —respondí.
—¿Negocios? Hum… sé muy bien cómo son esos viajes… hay fiestas, cenas… Te invitan a copas… y siempre hay chicas encantadoras dispuestas a complacer y a divertir a ejecutivos solitarios. Claro, que Sergio te adora y no es como yo —añadió sarcástico.
—Pues no, gracias al cielo no se parece nada a ti.
No quiero recordar lo que sucedió después. No merece la pena ni que gaste tinta en escribirlo. Me he jurado que no volveré a quedar con él para nada y que solo hablaremos por teléfono o como mucho en la oficina…
Y si al mediodía estaba angustiada por no saber nada de Sergio, fue mucho peor cuando al llegar al trabajo Sandra me dijo con una gran sonrisa que había estado allí y que le había explicado que había ido a comer con Miguel.
Lo he llamado durante toda la tarde y tiene el teléfono desconectado. No sé qué está pasando… y en la empresa ni me contestan.
Acabo de encontrar su jersey azul, el que yo le regalé, en el armario. Se olvidó de meterlo en la maleta. Me lo he puesto como una tonta. Me encanta cómo huele. Me da la impresión de que lo tengo aquí, a mi lado.
Hoy viernes, por fin apareció por la oficina. No pude evitar poner una gran sonrisa en cuanto lo vi. Apresurada me levanté de la silla y fui hacia a él. Deseaba abrazarlo…
Me quedé desconcertada cuando no respondió a mi abrazo. ¿Seguía enfadado? ¿Cómo era posible?
—Solo quiero decirte una cosa, Paula —me dijo tan serio que me sorprendió.
—¿Qué pasa?
—He estado dando vueltas a lo nuestro en todos estos días… y… lo siento mucho pero nuestra relación no funciona. Es mejor que lo dejemos.
Me quedé petrificada y muda.
—Es una tontería que intentemos algo que no tiene futuro. Los dos lo sabemos. Además, necesito tiempo. Aunque tú sabes tan bien como yo que no va a funcionar por muchas cosas… demasiadas.
Miré para otro lado. No quería oírlo ni mirarlo. Aun así me llené de orgullo para no llorar delante de él. Me encogí de hombros. No estaba dispuesta a gritar ni a pelear ni a discutir… ya todo me daba igual.
—Lo siento —dijo—, no funcionaría…
Seguí sin mirarlo. Escuché sus pasos y luego la puerta que se cerraba. Entonces, sí, entonces pude llorar…
Tengo difusos los recuerdos de aquella tarde. Sé que llegué a las once de la noche a casa, y que era viernes. Mi madre se sorprendió de no verme con Sergio. Enseguida adivinó que me pasaba algo. Aunque había estado todo el tiempo con Sandra intentando calmarme, las huellas de mi llanto no pasaron desapercibidas a sus ojos.
—¿Qué te pasa, Paula?
—Nada, mamá.
—¿Cómo que nada? ¿Has estado llorando?
Cerré la puerta de la cocina; aunque los niños estaban en el salón y seguro que ni me oían, preferí asegurarme.
—Sergio… lo hemos dejado —le dije con los ojos llenos de lágrimas.
—¿Eh? Pero…
Rompí a llorar y ella me abrazó. Al final fue mi consuelo, porque no hay nada como el abrazo de una madre, nada como sus palabras cariñosas ni sus mimos… me sentí como cuando era una niña y me refugiaba en sus brazos cuando lloraba por algo, ya fuera con motivo o sin él.
—Cariño… cuánto lo siento.
Y sí, sí que lo sentía. De eso estaba segura.
Le dije que no deseaba hablar del tema de momento, y ella no insistió. Sé que no dormí apenas y que al día siguiente, como era sábado, me quedé en la cama hasta tarde.
No probé bocado hasta la hora de cenar. No me entraba la comida. Y sé que lloré varias veces más. Sin embargo el domingo me dije que no, no iba a permitir que otro hombre me hiriese de nuevo. Me levanté muy segura de mi misma, convencida de que lo superaría y de que mi vida tenía que seguir. Me lo propuse y lo logré al menos por ese día. No sé cómo, pero lo hice… hasta fui capaz de sonreír otra vez. Y en unos días, la Navidad. No quiero ni pensarlo.
