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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (40 page)

BOOK: Puerto humano
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Se oyó un grito ahogado dentro del cubo y subieron a la superficie algunas burbujas haciendo que el agua salpicara sobre el suelo. Luego el cuerpo de Elin se contrajo formando un arco y después se calmó y quedó inmóvil. Henrik se lió el cabello de Elin alrededor de la mano y sacó la cabeza del cubo. La miró a la cara y dijo algo contrariado:

—Quince minutos contigo. Yo no habría dicho que no. —Tras lo cual la soltó. La cabeza de Elin cayó contra el suelo con un golpe húmedo.

Como siguiendo una señal, se volvieron hacia la cama pequeña. Anders se encogió con más fuerza, despellejándose la piel de los nudillos.

—Por favor —gimió—. Por favor. No me hagáis daño. Soy tan pequeño.

Henrik se acercó a él y le apartó el edredón.

—Esta va a ser tu última noche. —Alzó las cejas como si se sintiera satisfecho consigo mismo y chascó los dedos—.
Suffer little children
[11]
. Es perfecto, ¿no?

Agarró a Anders del hombro, pero retiró la mano como si hubiera sufrido una descarga. Contrajo la cara con un gesto de asco.

—¿Qué pasa? —preguntó Björn—. ¿No me digas que se ha cagado, eh?

Henrik observó a Anders, allí tendido con la única arma que le quedaba: sus ojos suplicantes. Henrik miró dentro de ellos como si buscara algo. Björn se acercó a la cama y colocó el cubo en el suelo. Dentro de él había algo, algo que hacía que se moviera la poca agua que quedaba. Algo que no se podía ver.

Björn miró a Henrik y preguntó:

—¿Está escondido?

Henrik asintió y se agachó junto a la cama. Anders respiraba con un jadeo tembloroso y Henrik estuvo a punto de vomitar cuando sintió el aliento de Anders en su cara. Como si no se dirigiera a Anders, soltó:

—¿Y cómo te has enterado de eso?

—¿Qué hacemos? —preguntó Björn.

—No hay nada que hacer —dijo Henrik—. En estos momentos.

Lanzó una mirada hacia el cubo y parecía contento con lo que vio. El agua se arremolinaba allí abajo, salpicaba. Henrik se levantó y se giró sobre Anders. Se inclinó y le susurró al oído:

—Tú tampoco puedes estar aquí, Maja pequeña. También te cogeremos, todo a su tiempo.

Björn cogió el cubo y salieron de la habitación. Anders oyó sus pisadas en el cuarto de estar y en la entrada. Después se cerró la puerta de la calle. Él permaneció inmóvil mirando fijamente el cuerpo sin vida de Elin en el suelo, las mechas húmedas de su cabello se extendían desde su cabeza como rayos negros del sol.

El hecho de que él hubiera tenido tanto miedo del muñeco de GB y hubiera recitado frases de Alfons, que hubiera empezado la construcción de cuentas y que quisiera acostarse en la cama de Maja y leer Bamse. Soy tan pequeño...

Por fin comprendía lo que significaba:

Llévame
.

P
OSEÍDO

Mientras navegues en el mar,

mientras escuches tu palpitar

mientras el sol con su brillo

se pose en lo azul.

Evert Taube,
Så länge skutan kan gå
.

(Mientras tu barco navegue).

Cuerpos en el agua

Ten cuidado con el mar, ten cuidado con el mar.

El mar es tan grande, el mar es tan grande...

Traslado

El amanecer se deslizaba suavemente detrás de las islas del este y se veía un atisbo del disco solar entre los pinos azotados por el viento en la isla de Botskär. Anders se encontraba en la punta del embarcadero de Simon mirando hacia la luz que se anunciaba. Tenía frío pese a que llevaba anorak y bufanda y no conseguía dejar de tiritar. Se estremeció cuando Simon echó una cadena en el barco detrás de donde él estaba. Anders trataba de buscar un punto de calor dentro de sí mismo, trataba de encontrar a Maja. Allí no había nada y se sintió como el envoltorio vacío de una persona que hubiera mudado de piel. Se volvió.

La cadena se encontraba amontonada en la proa del barco de Simon. En la parte trasera estaba Elin. Anders no recordaba por qué habían decidido meterla en dos bolsas negras de plástico sujetas con unas vueltas de cinta adhesiva. Deseaba que no lo hubieran hecho, habría preferido la mirada fija de sus ojos vacíos antes que aquel bulto con forma de persona en el suelo. Tenía un aspecto terrorífico y él no quería acercarse a él.

—¿De verdad vamos a hacer esto?

—Sí —contestó Simon—. Creo que es la única posibilidad.

Con la mierda medio reseca pegada entre las piernas, Anders se había arrastrado hasta el teléfono y había llamado a Simon. Simon llegó, cubrió la cara de Elin con un paño de cocina y ayudó a Anders a lavarse. Después se quedaron sentados a la mesa de la cocina el uno enfrente del otro mirando fijamente a través de la ventana hasta que una solitaria nube rosada apareció en el cielo anunciando la llegada del nuevo día.

