Los hijos de los Jedi (64 page)

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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los hijos de los Jedi
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—¡Todos habéis sido traicionados! —exclamó Leia—. Cuando Irek descubrió que no podía controlar el
Ojo de Palpatine
, él y su madre decidieron huir. Mataron a Lord Garonnin…

Los invitados se miraron los unos a los otros.

—Echad un vistazo a su cuerpo —dijo Leia con voz llena de furia—. ¡Irek es la única persona que tiene una espada de luz! Y si examináis el pasillo, probablemente encontraréis un rastro de joyas y bonos negociables que lleva hasta el ascensor.

Leia se dio cuenta de las miradas que intercambiaron los guardias. Hasta el momento, nadie había desenfundado un arma.

—Perseguirles y alcanzarles debería ser bastante sencillo —dijo Lord Picutorion—. Disponemos de algunas de las naves más rápidas que…

—No con todas las puertas de los silos del espaciopuerto atascadas —replicó Leia, y se volvió hacia la dama Vandron—. Van a escapar en vuestra nave, Alteza… El
Ojo de Palpatine
empezará a bombardear el planeta en cualquier momento, así que sugiero que todo el mundo vaya lo más abajo que pueda y se aleje todo lo posible por los túneles.

—Las criaturas de la cripta… —empezó a decir la dama Carbinol, aquella aristócrata morena y de aspecto atlético.

—No harán nada sin la voluntad de Irek para darles instrucciones —dijo Elegin. Se volvió hacia Han y Chewbacca, que seguían inmóviles delante del ventanal—. Como me atrevería a decir que descubrieron cuando vinieron, ¿no? —Desenfundó el desintegrador que llevaba al costado—. Después de vos, Alteza… Tal vez todavía podamos atraparles antes de que despeguen.

De hecho, se encontraron con dos o tres infortunados ex contrabandistas vagabundeando por los pasillos más alejados de las zonas habitadas, allí donde la fisura térmica se deslizaba por debajo del hielo, pero tal como había dicho Elegin, la desaparición de la voluntad de Irek hizo que las criaturas huyeran aullando de las luces que empuñaban Han, Leia y los enfurecidos aristócratas que avanzaban detrás de ellos. Mientras corría Leia pensó que sin Irek presente para interferir las lecturas de los sondeos no deberían tener muchas dificultades para localizar a aquellos patéticos guardianes y proporcionarles cualquier clase de ayuda de que pudieran ser objeto.

Se preguntó que tenían que decir los viejos registros Jedi que Luke había ido reuniendo pacientemente acerca de aquel tipo de abusos del poder de la Fuerza, y qué podrían hacer acerca de ellos quienes tuvieran el don de curar.

—Típico —oyó que le decía secamente la dama Carbinol a alguien que estaba al final del grupo que, como ya había notado Leia, estaba formado mayoritariamente por miembros de las Antiguas Casas, ya que los representantes de las corporaciones habían preferido iniciar una prudente búsqueda de las defensas más profundas que pudieran encontrar—. Nunca confié en esa mujer… No me gustaría parecer una esnob, pero la cuna y la educación siempre acaban saliendo a la luz, y en este caso no cabe duda de que lo han hecho.

De vez en cuando encontraban una joya o un documento de crédito caído en el suelo para indicar la dirección por la que había huido Roganda.

Las puertas del ascensor que llevaba a la superficie estaban atascadas.

—El servo de arriba ha estallado —dijo Han, y apartó la placa del botón de llamada para echar un vistazo al monitor.

—Irek hizo lo mismo con el servomecanismo central que controla los silos de descenso —dijo Leia—. No sé hasta qué distancia resulta efectivo su poder, pero no es algo que quiera ver ocurrir si estuviéramos dentro de un caza X y nos preparásemos para entrar en combate. ¿Hay alguna escalera? —preguntó a Drost Elegin, que asintió.

De hecho era una rampa circular, ya que los antiguos contrabandistas tenían que bajar los cargamentos por ella. Erredós, que les había seguido estoicamente a lo largo de los pasadizos y rampas desde los laberintos principales ocultos detrás del acantilado, les alcanzó y empezó a rodar por delante de ellos con el pequeño haz luminoso de su reflector brillando sobre la lisa piedra del suelo y las paredes de roca llenas de señales y agujeros. El lugar olía a kretehs, y el frío se fue intensificando a medida que ascendían hasta que el aliento de Leia se convirtió en una nubécula bajo la luz de las lámparas. La dama Carbinol prestó su chaqueta protectora a Han cuando llegaron a la pequeña casamata superior, y Han, Leia en su traje térmico y Drost Elegin, el único otro miembro del pequeño grupo que disponía de una chaqueta protectora, avanzaron junto con Chewbacca y el androide por el escarpado sendero que serpenteaba a través de la columna vertebral de roca protectora hasta desembocar en la pista de los hielos y su achaparrado hangar blanco.

