Un hombre que promete (30 page)

Read Un hombre que promete Online

Authors: Adele Ashworth

Tags: #Histórico, #Romántico

BOOK: Un hombre que promete
4.08Mb size Format: txt, pdf, ePub

Clavó los ojos en ella y se inclinó hacia delante para murmurar con voz ronca.

—Apesta a alcohol y habla sin pensar. Como mujer de bien debería saber que no se debe atacar a nadie con palabras que no pueden probarse; pero, dado que está usted ebria, lo pasaré por alto. Lo más gracioso de todo, Claire, es que Madeleine DuMais, aun cuando es plebeya y de origen humilde, cosas que sin duda no son culpa suya, jamás habría cometido la ordinariez de ponerse a hablar tan mal de usted —Se irguió de nuevo con la mirada clavada en los ojos hinchados y atónitos de la dama y sin ocultar la repugnancia que le provocaba—. Está hecha un desastre y espero que algún día pueda superar sus adicciones. Pero para dejar las cosas claras y poner fin a esta conversación sin sentido le diré que nunca, en ninguna circunstancia, he tenido el menor interés en acostarme con usted. El mero hecho de pensarlo me provoca escalofríos. Buenas noches, señora.

Pasó junto a ella para entrar en el salón de baile.

Capítulo 18

S
e marcharon del baile de máscaras justo antes de la una, después de decidir que, debido a lo tardío de la hora y al frío que hacía, sería mejor tomar la ruta más corta hasta casa y regresar por el sendero del lago. Aunque tenía mucho más barro que las calles del pueblo, a Madeleine no le importó mancharse el vestido, ya habría muerto congelada de haber cogido el camino largo. Bueno, tal vez eso fuera una exageración, pero incluso con la pelliza forrada de piel que la cubría de la cabeza a los pies, seguía teniendo frío. Por suerte, el viento se había calmado por completo y reinaba la oscuridad, ya que la luna llena se había ocultado tras una capa de nubes bajas.

Thomas parecía muy ensimismado y ella no quería interrumpir sus pensamientos hasta que se encontraran a una buena distancia de la mansión del barón. A decir verdad, había permanecido en silencio desde el momento en que volvió a reunirse con ella, casi dos horas atrás; no habían conversado más que de cosas triviales: sobre lo delicioso que estaba el suflé de chocolate, del que Madeleine se había tomado dos enormes porciones, y de la excelente calidad del champán de Rothebury. Se había bebido también una copa de champán casi hasta arriba, mucho más de lo que consumía habitualmente en las fiestas, y eso la calmó hasta tal punto que había conseguido pasarlo bien después de que el anfitrión la abordara en la biblioteca. Aun así, aparte de unas cuantas palabras informales, Thomas no había hablado mucho a lo largo de la noche y había permanecido a su lado en todo momento, excepto cuando bailaba.

Se estaban acercando al límite oriental de la propiedad del barón, donde el sendero se estrechaba de forma considerable; el aire calmo y la oscuridad reinante los obligaban a caminar despacio. Madeleine debía marchar delante de él, pero decidió que ya estaban lo bastante lejos para romper el silencio y charlar sobre lo que había descubierto en casa de Rothebury.

—¿Lo has pasado bien esta noche, Thomas? —preguntó a la ligera a modo de comienzo.

Le pareció escuchar un resoplido.

—No sé si «pasarlo bien» sería una forma adecuada de describirlo —contestó él de manera brusca al tiempo que extendía el brazo por encima de su hombro para apartar de su camino un grupo de hojas perteneciente a un enorme arbusto—. Pero debo decir que ha sido una noche bastante esclarecedora.

Madeleine pasó por alto su tono y dijo con voz agradable.

—Para mí también ha sido esclarecedora.

—Sin duda.

El comentario había sido de lo más prosaico, pero Madeleine detectó un leve matiz de admonición en su voz.

