Read Tres hombres en una barca Online
Authors: Jerome K. Jerome
— ¿Habrá subido al cielo? – inquirí.
— ¡No es probable que se haya llevado el pastel! – objetó Jorge, y esta observación nos pareció tan lógica que descartamos toda intervención celestial.
— Lo que debe de haber ocurrido – agregó Jorge, ya de pleno en lo práctico y verosímil – es que no nos hemos dado cuenta de que ha habido un terremoto... – Luego continuó con una ligera nota de tristeza en la voz – ¡Ojalá no hubiera estado con el pastel en las manos..!
Suspirando tristemente, volvimos a contemplar el lugar donde por última vez vimos a Harris y al pastel, y entonces, mientras la sangre se nos helaba en las venas y los cabellos se nos erizaban de terror... ¡la cabeza de Harris – sólo la cabeza – fue apareciendo entre las altas hierbas, congestionada y con una expresión de soberana indignación!
Jorge fue el primero en reaccionar.
— ¡Habla...! – ordenó – Dinos si eres un simple mortal o un emisario del más allá... Y... ¿donde demonios has metido el resto de tu cuerpo?
— ¡No seas idiota! – dijo la cabeza de Harris – Estoy por creer que lo habéis hecho a propósito...
— ¿Qué hemos hecho...?
— Decirme que me sentase aquí... ¡Vaya broma estúpida! Coged el pastel...
Y de las entrañas de la tierra, al menos ese efecto nos hizo, salió el pastel, bastante sucio y aplastado, detrás del pastel apareció Harris, moviéndose a cuatro patas y mojado, arrugado, lleno de barro. Sin saberlo, habíase sentado en el borde de una pequeña acequia, oculta por la hierba, y al echarse hacia atrás, se hundió en compañía del pastel.
— ¡Jamás he tenido sorpresa como esta! – balbuceó Harris aun aturdido por el susto – Al sentir como me hundía llegué a creer que había llegado el fin del mundo.
Lo malo es que todavía, si, todavía persiste en creer que Jorge y yo le preparamos esa broma pesada. Sí; las injustas sospechas persiguen hasta a los seres más inocentes, porque, como dijo el poeta: “¿Quién puede escapar a los tentáculos de la calumnia?” Nadie, absolutamente nadie.
Wargrave. –Figuras de cera. –Sonning. –Nuestra salsa. –Montmorency se siente sarcástico. –Lucha entre Montmorency y la tetera. –Los estudios de banjo de nuestro amigo Jorge. –Dificultades que se presentan en el estudio de la gaita escocesa. –Después de la cena... Harris se siente melancólico(¿). –Jorge y yo vamos de paseo y regresamos mojados y hambrientos. –Extraño aspecto de Harris. –Harris y los cisnes o una notable historia. –Harris pasa mala noche.
Después de almorzar nos aprovechamos de una suave brisa que nos llevó más allá de Wargrave y Shiplake. Wargrave, situada en uno de los recodos del río, tiene la apariencia de un adorable cuadro antiguo y queda grabada en la retina largo tiempo.
La hostería de “Jorge y el Dragón” de Wargrave, se enorgullece de poseer un pendón pintado por Leslie – de la Real Academia – en un lado, y en el otro por Hodgson, de esa misma casa. El primero ha pintado el combate y Hodgson ha imaginado la escena después de la lucha: una vez terminada su tarea el valeroso Jorge saborea un bock de cerveza.
Day – el autor de Sandford y Merton – vivió y, cosa que hace más memorable el lugar, fue asesinado en Wargrave. Una lápida conmemorativa, colocada en el lugar más visible de la iglesia, recuerda que la señora Sarah Hill dejó un legado de una libra anual “para repartirla el día de Pascua entre dos niños y dos niñas que no hayan pronunciado mentira alguna, ni maldecido, ni hurtado, ni roto cristal alguno de ventana alguna”... ¿Dejar de hacer todo eso por cinco chelines al año? ¡No vale la pena!
Se dice que hace muchísimo tiempo apareció un muchacho que jamás había incurrido en estas faltas, o por lo menos nadie le había visto cometerlas, que en realidad era todo lo que se pedía – o podía pedírsele – y gano el glorioso premio. Durante tres semanas fue exhibido dentro de una caja de cristal colocada en la puerta del Ayuntamiento.
Nadie sabe lo que ha sido de aquel dinero; parece ser que fue a parar al museo de figuras de cera más próximo.
Shiplake es un encantador lugarejo, pero no puede ser visto desde el río, pues se encuentra en lo alto de una colina. Tennyson contrajo matrimonio en la iglesia de Shiplake.
Yendo hacia Sonning, el río va serpenteando en torno a numerosas islitas, y es sumamente plácido, incluso solitario, pues sus orillas no son muy frecuentadas por los paseantes. Arry y lord Fitnoodle – la plebe y la aristocracia – han sido dejados en Henley, y el sombrío Reading aun no ha sido alcanzado. Ese si que es un paraje bien apropiado para soñar en los días de antaño, en rostros y formas desvanecidas, en lo que ha podido ser y no ha sido... ¡El demonio lo confunda...!
