Politeísmos (28 page)

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Authors: Álvaro Naira

BOOK: Politeísmos
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Javi estaba tan encendido en la conversación que no se había dado ni cuenta de que Verónica se le iba acercando. La tenía tan pegada que casi podía olerle el hálito almibarado mezclado con el licor de mora.

—Oye, soy lo peor —dijo de pronto al notarla delante—. Yo aquí apalancado y vosotras de pie. Espera. ¿Quieres sentarte? Insisto.

Verónica asintió, mientras Rebeca la miraba con una sonrisa débil. Acabó apartándose un poco a hablar con Mon, adivinando lo que seguía luego. Él trastabilló cuando se bajó de la silla. La chica se subió a la banqueta y cruzó las piernas, largas y delgadas, ceñidas por las botas con cintas hasta las rodillas. Llevaba una minifalda negra de tablas de colegiala cortísima y se había quitado los pantaloncitos de debajo, así que en esa postura se le veía buena parte de la ancha cenefa adhesiva de encaje de las medias y el principio de las tiras de las ligas. Él tragó saliva. Tenía la mirada caída en sus muslos mientras Verónica sonreía. Le tendió el mini y Javi se lo acabó.

—Verás... —empezó él, subiendo la vista muy despacio y recorriéndole pie, pantorrillas, muslos, cintura, pecho y cara para quedarse, mediante un esfuerzo supremo, en sus ojos—, me muero de curiosidad por saber algo.

—Pregunta, Javi —le exhortó ella con una sonrisa lánguida—. Si puedo, te responderé.

—No es que yo me crea ni media palabra de todo esto, ya sabes. Siempre pensé que Álex debería haber ido al psiquiatra desde los quince años, es decir, desde que le conocí, pero... ¿cuál se supone que es tu animal?

Verónica abrió la sonrisa triangular y dejó ver la lengua rosada y los dientes blancos. Tenía los labios relucientes de saliva; ya se encargaba ella de humedecérselos de tanto en tanto.

—Es un secreto —respondió—. Acércate y te lo digo al oído.

Él se inclinó sobre ella con cierto decoro, pero la chica le agarró del jersey y le puso más cerca, hasta rozarle con la carne descubierta del escote. Le respiró en la oreja.

—Yo soy una zorra —musitó, tocándole el lóbulo con los labios.

Javi resopló prolongadamente.

—Buuffff... Verónica...

—¿No te gusta? ¿No crees que me encaja?

—Joder. Joder. Joder, Verónica —dejó el cigarro en el cenicero de la barra—. No sabes cómo me estás poniendo...

—Oh, sí que lo sé.

La chica sacudía el pie de la pierna que tenía cruzada sobre la otra.

—¿Sabes de lo que yo tengo ganas, Mon? —le decía Rebeca un poco retirada de la pareja—. De ver a Álex.

—Y yo... —se esponjó ella como un peluche sólo de pensarlo—. Muchísimas.

—De ver a Álex y de partirle la cara, Mónica. No es normal la que nos ha colado. Él y su maldito dios.

—Ya te dije que estaba mintiendo...

—Sí, yo también lo pensaba. Pero aun así. ¿Quién se cree que es? ¿Nuestro padre? ¿Quién coño le mandaba meterse en nuestros asuntos?

—Pues a mí me parece muy bonito lo que ha hecho, Rebeca. Te lo digo en serio.

—¿Bonito? ¿Bonito? Mónica. Ha sido cualquier cosa menos “bonito”. Álex es un imbécil y ha hecho una imbecilidad, y yo no sé si voy a ser capaz de volver a dirigirle la palabra en la vida... Hale. Ya están —declaró elevando los ojos al ver a Javi y Verónica devorándose con fiereza, con la chica abierta completamente de piernas en la banqueta pese a llevar minifalda y Javi encajado entre sus muslos, frotándose como si estuvieran follando pero con ropa, sin importarles lo más mínimo que los miraran—. Al menos podían irse al cuarto oscuro, coño.

