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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (33 page)

BOOK: Puerto humano
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Ella se sirvió más vino y Anders fue a buscar un vaso y le hizo compañía. Elin volvió a beberse casi la mitad del vaso de un trago, tosió y continuó:

—Hay un hombre tumbado en un barco. En un bote de remos, en un viejo bote de remos. Él está en el suelo del barco con la cabeza en el borde, y está muerto. Tiene los ojos abiertos. Y alrededor de él... hay también una red dentro del barco, una red con peces. Y algunos peces están fuera de la red y saltan. Se mueven y saltan. Y los peces que hay dentro de la red también se mueven. Hay muchos peces y están vivos. Pero ese hombre está allí tirado y muerto. ¿Comprendes? Los peces viven aunque están en el barco, pero él está muerto.

Elin siguió sorbiendo más vino e hizo una mueca de dolor. Quizá sentía tirantez en alguna de las heridas.

—Esa imagen está ahí todo el tiempo. Y me parece que debería haberme acostumbrado, pero cada vez que aparece... me produce el mismo miedo, en sueños. Yo me acerco al barco y entonces veo a ese hombre que yace muerto entre los peces y luego es como si me desgarrara del miedo que siento.

El último vino que quedaba en el vaso de Elin llegó a su boca, pero se atragantó y empezó a toser. Tosía y tosía, solo hizo un inciso para gemir de dolor, después de lo cual siguió tosiendo, tanto que Anders temió que fuera a vomitar. Pero la tos se fue calmando y Elin jadeó un rato y tomó aire. Le resbalaban las lágrimas a lo largo de los cortes de las mejillas.

Anders no estaba especialmente interesado en los sueños de Elin. Se tomó un trago de vino y cerró los ojos, vio ante sí la imagen borrosa de los cuerpos de Henrik y Björn a la luz de la luna, la sonrisa repugnante que observó en los labios de Elin, entonces carnosos.

No desaparece. Nada desaparece
.

Abrió los ojos y miró a Elin, que estaba hecha un ovillo con la vista en el suelo.

—Has dicho que desaparecieron. Que Henrik y Björn no se ahogaron. ¿Qué has querido decir?

—Que no los encontraron.

—Pero si se cayeron con la moto en un agujero en el hielo.

Elin meneó la cabeza.

—Eso no es lo que yo he oído.

—¿Qué es lo que tú has oído, entonces?

A Elin se le puso en los ojos la misma expresión que se le había puesto veinte minutos antes cuando llegó a la Chapuza y vio el muñeco de los helados GB cubierto con un saco de plástico. Ella quiso echar a correr, pero Anders se lo impidió. Ahora tenía la misma expresión: la de un animal acorralado sin poder huir hacia ningún sitio. La única solución era implosionar, desaparecer dentro de sí misma.

—Eran ellos, Anders. Ellos llevaban ese maldito muñeco de plástico en el carro y no eran... más viejos, ¿comprendes? Ellos eran como cuando... cuando pasó todo aquello. Ellos no han envejecido.

Anders se recostó en el respaldo de la silla.

—¿Qué fue lo que pasó en realidad, aquella vez?

Elin se mordió los labios, infló las mejillas y lo miró con un gesto suplicante que posiblemente hubiera tenido efecto antes, pero que ahora parecía repulsivo. Ella se enrolló la goma en el índice, hundió los hombros y continuó:

—Joel está en la cárcel, ¿lo sabías? —Anders no contestó y ella siguió—: Fue alguna mujer... él casi la mató. No sé por qué. Seguro que ella no había hecho nada.

Elin se sorbió los mocos y apretó la goma con más fuerza alrededor del dedo. La yema se le puso de color rojo oscuro, como la piel de su cara, y dijo mirando a la mesa:

—No sé. No sé nada. Supongo que era mala. ¿Se puede ser malo?

Anders se encogió de hombros, respiró profundamente y fue expulsando el aire. Se le alivió un poco el peso que tenía en el estómago. Se levantó y sacó otro brik.

—¿Quieres más?

Ella asintió y desenroscó la goma. Permanecieron en silencio bebiendo y sorbiendo, respectivamente. Después de un rato, Anders preguntó:

—¿Qué es lo que has oído, acerca de ellos?

A Elin se le escurrió un poco de vino por la comisura de la boca, se secó con cuidado y dijo:

—Que salieron conduciendo esa moto por el hielo, solamente. Y que después desaparecieron.

—Pero, entonces, ¿no se hundieron en el hielo?

—No.

—¿Ningún agujero en el hielo, ninguna... rotura, nada de que ellos...?

—No. Solo desaparecieron.

Anders se apretó el puño con tanta fuerza contra los labios que sintió en la boca un sabor metálico, se levantó y dio unas vueltas por la cocina. Elin lo siguió con la mirada, sorbió más vino y le preguntó:

—¿Qué te pasa?

Anders meneó la cabeza para indicar que no quería hablar, echó mano al paquete de tabaco y se fumó con ansiedad un cigarrillo mientras iba de un lado a otro, salió al pasillo, entró en el cuarto de estar.

¿Qué puedo hacer? ¿Qué voy a hacer?

