Solo Dani es el que no pone buena cara cuando lo ve, pero no dice nada. Prefiero su indiferencia a que se muestre antipático o maleducado y acabemos riñendo como ha pasado en varias ocasiones.
Había visto a Miguel dos semanas antes, cuando fue a visitarme a la asesoría. En un principio me puse a la defensiva pensando que venía en plan de atacarme como la última vez, pero no. Todo lo contrario. No tardé en comprender el motivo de su cambio de actitud.
—Sonia y yo nos hemos separado —dijo.
Me quedé tan sorprendida que no sabía qué decirle.
—Solo es momentáneo —agregó—. Nos hemos dado un tiempo.
Podía decir que lo sentía, pero la verdad es que no, no lo sentía. Tampoco me alegraba, más bien me era indiferente.
—¿Y tú como vas?
—Bien.
—Con ese tío —aclaró.
—Me va de maravilla —dije con una sonrisa.
No contestó nada. Se quedó callado unos instantes.
—Llamaré a los niños el viernes. Los llevaré a cenar.
Me encogí de hombros.
—Haz lo que quieras.
Cumplió su palabra. A las once y media de la noche los dejó en el portal. Esta vez él no subió y lo agradecí. Yo estaba viendo una película y no tenía ganas de hablar con él. Dani me dijo que Vicky había salido con Álvaro, y de paso comentó que Sonia se había ido de viaje.
—¿Crees que se han separado? —preguntó—. Porque entonces… tú y él… bueno… que… tal vez… si lo intentarais…
Conociendo a mi hijo, imaginé que estaba soñando despierto. Tal vez pensaba que era una oportunidad de que su padre volviera a casa conmigo. No quería que se hiciera ilusiones.
—No, Dani, cariño. Eso es imposible. Sabes que no…
Me miró decepcionado.
—Él tiene su vida y yo la mía.
—Pero, ¿crees que se habrán separado? Siempre van juntos de viaje…
—Lo que les pase a Sonia y a tu padre —le dije— no es asunto mío. Además, que se haya ido de viaje no quiere decir que lo haya dejado.
Seguro que ha ido a visitar a su familia.
—Claro…
—Anda, acuéstate que es tarde.
—Sí, ya voy.
Si su padre había tomado la decisión de no decirles que se había separado de Sonia por un tiempo, yo no iba a hacerlo tampoco. No me correspondía.
Me imagino que será pasajero y volverán. Tampoco me preocupa lo más Mínimo.
Estamos en el trimestre de los cumpleaños. Sergio en enero, Dani y mi madre en febrero, y el otro día veinticinco de marzo, el mío. Sí, sí… ya he llegado a la terrorífica cifra de los cuarenta. ¡Quién lo diría!
Invité a los niños, a mi madre, a Sandra y a su familia, y por supuesto a Sergio, a cenar a un restaurante italiano el viernes.
El sábado decidimos festejarlo los dos solos, además al día siguiente él tenía que coger un vuelo para asistir a una feria de automóviles en Alemania.
Me había regalado una preciosa pulsera a juego con unos pendientes, que estrené ese mismo día. Nos desplazamos a otra localidad a casi una hora en coche y estábamos ya con el postre cuando sugerí que deseaba pasar el resto de lo que nos quedaba de noche en la intimidad de su apartamento. Él sonrió halagado.
—Será un placer, madame. Estoy a tus órdenes.
—Hum… así me gusta —contesté sonriendo.
—Complaceré todos tus deseos.
—¿Todos? Hum… ¿seguro? Van a ser muchos…
—No hay problema. Cuando quieras empezamos.
Miré el reloj.
—Me muero de impaciencia —confesé.
Se rio.
Y en eso estábamos, en pleno deleite sexual, a punto de llegar por enésima vez al edén de los orgasmos —pues ya había perdido la cuenta—, cuando mi móvil empezó a sonar. En un principio no pensé en cogerlo pero al ver que insistían me preocupé.
