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Authors: David Trueba

Tags: #Drama

Saber perder (7 page)

BOOK: Saber perder
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Piensa en su vida, en los días en que supo con certeza que nunca sería un gran pianista, que permanecería siempre a este lado de la belleza, entre quienes la contemplan, la admiran, la disfrutan, pero jamás la crean, jamás la poseen, la dominan. Aunque siente rabia, la música impone su pureza, le distancia de sí mismo. Puede que este viajando lejos de sí, ni feliz ni miserable. Extraño.

7

Lorenzo está sentado entre sus amigos Lalo y Óscar. Acompañan con la mirada la carrera del lateral de su equipo hasta la línea de fondo. El centro no es bueno y el estadio responde a la ocasión fallida con un suspiro general. Lalo silba metiéndose los dedos bajo la lengua. No silbes a Lastra, ése al menos suda la camiseta, dice Óscar. Lorenzo asiente con vaguedad. Los últimos compases del partido son más abiertos, escapan del combate nulo que ha sido el resto del encuentro, la pelota mareada a zapatazos de un área a la opuesta. Lorenzo se sienta desde hace años en la tribuna del gol norte, cerca de la portería sobre la que su equipo ataca en las primeras partes. Así que está acostumbrado a vivir los finales de partido en la lejanía, con sus jugadores como hormigas que tratan de descerrajar la portería rival. El público está impaciente, los partidos sin goles provocan una frustración compartida, exageran el vacío posterior. Sigue las jugadas finales con una concentración mayor, como si eso ayudara a su equipo. Pero Lorenzo no.

Lorenzo se vuelve hacia atrás, ha sido incapaz de involucrarse en el partido. Cuando sus ojos coinciden con la mirada de alguien aparta la vista. Trata de reconocer a sus vecinos de asiento habituales. Luego se arrepiente de sus arrebatos, de las sospechas que le impiden relajarse y disfrutar. Como cuando el viernes escuchó por fin los mensajes telefónicos de su padre para darle cuenta del accidente de su madre y se sintió ridículo por haberse escondido durante toda la mañana. También cuando salga del fútbol lamentará no haber utilizado el partido para lo que sirve: evadirse.

El sábado el periódico traía la noticia. También los telediarios la dieron relacionada con otros dos crímenes. Un empresario, decían, había sido asesinado a cuchilladas en el garaje de su propia casa, al parecer con el móvil único del robo. Una imagen de la entrada de la casa, de la valla, el número, la placa de la calle. Recursos de relleno para una noticia que quizá terminara en el limbo de los sucesos sin resolver. Lorenzo podría haber completado los detalles. Podría escribir que el asesino y la víctima se habían conocido siete años atrás, cuando coincidieron trabajando como cuadros medios en una gran multinacional dedicada a la telefonía móvil. Ambos se habían beneficiado de las oportunidades que ofrecía un mercado en expansión. La empresa en la que trabajaba Lorenzo había sido absorbida y Paco era un ejecutivo decidido y hábil, de los que se precisaban para extraer el mayor rendimiento de un negocio floreciente. Fue una amistad rápida. Que creció deprisa. Comían juntos al lado del trabajo. Un día se compraron el mismo coche gracias a la oferta de un conocido de Paco que trabajaba en la Opel. Los dos rojo, los dos turbo. Paco estaba casado con una mujer callada, muy delgada. No tenían niños. Teresa era la hija de un constructor que había levantado una gran empresa desde la nada. La turbiedad de su fortuna hacía años que estaba bendecida por un montón de corbatas caras. Cuando se muera mi suegro, bromeaba Paco, lloraré con un ojo y con el otro empezaré a buscar yate. Paco enseñó a Lorenzo a saber vivir. La carne se toma poco hecha, le dijo; el jamón sudado; desprecia el pan; el cigarro cubano hay que apretarlo con la yema de los dedos y sentir la textura de la hierba, al sacudir la ceniza la punta del puro debe conservar la forma de un cono; la corbata no tiene que hacer juego con tu traje sino con tu ambición; es mejor tener sólo un par de zapatos carísimos que tener seis pares baratos. Con Paco se suscribió a un club de vinos y cada mes le enviaban una caja de botellas y un fascículo con el que iniciarse en la cata para gourmets. Si alguna vez, ya de socios, prolongaban la jornada, Paco descorchaba un buen vino y mientras resolvían papeleo discutían el gusto de un Borgoña o un Rioja y pedían comida japonesa por teléfono. Y al salir insistía en mostrarle un piso donde daban masajes eróticos unas mujeres asiáticas que eran el colmo de la sumisión, pero la única vez que Lorenzo accedió a acompañarle le atendió una chinita retrasada mental que reía con desmesura, así que pagó rápido y se marchó a casa sin esperar a su amigo.

