—Apártate de mi camino.
—Por qué no empezamos con las cintas…
—He dicho que te apartes de mi camino.
—No hasta que haya…
—Mi hermano está allí, Gillian. No volveré a pedírtelo.
El arma apunta directamente a su pecho. Mi dedo se tensa sobre el gatillo. Pensé que me temblaría la mano. Pero no es así.
—Ya está bien de representar el papel del malo de la película, Oliver. Quiero decir, ¿realmente crees que tienes pelotas para dispararme?
Es una pregunta sencilla. Es mi hermano.
—Realmente no me conoces, ¿verdad? —le pregunto. Sin esperar su respuesta, bajo el brazo, apunto el arma a su rodilla y aprieto el gatillo.
La pistola dispara con un resplandor luminoso y un zumbido agudo. Pero, en lugar de gritar de dolor o caer al suelo, Gillian sigue en el mismo lugar con una sonrisa burlona en los labios. Desconcertado, miro la pistola, que está a pocos centímetros de su rodilla. Vuelvo a apretar el gatillo. El arma dispara con un violento estampido; y nuevamente Gillian permanece ilesa delante de mí. No lo entiendo.
—¿Nunca has oído hablar de las balas de fogueo? —se regodea Gillian—. Suenan y huelen como las balas auténticas, pero cuando te llevas la pistola a la cabeza, lo peor que puede pasarte es que te chamusques las patillas.
¿Balas de fogueo? Mis ojos diseccionan el arma y luego vuelven a posarse en la sonrisa burlona de Gillian.
—Sinceramente, me asombra que te haya llevado tanto tiempo —añade.
No tiene ningún sentido. Todo este tiempo… El arma ni siquiera es nuestra, la conseguimos de Gallo en Nueva York, justo después de que él le disparase a…
Dios mío.
A mi izquierda, una flamante sombra se desliza por la puerta abierta del almacén. Cuando Gallo dijo que contaba con ayuda, siempre imaginé que se trataba de Lapidus o de Quincy. Pero nunca que fuese él. Me vuelvo cuando entra. Sólo verle es como un cuchillo de carnicero en mi estómago.
—¿Qué pasa, tío? —pregunta Shep con su sonrisa de boxeador—. Parece que hayas visto a un fantasma.
—Todo en orden en el Pecos Bill —dice una voz con inconfundible acento sureño a través de la radio de Joey mientras se abre paso a través de la multitud que se dirige a la Frontera.
—Lo mismo en Country Bear —dice otra voz. Oculta entre la gente que llena las calles, Joey observó a dos hombres jóvenes, con camisas azules, que abandonaban el porche del Pecos Bill Café. Otros dos aparecieron desde el Country Bear Jamboree. Su forma de caminar era exactamente la misma: resuelta y poderosa, pero nunca demasiado rápida. La velocidad justa para no llamar la atención. Todo era parte del entrenamiento, confirmó Joey. Jamás asustar a los visitantes del parqué. "Con el rabillo del ojo vio a un hombre y a una mujer que se movían entre la multitud. No llevaban camisas iguales, pero Joey los descubrió por la forma de caminar: más miembros de la seguridad del parque. Pocos segundos más tarde, los tres grupos se separaron en direcciones opuestas, comprobando los restaurantes, tiendas y atracciones de los alrededores.
—Nosotros nos encargaremos de Piratas —dijo una voz femenina a través de la radio cuando la pareja de guardias giraban en la esquina en dirección a Piratas del Caribe.
En el centro de la multitud, Joey decidió no continuar. Charlie y Oliver eran mucho más inteligentes que eso. Una cosa era perderte en medio del gentío; otra muy distinta es meterte deliberadamente en un posible callejón sin salida, como un restaurante o una atracción cercanos. Moviendo la cabeza de derecha a izquierda, Joey examinó cuidadosamente el resto de la zona. Tiendas de souvenirs… quioscos que impulsaban igualmente a la compra… y una corriente interminable de turistas bulliciosos. El único momento tranquilo en ese huracán parecía estar más adelante, donde una puerta giratoria de madera bloqueaba parte de la calle. Joey no podía quitar la vista de ella. Los polis de Disney estaban preocupados por la protección de los visitantes de pago, pero si Charlie y Oliver aún estaban huyendo, no podían permitirse el lujo de dejarse ver, necesitarían un lugar tranquilo y apartado. Joey echó otro vistazo a la puerta giratoria. Justo detrás se veía un rótulo con las palabras «Solamente miembros del reparto».