Salté de la cama desnuda y me acerqué a la silla donde había dejado el teléfono al lado del bolso. La pantalla iluminaba el número de casa. Algo pasaba. Nerviosa e intentando controlar mi respiración agitada, contesté.
Era Vicky, que pidiéndome primero que no me pusiera histérica, me informaba de que no sabían nada de Dani y que mi madre estaba muy angustiada.
Miré el reloj. Eran casi las doce de la noche.
—¿Cómo que no sabéis nada?
—Que no ha llegado y no se ha llevado el móvil, mamá. He llamado a sus amigos pero no ha estado con ellos ni lo han visto.
—Voy ahora mismo —dije apurada.
Nos fuimos a toda prisa.
Yo albergaba la esperanza de llegar a casa y encontrarlo allí. Seguramente todo tenía explicación; no tenía por qué alarmarme de la manera que lo estaba haciendo, pero no, no fue así. No había vuelto.
Mi madre estaba pálida, y Vicky, que no había salido por quedarse a estudiar, estaba nerviosa aunque trataba de disimularlo.
—Seguro que está con algún amigo que no sabemos, mamá —dijo—. No te preocupes.
—¿A estas horas, Vicky? Pero si tiene que estar en casa a las nueve y media, por Dios —contesté angustiada—. Y además, ¿con quién?
Miles de pensamientos cruzaron mi mente, todos negativos. Le ha pasado algo, me dije, le ha atropellado un coche, ha tenido un accidente, se ha perdido, le han atacado en la calle, está malherido… ¡Dios, qué poderosa puede ser la imaginación! Lo cierto es que me puse a temblar. Todos estábamos mudos, incluso Alejandro. Decidí entrar en su habitación. Trataba de buscar alguna pista, algo que me pudiera explicar por qué mi hijo de quince años no había aparecido aún, y lo peor, ¿con quién podía estar? El móvil estaba sobre la mesa. Miré la agenda, nombre por nombre. Todos sus amigos que yo conocía estaban allí, también compañeras de su clase, y otros que no me sonaban de nada. La tentación de mirar los mensajes era superior a mi, no quería hacerlo pero en un caso como ese sería comprensible. Sin embargo, cuando estaba a punto de presionar la tecla, escuché el sonido del teléfono de casa.
Salí como un rayo hacia el pasillo pero Vicky ya había descolgado y hablaba con alguien.
—Ah… —la escuché decir—, ahora te la paso.
Me dio el auricular al tiempo que me decía:
—Tranquila mamá, Dani está con papá.
—¿Ehhh?
En efecto, Miguel me llamaba para decirme que mi hijo estaba con él y que no tardarían ni diez minutos en llegar.
—Pero… ¿está bien? —pregunté.
—Claro que está bien. ¿Por qué no iba a estarlo? Ahora vamos —añadió.
Después colgó.
Me quedé absorta mirando el teléfono como si todo fuera una alucinación. ¿Qué era aquello? ¿Una burla? ¿Una tomadura de pelo? ¿Cómo podía avisarme de que estaba con nuestro hijo a esas horas de la noche? ¿Por qué no lo había hecho antes?
—¿Ha estado todo el tiempo con él? —inquirió mi madre levantándose de la butaca—. ¿Ha estado toda la tarde con Miguel?
Estaba furiosa.
—Supongo… —dije confusa—. No me lo ha dicho.
—¿Y no han podido llamar antes? ¡Santo cielo! —exclamó—. Me voy a la cama, prefiero no ver la cara del descerebrado de tu exmarido.
—Mamá… —dije.
—¡¿Acaso no tengo razón?! Nos ha dado un susto de muerte. Menudo… —se calló. Me imagino que fue porque tanto Alex como Vicky la miraban extrañados de verla tan fuera de sí. La comprendí al instante. Yo llevaba menos de una hora preocupada, nerviosa, angustiada. Ella llevaba casi tres.
—¡Dios Mio! —susurró cruzando las manos sobre el pecho—. No puedes imaginarte lo mal que lo he pasado. Creí que me iba a dar un ataque.