—Para ser un comerciante de libros, o como él quiera llamarlo —continuó al ver que no decía nada más—, Richard Sharon no tiene muchos.

—¿No tiene libros? —preguntó Thomas con incredulidad.

Madeleine agachó la cabeza para pasar bajo la rama de un árbol.

—Tiene unos cuantos, pero no los que se espera de un comerciante; ni siquiera los que tendría alguien con un ligero interés en ellos. La biblioteca está llena de extrañas antigüedades y algunos objetos realmente preciosos. No estoy segura de cuál es la relación de todo esto con el contrabando, pero está claro que la tiene.

—Interesante.

Durante unos instantes, no escuchó nada más que el crujido de las ramitas y los guijarros bajo los pies. Una vez que doblaron el recodo, el sendero se ensanchó por fin y tomó dirección norte, hacia la casa.

—La mansión es más pequeña por dentro que por fuera —mencionó Thomas muy despacio, como si encajara las piezas de un complicado rompecabezas mientras pensaba en ello—. ¿Te diste cuenta?

Madeleine interrumpió sus propios pensamientos para meditar esa idea.

—Lo pensé un momento cuando entramos, pero a decir verdad no le he dado muchas vueltas. ¿Adónde quieres ir a parar, Thomas?

Él tomó una honda bocanada del gélido aire nocturno y se adelantó un poco para caminar a su lado de nuevo.

—No estoy seguro. Solo estoy pensando en voz alta.

Una gota de lluvia le golpeó la mejilla y después otra; Madeleine agachó la cabeza y se subió el manguito hasta el cuello.

—Quizá los rumores sean ciertos, entonces.

—¿Rumores?

—Esos rumores que dicen que la mansión fue en su día un refugio para aquellos que no estaban afectados por la peste —explicó—. Tal vez la estructura sea tan antigua que la casa se haya acortado de algún modo sobre los cimientos y existan espacios entre las habitaciones.

Thomas rió entre dientes al escucharla y ella agradeció el cambio de humor.

—Por lo general, habría considerado eso como simples tonterías —replicó—, pero puede que en este caso sea una explicación válida. Sin embargo, no debes olvidar que no toda la casa puede estar construida de semejante manera. Es evidente que el salón de baile, por ejemplo, está conectado con la estructura de los muros, y hay ventanas en otros lugares de la casa que pueden verse desde el exterior.

Madeleine aminoró el paso y se subió el manguito hasta la nariz en un intento por calentársela.

—Sí, pero ¿hacia dónde dan esas ventanas? Recuerdo haber contemplado la mansión desde la parte trasera de nuestra casa a comienzos de la noche sin ver ni una luz encendida. Y eso me resulta muy extraño, ya que apenas habían pasado las diez.

Thomas se encogió de hombros.

—Quizá el barón se retire pronto a dormir.

Ella soltó un bufido.

—¿Acaso Rothebury te parece del tipo de hombre que se acuesta temprano, Thomas?

—Entiendo adónde quieres llegar.

Guardaron silencio durante un minuto.

—Asumamos —continuó ella con aire serio— que la mansión ha sido remodelada para acomodar ciertos… ¿Cómo podríamos llamarlos? ¿Pasadizos? —Le lanzó una mirada de reojo, aunque no logró ver del todo bien su expresión.

—Parece un término adecuado —dijo él.

La idea de que la mansión de Rothebury tuviera pasadizos secretos la confundía a la par que la fascinaba.

—¿Por qué haría el barón algo así? ¿Con qué propósito?

Thomas vaciló antes de responder.

—¿Para el contrabando? ¿Para pasar de una estancia a otra sin que lo vean y poder observar a sus perezosos criados? ¿Para… introducir a jóvenes damas en su dormitorio por las noches sin que nadie las vea?

Madeleine dejó de caminar poco a poco y sacó una mano de la calidez del manguito de marta para agarrarle la manga del abrigo. Thomas se detuvo un poco por delante de ella y se volvió para mirarla con expresión interrogante.