En Sonning desembarcamos para dar un paseo alrededor del pueblo, que es el más hermoso y más lleno de mágica belleza de todos los contornos. Parece más una representación teatral que un conjunto de ladrillos y arcilla; todas las casas desaparecen bajo grandes rosales trepadores y ahora, a primeros de junio, las rosas se muestran abiertas en todo su maravilloso esplendor. Si alguna vez se dirigen a esta población, hospédense en la posada del “Bull”, situada detrás de la iglesia. Es la verdadera hostería campestre, con su verde patio cuadrado, donde sentados bajo los frondosos árboles, los ancianos del pueblo se reúnen cada noche para beber cerveza y platicar sobre política local; las habitaciones son bajitas, las ventanas tienen celosías, las escaleras son sencillamente tortuosas y hay una serie de pasillos y corredores dignos de un laberinto.
Después de haber dado vueltas por Sonning durante más de una hora, y siendo demasiado tarde para ir a Reading, decidimos regresar a una de las islas de Shiplake, haciendo noche allí.
Aun era de día cuando terminamos nuestros preparativos, y Jorge dijo que como teníamos mucho tiempo, había una excelente oportunidad para condimentar una suculenta cena, añadiendo:
— Vais a ver lo que se puede hacer en el río... Voy a confeccionar una salsa irlandesa, bueno, quiero decir un guisado, con la verdura y los restos de la carne, que os vais a chupar los dedos.
La idea es sencillamente genial. Jorge cortó leña y encendió el fuego, mientras nosotros pelábamos patatas. Nunca se me había ocurrido que pelar esta clase de tubérculos fuese tarea tan pesada. Comenzamos alegremente, casi podríamos decir que frívolamente, pero toda nuestra entusiasta alegría terminó cuando acabamos la primera patata; cuanto más las pelábamos mayor cantidad de pieles tenían, y cuando las hubimos mondado y quitado todos los “ojos” casi no quedaban patatas, por lo menos ninguna digna de responder a esta denominación. Jorge se acercó a mirar lo que hacíamos y le enseñamos una patata con las dimensiones de una nuez corriente:
— ¡No...! ¡No, hombre, no...! No es así.., estáis desperdiciando más de la mitad.., raspadlas.
Seguimos sus consejos, empero este resultaba más difícil y pesado que el anterior procedimiento. Las patatas tienen unas formas tan raras, abolladuras, agujeros, verrugas... Durante veinticinco minutos estuvimos trabajando de firme y el resultado fue...¡cuatro patatas!
Nos declaramos en huelga, solicitando el resto de la noche para “rasparnos” a nosotros mismos. Jamás hubiese imaginado que raspar patatas ensuciara tanto; se hacia difícil creer que el montón de cáscaras dentro del cual Harris y yo estábamos medio ocultos, pudiese provenir únicamente de cuatro patatas (lo que demuestra los resultados obtenibles mediante un poco de economía y cuidado).
Jorge dijo que era absurdo poner sólo cuatro patatas en un guisado irlandés, así es que lavamos media docena más, poniéndolas a cocer sin pelarlas. Jorge removió la cazuela, añadiendo que quedaba sitio para bastantes cosas más. Vaciamos ambos cestos recogiendo todos los restos de comida – medio pastel de cerdo, un poco de jamón hervido y carne fría – añadiéndolos al guisado; luego Jorge encontró salmón en conserva y también lo puso, diciendo:
— ¿Veis? Esta es la ventaja de un guisado irlandés, permite utilizar una serie de cosas que de otra manera se desperdiciarían...
Yo encontré un par de huevos semicascados y también fueron a parar a la cazuela; en este momento no recuerdo exactamente los demás ingredientes; eso sí, puedo asegurar que no se desperdició absolutamente nada y que, hacia el final Montmorency, que había desplegado enorme interés en todas las operaciones, desapareció unos instantes, marchándose con aire sumamente pensativo, y reapareció con una rata de agua muerta en la boca que, evidentemente equivalía a su aportación al guisado.
Esta actitud, ¿a qué era debida? ¿Montmorency quería colaborar lealmente o bien constituía un ligero sarcasmo? Lamento infinitamente no acertar con la respuesta exacta, y como a ratos me parece una cosa y todo lo contrario en otros... dejo el campo libre a las sugerencias de los lectores.
Sostuvimos una discusión sobre si era conveniente o no añadir la rata a todo cuanto hervía en la cazuela.
— A mí me parece que si – dijo Harris – pues una vez mezclada con lo demás dará un gusto exquisito a la salsa, sin contar con que todo ayuda.
— Mira Harris... tu teoría no me convence – protesté un poco amoscado – Nunca he oído decir que a un guisado irlandés se añadieran ratas de agua... Creo más conveniente seguir las normas usuales y no ensayar experimentos de dudoso éxito.
— ¡Que mentalidad más mezquina es la tuya! – exclamó Harris – Si no haces la prueba... ¿querrás decirme como conocerás una cosa que nunca hayas probado? Individuos de tu especie son los que obstruyen el paso del progreso... Piensa en el hombre que probó las salchichas de Francfort...