Sí, sí me lo imaginaba, por eso me acerqué a ella y la abracé.
—Tranquila, mamá. Solo ha sido un susto.
Ordené a Alex que se fuera a la cama porque se le cerraban los ojos y, aunque protestó, acabó obedeciendo.
Vicky también optó por irse a dormir. Se había pasado la tarde estudiando y se sentía cansada.
Miré a Sergio que, perplejo, permanecía de pie a lado de la ventana. Ni me acordaba de que estaba allí. Fui hacia él.
—Sergio, lo siento.
Sí, lo sentía y mucho. Él no tenía por qué aguantar todo eso. Él no tenía hijos, no tenía que compartir mis preocupaciones como madre. Podría estar en cualquier otro sitio divirtiéndose, tranquilo, sin problemas… Y no que ahora fuese partícipe de mi angustia y mi nerviosismo.
Inclinó su mejilla contra la mía y me abrazó.
—No pasa nada, Paula. Solo quiero que estés bien.
Por fin sonó el timbre de la puerta. Fui a abrir.
No pude creer lo que veía. En el hall mi hijo y mi ex saludaban sonrientes. La emoción que me invadió al verlo sano y salvo me hizo ir a abrazarlo.
—Dani, cariño —repetí rodeándolo con mis brazos.
—Mamá —protestó—, pero ¿qué pasa?
Me aparté y vi que me miraba como si estuviera loca o algo parecido, lo mismo que Miguel, y en un segundo mi alivio se convirtió en furia.
—¿Dónde estabas? —pregunté zarandeándole—. ¿Por qué no has llamado? ¿Por qué no has avisado a tu abuela de que estabas con tu padre? ¿No entiendes que estábamos preocupados por ti?
—Cálmate, Paula —dijo Miguel—. No te pongas así. Ya te estoy diciendo que ha estado conmigo toda la tarde. Hemos ido al cine y a cenar al McDonalls. ¿Verdad, hijo?
Yo no daba crédito.
—¿Y se puede saber por qué nadie nos avisó de que estaba contigo? ¿Cómo puedes ser tan irresponsable, Miguel? —le increpé.
—Hasta hace media hora estaba convencido de que lo sabías, por eso no me preocupé —se excusó.
—Pues no —repliqué—, no tenía ni idea de dónde estaba. Menudo susto que me ha dado. Creí que… que…
—Te hubiera avisado, Paula. Te lo juro. Se presentó en mi casa y yo supuse que lo sabías…
Solté un bufido.
Miré a mi hijo, que desvió la vista ante mi mirada.
—Bueno, bueno, no ha pasado nada, Paula. Tranquilízate, anda —añadió—, invítame a un café o a una copa, si tienes.
Entró en el salón y saludó a Sergio sin mucha gana. No debió gustarle nada encontrarlo sentado en el sofá.
—Lo dicho, Paula. ¿Tienes café? ¿Una copa de brandy? ¿Un chupito?
Cerré los ojos y me llevé la mano a la frente. ¿Café? ¿Brandy? ¿Un chupito?… ¿Qué era aquello? ¿Un vodevil? ¿Tenía que reírme también?
Porque no, no estaba para bromas, ni para risas, ni para nada.
—No —respondí—. Es muy tarde y no tengo ni café ni copas, así que, por favor, es mejor que te vayas. No son horas.
Me miró confuso y sin duda molesto.
—Bien —dijo—, me voy. No hace falta que me acompañes, Paula. Sé muy bien dónde está la puerta. Adiós, hijo.
Pero antes de salir volvió a dirigirse a mi.
—Tenemos que hablar, Paula.
—¿Y tiene que ser ahora? —repliqué enfadada acercándome a él.
No contestó. Se giró y salió malhumorado.
Dani permanecía apoyado en el marco de la puerta mirándome con gesto huraño y no me costó adivinar que le había parecido fatal que hubiera echado a su padre de aquel modo.