—Hala, venga ya —comentó Mon al mirar cómo Javi se la tragaba, cómo le tocaba el culo, cómo se restregaba contra su pubis, cómo le mordía el cuello—. Increíble. Vaya amigo que tiene Álex, ¿eh? —valoró levantando las manos con incomprensión asombrada—. Como todos sean así no necesita enemigos. Y anda que Vero... Qué pronto se le ha olvidado, ¿no?

—No se le ha olvidado ni esto, Mon —dijo haciendo una señal de apreciación de dos centímetros con el índice y el pulgar—. A ver, piensa un poquito. Si el coyote está aquí es porque ha quedado con Álex. Ya verás el pastel cuando venga. Porque éste viene. Te apuesto lo que quieras.

Mónica apretó los ojos en un gesto de conmiseración.

—Joder, ya le vale a Vero. Pobre Álex. ¿No había otro? Le va a joder un huevo...

—O igual no. Igual se queda tan a gusto. Hostia, me vibra —se metió la mano en el bolsillo—. Mon —le dijo muy seria—. Es tu abuela.

—¿Qué? ¿Qué? ¿Y ahora qué hacemos? ¡No lo cojas!

—¿Cómo que no lo coja?

—¡No! No lo cojas, por favor.

—Mon, no seas imbécil. Más se va a preocupar si no lo cojo.

—Pues —la chica dejó escapar el aire y la miró compungida— se supone que llevo toda la tarde en casa de Verónica. No he ido a ponerle las inyecciones, Beca. Os he mentido.

La gata sonrió en la penumbra.

—Tranquila. Vámonos fuera y tú déjame hablar a mí —apretó la tecla en cuanto salieron y dejó de escucharse la música. Llovía con ganas y no había donde cobijarse; debía de llevar un buen rato haciéndolo mientras estaban dentro, porque corrían los canales de agua hacia las alcantarillas—. Buenas noches, doña Soledad. ¿Cómo está usted? Muy bien, gracias. Pues han estado estudiando... Sí. No, han cenado bien. Pronto, sí. Sí, ya me comentó que Mónica tiene el estómago delicado. No. Sí... Están acostadas porque ya no rendían. Mañana se levantan a las siete para seguir... Sí. Lo mismo le digo yo a Verónica, pero no hay manera... ya sabe cómo son... Sí. La pubertad. Sí... Hay que pasarla...

Rebeca fue la primera que vio la silueta de Álex recortarse contra la calle de San Marcos, porque Mónica sólo tenía ojos para el teléfono. Él se acercaba con cara de cabreo, completamente calado, a zancadas largas sobre los charcos. Parecía tener malditas las ganas de meterse en el local e ir a hacerlo sólo porque había dicho que no pensaba cambiar de hábitos y por sus cojones lo cumplía. No tenía aspecto de llevar ni la intención de saludarlas. Rebeca, sin embargo, levantó la mano y le hizo un gesto de reconocimiento. Cortó la voz remilgada con la que hablaba y le advirtió de forma gélida.

—Yo en tu lugar no entraría ahí —le dijo separando el móvil y tapando el auricular, mientras Mónica le daba un tirón del brazo. Rebeca la apartó y siguió hablando.

—... Sí, doña Soledad, es que estoy sacando la basura. Sí. ¿Quiere hablar con su nieta? Yo la despierto en cuanto suba. ¿No es necesario? Sí, yo le doy el número de casa, por supuesto. Pero verá, es una tontería, porque Verónica está todo el día con internet. Sí, con los ordenadores. Sí. Lo deja hasta por la noche. Y ¿sabe? Cuando utilizan el ordenador el teléfono comunica. Sí. Sí. ¿No lo sabía? Es por el módem, ¿sabe? Es un aparato que... No, claro... ¿Su nieta quiere uno? Diga usted que sí, que son muy útiles... Para hacer los deberes. Sí, son caros... Ya, comprendo... Con la pensión es difícil. Pero bueno, Mónica tiene la de orfandad, ¿no? Ya. ¿Y la suya? Ya. Sí. Es menos. Sí, tiene usted razón, que hay que ver lo que gastan a estas edades...

Álex empujó la puerta, enarcando las cejas con extrañeza. Se metió en el garito.