Navidad. Esta vez será peor que nunca. Ni me encuentro con ánimos ni con ganas de fiesta. Nos vamos al pueblo como todos los años. Ya le he dicho por teléfono a mi hermana que lo de Sergio se ha acabado.
—Cuánto lo siento, Paula —dijo.
—No importa. Estoy bien.
No, no estoy bien para nada pero tengo que aparentarlo. Vicky también me dijo lo mismo que Maribel, que lo sentía. A los otros dos les he dicho que nos hemos dado un tiempo de reflexión y que ya veríamos. Supongo que Alejandro no entiende nada, y que Dani está demasiado ocupado con sus cosas como para interesarle mi vida amorosa.
Tal y como me suponía, sus notas son de pena. Ha aprobado cuatro de diez. Estaba tan segura de que serían tan malas que no me sorprendí cuando me las dio.
A pesar de que empezó a excusarse diciendo que este año era muy difícil, pero que iba a recuperarlo todo, ni me alteré.
—No quiero excusas. Te lo llevo diciendo desde hace semanas. No saldrás hasta que me lo traigas todo aprobado. Irás de casa al colegio y del colegio a casa… y no voy a decirte ni una palabra más.
He sabido por Miguel que sigue viendo a esa chica aunque no debo preocuparme porque habían hablado de hombre a hombre, y que de momento no pasan de besarse y poco más.
—Así que no te preocupes tanto y deja que disfrute —me dijo riéndose por teléfono.
—No sé cuando, porque como ha suspendido seis asignaturas no va a salir lo que queda de curso.
—¿Seis? —preguntó.
—Sí, lo que has oído.
—Esta vez te doy la razón. Ni se te ocurra dejarle salir… ¿seis? ¡Qué barbaridad!
Y eso es todo, porque no ha hecho nada por verlo, ni a él ni a ninguno. Otra vez que se ha desentendido. Total, ¿para qué molestarse?
La Navidad ha pasado más rápido de lo que pensaba. Aunque hice todo lo posible por no abandonarme a la tristeza, tuve días muy malos, con la moral por los suelos. Esta vez, gracias al apoyo de Sandra, que se hizo cargo de la asesoría, no regresé hasta el mismo día de Reyes por la tarde.
Hoy, cuando miré el calendario, caí en la cuenta de que es trece de enero, el cumpleaños de Sergio. Sonreí sin poder evitarlo. ¡Cuánto tiempo sin verlo! No sé si ha pasado por la asesoría en estos días, o ha sido Félix. Ahora es Sandra quien se encarga de todo lo referente a los Lambert, yo prefiero no inmiscuirme ni saber nada. Tampoco sé cómo voy a reaccionar cuando vuelva a coincidir con él, porque supongo que tarde o temprano nos volveremos a ver.
Al llegar a casa a quien me encontré fue a Álvaro, que estaba con Vicky en el salón tomando un refresco. Se puso en pie en cuanto me vio y se acercó a saludarme sonriente. Yo le di dos besos.
—Me alegro de verte, Álvaro. ¿Qué tal estáis todos?
—Muy bien. Muchas gracias.
—Me alegro.
Al decir todos también quería mencionar a Sergio. Dime algo, Álvaro, dime que está bien, que todavía habla de mí, que volverá, que esto es pasajero…
Los dejé solos para que siguieran hablando de sus cosas y me fui a ver a los otros dos que, como siempre, se peleaban por algo. Esta vez porque querían usar el ordenador al mismo tiempo. Me agotan. Alex empezó a lloriquear diciendo que no le había dejado en toda la tarde, y su hermano a decir todo lo contrario, que había sido justo al revés.
—Vale. Basta —dije—. Para ninguno. Y se acabó la discusión.
—Él ha estado mucho tiempo —refunfuñó Alejandro.