Los hijos de los Jedi (60 page)

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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los hijos de los Jedi
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Han sintió cómo una fría serpiente de inquietud se deslizaba a lo largo de su columna vertebral. Si Roganda Ismaren era la Mano del Emperador, eso significaba que podía emplear la Fuerza…, y la Fuerza era algo contra lo que Han no quería tener que enfrentarse.

Pero si se había atrevido a tocar un solo cabello de la cabeza de Leia, entonces…

—Ésa es su casa. —Jevax bajó la mirada hacia Stusjevsky—. ¿Hay alguien dentro?

El chadra-fan cerró sus enormes ojos oscuros. Sus fosas nasales se dilataron y se irguió, respirando hondo y aguzando el oído para escuchar cuanto pudiera haber en la noche. Han era incapaz de imaginarse cómo se las podía arreglar aquella pequeña criatura para estar captando los olores procedentes de una sola casa distinguiéndolos de los de todas las demás, pues la noche estaba saturada por los olores de la vegetación, la piedra mojada, el leve hedor sulfuroso de los manantiales calientes y los abrumadores perfumes dulzones que flotaban en el aire alrededor de las plantas empaquetadoras.

Pero Stusjevsky abrió los ojos pasados unos momentos.

—No hay nadie en casa, Jefe —dijo.

Chewie dejó escapar un gruñido ahogado y empezó a hurgar en los bolsillos de su cinturón de herramientas, buscando su equipo para hacer puentes en los cableados como preparativo a la ofensiva que lanzaría sobre cualquier sistema de seguridad con el que pudiera contar la casa.

—Pero hay algo que sí puedo asegurar —añadió el chadra-fan—. Alguien ha estado utilizando un perfume espantosamente caro ahí dentro. Huele a Susurro o a Lago de Sueños, y también puedo asegurar que en todo este planeta no hay nadie que los venda.

La puerta de la escalera se abrió con un repentino siseo que los sobresaltó a todos.

—¡Creí haberte oído decir que no había nadie en casa! —resopló Han mientras los cuatro se pegaban a las sombras de una vieja columnata medio derruida por las bombas.

—Nadie humano —replicó el chadra-fan—. Puedo oler…

Un débil zumbido resonó entre las sombras de las lianas que medio ocultaban el umbral, y un objeto de color claro se movió junto a ellas.

Después una pequeña silueta apareció en lo alto del tramo de escalones y se quedó inmóvil, como si estuviera terriblemente cansada o intentara decidir que debía hacer a continuación.

Era Erredós, lleno de abolladuras y arañazos y cubierto de suciedad y barro viscoso.

CAPÍTULO 23

—¡Comandante, acabamos de recibir órdenes de emergencia del gran Moff de toda la Flota de Combate Imperial! —Anunció el soldado de las tropas de asalto con un marcial saludo—. ¡Prioridad uno, señor!

El comandante se irguió, saliendo de su sombría concentración sobre la pantalla de control apagada de un lector de la biblioteca y devolvió el saludo con los tres largos y abigarradamente coloridos películos de su lado derecho. Unos cuantos oficiales que habían estado muy ocupados atendiendo las consolas de navegación y artillería de los lectores y visores desactivados alineados a lo largo de la pared de la biblioteca hicieron girar sus asientos, y tallos, estámenes y masas de llores se volvieron hacia su comandante. Todos estaban un poco pálidos debido a la falta de luz solar, pero seguían manteniéndose atentos y en estado de alerta.

Luke, que estaba apoyado en el umbral contemplando la escena que se representaba bajo la débil claridad de su bastón —los affitecanos habían estado absortos librando su imaginaria batalla espacial en una oscuridad total antes de que él y Pothman llegaran— se preguntó por enésima vez hasta qué punto eran realmente inteligentes aquellos seres.

Los klaggs y los gakfedds habían seguido siendo gamorreanos, aunque durante la mayor parte del tiempo estaban convencidos de que eran soldados de las tropas de asalto. Habían sido conscientes de la lenta destrucción del
Ojo de Palpatine
, aunque la habían atribuido, siguiendo las instrucciones de la Voluntad, a los saboteadores rebeldes que les resultaban familiares gracias a su programación. Ugbuz había seguido siendo Ugbuz y aunque su puntería continuaba siendo realmente espantosa, por lo menos comprendía la diferencia existente entre un desintegrador cargado y uno que no tenía célula de energía.

En el caso de los affitecanos, su programación parecía haber sido tan profunda y concienzuda que lo que habían sido programados para creer tenía preferencia sobre la estructura real de la nave. Suponiendo que hubieran poseído alguna personalidad individual antes de ser sometidos al proceso de inducción dentro del transporte, no cabía duda de que ésta había quedado totalmente sumergida. Y además, como ya había notado Luke, los affitecanos que habían brotado a bordo —y se había encontrado con un mínimo de cinco guarderías, casi todas en comedores secundarios en los que se habían instalado sistemas de iluminación de emergencia— parecían creer que eran soldados de las tropas de asalto imperiales con la misma absoluta convicción de sus mayores.