La puerta del hangar estaba abierta y las luces del interior relucían con destellos fantasmagóricos sobre la nieve que se agitaba a través de ella, ondulando y bailando en remolinos que eran rechazados por el campo magnético. Alrededor de la pista, la nieve estaba tachonada por las características estrellas quíntuples producidas por los transportes Tikiar.

Salvo por los dos tripulantes de la dama Vandron, que habían sido atados con cinta adhesiva en un rincón y estaban temblando de frío, el hangar se hallaba desierto.

Leia se rodeó el cuerpo con los brazos y se estremeció mientras el viento le quemaba las mejillas desprotegidas. Chewbacca gruñó, su largo pelaje marrón agitado en todas direcciones por los vientos agonizantes. El negro hervir de nubes que se desplegaba sobre sus cabeza se había roto, y ya mostraba el pálido gris pizarra del amanecer de Belsavis.

—Por lo menos podremos advertir a Ackbar murmuró Leia---. El poder que Irek ejerce sobre los sistemas mecánicos puede ser anulado si se introducen pequeños cambios en los diagramas. Puede causar daños a cualquier nave que no haya sido avisada, pero podemos prevenirles.

—Era un plan que necesitaba del efecto sorpresa -asintió Drost Elegin, echando hacia atrás su cabellera negra salpicada de canas y alzando la mirada hacia el cielo- . Aunque por lo que sé sobre los sistemas mecánicos de las naves estelares, ciertos diagramas no pueden ser alterados en lo más mínimo si se quiere que la nave funcione. Debéis admitir que la ventaja inicial habría sido devastadora…, tal vez decisiva.

Bajó la mirada hacia Leia y sus pálidos ojos brillaron con un destello helado.

—Lo único que queremos es disponer del poder suficiente para que todos nos dejen en paz, princesa. Quizá estamos pagando el castigo por nuestro apresuramiento al pensar que una arribista sin principios y su mocoso podían llegar a proporcionárnoslo.

Giró sobre sí mismo y se alejó por el camino que volvía a la rampa y que le llevaría hasta el refugio del subsuelo.

Han dio un paso hacia adelante y rodeó a Leia con los brazos.

—¿Sabes que era la Mano del Emperador? —murmuró—. Su otra mano, quiero decir —añadió mientras Leia alzaba rápidamente la vista hacia él con una protesta en los labios—. Y Mará se lo ha tomado francamente mal.

—Eso explica de qué manera pudo hacer cosas como secuestrar a Nasdra Magrody y utilizar fondos imperiales —dijo Leia—. Debió de planear todo el proceso de desarrollo de los poderes de Irek desde que se enteró de que los tenía, tal vez incluso antes de que naciera… Ahora están ahí fuera, y siguen siendo un peligro.

Dejó escapar un suspiro, sintiéndose repentinamente muy cansada y, tal como había hecho Elegin, alzó la mirada hacia el cielo plomizo, como si pudiera ver el rastro de la nave espacial huyendo de aquel sitio que había sido su primero, y último, verdadero hogar.

—Será mejor que nos pongamos a cubierto —dijo Han en voz baja—. Si esa nave de la que habló Mará va a tratar de cumplir con su misión, no sabemos hasta qué distancia del risco fue programada para extender el bombardeo. Esperemos que las cavernas sean lo bastante profundas.

Un puntito de luz blanca apareció de repente en la oscuridad del cielo, se desvaneció y después se hincho velozmente hasta convertirse en un destello monstruoso. Han se encogió sobre sí mismo y se tapo los ojos con el brazo. Leia volvió el rostro a un lado y vio sus sombras —hombre, mujer, wookie, androide— delineadas durante un fugaz momento sobre el merengue blanco azulado de las masas de nieve entre las que se encontraban.

¿Qué…? —murmuró Han.

—No lo sé —respondió Leia—. Pero era demasiado grande para haber sido una Tikiar. Tiene que haber sido el
Ojo
.

—Perdóname, Luke.

Luke rodó sobre sí mismo, sintiendo todo el cuerpo dolorido por el impacto del haz aturdidor. Oyó unos suaves trompeteos en la semi-oscuridad, y una enormidad blanca y peluda surgió de la nada y se inclinó sobre él, apremiándole a acostarse y empujándole suavemente con la blandura acolchada de sus manazas negras.

Talz. Estaban agrupados alrededor de la litera de emergencia sobre la que yacía, y todo el oscuro recinto de la lanzadera estaba impregnado por el olor de su pelaje.

Alguien estaba cantando «Saqueando aldeas una detrás de otra».

Luke se irguió, y lo lamentó al instante.

—Perdóname —repitió la voz de Callista mientras Luke volvía a recostarse.

Los jawas parloteaban cerca de él, y sus ojos amarillos relucían en la oscuridad. Por encima de las cabezas de los talz pudo ver un extremo de la lanzadera lleno de piezas de androides viejos y cascos de soldados de las tropas de asalto usados como cubos para guardar trozos de metal, cables y células de energía. Se acordó de que cuando dirigió sus pseudo-mensajes de la Voluntad a los dos grupos de gamorreanos, Callista les había dicho que era Intención de la Voluntad que dejaran todas sus armas fuera de sus lanzaderas respectivas.