No era seguro que a Henrik y a Björn les hubiera pasado lo mismo que a Maja. Ellos, a lo mejor, solo se habían... marchado. Viajado a algún otro sitio para empezar una nueva vida.

¿Y han vuelto sin que hayan envejecido?

Anders se detuvo junto a la ventana del cuarto de estar y miró hacia el faro titilante de Gåvasten allá a lo lejos. Los ojos se le inundaron de lágrimas.

Sin envejecer
...

Vio las manos pequeñitas de Maja cuando cogía el biberón con zumo, sus deditos en los bordes de un tebeo de Bamse cuando estaba tumbada en su cama leyendo. Sus pies que sobresalían debajo del edredón. Tenía seis años.

La mirada de Anders se perdía en medio de aquella gran oscuridad con su única y parpadeante aguja de luz. El vino se le había subido a la cabeza y la luz temblaba, se deslizaba en el mar y él vio a Maja son su buzo rojo. La niña brillaba en la oscuridad y caminaba sobre el agua. Aquel cuerpecillo, su piel suave y sus músculos metidos dentro del nailon impermeabilizado. Una mancha roja que se iba acercando pero que desapareció cuando él intentó prender su mirada en ella.

Él susurró:

—¿Dónde estás? ¿Dónde estás?

No hubo respuesta. Solo el rumor sordo del mar contra las rocas y el mensaje de Gåvasten, único y repetitivo, el mensaje de todos los faros:
estoy aquí, estoy aquí. Ten cuidado, ten cuidado
.

Anders se quedó junto a la ventana con la mirada perdida en la oscuridad hasta que la corriente que se colaba por las grietas de la ventana hizo que se quedara helado, y entonces volvió a la cocina.

Elin estaba echada sobre la mesa con la cabeza reposando en los brazos. Él la zarandeó un poco en el hombro y ella lo miró medio dormida.

—Será mejor que vayas a acostarte —dijo haciendo un gesto hacia el dormitorio—. Acuéstate en la cama grande.

Elin se fue al dormitorio y Anders se quedó sentado junto a la mesa de la cocina, bebiendo más vino y fumando unos cuantos cigarrillos. Miraba fijamente el texto del tablero de la mesa.

Llévame
.

Anders asintió y, juntando las manos como si fuera a rezar, susurró:

—Lo haré. Lo haré. Pero ¿dónde tengo que buscarte? ¿Dónde estás?

Puede que hubiera pasado media hora cuando Elin salió del dormitorio envuelta en el edredón. Sus dedos apretaban nerviosos los bordes de la funda. Anders cerró un ojo para verla con más nitidez. Parecía todo lo horrible que es humanamente posible.

—¿No puedes acostarte tú también? —le preguntó—. Es que tengo tanto miedo.

Anders la acompañó al dormitorio y se tumbó a su lado, encima del edredón. Ella deslizó fuera una mano y buscó la de Anders.

¿Qué importa? ¿Qué cojones importa?

Él cogió la mano de ella y se la apretó como para decirle que todo estaba bien, que estuviera tranquila. Cuando él intentó soltarle la mano, ella le agarró con más fuerza y Anders no hizo nada. La luz del faro de Norrudden entraba por la ventana, parpadeaba sobre la pared de enfrente marcando el perfil de la nariz de Elin, ahora más chato. Anders estaba tumbado observando aquel perfil, y cuando la luz había pasado unas diez veces, volvió a preguntarle:

—¿Por qué lo haces? ¿Lo de las operaciones?

—Tengo que hacerlo.

Anders parpadeó y notó que él también empezaba a tener sueño. No podía pensar con claridad, pero le asaltó el barrunto de una teoría, y le preguntó a Elin:

—¿Es un... castigo?

Elin permaneció un rato callada y él ya pensaba que no iba a contestar. La luz del faro ya había pasado muchas veces cuando ella dijo finalmente:

—Eso será. —Le soltó la mano y se volvió hacia el otro lado.

Anders se quedó pensando en el crimen y el castigo, en la posibilidad de que existiera un equilibrio intrínseco en el mundo, en el alma de los hombres. No llegó a ninguna conclusión, y su razonamiento había empezado a descomponerse en imágenes que no guardaban relación cuando volvió en sí y notó por la respiración de Elin que se había quedado dormida. Entonces, él se levantó de la cama, se quitó la ropa y se metió en la cama de Maja.

No podía conciliar el sueño. Probablemente se había quedado dormido un par de minutos cuando estaba en la cama de matrimonio y ahora se sentía completamente despejado. Contó las veces que pasaba la luz del faro, al llegar a doscientas veinte empezó a pensar en encender la lámpara de la cama y ponerse a leer un tebeo de Bamse cuando vio que Elin se levantaba.

Pensó que ella iría al cuarto de baño. Pero había algo extraño en su forma de moverse. Ella avanzó hacia la cama de él sin verlo. Su cuerpo en bragas y sujetador parecía deformado, hinchado, y cuando la luz iluminó su cara, Anders de pronto sintió miedo y se acurrucó como si fuera a recibir un golpe.

Es el monstruo que quiere cogerme
.

