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Authors: Jerome K. Jerome

Tres hombres en una barca (35 page)

BOOK: Tres hombres en una barca
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El río se vuelve encantador desde más arriba de Reading; la línea férrea estropea algo la belleza del panorama al acercarse a Tilehurst, pero desde Mapledurham hasta Streatley es admirable. Un poco más arriba de la esclusa de Mapledurham se pasa ante Hardwicke House, donde Carlos I jugaba a bolos. Los alrededores de Pangbourne, donde se encuentra la deliciosa hostería de “The Swan”, deben ser tan familiares a los visitantes de las exposiciones artísticas como a sus propios habitantes. La lancha de mis amigos nos dejó cerca de la gruta y entonces Harris pretendió que me tocaba remar, cosa que me pareció poco razonable. Por la mañana convinimos que llevaría el bote hasta tres millas más arriba de Reading y ahora nos encontrábamos diez millas más abajo, lo que significaba, sin el menor genero de duda, que les tocaba a ellos. Me fue imposible convencerles, y para evitar una penosa discusión tomé los remos.

No hacía más de un minuto que remaba, cuando Jorge observó algo: un bulto negro que flotaba en el agua; se inclinó tocándole con una mano y se apartó vivamente con una exclamación de terror y el rostro lívido. Era el cadáver de una mujer que flotaba sobre el río con rostro suave y sereno. No podía llamársele hermoso, estaba marchito, demasiado delgado y triste para ser bello, mas a pesar de eso era suave y cariñoso; a pesar de su sello de miseria y tristeza, tenía una dulce expresión de infinito descanso, como la que suelen tener los rostros de los enfermos cuando, por fin, los sufrimientos les han abandonado para siempre.

Afortunadamente para nosotros, que no teníamos deseos de vernos por los juzgados, algunos individuos de la orilla también habían visto el cadáver y se hicieron cargo del mismo. Más tarde supimos la historia de esa infeliz, que naturalmente fue la vieja tragedia. Amó y la engañaron – ¡o se engañó a sí misma! – de todas maneras había pecado – algo que todos nosotros hacemos de cuando en cuando – y sus parientes y amigos, escandalizados e indignados, le cerraron las puertas. Quedó sola para luchar contra el mundo, con la piedra de la vergüenza colgada al cuello, y cada día fue hundiéndose más y más. Durante algún tiempo pudieron mantenerse ella y su niño con los doce chelines semanales que una esclavitud de doce horas diarias le deparaba; pagaba seis chelines para que le cuidaran al pequeñuelo y ella vivía con el resto. Seis chelines semanales no logran mantener cuerpo y alma muy unidos; al sentirse ligados por tan débil lazo, quieren separarse para siempre.

Un día, el dolor y la sombría aridez de su pobre vida surgió ante ella más crudamente que de costumbre, hizo una última llamada a los suyos, pero la voz de la oveja perdida estrellóse contra la fría y despiadada pared de la puritana honorabilidad sin recibir una palabra de consuelo, fue a ver a su hijito, abrazándole estrechamente y besándole tristemente y, después de colocar entre sus manezuelas una humilde caja de bombones, sin traicionar emoción alguna, se despidió para siempre. Con sus últimos chelines sacó billete para Goring. Se hubiera dicho que los más dolorosos pensamientos y los más tristes recuerdos de su vida habíanse concentrado en torno a los frondosos bosques y bellos prados de Goring y que gozaba en recordarles – ¡las mujeres gustan, extrañamente, de hundirse el puñal en la herida! – pero quién sabe si también tenía dulces recuerdos de horas doradas pasadas en esos sombreados rincones donde los grandes árboles dejan caer sus ramas. Estuvo paseando por los bosques y por las orillas del río y cuando la tarde cayó y los grises tules del crepúsculo se desplegaron sobre la tierra, alargó sus trémulos brazos al silencioso río, que había conocido sus penas y sus alegrías, y el viejo río la acogió tiernamente, colocando la triste cabeza en su regazo, desvaneciendo sus amargas congojas para siempre. Y... así fue su triste vida; pecó al vivir y pecó al morir. ¡Que Dios la haya perdonado y tenga piedad de su alma y de todos los desgraciados que sufren y pecan!

Goring al lado izquierdo y Streatley a la derecha, cada uno en su estilo, son un par de encantadores lugarejos, dignos de pasar en ellos varios días. La inmensa extensión de agua que forma el Támesis en Pangbourne, despierta vehementes deseos de hacerse a la vela bajo los resplandecientes rayos del sol o remar a la suave luz de la luna; toda la campiña está llena de una sin par belleza.

Nos habíamos propuesto seguir hasta Wallingford, pero la bella y sonriente faz del río nos encantó tanto que nos hizo detener más tiempo del que pensábamos; dejamos el bote debajo del puente y nos dirigimos a Streatley, almorzando en “The Bull”, con gran satisfacción de Montmorency.

