Puerto humano (37 page)

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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

BOOK: Puerto humano
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¿Qué voy a hacer con ella?

La verdad es que él no podía hacer gran cosa. Era ella la que tenía que tomar alguna decisión. Él le iba a explicar que si era necesario podía quedarse allí algunos días más, pero que luego tendría que buscar otra solución. Él no quería compartir su casa, quería estar él solo con sus fantasmas. Y Kalle Sändare.

Anders sonrió. Había otra cinta más, ¿dónde había ido a parar? «Las aventuras y desventuras del mago El Zou-Zou». Era una historia de un mono que entraba y salía a través de las asas en una bolsa de papel e iba sacando diferentes herramientas...

Con la compañía del mono se quedó dormido.

Lo despertó una corriente de aire frío y se sentó en la cama, parpadeó un poco y miró el reloj que estaba en el suelo a su lado. Las doce y media. Había dormido una hora más o menos.

Una noche. ¿Cuándo voy a poder dormir una noche entera?

La puerta del dormitorio estaba abierta y la cama de matrimonio vacía. Anders volvió a echarse sobre la almohada y aguzó el oído. No se oía ningún ruido dentro de la casa, sin embargo los ruidos del exterior se escuchaban con demasiada nitidez, como si la puerta de la calle estuviera abierta. Se le había olvidado poner algo en la puerta del dormitorio y ahora tenía que apechugar con las consecuencias.

Se puso la ropa bostezando y fue a la cocina. La puerta de fuera, efectivamente, estaba abierta en mitad de la noche y la casa congelada. El termómetro fuera de la ventana de la cocina marcaba cuatro grados. La ropa de Elin estaba muy bien doblada en la silla del dormitorio y por lo tanto se había ido en bragas y sujetador.

Se había ido a casa
.

Hacia allí se encaminaba la noche anterior y probablemente allí se había ido ahora. A la otra punta de la isla, puede que hubiera dos kilómetros hasta Kattudden. Anders enfadado se pasó las manos por la cara.

¡Joder! ¡Joder, qué mierda!

No podía hacer otra cosa. Cogió un jersey gordo y una cazadora, metió la ropa de Elin en una bolsa de plástico, se puso un gorro y salió. En el mejor de los casos, si ella había salido hacía solo un poco, él podría darle alcance por el camino.

Notaba un zumbido en la cabeza a causa de la borrachera, que iba camino de convertirse en resaca, pero su ciclo se había visto interrumpido. La luz inquieta de la linterna iluminando el camino hacía que se sintiera ligeramente mareado. Al llegar al lugar donde se bifurcaba el sendero tuvo una idea, y se dirigió hacia la casa de Simon.

La bicicleta de Simon estaba apoyada en el abedul al lado del camino. Sin candado. Era una antigua bicicleta de los militares y no tenía ningún valor ni para el ladrón más desesperado. Además Simon había dicho que él ya no podía utilizarla y que si alguien la necesitaba que no tenía más que cogerla.

Anders la cogió. Advirtió además algo inusual: las luces estaban apagadas en casa de Simon y encendidas en la casa de Anna-Greta. Entonces lo recordó.

Estarán haciendo planes
.

La idea le animó y el aire frío de la noche le había despejado un poco la cabeza. Colgó la bolsa con la ropa en el manillar, se subió a la bici y empezó a pedalear, usó la linterna como faro porque el que tenía la bici en la horquilla delantera estaba roto desde tiempos inmemoriales. También cabía la posibilidad de que alguien hubiera obligado a Elin a detenerse, pero no era grande. En Domarö solo durante el verano se veía gente fuera por la noche.

Pasó por delante de la tienda y de la Casa de la Misión sin ver ni rastro de la noctámbula. Al entrar en el camino que discurría a través del bosque de abetos empezó a jadear y a sudar. Tenía un sabor en la boca a humo rancio, y al iluminar con la luz de la linterna aquellos árboles tan tristones, el desánimo de adueñó de él.

I was happy in the haze of a drunken hour, but heaven knows I’m miserable now
...

The Smiths. Hacía muchos años que no le venía a la cabeza de manera espontánea la letra de una canción, y eso le hizo seguir una asociación de ideas remontando hacia atrás en el tiempo mientras pedaleaba a través del bosque. Salió al claro que iba hacia Kattudden, siguió unos cincuenta metros y luego vio algo que le hizo frenar tan bruscamente que la rueda trasera derrapó en la grava.

Intentó parar pero no consiguió mantener la bici en equilibrio. Se le fue hacia un lado y él se cayó estrepitosamente con el ring del timbre. La rodilla derecha alcanzó a rozarse contra la grava antes de que la velocidad lo arrastrara y diera dos vueltas hasta parar junto a la valla que rodeaba un terreno. Allí se sentó como pudo e intentó comprender lo que veían sus ojos.

La moto de Henrik estaba aparcada debajo de una farola. En el terreno de al lado Elin iba caminando con otras dos personas. El ruido de la caída de Anders les hizo volverse. Eran Henrik y Björn. Los dos tenían al mismo aspecto que la última vez que Anders los había visto, dieciocho años antes.