Cada jueves por la noche, desde que se casó con Teresa, y eso fue en los Jerónimos, en la celebración oficial de mi bajada de pantalones definitiva, Paco acudía a casa de su suegro y jugaba al póquer con él y dos viejos amigos. Cuando nos soltamos un farol, cuando subimos la apuesta para engañar al otro, le explicaba Paco a Lorenzo, cuando fingimos tener una mano que no tenemos, creo que es el único momento desde que nos conocemos en que nos decimos la verdad.

A Pilar nunca le gustó Paco. No apreció el ascendente sobre Lorenzo. Rozaba al nuevo rico, al hortera, al prepotente. No lo entiendes, le corregía Lorenzo, toda esa actitud es una broma, se lo toma con mucho sentido del humor. Pilar tampoco intimó con Teresa. No habla, y nunca sé si es porque no tiene nada que decir o porque si hablara diría demasiado, concluyó Pilar después de seis o siete cenas incómodas entre las dos parejas. Pilar nunca le confesó a Lorenzo que una de las cosas que le distanciaban de Paco era su forma de mirarla. Era retador. No sólo aspiraba a la seducción, natural en él, también rivalizaba con Pilar. Lorenzo era la presa, el objeto de la disputa.

Cuando el negocio terminó de crecer, llegó la hora de los recortes laborales, de los despidos, las reconversiones. Estas empresas son como una naranja, una vez exprimido el zumo, para qué quieres la cáscara. Paco convenció a Lorenzo para pactar con la empresa un despido razonable, con una indemnización que les serviría para independizarse. No hay nada más triste que una reivindicación laboral, le decía Paco, es como llorar a la mujer que te acaba de dejar. Paco tenía sus propias ideas, el pastel se ha terminado, es mejor morder ahora el trocito que nos dan que quedarnos con la bandeja vacía. Por esas fechas los trabajadores se manifestaban un día sí y otro también frente al edificio imponente de la multinacional y habían obtenido el reconocimiento de la sociedad civil. La solidaridad es sólo el primer paso hacia la indiferencia sin culpa, le advirtió Paco. Señalaba a algún compañero vociferante, reconoce que es patético gritarle a un edificio, a unas siglas, lanzar huevos o pintura, prefiero poner toda mi energía en ser yo el que se forre la próxima vez.

Lorenzo se dejó conquistar. Sabía que no estaba hecho de la misma pasta que Paco. Lorenzo venía de una familia en la que el dinero no había sido jamás un valor. Notaba cómo sus padres se aburrían si alguna vez daba detalles sobre la empresa que había fundado con Paco. Después de tener a su hija Sylvia, Pilar había tardado en encontrar trabajo, pero cuando lo hizo siempre disponían de la abuela Aurora para dejar a la niña. Los, padres de Pilar habían muerto años antes en un accidente de coche y la madre de Lorenzo se desvivía para ejercer de única abuela. Aunque nunca escuchó una recriminación, Lorenzo odiaba necesitar a sus padres. Si lograba progresar, si las cosas le iban bien, Lorenzo por fin sería capaz de mostrarles su éxito.

Lorenzo y Paco compraron dos locales y montaron una tienda de complementos de telefonía. Paco poseía ese impulso mágico que sólo deja ver la rentabilidad. Podía no pagar a los proveedores en fecha, pero jamás le negaban unas cañas, unas bromas o un nuevo envío a cuenta. Nunca revisaba las cifras, le bastaba un diagrama dibujado en un folio para justificar una nueva inversión. Era decidido, valiente, apostaba fuerte y caía de pie. Mañana haremos cuentas, hoy sólo dime que puedo pedir un Ribera para cenar y un Partagás con el café, era una de sus frases. Lorenzo se dejaba llevar. No acudía a todas sus cenas e invitaciones, se refugiaba en Pilar, en casa con Sylvia, mantenía sus amigos de siempre, Lalo, Oscar, pero entonces tenía que escuchar a Paco decirle los amigos sólo sirven para Henar los ratos que uno no sabe llenar por sí mismo.