Parece que antaño las alturas situadas a un lado y a otro del río se reunían en este lugar, cerrando el valle por donde se desliza hoy el Támesis y que este terminaba entonces por encima de Goring en un vasto lago. Ni combato ni sostengo esta afirmación. Me limito a anotarla.

Streatley es un antiguo lugar, que data, como la mayor parte de las ciudades y pueblos ribereños, de los tiempos británicos y sajones. Si se ha de escoger entre ambos, Goring quizá no sea tan bonito como Steatley, pero es bastante agradable, a su manera, y se halla más cerca del ferrocarril, por si se le ocurre a uno marchar sin pagar la cuenta del hotel.

CAPITULO 17

Día de colada. –Pescadores y pescados. –Sobre el arte de la pesca. –Un consciente pescador. –Una historia de pesca.

En Streatley nos quedamos dos días e hicimos lavar la ropa. Habíamos intentado hacerlo nosotros mismos en el río, bajo las órdenes de Jorge, y fue un rotundo fracaso. ¿Un rotundo fracaso?, más, mucho más; estaba mejor antes que después. Antes de lavarla estaba muy sucia, tremendamente sucia; no obstante, con un poco de buena voluntad podía llevarse, pero después... bueno, el río entre Reading y Henley estuvo más limpio, pues nuestra ropa acaparó todas las porquerías que flotaban y las acogió amorosamente.

La lavandera de Streatley dijo que se veía obligada a hacernos pagar el triple, pues no había sido un sencillo lavado, sino una especie de “excavaciones sobre superficie blanda” y le pagamos lo que nos pidió sin hacer el menor comentario.

Los alrededores de Streatley y Goring forman un centro pesquero; se puede pescar bien, pues esas aguas abundan en anguilas, gobios, sollos y escarchos. Uno puede estarse todo el día pescando y no pescar nada, pues por más que se esfuerce en colocar cebos apetitosos, los peces no se dejan engañar. No he conocido a nadie que en el alto Támesis haya pescado otra cosa como no sean pececitos de quinto orden, gatos muertos y botas viejas. Sin embargo, hay que confesar, en honor a la verdad, que la guía local de pescadores no detalla lo que se puede pescar, se limita a decir que es un importante centro pesquero, y, por lo que he visto, puedo confirmar esta afirmación. No existe otro lugar en el mundo donde haya mayor cantidad de pesca ni donde se pueda pescar durante más tiempo. Hay aficionados que practican su deporte favorito durante un día, otros un mes, y si usted quiere quedarse pescando un año entero, es muy libre de hacerlo.

La “Guía de pescadores del Támesis” informa que “en esos parajes se encuentran lucios, sollos y percas”, pero está completamente equivocada. Esos peces pueden pasearse por allí (no existe la menor duda sobre su existencia, pues cuando uno pasea por las orillas sacan la cabeza del agua y abren la boca pidiendo migas de pan y si tomáis un baño bullen a vuestro alrededor de manera irritante), pueden tener su residencia fija, empero es imposible hacerse con ellos mediante un pedacito de gusano en la punta de un gancho o algo parecido. ¡No en sus días!

Reconozco que no soy buen pescador. Durante una época de mi vida di especial atención a este pasatiempo y a mi entender realizaba sensibles progresos; sin embargo, los viejos pescadores me dijeron que nunca sería gran cosa y que valía más que lo dejara; añadían que sostenía bien la caña y parecía poseer la suficiente cantidad de pereza necesaria para este deporte, pero estaban seguros, segurísimos, de que nunca sería pescador, ¡no tenía imaginación! Y como remate de sus afirmaciones, añadían que como poeta o escritor de novelas a peseta la línea o periodista, o algo por el estilo, podría destacar; mas para destacar como pescador del Támesis requeríase mayor inventiva.

Mucha gente se halla bajo la impresión de que todo lo necesario para ser un buen pescador es poseer la habilidad de decir muchas mentiras sin por ello alterar el color natural de su rostro. Y esto es un solemne error. La mentira vulgar no sirve para nada; el novato más novato es capaz de endilgar una sarta de embustes de esos, y al pescador experimentado se le conoce por los pequeños detalles; su manera de adornar los hechos, con un ligero matiz de verosimilitud, el aire general de escrupulosa, casi podríamos decir pedante veracidad con que habla de sus hazañas. Cualquiera es capaz de decir: “¡Oh!...ayer pesqué quince docenas de percas” y “el lunes pasados pesqué un gobio de dieciocho libras que tenía tres pies de largo”. Esto no es tener arte, es carecer de toda habilidad, pues lo único que se demuestra es valor y nada más. No, un buen pescador se avergonzaría de mentir de esa forma. Su sistema es toda una cátedra.

Llega tranquilamente, con el sombrero bien puesto, se sienta en la butaca más confortable, enciende su pipa y comienza a fumar silenciosamente, deja que los jovenzuelos se jacten de sus hazañas y durante una pausa momentánea se quita la pipa de la boca, diciendo mientras sacude la ceniza:

— El martes por la tarde... si que tuve suerte... pero... vaya, no vale la pena de contarlo...

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