Triv Pothman, resplandeciente en su armadura blanca, pasó por delante de la pantalla de control apagada y se detuvo enfrente del capitán amarillo y negro.

—Con su permiso, señor —dijo, y accionó un interruptor.

Comunicaciones de la Flota

Urgente y Prioridad Uno

—Es intención de la Voluntad que todo el personal de a bordo inicie inmediatamente una evacuación a las lanzaderas de la Cubierta 16. Todo el personal que se encuentra actualmente en las enfermerías o en otros lugares debe ser trasladado junto con el equipo de apoyo vital necesario. El portador de estas órdenes actuará como director de la evacuación y pilotará la lanzadera durante el lanzamiento y después de éste.

—No está nada mal —aprobó Luke en voz baja.

—¿Estás bromeando? —susurró la voz de Callista en su oído—. Durante treinta años lo único con lo que he conseguido encontrarme cada vez que intentaba abrirme paso por el ordenador ha sido la Voluntad. Puedes apostar a que se cómo imitarla. Tendrías que verme imitando a Pekki Blu y los Muchachos Estelares.

Luke nunca había oído hablar de Pekki Blu y los Muchachos Estelares, pero habría cruzado el Mar de Dunas a pie para oír a Callista haciendo una imitación de quien fuese.

—¿Es… eso, soldado?

El capitán había hablado en un tono muy solemne.

Ni Pothman ni Luke sabían exactamente a qué se refería al decir «eso», pero el ex soldado asintió.

—Ya hemos recibido nuestras órdenes —dijo.

El capitán le devolvió el asentimiento de cabeza, consiguiendo que le saliera serio y varonil a pesar de la enorme ondulación de la corona de borlas blancas que lo acompañó.

—Muy bien, muchachos —dijo—. El gran momento ha llegado. Recoged las cosas. Venga, moveos.

Los kitonaks seguían conversando en la Sala de Reunión de Babor de la Cubierta 12 y el pasillo adyacente.

—La gran mayoría continúan intercambiando recetas —explicó Cetrespeó cuando Luke fue a reunirse con él—. Aunque ese grupo del pasillo ha estado charlando de qué tal sabían las orugas chooba del verano pasado, una experiencia que al parecer fue compartida por todos.

—Están todos —dijo Callista—. Había cuarenta y ocho, y no falta ni uno.

Un grupo de affitecanos pasó junto a ellos, desfilando con rápida marcialidad. Había unos setenta, con todo un pelotón de brotes que apenas tenían un metro de altura incluido.

—¡Variación deeeeerecha! —ladró secamente la áspera voz del teniente que estaba al mando de las tropas, y los affitecanos doblaron una esquina y desaparecieron.

Luke meneó la cabeza.

—Alguien tendrá que hacer un buen trabajo de desprogramación con ellos.

La carcajada de Callista onduló en el aire.

—¡Cielos, ni siquiera había pensado en eso! De acuerdo, los corredores están despejados entre esta zona y el hangar de las lanzaderas. Las pasarelas y escalerillas están abiertas, y el único pozo de ascensor por el que tendrán que trepar tiene cuerdas… Oye, ¿pueden trepar por un pozo de ascensor?

—Oh, sí.

Luke respiró hondo. Era dolorosamente consciente de que cada fragmento de sus energías que había gastado en otros asuntos significaba que dispondría de muchas menos reservas para el último esfuerzo, la última tarea agotadora que le aguardaba.

—¿Estás preparado, Cetrespeó?

—Creo que mi dominio del lenguaje de los kitonaks resultará suficiente para las necesidades del momento.

—Claro, pero será mejor que salgas de ese umbral —dijo Luke.

El androide se apresuró a hacerse a un lado. Sabía lo que iba a ocurrir dentro de unos momentos.

—De acuerdo, vamos allá —dijo Luke.

Cerró los ojos y se concentró en los sensores calóricos del sistema de prevención de incendios de la sala y los corredores de los alrededores. Era el más sencillo de lodos los poderes Jedi y estaba siendo dirigido contra el sistema más básico de la nave, y el resultado fue totalmente galvánico.

El sistema de rociadores cobró vida de repente y empezó a escupir chorros de agua.

Un auténtico diluvio cayó sobre Luke, Cetrespeó y cada kitonak rechoncho, de color masilla y con forma de hongo que había en la sección.

—¡Cubierta Dieciséis! —gritó Cetrespeó en la lengua de los kitonaks—. ¡Cubierta Dieciséis! ¡El agua está en la lanzadera!

Después saltó hacia atrás, arrastrando consigo a su amo para ponerle a salvo mientras una atronadora marea de kitonaks no sólo se lanzaba por la puerta sino que derribaba las paredes a cada lado de la entrada y se alejaba tambaleándose y resbalando por el pasillo en dirección a las cubiertas de las lanzaderas.

