—Se lo juro, Joey, su nombre es Shep Graves…
—Señorita Lemont, no le escuche…
—… fingió su muerte para que nos culpasen a nosotros!
Ella echa un vistazo a la identificación de Shep y luego cierra la cartera.
—¿De modo que trabaja con Lapidus? —pregunta Joey con escepticismo.
Shep asiente.
—¿Y él respaldará su historia?
—Totalmente —dice Shep.
No estoy seguro de si Shep se está echando un farol o si tiene un truco absolutamente nuevo oculto en la manga. En cualquier caso, Joey ha llegado demasiado lejos como para irse sin la verdad.
—Noreen, ¿estás ahí? —pregunta, hablando a través del pequeño micrófono sujeto a su blusa. Asintiendo para sí, añade—: Ponme con Henry Lapidus.
—¿Charlie…? ¿Charlie, dónde estás? —susurró Gillian mientras atravesaba el corto pasadizo y salía al pasillo perpendicular que conectaba con él. Apartó de un puntapié la cabeza de Goofy y estudió el pasillo, pasando luego junto a la mesa plegable volcada. En el extremo izquierdo estaba la puerta de salida. Imposible, pensó. DeSanctis no se hubiese marchado sin avisarles. Un sonido agudo, como si alguien estuviese rascando algo, le confirmó el resto. Se volvió y echó a andar en la dirección del sonido. Hacia la parte trasera del pasillo, más allá del carrito de la ropa y el biombo plegable. Conocía ese sonido. Como si alguien estuviese corriendo. O escondiéndose.
Avanzando con mucha cautela por el pasillo, Gillian se mantuvo alerta ante la posibilidad de que DeSanctis apareciera súbitamente. Él seguía enfadado por el corte que le había hecho en la cabeza, aunque no hasta el extremo de echarlo todo a perder, se dijo, mientras pasaba junto al biombo. Aun así, era mejor quedarse quieta y pensar dónde…
Gillian se detuvo allí mismo. Desde el suelo hasta los extremos de los colgadores, Minnie, Donald, Pluto, y docenas de cabezas de otros personajes la observaban, cada una de ellas con su sonrisa vacía y helada. Evitando deliberadamente sus miradas, avanzó hacia el interior de la habitación.
—Hola… —susurró nuevamente—. ¿Hay alguien ahí?
No hubo respuesta. Y entonces comprendió por qué.
Justo delante de ella, al final del primer pasillo de colgadores, DeSanctis yacía boca abajo en el suelo, los brazos atados a la espalda con lo que parecía ser una cuerda de saltar. Gillian no podía creerlo. DeSanctis tenía la nariz cubierta de sangre y el ojo izquierdo estaba muy hinchado. No se movía. Le tocó el hombro con la punta del zapato, pero era como patear un ladrillo. Sorprendida, se agachó para mirarle mejor. ¿Acaso estaba…? No, se dio cuenta al ver que el pecho subía y bajaba. Sólo estaba inconsciente.
En ese momento se oyó otro ruido, esta vez varios metros más lejos, en otro de los pasillos de colgadores. Sobresaltada, Gillian se puso de pie de un salto. Pero al volver a oírlo, esbozó una sonrisa. Este sonido era diferente del primero. Más profundo. Más gutural. Como si alguien estuviese respirando… o jadeando. Alguien a quien le falta el aliento.
Miró a su alrededor y fijó la vista en la parte posterior de los colgadores.
—¡Charlie! —llamó—. ¡Soy yo, Gillian!
La respiración cesó.
—Charlie, ¿estás ahí?
Nadie respondió.
Cruzó al siguiente pasillo de disfraces, luego al siguiente. Excepto por los coloridos conjuntos con lentejuelas y un juego de cabezas, ambos pasillos estaban vacíos.
—Charlie, sé que has oído los disparos. ¡Oliver está herido!
Nuevamente, el silencio.
—¡Le han disparado, Charlie! El hirió a Gallo y Gallo le alcanzó en el muslo… ¡Si no conseguimos que le vea un médico…!
—Gillian, será mejor que no me estés mintiendo —le advirtió una voz a sus espaldas.