Pero ella pasó de largo sin fijarse en él y el miedo desapareció. Elin abrió la puerta como sonámbula y salió de la habitación. Anders vaciló unos segundos y luego se levantó, se puso la camisa y la siguió.

Ella cruzó la cocina y fue hasta la entrada, pero en vez de torcer hacia el baño, avanzó hacia la puerta de la calle. Cuando empezó a tantear con los dedos para abrir la puerta, él se acercó a ella.

—Elin, ¿qué haces? —le preguntó a su espalda sin que ella reaccionara—. No puedes salir así.

El pasador de la puerta sonó y ella presionó hacia abajo el tirador de la puerta. Anders la agarró del hombro.

—¿A dónde vas?

Ella se quedó paralizada cuando la agarró y, sin darse la vuelta, respondió:

—A casa. Voy a casa.

Cuando se abrió la puerta y sintió el aire frío en sus pies descalzos, la agarró del hombro con más fuerza y la volvió hacia él.

—No puedes hacerlo. No tienes ninguna casa a la que ir. —La cogió también del otro hombro, la zarandeó. Tenía la mirada ausente.

—Escucha —le dijo—. Tú no vas a ir a ninguna parte.

Elin lo miraba con los ojos vacíos. Sus labios se movían entre espasmos como si dijera sin poder articular palabra: qué, qué, qué, qué. Luego sacudió despacio la cabeza y repitió:

—No voy a ir a ningún sitio.

—No. Ven.

Anders la llevó de nuevo a la entrada, cerró la puerta y echó el pestillo. Ella se dejó conducir de nuevo hasta la cama, donde se durmió inmediatamente. Anders no tenía llave para la puerta del dormitorio, así que atrancó una silla por debajo del tirador, confiando en que la oiría si ella volvía a intentar salir.

¿Y si sale? Eso no es responsabilidad mía
.

Se volvió a meter en la cama de Maja y notó para su sorpresa que el cuerpo le decía que ahora iba a poder dormir, si quería. Y quería. Cerró los ojos y se deslizó enseguida por la suave pendiente del descanso. Lo último que pensó antes de quedarse dormido fue:

Como si no tuviera yo bastante
.

Después del fuego

Cuando los bomberos terminaron de hacer su trabajo, no quedaron más que vigas negras y fango gris. Habían bombeado cientos de metros cúbicos de agua del mar sobre la casa en llamas y sus alrededores, y aunque aún se elevaban algunos hilillos de humo de la devastación, no existía riesgo alguno de que el fuego volviera a reavivarse, la zona que lo rodeaba estaba demasiado empapada.

Muchos se habían ido ya a casa, pero Simon permaneció en medio del aire acre de las cenizas contemplando el desastre, reflexionando sobre lo efímero de todas las cosas.

Tienes una casa. Después no tienes casa
.

Una sola cerilla diminuta o solo una chispa en un lugar equivocado. No hacía falta más para que aquello que uno había pisado durante años, arreglado y cerrado con llave, desapareciera en un momento. Una palabra imprudente o una vislumbre de algo que uno no debería haber visto, así se rasgaba el entramado de la vida que uno había dado por segura y caía en pedazos delante de nuestros ojos.

Te tiran de la alfombra que tienes bajo los pies
.

Se puede ver perfectamente: la alfombra alargada por la que caminas, ¿qué figura es esa que hay allá en el otro extremo? ¿Es un ángel o un demonio? ¿O solo un tipo con el traje gris, un tipo aburrido que ha estado esperando su momento? Sea como sea, tiene el extremo de la alfombra en sus manos. Y es paciente, muy paciente. Sabe esperar.

Pero si pierdes el equilibrio, o te vuelves de pronto muy ligero, sí, entonces él tira. Es como un truco de magia, cuando tus pies se despegan del suelo y tú por un breve instante planeas en posición horizontal con las puntas de los dedos de los pies en línea recta con la nariz. Después viene el suelo a tu encuentro con un estrépito, y eso duele.

Simon introdujo las manos en los bolsillos del pantalón y se acercó a los restos de la casa. Sentía el chapoteo bajo sus pies, y el olor de las cenizas era nauseabundo. Él no tenía ninguna relación especial con la casa que había ardido, no había estado ni siquiera una vez en ella. Sin embargo, era como si significara algo.

Había tenido un día muy alocado y puede que estuviera algo susceptible, pero la verdad es ya se había hartado de contemplar las cosas que pasaban en Domarö como hechos aislados sin significado dentro de un contexto, y de haber sido engañado...

Sí. Engañado
.

... durante mucho tiempo. Sus pies salpicaban y se le quedaban pegados al cruzar aquel barrizal de cenizas. Los bomberos dijeron que por la forma en que se había iniciado el fuego parecía innegablemente provocado, pero que eso no era asunto suyo. La policía se haría cargo del caso cuando amaneciera.

Y pese a que cabía la posibilidad de que destruyera alguna pista importante, Simon siguió forcejeando con el barro hasta que este se fue volviendo menos espeso y desapareció un par de metros antes de llegar al pozo. Allí era donde él se dirigía sin saberlo.

BOOK: Puerto humano
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