—Eso me dijo exactamente, Thomas —susurró de mala gana al tiempo que reflexionaba sobre la idea.

Lo vio fruncir el ceño a pesar de la oscuridad.

—¿Qué fue lo que te dijo?

—Que quería llevarme a su casa de noche. Para una cita de amantes, aunque no utilizó esas palabras. Y cuando protesté diciendo lo que él esperaba de mí como mujer experimentada, que no podría reunirme con él porque podría toparme con algún sirviente y arruinar su reputación, él me dijo que había otras formas de entrar en la mansión aparte de las puertas principales.

Thomas se frotó el rostro con la mano enguantada.

—¿Te lo dijo cuando estabais a solas?

—En la biblioteca —admitió ella al tiempo que le soltaba la manga para volver a introducir la mano en el manguito; se sentía un poco culpable por no haberle contado de inmediato la pequeña escapada con el barón. Le hablaría de ello en su momento—. Quería contar con… toda mi atención, y yo deseaba hablar con él a solas, de modo que sugerí esa habitación porque así podría echarle un buen vistazo a su colección de libros, la cual, como ya te he dicho, en realidad no existe —Chasqueó la lengua y meneó la cabeza con desagrado—. Por supuesto, él ni siquiera demostró la más mínima preocupación por mi reputación, pero es evidente que no es del tipo de hombre que se preocuparía por algo así.

Thomas esbozó una pequeña sonrisa al escucharla.

—Supongo que podría referirse a la entrada de los sirvientes —razonó Madeleine.

—¿Y correr el riesgo de que te encontraras con alguno de ellos? Lo dudo —Se pasó los largos dedos por las patillas muy despacio—. ¿Quieres saber lo que creo?

Ella sonrió.

—¿Tienes que preguntarlo?

Más gotas de lluvia golpearon la capucha de la pelliza y Thomas alzó la vista hacia el oscuro cielo nocturno.

—Cada vez se pone peor.

—Y yo estoy a punto de morirme de frío.

De inmediato, sin mediar palabra, se acercó a ella y le rodeó los hombros con sus fuertes y reconfortantes brazos antes de apretarla con fuerza contra su amplio pecho y comenzar a caminar de nuevo.

—Esto es lo que creo —reveló con aire meditabundo—. Creo que esa casa es muy antigua, quizá tanto como sugieren los rumores. Dada su antigüedad, el interior habrá sido remodelado a lo largo de los años, bien para renovarlo, bien para cambiar el estilo por razones decorativas. Creo que hay pasadizos ocultos tras los muros que conectan algunas de las habitaciones, puede que muchas de ellas, y que existen entradas a la mansión desde el exterior.

Todo empezaba a cobrar sentido también para Madeleine.

—Túneles subterráneos —dijo en un susurro.

—Tal vez. Quizá solo uno. Comienzo a sospechar cómo consigue introducir las cajas de opio en su hogar sin que nadie lo vea, ni siquiera sus propios criados.

—Los criados jamás dirían nada, Thomas —le recordó ella—. Necesitan su trabajo.

—Cierto —replicó él—. Pero recuerda que en una operación ilegal como esta el barón no correrá ese posible riesgo si puede evitarlo. Es demasiado inteligente para arriesgarse a introducir un cargamento de opio robado por la puerta principal a plena luz del día.

Madeleine observó los rasgos duros y marcados del perfil masculino mientras él seguía mirando hacia delante.

—Lo haría de noche —propuso en voz alta mientras asimilaba las asombrosas conclusiones—. Lo haría en silencio, a la luz de los faroles, a través de los túneles que conducen a los pasadizos de la mansión.

—Eso es justo lo que pienso.

—Y allí podría ocultarlo de los visitantes y de las autoridades, si se viera obligado a hacerlo.

—Así es.