Paco recitaba un catecismo individualista y triunfador. Y si algo sonaba mal a los oídos de Lorenzo siempre estaba teñido de la ironía suficiente para ser entendido como una broma. A su lado no se podía perder. Pero Lorenzo lo perdió todo.

Algo que le molestó de Pilar fue la recriminación silenciosa. El «yo ya te lo advertí». Esa parte de la derrota sabía aún peor que la derrota misma.

Era tan fácil quedarse con la superficial idea de que Paco era un espejismo, un farsante, un jugador que arrasaba a los de alrededor, que Lorenzo se la negó durante meses. De hecho en el hundimiento, en las pérdidas, en la ruinosa debacle del negocio, parecían más unidos que nunca. Paco hablaba de proyectos. También el gruyere tiene agujeros, pero ¿a que sabe bien?, decía. Pero el agujero creció hasta comerse el queso. Los acreedores eran interminables y Lorenzo carecía de la capacidad de Paco para eludirlos, para engañarlos, para retrasar su indignación cuatro días más. Los locales fueron malvendidos, el reparto del negocio no dio para nada y los dos años de trabajo y el dinero de la indemnización se habían esfumado. Lorenzo pasó por la amarga experiencia de pedir dinero a sus padres para zanjar las cuentas, cuando Pilar le hizo ver que aquella sociedad tenía que terminar.

Paco emprendió otra aventura y Lorenzo no quiso participar. Ahí se fraguó la distancia. Apenas se veían. Lorenzo se refugió en su guarida. Elaboró una teoría. Paco era un ave de rapiña, una especie de ascárido. Alguien que parasita la energía de los demás. Recordó cómo a media mañana Paco llegaba con el café servido al punto de azúcar con que Lorenzo lo tomaba. Cómo tenía una frase ingeniosa en cada momento, cómo ridiculizaba a los compañeros de la empresa o sembraba las tentaciones como música en Hamelín. Me robó la suerte, se decía Lorenzo. Llegó a mi vida y me robó la suerte. Porque Lorenzo sin Paco era un hombre obligado a empezar de cero pero ahora sin suerte, las puertas no se abrían como antes. Todas las cartas favorables ya parecían repartidas. Pilar se había consolidado en el trabajo, le gustaba, se sentía útil, y progresaba deprisa. Por ahí, claro, entró Santiago, se decía Lorenzo.

Llegó entre las grietas de su estabilidad, con olor a poder. Lorenzo duró apenas meses en tres empleos nuevos. En ocasiones la gran ilusión del día consistía en recoger a Sylvia a la salida del colegio, ayudarla con los deberes. Estaba claro que Paco le había mostrado una forma de vivir mucho más atractiva, divertida y apasionada que la que ahora le parecía estar destinada.

De su oficina volvió Pilar un día con una información que hirió a Lorenzo. Fue una forma de humillación final y desoladora. Ojalá se lo hubiera ahorrado. A Pilar le resultaba familiar el nombre de una empresa acreedora del negocio de Lorenzo. Era un nombre que le había oído repetir a Lorenzo en sus pesadillas diarias. A Sonor le debemos más de tres millones. La venta del último local se esfumó en pagar esa deuda.

Esta tarde investigué en el registro a Sonor, le dijo Pilar de pronto una noche, tras acostar a la niña. Lorenzo no entendió muy bien, pero levantó la mirada con atención. Los únicos socios de esa empresa son Paco y Teresa. Ella le mostró las fotocopias, las firmas de fundación de la empresa. Si Paco había estafado a Lorenzo las cosas cambiaban. Si había sido capaz de armar una ingeniería difusa para hundir una empresa y beneficiar a otra de su propiedad, entonces Lorenzo era una víctima, no era un tonto útil. Tendrá una explicación, le dijo a Pilar, y fingió ante ella que esa novedad, tantos meses después, no le afectaba demasiado.

Pilar no insistió, lo dejó ahí, recuperó el silencio, ese silencio que a veces Lorenzo consideraba insultante. Aún no sabía que era la civilizada puesta en marcha del plan de demolición de su pareja. Las termitas también trabajan en silencio.