Se volvió rápidamente cuando Charlie salía del pasillo por el que ella acababa de pasar. Sostenía la escoba en la mano derecha y, aunque intentaba endurecer la expresión, era evidente que jadeaba con cada inspiración. Las carreras y las peleas, había sido demasiado para él.
—¿Te encuentras bien? —preguntó ella.
Charlie la estudió cuidadosamente. Sus manos estaban vacías. No había nada fuera de lugar.
—Muéstrame dónde está Ollie —exigió Charlie. Volviéndole la espalda a Gillian, se dirigió hacia la puerta pero, antes de que pudiese dar más de dos pasos, detrás de él se oyó un click apagado.
Charlie se quedó inmóvil.
—Lo siento —dijo Gillian mientras le apuntaba con su arma—. Eso es lo que consigues por confiar en desconocidos.
Negándose a mirarla, Charlie cerró los ojos. No pensaba rendirse sin luchar. Sus dedos se cerraron con fuerza alrededor del palo de la escoba… y el dedo de Gillian se tensó en el gatillo. Charlie se volvió tan velozmente como pudo. Pero no fue suficiente.
Joey tiene el dedo en el gatillo y sus ojos fijos en mí y Shep, pero está concentrada en lo que alguien le está diciendo a través del pequeño auricular que lleva en la oreja derecha. Mis brazos siguen levantados por encima de la cabeza, pero aun así alcanzo a ver mi reloj. Pasan de las siete. Lapidus está en su coche, de camino a su granja en Connecticut. No hay ninguna posibilidad de que ella sea capaz de…
—¿Hola, señor Lapidus? —dice, hablando al micrófono—. Soy Joey… exacto, la investigadora priv… No, aún no hemos encontrado el dinero… No, lo entiendo, señor, pero tengo una pregunta rápida y esperaba que usted pudiese ayudarme. ¿Conoce a alguien llamado… —echa un vistazo a la identificación de Shep—… Kenneth Kerr?
Se produce una larga pausa mientras Joey escucha lo que le están diciendo desde el otro lado de la línea. Cuanto más se extiende la conversación, más observa a Shep. El no se mueve. Cree que lo de Joey es un farol. De modo que, mientras conserve la calma, ella no puede demostrar nada.
—No… lo comprendo —dice Joey—. Por supuesto, señor. No, sólo quería estar segura.
Saca el móvil del cinturón y se quita el auricular. Ahora tiene el arma en la mano derecha y el teléfono en la izquierda.
—Lapidus quiere hablar con usted —le dice a Shep, extendiendo el auricular y el teléfono.
Shep me mira y luego vuelve a mirar a Joey. Sin perder un segundo avanza hacia ella estudiando su reacción. Joey sonríe abiertamente, estudiando la de Shep. Yo permanezco inmóvil y me doy cuenta de que ellos están jugando en una liga diferente. Y no tengo idea de quién va ganando.
Cuanto Shep se acerca a ella, Joey busca alguna señal. Un leve parpadeo… Un movimiento de hombros… Cualquier detalle al que pueda aferrarse. Pero Shep es demasiado bueno para delatarse.
Cuando más se acerca, más alto parece. Espero que Joey retroceda. Pero no lo hace.
—Aquí tiene —dice ella, extendiendo la mano para darle el teléfono.
—Gracias —dice Shep y se dispone a cogerlo.
No hay miedo en su voz. Está absolutamente tranquilo. Están lo bastante cerca como para que puedan tocarse. Ninguno de los dos retrocede. Puedo verlo en el rostro de Joey: Shep ha superado la prueba. Pero cuando él extiende la mano para coger el teléfono —cuando las palmas de ambos se rozan— Shep abre la mano, aferra el teléfono y la mano de Joey y lanza ambos puños y el teléfono contra la cara de ésta. Todo sucede tan rápido que apenas si me doy cuenta de lo que está ocurriendo. Joey trastabilla hacia atrás al tiempo que el teléfono choca contra el suelo. Joey trata de alzar su arma, pero Shep no le da esa oportunidad.