—Tranquilo y apartado —susurró.
—¿Has encontrado alguna cosa? —preguntó Noreen a través del auricular.
—Tal vez —dijo Joey, encaminándose hacia la puerta giratoria y dejando detrás a los polis de Disney—. Te lo diré dentro de un minuto…
—¿Qué…? ¿Cómo estás…? —Mi boca cuelga hasta el suelo mientras contemplo a un hombre muerto—. ¿Qué diablos pasa aquí?
Shep se acerca a nosotros mientras me apunta con su arma, pero parece mucho más preocupado por Gallo, quien tiene un orificio negro en mitad de la espalda. Shep dirige una de sus miradas de reproche a Gillian. Ella se encoge de hombros como si no hubiese tenido otra alternativa.
En el suelo de cemento del almacén, el cuerpo de Gallo yace boca abajo sobre un charco de sangre que crece lentamente. La misma posición que tenía el cuerpo de Shep la última vez que le vi.
—¿Te parece familiar? —pregunta Shep, leyéndome el pensamiento.
Todavía conmocionado por la impresión, no puedo apartar la vista de él. Los antebrazos como salchichas. La nariz mellada. Es casi como si no fuese él. Pero lo es.
—Venga, Oliver… di algo —bromea.
Mi puño se cierra alrededor del arma. Si Gallo le disparó con cartuchos de fogueo… Shep sabía lo que iba a pasar… Gallo estaba trabajando con él. Así fue como consiguieron meter el gusano de Duckworth en el banco.
—¿Tú eras su hombre dentro del banco?
—¿Lo ves? Por eso te pagan toda esa pasta.
Mi rostro se enrojece y la realidad se asienta lentamente como un bloque de hielo que se derrite en mi nuca.
—De modo que todo este tiempo… ¿Cómo pudiste…? ¿Estabas vigilándonos durante todo…?
—Oliver, éste no es el lugar apropiado para eso.
—¿O sea que estabas ahí desde el principio? ¿Sabías que intentarías acabar con nosotros? ¿O… o acaso ese fue el objetivo desde el principio, invitarnos a participar y luego crear unos chivos expiatorios?
—Larguémonos de aquí y luego podemos…
—Quiero una respuesta, Shep. ¿Por eso nos hiciste participar? ¿Para volarnos la cabeza?
—¿Por qué no…?
—¡Quiero una respuesta!
Shep comprende que no tengo intención de moverme y comprueba la entrada del hangar. Está despejada.
—¿Qué querías que dijera?, Oliver: «Estoy muy feliz de que hayáis descubierto nuestro secreto. Ahora cojamos estos tres millones porque hay otros trescientos millones esperando» Una vez que habíais visto el bote de miel, no tuve otra alternativa.
—Trataste de matarnos, Shep.
—Y vosotros tratasteis de robar nuestro dinero.
—Todos son pecadores —dice Gillian. Shep la fulmina con la mirada y ella retrocede. Aunque hace apenas unos minutos que les he visto juntos, no hay duda de quién lleva las riendas de la relación.
—Cuando todo se vino abajo, Oliver, ésta fue tu elección —dice Shep—. Si no hubieras estado tan obsesionado con tu fantasía de venganza de Lapidus, Gallo, DeSanctis y yo nos hubiésemos largado sin ningún problema. Además, si quieres empezar a llamar a las cosas por su nombre, vosotros fuisteis quienes tratasteis de jugármela.
—¿De qué estás…?