—Y ésa es la razón por la que pone tantas trabas a las visitas sociales de los vecinos.

—Y por la que ofrece el baile de máscaras todos los años.

Madeleine frunció el entrecejo.

—Eso no lo entiendo.

—Piénsalo bien, Madeleine —Se aclaró la garganta y sacudió muy despacio la cabeza—. Cuando se examina la casa con detenimiento, como yo he hecho esta noche, resulta evidente que el exterior es más grande que el interior, aunque solo se aprecia desde ciertos ángulos. Sin embargo, Rothebury la llena de gente para que en el caso de que alguien aprecie cierta diferencia asocie la aparente variación de tamaño con el hecho de que está atestada.

Una suposición increíble, aunque perfectamente posible a la luz de las circunstancias.

—Así pues —concluyó ella con cautela—, tiene que ofrecer algún tipo de reunión social de vez en cuando para que los lugareños no comiencen a preguntarse por qué no reciben invitaciones del barón de Rothebury.

—Exacto. ¿Y qué mejor modo de ganarse a los lugareños que invitarlos a todos a un baile de máscaras anual en el que la comida es excelente y las magníficas bebidas no paran de llegar? Todo el mundo lo pasa de maravilla, el barón se relaciona con la clase alta local y el resto del año puede ocuparse de sus negocios. En realidad es un plan bastante inteligente.

Madeleine no pasó por alto el desprecio que teñía su voz al pronunciar el comentario, pero dado que sabía que a Thomas le caía peor el barón con cada semana que pasaba, lo pasó por alto y se concentró en una idea mucho más importante que se le acababa de ocurrir.

—Eso fue lo que vio Desdémona.

Thomas la estrechó un instante y utilizó la mano libre para apartar una rama cubierta de hojas chorreantes de su camino cuando por fin se acercaron al claro que había detrás de la casa.

—Supongo que vio algo, pero por fortuna para el buen barón de Rothebury, no debe preocuparse por una mujer que no puede abrir la boca al respecto sin arruinar la buena reputación de su familia.

Madeleine lo comprendió de pronto y se sintió asqueada.

—Ella era su amante.

—No me sorprendería nada —señaló él con frialdad.

—Eso explica las luces nocturnas que ella mencionó —conjeturó Madeleine, cuya mente comenzaba a hervir con nuevas posibilidades—. Pero ¿cuánto crees que sabe ella en realidad?

Thomas meneó la cabeza y aminoró el paso cuando el banco quedó a la vista.

—Es imposible saberlo a menos que hable; y dudo mucho que quisiera ayudarnos aun cuando pudiera hacerlo.

La condujo hacia la entrada del pequeño túnel de vegetación que llevaba hasta la casa, pero Madeleine se libró de su abrazo y siguió caminando hacia el agua.

—Creí que tenías frío —dijo él con cierta confusión.

Ella no hizo caso del comentario y pegó los brazos al cuerpo para protegerse del frío y de las gélidas gotas de lluvia; llevaba las manos en el interior del manguito que había alzado hasta su barbilla mientras contemplaba el lago.

—Creo que sé cómo se desprende del opio, Thomas —murmuró por fin.

Intrigado, él la siguió hasta la orilla y se detuvo a su lado.

—¿Cómo?

Madeleine giró la cabeza para mirarlo de reojo. Justo en ese momento, las nubes de la parte occidental del cielo se abrieron y permitieron que la luz de la luna iluminara su apuesto rostro con un resplandor azulado. La vista de la oscura silueta de la mansión de Rothebury a lo lejos le daba a la imagen un toque siniestro.

Other books

Painted Blind by Hansen, Michelle A.
Love and Larceny by Regina Scott
Love in the Time of Global Warming by Francesca Lia Block
Winter of the Ice Wizard by Mary Pope Osborne
Zoo II by James Patterson
Masked Desires by Alisa Easton
Father Christmas by Judith Arnold
The Traitor by Sydney Horler