Lanza otro golpe y le hunde el puño en la cara y Joey, instintivamente, aprieta el gatillo. Se oye un fuerte estampido cuando el proyectil rebota en el cemento y hace un orificio en la pared de metal. Joey se derrumba, inconsciente. Su cabeza golpea en la superficie de cemento con un ruido seco. Parado encima de ella, Shep busca su pistola para acabar la faena.
—¡Apártate de ella! —grito, placando a Shep por detrás. Es como tratar de derribar a un elefante. Me lanzo contra él, pero apenas si se mueve. Shep se vuelve y me golpea con el dorso de la mano con tal violencia que estoy a punto de perder el conocimiento.
—¿Te das cuenta de lo sencillo que podría haber sido todo este asunto? —grita.
Estoy de pie, pero mientras lucho por mantener el equilibrio, él me coge por el cuello y me lanza hacia las carrozas. Cuando choco contra la carroza con forma de locomotora, hago pedazos cientos de luces de Navidad. Me vuelvo furiosamente para devolverle el golpe. Pero él bloquea fácilmente mi puño y me golpea incluso más duro.
—¡Se acabaron las oportunidades! —grita, lanzándose sobre mí—. ¡Quiero mi dinero!
Con un movimiento veloz y un gruñido de hombre de las cavernas, planta todo el puño en mi ojo izquierdo. Luego echa el brazo hacia atrás y repite el golpe. Siento un dolor lacerante en el ojo, que parece moverse solo. Ya está completamente hinchado y cerrado.
—¡Dime dónde está, Oliver! —gruñe Shep y vuelve a sacudirme—. ¿Dónde está mi jodido dinero?
Algo húmedo me corre por la mejilla. En el fondo alcanzo a oír el sonido de un arma que dispara en la otra habitación. Luego oigo que mi hermano grita. Intento mirar por encima del hombro de Shep para ver qué es lo que sucede. Pero lo único que veo es el puño de Shep que cae nuevamente sobre mi rostro.
Mientras Charlie trataba de completar su giro, la bala salió del arma de Gillian con un violento estampido; silbó a través del aire polvoriento. Se produjo un sonido como si estuviesen absorbiendo el aire. Un chorro de sangre brotó del omóplato de Charlie justo cuando la escoba alcanzaba a Gillian en la mano y enviaba la pistola debajo de los colgadores de metal. Charlie lanzó un grito. Una punzada de intenso dolor le recorrió el antebrazo hasta el codo.
Al sentir que se le entumecía el brazo izquierdo, asió la escoba con el puño derecho y lo apretó con fuerza para aliviar el dolor. Gillian se estiró para tratar de recuperar su arma, pero Charlie no pensaba dejar que llegase hasta allí. No después de todo lo que había pasado. Con la adrenalina corriendo por sus venas, levantó la escoba por encima de su cabeza y la bajó verticalmente hacia el suelo.
Apartándose rápidamente, Gillian cayó hacia atrás contra una de las filas de disfraces y tropezó con la barra que había debajo. Mientras trastabillaba entre los disfraces, el palo de la escoba de Charlie volvió a golpear contra el cemento. Al sentir que comenzaba a marearse trató de levantar el palo para descargar otro golpe, pero las fuerzas le abandonaron. Jadeó buscando un poco de aire. El hombro estaba muerto a un costado, latiendo con sus propias pulsaciones. Al ver la expresión de dolor en el rostro de Charlie, Gillian lanzó ambas piernas hacia adelante y derribó los disfraces. Docenas de cabezas —desde Mickey hasta Goofy y Pluto— rodaron por el suelo cuando el colgador metálico cayó entre ellas.
Antes de que Charlie tuviese tiempo de reaccionar, Gillian se puso de pie y se lanzó en medio de los disfraces. Le hizo un placaje a Charlie a la altura de la cintura y todo el aire desapareció de sus pulmones. El impulso les llevó a ambos contra un carrito de la ropa que alguien había dejado contra la pared más alejada. Gillian no quería dejar la pelea; golpeó la parte inferior de la espalda de Charlie contra el borde metálico del carrito, pero a la velocidad a la que se movían —como si fuesen un balancín— ambos pasaron por encima del borde y cayeron dentro.
