Leia le rodeó la cintura con el brazo, y Luke sintió el roce de su mente en la suya. «Luego me lo contarás», le dijo.
Luke pensó que a su hermana le habría gustado Callista.
Y a Mará, a su manera fría y cautelosa, también le habría gustado.
—Estoy bien —dijo, sabiendo que era una mentira.
—Hay un centro médico de las corporaciones bastante bueno en Plawal —estaba diciendo Mará mientras ayudaba a Luke a recorrer el corto tramo de pasillo que llevaba hasta uno de los pequeños camarotes.
El
Suerte del Cazador
era un yate de niño rico que había sido abordado por unos piratas hacía varios años, pero todavía conservaba algunas de sus comodidades, entre ellas una cama auto-amoldable en un hueco con una pequeña pantalla de monitor sintonizada al puente. Después de haber dormido sobre montones de mantas en el suelo de los rincones de unos despachos, aquella suave comodidad resultaba un poco extraña.
—¿Quién es ese vejestorio al que has confiado el rebaño de la Lanzadera Azul, chaval?
Han, que estaba en el puente, alzó la mirada hacia lo que estaba claro era su pantalla.
Oír el apodo con el que le había bautizado su amigo hizo sonreír a Luke.
—Se llama Triv Pothman —dijo—. Hace mucho tiempo era soldado de las tropas de asalto.
Recostó la cabeza sobre la almohada, y apenas sintió cómo Leia abría la pernera de su traje para colocar dos parches de gilocal concentrado y administrar una dosis masiva de antibióticos a la carne inflamada y llena de morados.
Luke oyó el juramento ahogado que lanzó Mará.
—¿Cuánto tiempo lleva así? —preguntó después.
Hacer una estimación del tiempo transcurrido le resultó inesperadamente difícil.
—Cinco días, seis…
Mará cortó el entablillado con el que Matonak había rodeado la pierna. Luke casi no se enteró de que le quitaba el trozo de cañería y las vueltas de cinta adhesiva.
—¿Y la Fuerza ha curado eso? A juzgar por el aspecto de esas heridas, deberías tener gangrena desde tus cuadríceps hasta las puntas de los dedos del pie.
—¡Erredós!
Luke oyó la voz de Cetrespeó en el pasillo. Volvió la cabeza hacia el hueco de la puerta y vio cómo el androide de protocolo extendía sus brazos llenos de abolladuras hacia su achaparrada contrafigura astro-mecánica, que también estaba abollada, tiznada y recubierta por una costra de barro y suciedad viscosa.
—¡Qué extremadamente gratificante resulta verte en condiciones de operar!
«Nunca seré nada más que un androide —le oyó decir a la voz de Nichos dentro de su mente—. Si no la amara…»
—Y Su Alteza —siguió diciendo Cetrespeó—. Confío en que su misión en Belsavis discurriera tal como esperaba.
—Me temo que no puedo decir que todo haya ido como esperaba, Cetrespeó —respondió Leia.
—Podrías, si estuvieras dispuesta a tomarte unas cuantas libertades con la verdad —intervino Han desde el puente—. Vaya, ¿qué tenemos aquí? Estamos recibiendo una señal procedente de los restos. Parece una cápsula de emergencia.
Luke abrió los ojos.
—Cray.
«Así que ha decidido seguir viviendo después de todo…» Algo se preguntó por qué en su interior.
Mará fue al puente para encargarse del rayo tractor, y Luke insistió en que Leia volviera a entablillarle la pierna para poder bajar al hangar en el que meterían la cápsula.
—Necesitará que…, que se ocupen de ella —dijo.
Se irguió hasta quedar sentado en la cama mientras su hermana ajustaba el entablillado. Al moverse se vio reflejado durante un momento en el espejo del otro lado del camarote, que estaba colocado detrás de lo que en tiempos había sido un bar, y se sorprendió al ver lo mucho que su rostro había adelgazado y se había llenado de arrugas durante la última semana. Los ojos azules parecían muy claros en unas cuencas descoloridas por la fatiga y la falta de sueño, y los morados que ya se iban difuminando marcaban las líneas de la mandíbula y el pómulo debajo de los profundos cortes que había dejado la metralla. La barba marrón que había empezado a crecerle le daba el aspecto de un viejo ermitaño desgastado por la vida y las penalidades apoyado en su bastón.
Luke se dio cuenta de que su aspecto actual recordaba un poco al del viejo Ben.
Leia le ayudó a levantarse. Ella también parecía haber pasado por una terrible prueba.
—¿Y tú? ¿Estás bien? —preguntó Luke
Leia asintió, moviendo una mano como si quisiera barrer sus preocupaciones.
—¿Y qué hay de Cray? ¿Nichos ha…?
Luke vio cómo Leia titubeaba y no se atrevía a pronunciar la palabra «muerto», pues acababa de acordarse de que después de lo que Cray había hecho por el —y de lo que le había hecho—, Nichos se había convertido en una criatura incapaz de morir.