—El que avisa no es traidor —dijo ella, encogiéndose de hombros—. No, no, perdone. No hablaba con usted. Que estaba saludando a un vecino... —apretó el teléfono con la mano—. Joder cómo se enrolla tu abuela... ¿Qué, Mon? ¿Apostamos si le parte la cara? ¿O mejor contamos cuánto tarda en salir?

—¡Rebeca, joder! ¡No hagas eso que se va a dar cuenta!

Él pasó al interior y avanzó unos pasos. Se quedó helado en cuanto los vio, pero no tardó mucho en reaccionar y aproximarse con una sonrisa lupina. Les tocó el hombro.

—¿Lo pasáis bien?

—De maravilla —respondió Verónica con naturalidad—. Hasta que llegaste a jodernos.

La chica estalló en carcajadas. Se acurrucó en un arrumaco contra Javi.

—Tío, perdona —decía él riéndose—. Es que no sabes el chuzo que llevo encima...

—No hablo contigo, Javi. Verónica —Álex se cruzó de brazos—, no sé qué intentas demostrar con esto. Yo capté a la perfección tu frase de “No quiero volver a verte en la vida”, y entendí mejor todavía los quince “hijo de puta” que me soltaste; así que me pregunto a qué viene el jueguecito de tirarte al amigo para sembrar cizaña. ¿Qué pasa, que quieres que sigamos follando tú y yo? ¿Es tu manera de intentar recuperarme? Yo no tengo ningún problema con que follemos. Ya sabes dónde está mi casa. Te traes condones y llamas a la puerta cuando te apetezca. Y en cuanto a éste... ¿Qué me dices si te digo que me la sopla que te folles a otro y que hasta me puede llegar a dar morbo?

—Que mientes —replicó ella taladrándole por el filo del ojo.

—A ver, que me da igual a quién te tires. No estamos casados, coño, pero es que es infantil que te enrolles con un amigo mío para ponerme celoso. No pico. Punto. ¿Qué quieres, que te pida perdón por todo lo del sábado? ¿O lo que te jodió fue lo del viernes? Yo es que ya he perdido la cuenta...

Empezaron a besarse frente a él sin tapujos. Al cabo de unos minutos, la chica se volvió y comprobó que aún estaba allí. Levantó la boca en una sonrisa oblicua.

—Álex, eres un pringado. A ver si creces. Pírate y déjanos en paz.

—Vero, ya —decía Javi completamente borracho—. No te metas con él. Es amigo mío de hace la tira. Que será un gilipollas, pero es
mi
gilipollas, tía —y reventó en carcajadas.

Álex apretó los puños. Le contuvo la sonrisa de Verónica.

—Me cago en tu madre, Javi.

Se dio la vuelta y se alejó para salir del local. El coyote le pilló antes de que llegara a la puerta. Le lanzó la mano al hombro.

—¡Eh! ¡Álex! Tío, perdona. Pero te lo advertí. Los dos sabíamos que ella estaría cabreada. Y yo llegué antes. Créeme que lo siento.

Él se giró con los hombros agarrotados. Le miró un instante.

—Eres un puto carroñero, Javi.

—No —estiró los labios—. Un carroñero es Jaime. Yo sólo soy oportunista.

Álex tomó aire muy despacio y se aguantó los deseos de darle una hostia. Pensó, para controlarse, en que a Verónica le encantaría verle hacer eso y en que, en el fondo, a la que quería partir la cara era a Verónica, no a Javi. La chica sonreía taimadamente.

—La zorra gana al final de la historia, Álex. Siempre se marcha riendo, con una sacudida de cola. Deberías saberlo —le envió un beso—. Que te vaya bien en la vida.

Él rechinó los dientes, empujó la puerta y se marchó.

Rebeca acababa de colgar. La lluvia amainaba, pero se habían calado por completo. Mónica le comentaba algo en un susurro y ella negaba con la cabeza.

—Ya sale el lobo con el rabo entre las piernas —exclamó la gata—. Has tardado poco. ¡Eh! No te lo tomes a mal. Tu querida Verónica siempre ha sido un poco...

—Zorra. Lo sé.

—Deberías saber que se ha follado a medio instituto.

—Oh, qué bien. ¿Y tú al otro medio? ¿Cómo os lo partís? ¿Ella se tira a los guapos y tú a los feos?