En mitad del salto mortal, sin embargo, la suma del peso de ambos hizo que el carrito saliera despedido hacia adelante, provocando que Charlie cayera pesadamente al suelo. Aterrizó sobre la espalda y la cabeza golpeó con fuerza contra el cemento. Gillian cayó justo encima de él y una pila de disfraces de brillantes colores cubrió sus hombros.
Colocándose a horcajadas sobre el pecho de Charlie, Gillian juntó las puntas de los dedos como si fuesen una daga improvisada y apuntó a la herida abierta en el hombro de Charlie.
—No te desmayarás —le advirtió. Alzó el brazo para…
Desde el hangar llegó nítidamente el ruido de una detonación. Un disparo. El eco se prolongó a través de las paredes metálicas del almacén.
Gillian, sobresaltada, se volvió en dirección del sonido. Era todo lo que Charlie necesitaba. Incorporándose lanzó un golpe corto con el puño y alcanzó a Gillian en la nuca. Cuando ella perdió el equilibrio, Charlie se volvió sobre su estómago. A un par de metros de distancia, un poco más allá de las cabezas de los personajes famosos que descansaban en el suelo, descubrió el arma debajo del colgador volcado. Arrastrándose sobre los codos trató de alcanzarla, pero Gillian seguía sobre su espalda. Sintió desde detrás un brusco cambio en el peso. Una mancha anaranjada y negra estalló delante de él. Y antes de que comprendiera lo que estaba pasando, algo velludo se enroscó alrededor de su cuello. Tirando de la cola del Tigre como si fuesen las riendas de un caballo, Gillian se inclinó hacia atrás todo lo que pudo.
Jadeando en busca de un poco de aire, Charlie se llevó las manos al cuello, tratando de introducir los dedos debajo de la cola del disfraz. Fue entonces cuando descubrió el alambre. Estaba curvado en el interior de la cola, un delgado muelle de alambre. La mayoría de las veces ese artilugio conseguía convencer a los niños de que el Tigre realmente podía brincar. Hoy, mientras Gillian lo tenía cogido entre las manos y tiraba con fuerza de él, el alambre se hundía profundamente en la garganta de Charlie.
Arqueándose hacia arriba sobre el estómago y arañando con desesperación su propio cuello, Charlie consiguió darse la vuelta, pero Gillian no tenía intención de soltar su presa. Cuanto más se retorcía, más fuerte tiraba ella y más difícil le resultaba a Charlie respirar. Ahogándose por la presión del alambre, sintió que la sangre fluía a su rostro. Apretó los dientes, intentando respirar una última bocanada de aire. Pero no había aire. A través de la garganta, el alambre comenzó a cortar la nuez de Adán.
La sangre empezó a manar de su nariz y un hilo rojo oscuro se unió al que ya tenía en el labio. Delante de él, unos puntos grises flotaban en el espacio. Pero incluso con la visión borrosa… incluso con Gillian montada en su espalda… no podía sacudirse la imagen mental de Oliver. O de su madre. Recuperando la conciencia, Charlie soltó el alambre que le rodeaba el cuello. Había que cortar algunas cuerdas.
Aún podía ver el arma de Gillian más allá de las cabezas de Mickey y Pluto. Estaba demasiado lejos. Pero había otra cosa que estaba más cerca. Con un último impulso de su brazo sano, Charlie consiguió coger la correa de cuero fijada al interior de la cabeza de Pluto, y se volvió haciendo un gran esfuerzo hasta quedar apoyado sobre un costado. El alambre seguía hundiéndose en su garganta. Esta parte le dolería insoportablemente, de eso no había duda. Ignorando la sensación ardiente que le atenazaba la garganta, consiguió darse la vuelta, cogió la correa de cuero y lanzó la cabeza de Pluto contra Gillian. Describiendo una curva cerrada en el aire, la enorme cabeza la alcanzó a un lado del rostro como si fuese una bala de cañón de seis kilos y la arrojó al suelo con violencia.