—Es una historia muy larga —dijo Luke, sintiéndose terriblemente cansado—. Me… Me sorprende que Cray subiera a la cápsula de emergencia. Tenía la impresión de que ya no sentía muchos deseos de vivir.
—La tengo —oyó que decía Mará por el intercomunicador—. La estoy introduciendo a través del escudo.
Leia puso el hombro debajo del brazo de Luke y le ayudó a recorrer el pasillo, con los dos androides y Chewie siguiéndoles.
—Al parecer el soldado Pothman ha conseguido calmar a los klaggs y los affitecanos en la Lanzadera Azul, amo Luke —le informó Cetrespeó—. El general Solo ya ha enviado un mensaje subespacial a la División de Contactos del cuerpo diplomático, y están haciendo los preparativos para enviar un grupo que se encargará de la reorientación de los prisioneros del
Ojo
. Dicen que les gustaría contar con su ayuda en esa labor.
Luke asintió, aunque le resultaba muy difícil pensar en nada que estuviera a más de unos minutos, o como mucho unas horas, en el futuro. Al fin comprendía por qué Cray había hecho cuanto estaba en sus manos y había forzado su cuerpo y su mente al máximo para conservar a Nichos junto a ella o, mejor dicho, para tratar de conseguir que Nichos siguiera junto a ella.
Cray no podía concebir lo que sería la vida sin que Nichos formara parte de ella.
«Está al otro lado», había dicho.
Como Callista, que también estaba al otro lado.
Luke pensó que fuera cual fuese el motivo por el que había cambiado de parecer, necesitaría que él estuviese allí cuando saliera de su sueño helado.
Las luces del hangar pasaron al verde y la puerta se abrió con un siseo. La cápsula estaba delante del cuadrado de las puertas, directamente debajo del ojo entrecerrado del haz tractor, que ya empezaba a enfriarse para volver a la modalidad de reposo. Tenía dos metros escasos de largo y unos ochenta centímetros de ancho y era del típico color verde oscuro imperial, y Luke sintió el roce helado del frío del espacio que la había impregnado cuando la tocó.
Hizo retroceder el panel protector. Debajo de él, Cray yacía sumida en el sueño parecido al coma de la hibernación parcial. Sus pechos apenas se movían bajo el uniforme manchado por y lleno de desgarrones, y sus largas manos estaban cruzadas sobre la hebilla de su cinturón. A pesar de los morados que seguían marcándolo, su rostro estaba tan tranquilo y relajado y parecía tan totalmente distinto de los rasgos tensos y agotados de la mujer en que se había convertido que Luke casi no la reconoció.
Se preguntó si Cray había tenido ese aspecto aquel primer día, hacía más de un año, cuando Nichos la había llevado a Yavin. «La programadora de inteligencias artificiales más brillante de todo el Instituto Magrody…, y también tiene una gran capacidad para emplear la Fuerza.»
La altiva elegancia en la que se había envuelto como si fuese una capa protectora había desaparecido.
Era una mujer distinta.
Una mujer distinta…
«No», pensó Luke.
Meneó la cabeza.
«No.»
Aquel no era el rostro de Cray.
Los rasgos, la nariz recta y los huesos delicados, la forma opulenta y casi cuadrada de sus labios, eran idénticos a los de…
Pero todo su ser le estaba gritando que aquella mujer no era Cray.
«No», volvió a pensar, no queriendo creer.
El universo permaneció inmóvil durante mucho tiempo.
Después la mujer hizo una profunda inspiración de aire y abrió los ojos.
Eran grises.
«No.»
Luke alargó la mano y vio cómo la mujer alzaba rápidamente la suya, como si temiera el contacto. Durante unos momentos se limitó a contemplarse las manos, haciéndolas girar en un sentido y en otro como si estuviera maravillándose ante la forma de las palmas y los dedos, igual que si estuviera contemplando una nueva y sorprendente escultura, acariciándose el dorso, los dedos y las protuberancias óseas de los nudillos. Después sus ojos se encontraron con los de Luke, y se llenaron de lágrimas.
La ayudó a sentarse, despacio y con mucha delicadeza y temiendo tocarla, temiendo que se desvaneciera, que se evaporase, que resultara ser sólo un sueño. Luke sintió el calor de sus manos allí donde le tocaban los brazos. Durante unos momentos se limitaron a mirarse el uno al otro.
«Esto no puede ser real…»
La mujer alzó las manos y le tocó la cara, y sus dedos recorrieron los morados y los cortes de la metralla y el comienzo de barba, y la boca que se había unido a la suya en aquel sueño que no había sido un sueño.
«Si sólo pudiera pedir una cosa, una sola cosa en toda mi vida…»
Luke la atrajo delicadamente hacia él, abrazando los huesos largos y esbeltos, aquella delgadez tan ágil que apenas parecía tener peso, y pegó su rostro a la rubia cabellera despeinada que sabía iría volviéndose castaña con el paso del tiempo. La mujer estaba respirando. Luke podía sentirlo en su mejilla, bajo sus manos, junto a su corazón.