Lorenzo dejó pasar los días, pero aquella información fue la causante de que viera a Paco por última vez. Por última vez antes de la vez que lo mató. Fue a verlo a su casa, al chalet. El chalet de mi mujer, ¿crees que a mí no me humilla saber que no estoy en la ruina sólo porque estoy casado con ella?, le había gritado Paco alguna vez cuando Lorenzo le echaba en cara su infortunio. Lorenzo escuchó ladrar al perro, pero cuando la puerta se abrió el animal le buscó con el lomo para recibir una caricia. Está educado al revés de como debería ser, ladra y luego es tierno, en lugar de ser tierno y morder por sorpresa, le decía Paco.

Lorenzo conocía bien la casa. Había estado allí muchas veces. Cuando todo iba bien y también cuando buscaban líneas de fuga, maneras de frenar la sangría final. Le había visto sacar de una caja de herramientas cerrada con candado y escondida tras la estantería de brochas, trapos y botes de pintura del garaje algún fajo de billetes para emergencias, cuando a mi suegro le rebosa el dinero negro le guardo un poco aquí. Aquella última vez no pasaron del jardín. Paco salió a su encuentro, sonriente, tendiéndole la mano para abrazarlo, pero Lorenzo lo frenó. Me has estafado, me has engañado. Paco no cambió el gesto, esperó a que Lorenzo continuara. Sonor era tuya, te debíamos dinero a ti. Todo era una trampa. Paco trató de frenar sus sospechas, le dijo que era una empresa diferente, que fundó con Teresa con dinero del suegro y que la deuda era real. Te oculté que era mía, pero la deuda existía, puedo demostrártelo. Tú llevabas las cuentas, añadió luego, tú sabes que es cierto, yo nunca controlé eso, yo he perdido tanto como tú. Lorenzo tuvo ganas de reír, pero sólo contestó tanto no.

Tanto no.

Fue algo doloroso de decir. Para entonces quizá intuía todo lo que había perdido. Más que el dinero de una indemnización, los ahorros o el trabajo de dos años. Mucho más. Había perdido el respeto de su familia, el sitio. Había perdido la suerte. Lorenzo miró el chalet de dos plantas, el césped segado, el traje de Paco, su onda rubia, su aspecto relajado. Todo alimentado por la traición. Sentía rabia y unas ganas irrefrenables de pegar a su antiguo amigo. Paco trató de calmarlo, le invitó a entrar, le ofreció repasar las cuentas. La hemos cagado, Lorenzo, la cagamos juntos, no te culpes, pero tampoco me culpes a mí, le decía Paco. En esto somos iguales. Sonaba falso. Lorenzo nunca sería como Paco. Paco no perdía nunca.

Quizá en ese instante, detenidos en mitad del jardín, en la mañana de un día frío de noviembre, meses antes de que Pilar abandonara a Lorenzo, en ese silencio de las agotadas explicaciones, se fraguó el crimen. Paco le pasó una mano a Lorenzo por los hombros, paternal, apaciguador. Si necesitas dinero puedo prestarte algo... Pero Lorenzo no le dejó terminar, le apartó el brazo con violencia y levantó el puño para golpearlo en la cara. No lo hizo. Congeló la rabia en el aire. Y se sintió vencedor por un segundo. Levantó la vista hacia la casa y vio a Teresa asomada a la ventana de uno de los cuartos, entre los visillos. Relajó su amenaza y se dio la vuelta muy despacio. No se dijeron nada más. Lorenzo caminó hacia la puerta. Faltaba tiempo para que el rencor creciera, para que la obsesiva certeza de que Paco le había robado la suerte le condujera de nuevo hasta esa zona residencial y le invitara a cometer un crimen. Convertido en un asesino mira el fútbol. Hay espectadores que abandonan el estadio antes de que termine el partido para evitar el atasco, la aglomeración de dentro de unos minutos. Algunos tendrán la suerte de no ver cómo su equipo recibe un gol tardío y definitivo. El portero checo recoge la pelota de la red y la entrega deprisa a un compañero. El entrenador ordena un cambio rápido y sustituye al extremo izquierdo. Un argentino recién fichado que recibe la pitada del público. Lorenzo también se levanta a silbarlo. Vuélvete a casa, indio, vuélvete a casa, le canta un grupo de chavales. El jugador no corre hacia la banda, y eso enfada aún más a la grada. Corre, sudaca de mierda, le grita alguien.

BOOK: Saber perder
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