—Sólo intentaba consolarte... y no tengo por qué, Álex, que te has portado con nosotras como un hijo de puta.

—Que te follen —le espetó alejándose.

—¡Que te follen a ti, Álex! —le gritó Rebeca—. ¡Que te follen y que te duela! Gilipollas. Mónica, ¿estás segura de que quieres ir a...?

—Ahora o nunca —dijo la chica. Le alcanzó corriendo—. Álex.

—¿Qué coño quieres?

—Álex. Me gustas muchísimo.

Él se quedó de piedra. Luego bufó.

—Ya. A ver. Tú a mí no, y estoy ahora de especial mala hostia como para decírtelo con tacto. Tienes que aprender a captar las señales y a no soltar según qué cosas si la respuesta no va a ser positiva. Si quieres perder la virginidad conmigo, lo siento, pero esto no es una ONG —se metió las manos en los bolsillos del abrigo de cuero—. Y agradece que no me haya reído, joder.

Siguió andando mirando al suelo, chapoteando en los charcos. Creía que Mónica ya no le seguía cuando la oyó de nuevo.

—Eso ha dolido de verdad —le dijo con la voz trémula.

Se volvió. Le enterneció un poco. El pelo mojado se le rizaba como si hubiera metido los dedos en un enchufe, tenía la camiseta pegada a los hombros, las perneras de los pantalones chorreando hasta las rodillas como si se hubiera zambullido en una piscina y los ojos húmedos. Se retorcía las manos.

—No puedes evitar hacer daño a los que te rodean, ¿verdad? —Mónica sorbió por la nariz y se frotó las mejillas—. Creo que ya entiendo por qué no tienes ni un amigo.

—Qué tontería —respondió, pero se sintió incómodo—. Yo conozco a muchísima gente.

—Uno aquí, uno allá, y a la gente que les rodea. Pero tú no tienes un grupo tuyo.

Él le mostró los dientes.

—Yo soy un omega. Rondo diversas manadas sin pertenecer a ninguna. Y así soy feliz.

—Tú no eres feliz. Estás completamente solo —sentenció Mónica—. Me das lástima.

La chica se volvió correteando hasta la puerta del garito, donde estaba Rebeca, sin esperar su respuesta.

Llamaban al telefonillo. Álex gruñó. Metió la cabeza bajo la almohada y apretó, pero seguía sonando el timbre de forma insistente, en pitidos largos. Acabó por levantarse y ponerse unos pantalones. Estirando los brazos, se acercó hasta el auricular. Descolgó y apretó el botón sin preguntar quién era. Dejó abierta la puerta y se volvió a tirar sobre la cama. Escuchó con atención. Se oían los chirridos de las suelas de unos zapatos de hombre contra los peldaños, ascendiendo con tranquilo ritmo. Álex torció la cabeza. Se incorporó.

—Lucien —reconoció saliendo del dormitorio—. ¿Qué coño haces aquí y a las cinco de la tarde? ¿No sabes que el domingo duermo todo el día, cojones?

—Haller. Disculpame. Ya sé que no te gusta que vengan a tu lobera, y sé que sos de hábitos
crepusculares
. Pero hace una semana que no te conectás al chat, y el viernes pasado fui al boliche a verte pero no pudimos hablar...

—Joder, he estado ocupado —replicó con agresividad—. ¿Qué pasa, que otra vez me vas a andar vigilando a ver si no me tiro a los raíles del metro antes de que vengan los vagones o me ahorco con las sábanas? Lo que yo haga no es asunto tuyo.

Lázaro hizo un gesto de contención con la mano derecha.

—Estás caliente. Muy bien —Lucien se dio media vuelta—. Si no querés escuchar lo que tengo que decirte, mejor vuelvo en otro momento.

—No, joder. Espera. Pasa, coño —retiró un revoltijo de ropa de la silla del ordenador y lo echó sobre la cama—. A tomar por culo. Venga, siéntate. Que no puedas decir que no soy hospitalario. ¿Quieres un whisky? Lleva en el vaso al aire siete días y se le han derretido todos los hielos, pero digo yo que pegará igual...

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