Después la oyó reír, un sonido que era un poco carcajada y un poco sollozo y que estaba lleno de preguntas, y Luke echó la cabeza hacia atrás y cuanto había dentro de él se alzó y estalló en un salvaje alarido de triunfo y alegría.
—¡Sí! —gritó.
Los dos estaban riendo y llorando, agarrándose el uno al otro, y ella estaba repitiendo su nombre una y otra vez —«Luke, Luke, Luke»— como si todavía no lo creyera, como si fuera incapaz de creer que el Destino permitiera de vez en cuando que ocurrieran aquellas cosas.
Era la voz de Callista, y no se parecía en nada a la de Cray.
Las manos de Luke temblaron mientras se alzaban para enmarcar su rostro. Leia, Mará, Han y los demás permanecían inmóviles en el umbral del hangar contemplando todo aquello en silencio, sabiendo que estaba ocurriendo algo y no sabiendo muy bien qué era.
—Esa no…, no es Cray —acabó diciendo Leia con voz titubeante pasado un rato, y no era una pregunta.
—Se hizo a un lado —dijo Luke, sabiendo con absoluta e inconmovible exactitud todo lo que había ocurrido durante los últimos momentos a bordo del
Ojo
.
—Después de que Nichos subiera por el pozo… —dijo Callista en voz baja y suave—. Recibió muchos impactos, y casi todos sus sistemas quedaron destruidos… No sufría ningún dolor, pero podía sentir cómo iba dejando de funcionar mientras provocaba la sobrecarga del núcleo. Cray me dijo que quería quedarse con él. Quería cruzar al otro lado con él, estar con él… Ella también era una Jedi, ¿lo recuerdas? No había terminado su adiestramiento, pero habría sido una de las mejores.
Las lágrimas volvieron a inundar los ojos grises.
—Dijo que si ella no podía estar con la persona a la que amaba en este mundo, por lo menos había alguien que sí podría hacerlo. Me pidió que te agradeciera todo lo que intentaste hacer por ella, Luke, y todo lo que hiciste.
Luke la besó, sintiendo como si el aliento de la vida entrara en su cuerpo después de una eternidad de frío, y se tambaleó al tratar de levantarse apoyando el peso en su pierna mala. Los dos se levantaron, abrazándose el uno al otro para no perder el equilibrio mientras dejaban escapar carcajadas temblorosas, y se volvieron hacia el grupo que seguía inmóvil en el umbral.
—Leia, Han. Mará… Cetrespeó, Erredós… Os presento a Callista —murmuró Luke, reconociendo aquella verdad que era tan innegable como la realidad de su carne y sus huesos.
—Todo tiene un precio que ha de ser pagado.
Callista deslizó las manos sobre la superficie de la esfera de cristal, allí donde el líquido rosa y oro relucía en una perfecta inmovilidad bajo la claridad de la lámpara. Las sombras se inclinaron y bailotearon sobre los otros objetos esparcidos por la sala de los juguetes, capturando ángulos de color, sombra y luz. El arroyo que atravesaba la gran cámara chasqueaba y murmuraba en su canal de piedra, y la varilla luminosa dejaba escapar un débil siseo desde el asa medio suelta en la que estaba colocada, pero no había ningún otro sonido.
—Tendría que haber sabido que habría un riesgo —siguió diciendo Callista con aquella voz suave y levemente ronca impregnada por una inflexión casi imperceptible de las aguas profundas de Chad—. Tendría que haberme imaginado que habría un precio.
—Y de haberlo sabido, ¿lo habrías hecho? —preguntó Leia.
—No lo sé —respondió Callista.
Cruzó la habitación hasta llegar al tanque rectangular con su delgada capa de arena amarilla, moviéndose con una extraña torpeza carente de gracia. Llevaba el mono azul descolorido de un mecánico de espacio-puerto, lo más apretado posible en la espalda y aun así todavía holgado y lleno de bolsas en los costados y los hombros, y las gruesas botas de un mecánico. Su cabellera tan corta y la expresión entre tímida y sorprendida de su rostro le daban un extraño aspecto de juventud e inexperiencia que hacía pensar en un cadete de una academia militar. Una espada de luz colgaba de su cinturón, con una reluciente hilera de criaturas marinas labradas en su empuñadura.
—Los Maestros solían hacer surgir imágenes en el tanque, como si formaran hologramas. Proyectaban sus pensamientos a través de la arena. No conozco su composición exacta, pero el efecto se produce de manera natural en un mundo del Cúmulo de Gelviddis. La arena es lo que facilita que un niño pueda hacer lo mismo.
Leia frunció el ceño y clavó la mirada en aquel polvo color narciso que brillaba con una débil claridad, e intentó evocar el rostro de Han o el de Jacen meramente con la potencia del pensamiento.
—Las flores eran lo más fácil —dijo Callista—. Algo con lo que estés familiarizada… Flores o animales. Haz que surjan de la arena.