Luke desplegó su mente y la envió hacia adelante, visualizando cada metro cuidadosamente memorizado de los pasillos, la escalerilla y el pozo de ascensor que se interponían entre la Sala de Reunión de Babor y el hangar de lanzaderas de la Cubierta 16, y super-recalentando una delgada capa de aire en la parte superior de cada punto del trayecto para ir activando los rociadores a lo largo de él.

Los kitonaks se aparean en el agua.

Para ellos la lluvia es la señal que provoca un sorprendente y entusiástico estallido de velocidad.

—¿Crees que Cray y Nichos serán capaces de meterlos dentro de la lanzadera?

—No deberían tener ningún problema —dijo Callista—. Iré con ellos, pero me parece que es un espectáculo que ninguna persona decente y educada debería presenciar. Volveré contigo para cuando necesitemos convencer a los klaggs y los gakfedds de que suban a bordo.

«No puedo hacerlo —pensó Luke mientras contemplaba cómo aquel parpadeo fantasmal que temblaba entre los torbellinos de lluvia se alejaba pasillo abajo, siguiendo a la turba de alienígenas lubricados y enloquecidos por la lujuria—. No puedo… no salvarla.»

—¿Amo Luke?

La voz de Cetrespeó sonó entre tímida y preocupada.

Luke tuvo que hacer un esfuerzo casi físico para liberarse de las garras de aquella pena y de la sensación de que no había nada en su cuerpo o en su alma que no consistiera única y exclusivamente de un dolor insoportable. Primero lo primero.

—Sí —murmuró—. Vamos a por los jawas, y luego desplazaremos a los tripodales.

Roganda y su hijo estaban forjando una alianza con los nobles de Senex.

Leia se debatió en un frenético esfuerzo para recuperar el conocimiento, pero su mente se comportaba como si hubiera quedado congelada en aquel gélido océano verde, Era consciente de la habitación que se extendía a su alrededor —y seguía siendo vagamente consciente de las sombras de sus ocupantes anteriores—, pero no podía ni volver a hundirse en su coma original ni ascender hasta el estado de vigilia.

Y tenía que despertar. Tenía que salir de allí.

Estaban creando una base de poder para que les proporcionara una posición entre los señores de la guerra Harrsk y Teradoc y las otras ramas de la Flota Imperial que seguían intactas.

Y era muy posible que la Flota Imperial volviera a adquirir forma y cohesión alrededor de esa base de poder.

Y esa coalición estaría armada con la riqueza de los Señores de Senex, y con todo el colosal armamento del
Ojo de Palpatine
, arrancado a la oscuridad del pasado por un muchacho de quince años cuyos poderes eran capaces de volver totalmente inútiles las defensas de la República, que no estaban preparadas para enfrentarse con él. Si a cambio conseguía el
Ojo
y a Irek para poder utilizarlos como armas secretas, un hombre como el Gran Almirante Harrsk podía renunciar al poder que no habría estado dispuesto a entregar a la regente de un niño hacía unos años.

Tenía que salir de allí.

O enviar un mensaje aunque el hacerlo le costara la vida.

«Han Solo. Ithor. El Momento de la Reunión.» Después de que hubiera encontrado por casualidad uno de los escondites de roca mental de Irek en los túneles y de que su mente hubiese recuperado un poco la cordura gracias a la contrarreacción de la droga, Drub había hecho cuanto estaba en sus manos para advertir a su amigo y para ayudar a la República porque sabía que Han había consagrado toda su lealtad a ella. El también había sabido que era necesario advertirles.

Leia se preguntó en qué momento se habrían librado de Nasdra Magrody. Probablemente tan pronto como Irek fue capaz de controlar y dirigir su capacidad para influir sobre los sistemas mecánicos, ya que Magrody sabía demasiadas cosas para permitir que siguiera con vida.

«Al igual que su alumna», pensó. Se acordó del informe sobre el asesinato de Stinna Draesinge Sha, su habitación había sido registrada, y todos sus papeles y documentos habían sido destruidos. Magrody tenía que haber trabajado con ella en las fases iniciales de la implantación del chip cerebral, o tal vez le habría hablado de ellas.

¿Y no hubo algún otro físico, algún otro estudiante de Magrody que había muerto en circunstancias misteriosas hacía algunos años?

Leia no consiguió acordarse. Eso había ocurrido antes de que conociera a Cray, Qwi Xux, la otra alumna-estrella de Magrody, probablemente había escapado a la muerte cuando el adepto renegado Kyp Durron le borro la memoria.

Y Ohran Keldor también había sido alumno de Magrody.

La puerta se abrió con un siseo y Leia sintió el impacto del aire más caliente del pasillo en la cara. Tenía los ojos cerrados, pero pudo «ver» entrar a Lord Garonnin y Drost Elegin y que el corpulento jefe de seguridad había traído consigo un infusor.

Leia sintió el frío del metal del infusor en su garganta, y un momento después también sintió la entrada del chorro de sustancias químicas y de calor tonificante que empezó a agitarse en sus venas.

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