La voz era muy débil y tenía un curioso timbre metálico. Luke volvió la cabeza y vio el lector colocado sobre el delgado colchón de la litera junto a él. El holograma del rostro de Callista era borrosamente visible sobre el aparato, casi tan insustancial como la transmisión de audio.

Parecía agotada, como en el sueño-visión de ella que Luke había tenido en la sala artillera, con sus cabellos castaños escapando de la apresurada trenza en que los había recogido y sus ojos grises llenos de paz.

—Fue idea mía…, mía y de Cray. Temía que… Las dos temíamos que en el último momento te decidirías por cualquier otra alternativa que no fuese la destrucción completa del
Ojo de Palpatine
, que intentarías ganar tiempo para sacarme de la nave. Siento haber…, haber tomado tu decisión por ti.

Su imagen se desvaneció y fue sustituida por la de Cray, cansada y con los rasgos endurecidos por la tensión, pero con aquella misma paz agotada en sus ojos.

—Conmigo en la sala artillera utilizando la Fuerza contra la parrilla de enclisión, supongo que es posible que un androide suba por el pozo… Y un androide podría recibir unos cuantos impactos y seguir siendo capaz de funcionar. Nichos estuvo de acuerdo.

Los rasgos pálidos e inmóviles del Jedi que había sido discípulo de Luke durante un año aparecieron junto a ella, con un aspecto extrañamente independiente y lejano delante del metal del capuchón craneano. La mano —aquella copia exacta de la mano de Nichos— estaba inmóvil sobre el hombro de Cray, y Cray extendió el brazo hasta rozar los dedos que habían sido programados para imitar el calor humano.

—Sabes que nunca fui más que un sustituto, Luke, un androide programado para pensar, recordar y comportarse como una persona a la que Cray deseaba desesperadamente seguir teniendo junto a ella. Y eso podría no haberme importado, si…, si no la hubiera amado. Pero no soy el Nichos vivo que conocisteis, y sé que nunca podré llegar a serlo. Siempre sería algo menos, algo que no era Nichos,

—Nichos está al otro lado, Luke —murmuró Cray—. Lo sé, y Nichos… —Sus labios se curvaron en la sombra de una sonrisa—. Y este Nichos lo sabe. Recuérdanos.

Sus imágenes se desvanecieron.

Ninguna imagen la sustituyó, pero Luke volvió a oír la voz de Callista.

—Perdóname, Luke. Te amo. Y siempre te amaré…

Un cegador estallido de blancura se extendió por las mirillas de estribor.

—¡No!

Luke se levantó de un salto. Se abrió paso a empujones y codazos a través de los talz, de los jawas que se habían apelotonado delante de las mirillas y de los delicados y apacibles tripódales agrupados alrededor de los enormes montones de chatarra de los jawas, y se desplomó sobre la pared justo a tiempo de ver cómo la gigantesca llamarada blanca se iba desvaneciendo al otro lado del asteroide que flotaba a la deriva.

El asteroide suspendido en la lejanía parecía tan diminuto…

—¡NO!

Y después llegó la explosión, tan inexorable y tremenda como la destrucción de todo un mundo que se hace añicos.

CAPÍTULO 25

Mará Jade apareció a bordo de su nave
Suerte del Cazador
para recogerles muy poco tiempo después.

—Salí del hiperespacio casi delante de esa Tikiar —les explicó.

Ella y Leia estaban ayudando a Luke a recorrer la corta conexión temporal de tipo prensil que iba desde la escotilla de la Lanzadera Roja hasta la del
Suerte
. Chewbacca estaba detrás de ellos, lanzando furiosos gruñidos a los jawas y gamorreanos que intentaban seguirles y haciendo tanto ruido que se le podía oír incluso en aquella atmósfera tan tenue que casi rozaba el vacío. Cetrespeó, que se las había arreglado para pilotar ambas lanzaderas alejándolas de la cada vez más extensa nube de restos en que se había convertido el
Ojo de Palpatine
, se había quedado con el wookie para traducir, explicando en un considerable número de lenguajes que todo se hallaba bajo control y que se ocuparían de todos.

—Avanzaba por el Corredor como si tuviera una manada de demonios del vacío a la cola —siguió diciendo Mará—. De haber sabido quiénes eran probablemente habría disparado, pero iban tan deprisa que lo más probable es que no hubiese conseguido dar en el blanco, ¿Estas bien, Skywalker?

Tecleó la secuencia de entrada en la escotilla principal del
Suerte
, y contempló con expresión preocupada a Luke mientras el recinto se iba llenando de aire.

Luke asintió. Hablar le parecía algo carente de objeto. Supuso que se curaría tanto por dentro como en el aspecto físico. Sabía que la gente lo hacía.

El negro golfo de vacío que había en su interior no siempre sería la única cosa que pudiera ver.

En aquellos momentos lo único que deseaba era dormir.

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