—Y tú, Daniel, que sea la última vez que me haces esto —dije.
Resopló.
—Estoy harta de decirte que llames a casa si te retrasas para que no estemos preocupados pensando que te ha pasado algo. Y ahora, por favor, vete a la cama.
Hizo una mueca de desagrado y me espetó con chulería.
—Total, para lo que te importa, ni siquiera estabas en casa para preocuparte.
Me molestó no solo su tono, también la mirada despectiva que nos dedicó a los dos, primero a Sergio y luego a mi, pero hice un esfuerzo por contenerme. No quería más escenas.
—Vete a la cama.
Quizás se sorprendió de que no me exaltara demasiado porque siguió con la vista clavada en mi, desafiándome.
—He dicho que te vayas a la cama —ordené alzando la voz.
Esta vez obedeció y se fue del salón. Miré a Sergio, que tenía los ojos clavados en mí.
Se acercó y me abrazó.
—Iba todo demasiado bien —le susurré—. Demasiado… es todo culpa mía, soy un desastre…
—¿Eh? No, no… no voy a permitir que te martirices. No has hecho nada malo, Paula. Nada… ¿Me oyes? Nada —repitió.
Dejé que me abrazara otra vez.
—Quédate esta noche, por favor —le rogué.
No era por sexo. Solo quería tener alguien a quien abrazarme, deseaba que consolara todas mis penas, que me mimara…
Sonrió.
—No creo que sea lo mejor. ¿Qué van a decir tus hijos si me ven aquí por la mañana? Sobre todo Dani… y tu madre.
Tenía razón. Había sido un arrebato inconsciente por mi parte.
Asentí con la cabeza.
Me tuvo abrazada durante bastante tiempo hasta que, agotada, le dije que deseaba irme a dormir porque empezaba a dolerme la cabeza. Me besó.
—Si no puedes dormir, llámame —me dijo.
Sonreí.
—Ah, feliz cumpleaños, cariño. Ya son más de las doce. Estamos a veinticinco.
—Sí, dije mi cumpleaños…
Apenas pude dormir. Un desasosiego se apoderó de todo mi ser e intranquila, sentía el corazón a mil por hora mientras estaba en la cama. Un mar de preocupaciones ocupó mi mente y estuve dando vueltas queriendo no pensar. Lo único que deseaba era cerrar los ojos, olvidarme de todo al menos por unas horas, pero no podía. ¿Por qué Dani había ido a ver a Miguel por su cuenta? ¿Estaba pensando en que su padre y yo podríamos volver? Esperaba que no.
Intenté recordar si yo o mi hermana le habíamos dado esa clase de disgustos a mis padres, lo de llegar tarde sin avisar dejando que se preocuparan sin necesidad. Puede que alguna vez llegara tarde pero no lo bastante para que se preocuparan demasiado. Si tenía una excusa creíble no pasaba nada aparte de la advertencia de que no volviera a suceder, y si el pretexto era una evidente mentira, la riña era mucho más seria, llegando incluso al castigo de quedarse en casa sin salir. Sin embargo, a mi padre lo camelaba enseguida, y acababa cediendo. Con mi madre era mucho más difícil. Por mucho que lo intentara, ella siempre ganaba y yo acababa por rendirme. Ahora, en cambio, me reprocha ser autoritaria con mis hijos. A veces me pregunto qué haría ella en mi lugar…
Estaba dormida como un tronco cuando el sonido del teléfono me despertó. Solo eran las ocho y media de la mañana. Descolgué medio dormida el inalámbrico que tengo en mi habitación y contesté sin abrir los ojos.
—¿Miguel? ¿Qué quieres a estas horas?
Me incorporé de golpe incapaz de creer lo que estaba escuchando.
Mi ex estaba informándome de que Dani se acababa de presentar en su casa con una bolsa con ropa dispuesto a quedarse a vivir con él.
Por supuesto, Miguel no estaba por la labor, y yo tampoco.