Esto no existe. Esto no pasa
.

Henrik y Björn lo observaron tranquilamente, mientras él permanecía allí sentado a la luz de la farola como un animal prisionero. Elin seguía caminando al lado de la casa, dentro del terreno. Era una casa que Anders no conocía. Una de las muchas casas de veraneo. Elin llevaba algo pesado. No podía ver qué era porque la luz no llegaba hasta allí.

Anders sintió el sabor a sangre en la boca y miró a su alrededor buscando la linterna. Estaba junto a sus pies y seguía alumbrando. Enfocó con ella a Henrik, que se estremeció cuando le dio la luz. Después sonrió.

—Lo siento, Anders, pero las cosas no son tan sencillas.

Algo en la mano de Henrik reflejó la luz y deslumbró incluso a Anders antes de que el reflejo desapareciera. Un cuchillo. La hoja era tan larga que llegaba casi hasta el suelo cuando Henrik cogió la empuñadura entre los dedos índice y corazón y dejó balancear el filo. De no ser por la forma de la hoja podría haber sido un machete.

Anders se levantó. Se había roto el pantalón por encima de la rodilla derecha y sentía el dolor. No tenía sentido dudar de lo que estaban viendo sus ojos. Henrik y Björn estaban allí. Parecían exactamente iguales que entonces, la voz de Henrik seguía siendo la misma. Anders escupió un esputo de saliva mezclada con sangre y preguntó:

—¿Qué estáis haciendo?

Henrik miró a Björn y Björn dijo:

—Quemando la discoteca.

Henrik levantó el dedo en señal de apoyo. Anders enfocó la casa con la linterna. Elin realmente no llevaba puesto nada más que la ropa interior y la estrecha cinta blanca del sujetador destacaba en su espalda. Lo que llevaba en las manos era un bidón de gasolina y en ese momento estaba echando el combustible que quedaba en la esquina de la casa.

Por qué
...

Los pensamientos se arremolinaban en la cabeza de Anders, ligeramente enrojecidos y sin orden. Lo único que consiguió pronunciar fue precisamente esa pregunta tan simple:

—¿... por qué?

Henrik puso morritos y frunció el ceño como si estuviera indignado porque Anders no lo supiera. Le soltó:

—Lo sabes de sobra.

—No.

—No te hagas el tonto.

—No sé a qué te refieres.

Henrik blandió el cuchillo en el aire y le dijo a Björn:

—Ahora me siento decepcionado de verdad. ¿Tú no te sientes decepcionado?

Björn puso cara larga.

—Muy decepcionado.

Estaban jugando a algún juego y Anders no quería participar. El hecho de que estuvieran delante de él, de que estuvieran vivos jugando a ese juego era demasiado, así que Anders se aferró al motivo por el que él había ido hasta allí.

—¿Qué tiene que ver Elin con eso?

Björn meneó la cabeza.

—Parece que no entiendes nada, ¿no es así? ¿Dirigimos nosotros el cuerpo? ¿O nos dirige el cuerpo a nosotros? No lo sé.

Henrik hizo una seña a Elin con el cuchillo y le dijo:

—Tía, ven.

Elin se colocó entre los dos. Andaba como una noctámbula, igual que la noche anterior, con la mirada perdida. Tenía la piel descolorida por el frío y era difícil distinguir dónde acababa la piel y dónde empezaba la tela.

—Dime que me calle si has oído esto antes —dijo Henrik pasando la mano sobre el pecho y el estómago de Elin—. Recuerdo cuando me apretaron contra el suelo diciendo que todavía no me merecía esto.

Anders miró a su alrededor buscando la bolsa con la ropa de Elin mientras Henrik seguía:

—Y aquel dolor... aquel dolor habría bastado para que un tímido monje budista sopesara la posibilidad de un asesinato en masa.

La bolsa de plástico estaba junto a la valla a un par de metros, del sitio donde Anders había aterrizado después de la caída. Tanto si Henrik y Björn eran fantasmas como si estaban locos, o ambas cosas a la vez, la cosa no podía seguir así. Elin se iba a congelar.

Anders sacó el jersey de Elin de la bolsa y avanzó hasta el grupo. Pese a lo imposible de la presencia de Henrik y Björn y pese al cuchillo que Henrik llevaba en la mano, Anders no tenía miedo. De la misma forma que una reunión de antiguos compañeros de clase tiende a lanzar a todos a desempeñar sus viejos roles, Anders solo veía a Henrik y a Björn como los chicos algo estrambóticos de entonces, no podía sentir ningún respeto por ellos. Él le dio el jersey a Elin.

—Toma. Póntelo.

Elin no se movió y tenía la mirada vuelta hacia dentro. Cuando Anders se enrolló el jersey en las manos para ponérselo a Elin, Henrik dio un paso adelante y se interpuso. Miró a Anders directamente a los ojos y le dijo:

—No ha cambiado nada. Yo aún te quiero. Pero un
poco
menos que antes.