Había dos opciones.

Nadie iba a creer que habían llegado dos jóvenes muertos y habían ahogado a Elin en un cubo. Por otro lado, lo que todo el mundo sabía era que Elin había desaparecido después del fuego. Nadie sabía nada más.

Así pues, una opción era inventarse otra historia, una historia que sería escrupulosamente analizada durante la investigación porque se trataba de un asesinato. ¿Y sería Anders capaz de sostener una historia inventada cuando la policía lo acosara a preguntas? Probablemente no.

Quedaba la otra opción. Deshacerse de Elin y hacer como si aquello nunca hubiera sucedido.

Después de que Simon analizara durante un rato los pros y los contras, sobre todo consigo mismo, acordaron que aquel era el menor de los males.

Anders cogió la linterna y fue al cobertizo a buscar un par de sacos de plástico. Se quedó parado allí dentro, se le doblaban las piernas. Tenía una bola de jugar a los bolos en el pecho. Una bola negra y brillante de remordimientos. No había hecho nada cuando mataban a Elin, se había quedado en la cama mirando.

—No es culpa mía —dijo en voz baja.

Repítelo una vez, dos veces, mil veces. Puede que al final acabes creyéndotelo
.

Le costaba respirar, puesto que tenía aquella bola dentro oprimiéndole los pulmones. Agarrotado, alumbró con la linterna las paredes del cobertizo y descubrió la botella de plástico.

Ajenjo
...

Desenroscó el tapón, se llevó la botella a la boca y dio dos tragos. Si tuvo algún pensamiento, ese fue
quemarlo
. No sabía lo que quería quemar. Quizá aquella bola, quizá a sí mismo. El líquido bajó por la garganta y él estaba esperando el fuego, pero el fuego no llegó.

Ese ajenjo no estaba macerado en alcohol sino en alguna otra cosa, y lo que cayó al estómago de Anders tenía una consistencia densa, jabonosa. Como el aceite. Después de ingerir los dos tragos llegó el sabor. No le explotó en el paladar como había hecho el de Anna-Greta, sino que penetró y le comprimió la lengua, el paladar, la garganta y el pecho.

Anders se agachó mientras la parte superior de su cuerpo se retorcía sobre sí misma. Perdió el tacto en los dedos y se le cortó la respiración.

Espasmos. Espasmos en los pulmones. Voy a morir
.

Un envenenamiento. No se trataba del efecto de choque normal de una toxina que hace que el cuerpo la expulse, sino del efecto insidioso de algo que penetra y se arraiga, se propaga por la sangre y mata.

Anders presionó las manos contra las sienes y el cerebro chisporroteaba por las descargas eléctricas. Resolló y descubrió que podía respirar. No tenía los pulmones paralizados, era que él mismo había contenido la respiración. La bocanada de aire revitalizó sus papilas gustativas y todo él era ajenjo. Sabía tan mal que no se trataba de un sabor, sino de un estado. Apoyándose en el banco se puso de pie.

Soy ajenjo
.

La bola del pecho había desaparecido. Envuelta en aquel sabor repugnante, había encogido y desaparecido. Él no hacía más que parpadear, tratando de centrar la mirada. Finalmente esta se detuvo en un trozo de soga que tenía la punta deshilachada. La alumbró con la linterna y vio cada una de las fibras. Tenía cincuenta y siete hilos.

Cincuenta y siete. Los mismos años que tenía papá cuando murió. El mismo número de tornillos y de tacos que tenía el armario de Ikea que Cecilia y yo compramos para el dormitorio. Los centímetros que medía Maja cuando tenía dos meses. Lo que medía
...

Los contornos de todo lo que iluminaba la luz de la linterna eran borrosos y al mismo tiempo demasiado nítidos. Él no veía las cosas, veía lo que
eran
. Alargó la mano hacia el rollo de sacos de plástico y aún quedaban ocho sacos en el rollo, que juntos tenían una capacidad de mil seiscientos litros.

Mil seiscientos litros de cosas. Hojas, ramas, juguetes, botes de pintura, herramientas, radiocasetes, gafas, piñas, microondas. Mil seiscientos litros de cosas
...

Al coger el rollo encontró un punto fijo dentro de su cabeza, una piedra en el interior de la corriente en la que podía pararse y pensar con claridad mientras todo fluía fuera y dentro de él.

Coge los sacos. Vuelve a casa
.

Lo hizo. Mientras el mundo seguía deshaciéndose, disolviéndose y precipitándose a través de él, Anders estaba en la piedra viendo cómo sus manos ayudaban a Simon a vestir de plástico el cuerpo de Elin para el último viaje. Después aquella sensación fue debilitándose y empezó a sentir frío.

Anders se acurrucó en la proa, lo más lejos posible del bulto de plástico. Simon, para tener sitio en el asiento, tuvo que colocar los pies debajo de las piernas de Elin.

Es increíble que él sea capaz de hacer esto
.