—Investigué ese banco en Antigua que Charlie me enseñó en la Hoja Roja. La pasta nunca estuvo allí.
—Eso fue lo único que nos salvó el cuello. Si Charlie no lo hubiera hecho, en este momento no estaríamos aquí hablando.
—No, tú no estarías aquí hablando si yo no te hubiese salvado el culo en la casa de Duckworth —interrumpe Gillian nuevamente.
—Lo hiciste sólo para cubrirte —le digo.
Una vez más, Shep la hace callar con una mirada airada.
—No estoy diciendo que te culpe, Oliver. De hecho, te respeto. Todos aprovechamos nuestras oportunidades donde las encontramos —explica, sin apartar los ojos de Gillian—. Especialmente cuando se trata de dinero.
—De modo que nunca pensaste en compartirlo con nadie, ¿verdad? —pregunto—. Ni con nosotros, ni con Gallo ni con nadie.
—Deja que te diga algo, Oliver. Es posible que Gallo consiguiera poner sus manos en la mejor idea del mundo, pero sin un banco donde llevarla a cabo, Duckworth podría haber reinventado la pólvora.
—Entonces supongo que no había ningún problema en deshacerse de todos por el camino.
—Como te dije al principio, sólo existen dos crímenes perfectos: el crimen que no se comete y el crimen durante el cual el criminal muere. Si lo consigues es una buena jugarreta. Pero si yo iba a ser el cadáver a quien culparan del crimen… bien, al mártir le corresponde el botín. La única astilla en el ojo fue cuando os dejaron escapar de aquella estación.
—¿Y eso fue lo que hizo que tramaras el gran plan? ¿Seguirnos a Florida, engañar a Gallo y meter a tu esposa en el asunto?
—Consiguió engañarte, ¿verdad?
Miro a Gillian; ella no aparta la mirada. No vacila en hacerme frente. Como siempre decía Lapidus, el negocio es el negocio. No puedo creer que no haya sido capaz de verlo antes.
—No es el fin del mundo —dice Shep—. Aún tienes la gallina y los huevos de oro. Ahora ha llegado el momento de decidir qué hacer con ellos.
En su voz hay un tono completamente nuevo, como aquel día en que nos ofreció compartir el dinero con nosotros en el banco. Ha vuelto a su personaje de Gran Hermano Shep. Sí, no hay duda de que él nos enseñará la mejor forma de esconder el dinero… Luego, en el instante en que consiga lo que quiere, nos destrozará las rótulas. Es el mismo tono que utilizó Gallo hace apenas dos minutos. Me pongo enfermo de oírlo.
—No digas que no todavía, Oliver. Ni siquiera has escuchado mi oferta.
—¿Ah, no? Deja que lo adivine. Agitas tu arma ante mis narices y así te conviertes en la quinta persona esta semana que amenaza con matarme a menos que te diga dónde está el dinero.
—Deja que Shep acabe lo que tiene que decirte —dice Gillian, sin dejar de apuntarme—. Todos podemos conseguir lo que queremos.
—Yo ya sé lo que quiero… y no lo voy a conseguir de vosotros.
—¿De quién piensas conseguirlo entonces? —pregunta Shep—. ¿De la policía? ¿De Lapidus? ¿De tus amigos en el trabajo? Esto es mucho más grande que tú y Char… —Se interrumpe y echa un rápido vistazo a su alrededor— ¿Dónde se ha metido tu hermano? —pregunta.
No existe ninguna posibilidad de que yo le conteste.
—A pocos metros de aquí. En la otra habitación.
—Ve a buscarle —le ordena Shep.
—Ve tú a buscarle —le desafía Gillian.
—¿Has oído lo que te he dicho?
Como antes, la discusión ha terminado. Gillian mete la pistola en la parte trasera de los pantalones y se dirige al pasadizo que comunica con la otra nave.
En el instante en que abre la puerta, grito la advertencia a voz en cuello.
—¡Charlie, ella es una men…!
Shep me coge de la barbilla y me tapa la boca con la mano. Trato de liberarme pero es demasiado fuerte. Gillian me mira y sacude la cabeza.