Dicho esto, Henrik blandió la mano dibujando un arco sobre las piernas de Anders. Este sintió como si le hubieran dado un latigazo y cuando miró vio que tenía cortadas las dos perneras del vaquero a la altura del muslo, dos cortes en la tela de la anchura de una mano. Durante un segundo pudo ver también la carne rosada de las heridas. Después apareció la sangre, que llenó los cortes y empezó a manchar de oscuro la tela.

Antes de que Anders tuviera tiempo de pensar —
me han cortado
— recibió un golpe en la barbilla con la bola de metal que remataba la empuñadura del cuchillo. Se le nubló la vista y dio un par de pasos hacia atrás antes de caer golpeándose el hombro con el carro de la moto. Dentro de su cuerpo se desató la adrenalina y él empezó a temblar.

Henrik lo apuntaba con el cuchillo y dijo salmodiando:

—El mar
quiere
cogerte. El cuchillo
quiere
cortarte.

Björn se echó a reír como si hubiera escuchado un chiste de lo más divertido. Sin quitarle ojo a Anders, Henrik extendió la mano. Björn chocó los cinco exclamando:

—¡Eso ha sido bueno!

Anders tenía las piernas dobladas y la sangre caliente corría muslos abajo, cosquilleaba en las ingles y se le concentraba en el culo. Dentro de su cabeza resonaba un tañido como el eco de una campana y se sentía demasiado débil para levantarse. Yacía temblando contra una de las ruedas delanteras del motocarro mientras Henrik seguía aleccionándole.

—Elin, aquí la tenemos —dijo Henrik poniendo el brazo sobre los hombros de ella—. Era una buena chica, ¿no? Preocupada por su propia seguridad. Si alguien se le acercaba empezaba a gritar. Pero eso ha cambiado.

Anders estaba tirado contra la moto, incapaz de hacer algo más que levantar una mano en un esfuerzo inútil para terminar con aquello, viendo cómo Henrik cogía la hoja del cuchillo e introducía el extremo metálico de la empuñadura por debajo de las bragas de Elin. Lanzó una mirada a Anders, asintió, y metió luego toda la empuñadura del cuchillo en el coño de Elin.

Ella no dijo ni pío. La hoja del cuchillo salía de su vagina como un pene de metal. Cuando Anders la miró a la cara vio que ella se reía. Una risa grande y fea. A Anders se le revolvió el estómago y a través de los labios expulsó un vómito ácido que salpicó en la grava que había a su lado.

Se secó la boca y respiró profundamente. A través de su garganta escocida lanzó un fuerte:

—¡Elin!

Elin parpadeó y lo miró. Ella volvía a estar presente en su mirada y cuando la bajó hacia su entrepierna gritó. Henrik bufó, cogió la hoja del cuchillo y le sacó la empuñadura. Björn agarró a Elin por detrás y le sujetó los brazos mientras Henrik acariciaba su piel con la hoja del cuchillo. Henrik se volvió hacia Anders.

—Aún no has contestado a mi pregunta.

El cuerpo de Anders empezaba a recuperar un poco las fuerzas. Pronto podría levantarse y pensó: «Un arma, ¿dónde hay un arma?».

Mientras, dijo:

—¿Qué pregunta?

—La de la disco —contestó Björn adoptando un tono pedagógico, como si estuviera hablando a un alumno tonto—. ¿Por qué quemamos la discoteca?

—No lo sé.

El palo de la valla. El que se aflojó.

Elin gritaba sin articular palabra y se revolvía en los brazos de Björn. Henrik le pasó el brazo por detrás de la cabeza y le tapó la boca con la mano, después de lo cual se volvió de nuevo hacia Anders, asintió brevemente y cortó a Elin en el vientre.

Un grito amortiguado se coló a través de la mano con la que Henrik le tapaba la boca y Elin pataleaba tratando de liberarse mientras que a lo largo de un pliegue de su vientre corría horizontal un hilillo de sangre. Anders se levantó tambaleándose y Henrik dirigió el cuchillo contra él.

—Tranquilo —dijo Henrik—. Tranquilo. Te mereces una pista.

Anders no estaba seguro de que su cuerpo le respondiera si intentaba correr hacia la valla, así que se quedó donde estaba y procuró reunir fuerzas, mientras que Björn le dijo:

—Por la misma razón que ahorcamos al pinchadiscos.

Henrik asintió y retiró la mano de la boca de Elin, le metió la mano dentro del sujetador, le agarró uno de los pezones, tiró de él hacia arriba y apoyó la hoja del cuchillo contra él. Elin colgaba ahora desmayada en los brazos de Björn, demasiado asustada como para poder gritar.

—Última oportunidad —dijo Henrik—. ¿Por qué vamos a ahorcar al pinchadiscos y a quemar la discoteca? —Henrik hizo un par de veces un movimiento de sierra con el cuchillo a un centímetro de la carne roja y tirante de Elin, y le dijo—: Vamos, Anders, que tú sabes eso.

No tuvo ninguna posibilidad de coger la estaca antes de que Henrik dejara caer el cuchillo. Anders se apretó las sienes con las muñecas.
Ahorcar al pinchadiscos, quemar la discoteca
. Algo hizo clic y alterando el orden de las palabras las tradujo al inglés:
Burn down the disco. Hang the blessed DJ
.

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