Simon tenía los labios apretados y la frente fruncida como si fuera todo el tiempo concentrándose. Pero hacía lo que tenía que hacer. Anders se dio cuenta de que debería estar agradecido, pero no podía albergar tales sentimientos. El mundo se había deshilachado como la soga del cobertizo.

Simon puso el motor en marcha y condujo el barco lejos de Domarö, dobló el cabo de Norrudden y puso rumbo a la bahía entre el islote de Kattholmen y Ledinge. Soplaba una ligera brisa y Anders fijó la vista en el horizonte mientras el sol emergente le calentaba una mejilla.

A diez metros de la proa una gaviota alzó el vuelo desde la superficie del agua y echó a volar lanzando un grito. Anders la siguió con la mirada, la vio cruzar el disco solar y desaparecer en dirección a Gåvasten.

Papá
...

¿Cuántas madrugadas había pasado Anders en la proa del barco de su padre mientras el sol se levantaba, de camino hacia los cardúmenes para recoger las redes? ¿Cuarenta? ¿Cincuenta?

Papá
...

Hacía mucho tiempo que no pensaba en serio en su padre. Con la gaviota volando y el sol amaneciendo volvió a recordarlo todo. Incluso aquella vez.

Aquella vez
...

La pesca de arenques

Anders tenía doce años el verano que estaba ahorrando dinero para comprarse un barco teledirigido. Lo había visto en la estantería de una juguetería de Norrtälje y había quedado prendado del fascinante dibujo de la caja. Aquel casco blanco que surcaba las aguas, con sus rayas azules a los lados sugiriendo velocidad. Trescientas cincuenta coronas, costaba, y él quería tenerlo antes de que se acabara el verano.

No era imposible. Su padre y él ponían las redes dos veces a la semana y Anders vendía luego el pescado fuera de la tienda. A seis coronas el kilo, y la mitad era para él. Había calculado que el barco, por lo tanto, le iba a costar ciento diecisiete kilos de arenques. Y le sobraba una corona.

No es que fuera un Tío Gilito que ahorrara cada corona que ganaba, pero había conseguido reunir ciento noventa coronas. Cada captura solía dar entre treinta y cincuenta kilos, pero como ya estaban a finales de junio y el arenque empezaba a alejarse, sacaban cada vez menos. Aún le quedaban por vender más de cincuenta kilos de pescado y sería difícil que pudieran echar ya las redes más de dos veces.

Así que eso fue lo primero que pensó Anders cuando se despertó aquella mañana: «Cincuenta kilos».

Saltó de la cama y sacó sus ropas de pescador del cajón inferior de la cómoda. A su madre le habría dado un ataque solo del olor. Tanto el pantalón vaquero como el jersey estaban llenos de escamas y de huevas de pescado resecas, y tenía más o menos el mismo olor que esos trozos de pescado seco que se dan a los perros.

Por último se puso la visera. Una visera de propaganda del astillero de Nåten donde trabajaba su padre y que también estaba tan llena de escamas y de restos resecos de arenque que un perro habría podido comérsela tal como estaba.

A Anders le gustaba su indumentaria. Cuando se la ponía ya no era un Anders cualquiera, sino Anders, el chico pescador. No era una cosa que pudiera compartir con sus amigos de la ciudad, ya se cuidaba él de cambiarse antes de ponerse fuera de la tienda. Pero por la mañana, cuando ellos aún dormían, solo era el chico de su padre, el chico pescador, y le gustaba.

Hacía una mañana preciosa. Anders y su padre se sentaron de frente a la mesa de la cocina, el uno con su leche chocolateada y el otro con su café, observando la bahía, que se hallaba completamente en calma. Los primeros rayos del sol se reflejaban en el faro de Gåvasten. Algunas nubes aisladas flotaban en el cielo como el plumón de cisne sobre un charco de agua.

Se comieron cada uno su bocadillo y apuraron sus tazas. Luego se pusieron los chalecos salvavidas y bajaron hasta el barco. Su padre dio a la manivela del motor diésel y este arrancó a la primera. A principios del verano Anders le había pedido a su padre que le dejara intentarlo, y le dio un susto el retroceso de la manivela al arrancar el motor. Desde entonces dejaba el arranque en manos de su padre.

Buen tiempo. El motor arrancó a la primera. Buenas señales. Cincuenta kilos
.

Él sabía que no iban a coger cincuenta kilos
hoy
, eso solo le había ocurrido una vez, el verano pasado, y entonces había sido a primeros de junio. Pero treinta. Sí, treinta. Desde ese momento pensaba ahorrar cada corona.

Doblaron el cabo de Norrudden y salieron al encuentro de los rayos del sol en la bahía de Ledinge, donde soplaba la brisa del este. El sol aún bajo acababa de elevarse por encima de las copas de los abetos de Ryssholmen y lo celebraba liberando su luz sobre el mar apenas encrespado. Anders iba sentado cerca de la borda metiendo los dedos en el agua. El agua ya tenía una buena temperatura para bañarse, entre diecisiete y diecinueve grados según soplara el viento.

BOOK: Puerto humano
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