—Eres realmente un gilipollas —dice, volviéndose y entrando en el pasadizo. Cierra la puerta en mis narices y el ruido rebota en mi pecho.
Shep sigue tapando mi boca con fuerza hasta que dejo de luchar.
—Oliver, escúchame por una vez. Si no te tranquilizas, ninguno de nosotros conseguirá salir de aquí. Tenemos que tratar con trescientos millones de pavos… También podríamos…
—¿Realmente te parezco tan imbécil? —pregunto, al tiempo que quito su mano de mi barbilla. Apoya la mano en mi hombro. No piensa dejarme ir demasiado lejos—. ¿De verdad crees que te ayudaremos? —pregunto—. Se acabó, Shep. Estamos muy bien aquí.
—¿Eso crees? —dice—. Ni siquiera te has detenido a pensar en esto, ¿verdad Oliver? En cuanto vuelvas a poner un pie en el banco, estarás despedido. Lapidus te enterrará antes de que puedas decir «vergüenza profesional». Y cuando vayas a la policía, aun cuando logres evitar ir a la cárcel, aunque devuelvas el dinero, ¿crees que organizarán el desfile de la victoria para ti? Tu firma sigue estampada en la solicitud electrónica original. Sólo por eso tu vida está acabada. De modo que ahora no tienes trabajo, no tienes dinero y nadie volverá a confiar jamás en ti. Y lo peor de todo, para cuando hayan terminado las querellas y tus ahorros hayan desaparecido, tu madre no podrá comprarse siquiera un carrete de hilo, y mucho menos hacer frente al resto de su tarjeta de crédito y a las facturas del hospital. ¿Quién pagará ahora todo eso, Oliver? ¿Y qué me dices de Charlie? ¿Cuánto tiempo crees que podrá sobrevivir sin tu ayuda?
Mientras las palabras salen de su boca, sé que tiene razón. Pero eso no significa que vaya a meterme en la cama con una serpiente y su…
—¡Que nadie se mueva! —grita una voz femenina a nuestras espaldas.
Shep y yo nos volvemos y buscamos el origen de la voz en la puerta del almacén. Hay una mujer con un arma. La investigadora de la urbanización… la pelirroja… Joey… Está apuntando su arma directamente hacia nosotros. Primero a mí, luego a Shep.
Con una enorme sensación de alivio, doy un paso hacia ella, alejándome de Shep.
—¡He dicho que nadie se mueva! —grita y yo alzo las manos en el aire.
—Ya era hora —dice Shep, con tono tranquilo—. Me preguntaba cuándo llegaría.
—¿Perdón? —pregunta Joey.
Espero ver algún tipo de reconocimiento en su rostro. Shep está vivo y ella es lo suficientemente inteligente para completar el resto de la historia. En cambio, parece confundida.
—¿Quién diablos es usted? —pregunta.
Los brazos se me entumecen mientras apuntan hacia el cielorraso. No puedo creerlo. Ella no tiene la menor idea de quién es Shep.
—¿Yo? —pregunta Shep con una sonrisa torcida. Se rasca el antebrazo y deja escapar una risa profunda y relajada—. Soy investigador… igual que usted.
—¡Está mintiendo! —digo—. ¡Es Shep!
—No deje que la engañe, señorita Lemont…
—¿Cómo sabe mi nombre? —pregunta Joey.
—Se lo he dicho; he estado investigando este caso desde el principio. Llame a Henry Lapidus, él se lo explicará todo.
Cuando pronuncia el nombre de Lapidus, hay una nueva calma en su voz. Mete la mano en el interior de la chaqueta…
—¡Ni siquiera lo piense! —le advierte Joey.
—No es un arma, señorita Lemont. —Del bolsillo de la camisa saca una cartera de cuero negro—. Aquí tiene mi identificación —dice, lanzando la cartera a los pies de Joey. Ella se agacha para recogerla, pero en ningún momento deja de apuntarnos.