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Authors: Mario Conde

Tags: #biografía

Los días de gloria (49 page)

BOOK: Los días de gloria
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—No podemos seguir con nuestra idea, Mario. Después de tu éxito en la OPA contra el Bilbao y tu irrupción en la opinión pública, nadie entendería que yo fuera el presidente. Tendrías que serlo tú y en ese caso no puedo proponer la fusión a mi Consejo.

—Pero si ya te dije que eso a mí me trae al fresco, Pedro. Yo con gusto asumo una posición diferente.

—No, si eso lo sé. El problema es que no sería creíble, y lo no creíble no funciona en este mundo nuestro. Me costaría a mí la presidencia...

—Bueno, pues nada, Pedro, como quieras.

Así de simple: la fusión era poco más que una buena oportunidad personal para él. Si conseguía la presidencia del banco fusionado, perfecto. En otro caso se trataba de un error. El sujeto condiciona todo. El poder lo define.

Poco tiempo después, mientras me encontraba en una montería en la finca El Santo, el abogado Ramón Hermosilla me dio la noticia.

—Presidente, el Bilbao y el Vizcaya han cerrado el acuerdo para su fusión.

Me quedé callado. Salí solo al patio dejando el tumulto posmontería tras de mí. Hermosilla revoloteaba por las mesas dando la buena nueva. Yo necesitaba pensar, encajar la información.

Lógico. Absolutamente lógico. Quizá más que lógico políticamente inevitable. Las fusiones bancarias se convirtieron en un dogma político. Sorprendente, pero cierto. En el lenguaje político de aquellos días alcanzó un grado de tecnicismo economicista alarmante. Alarmante y frustrante porque un país no es necesariamente una empresa. Lo peor, incluso, residía en que esos tecnicismos encima encerraban una concepción económica equivocada, a la que protegían apelando a una inexistente ortodoxia. Ya se sabe que cuando no quieres que te discutan tus asertos apelas al sólido concepto, a la histórica categoría de dogma. En fin, un dislate, pero era la moda y resultaba casi imposible pelear contra ella. Y dentro de esa moda el dogma de las fusiones bancarias lo impusieron a golpe de telediario.

¿Algún designio político oscuro podía encerrarse detrás de esos dogmas financieros? Lo peor es que no lo creo. Podría pensarse que estaban programando la creación de entidades financieras muy fuertes para que les resultara más fácil el control del sistema. Es posible, pero en aquellos días la insistencia probablemente obedeciera a motivos más pedestres. Empujaron a Sánchez Asiaín a una OPA hostil con el propósito de echarnos de Banesto por nuestra osadía de invertir nuestro dinero allí donde nos pareciera mejor. El fracaso dejó al hombre muy tocado. No suelen tener piedad por sus víctimas, ni siquiera cuando sus errores convierten en víctimas a sus aliados en el juego del poder, pero en este caso forzaron un poco la máquina. La mejor manera, pensaron, de demostrar que no estaban equivocados, que se trató de una operación técnica y no de otra alimentada con ingredientes de poder puro, consistía, precisamente, en forzar una gran fusión. Y a eso se pusieron.

—¿Qué opinas de lo que ha pasado?

La voz de Juan interrumpió mis meditaciones. Se había percatado de mi ausencia del salón de monterías y había venido a buscarme para comentar la noticia.

—Pues nada raro. Creo que Pedro tuvo claro que el fracaso de la OPA había herido casi de muerte a Sánchez Asiaín. Le convirtió en presa fácil.

—Sí, ya, claro, pero siempre se han llevado mal las familias de uno y otro banco.

—Juan, aquí las familias y las enemistades solo juegan cuando el poder político no anda por en medio. Lo que se discute son elementos reales de poder. Esas enemistades que dices, por ancestrales que te parezcan, me suenan a azucarillos disueltos en un vaso de agua. Lo único cierto es que Pedro ha sabido negociar a toda velocidad. Asiaín no ha tenido alternativa y ha cedido. El Vizcaya se ha hecho con el control de la fusión.

La prensa del día siguiente nos transmitía la noticia y la imagen de un Pedro que aparecía resplandeciente. No sabía en aquellas fechas lo que tendría que sufrir.

El modelo mental del banquero español empezó a resultarme más frágil, convencional y mucho menos interesante de lo que parecía visto desde fuera, rodeado de toda la parafernalia típica de tan brillantes puestos financieros. En el fondo, una vez más, cada uno se preocupaba de lo que le afectaba a él personalmente y del banco solo como consecuencia refleja. Aquella frase tan utilizada en banca de «el interés de los accionistas, los empleados, la entidad y el sistema financiero español» no pasaba de ser un eufemismo puro y duro en el que envolver algunas otras consideraciones más prosaicas y pegadas al mundo de los mortales.

Pedro vino con nosotros a navegar a Mallorca en el
Pitágoras
. En uno de aquellos días, poco después de nuestra navegación conjunta y aprovechando la confianza ganada por la convivencia experimentada, mientras estaba en marcha el proceso de fusión con el Bilbao se empeñó en que los dos matrimonios saliéramos a cenar a uno de los restaurantes que a él le gustaban, y al terminar casi nos obligó a tomar una copa en una especie de antro, muy poco adecuado, al menos sobre el papel, para ser frecuentado por el presidente de uno de los siete grandes bancos españoles. Digo esto porque la sociedad asigna roles y si eres banquero hay cosas que no puedes hacer, lo cual tiene su gracia, pero no se puede ser iconoclasta veinticuatro horas diarias.

Sin embargo, Pedro parecía encontrarse a gusto allí y su familiaridad con los camareros me transmitió la sensación de que no era, ni mucho menos, la primera vez que traspasaba su puerta y se sentaba en aquel rincón oscuro, mientras una música heavy sonaba en los altavoces del recinto. Pedro se mostraba excitado, muy excitado. Cabreado, muy cabreado. Por fin, en tono más que airado, dijo:

—No sabes la que estoy pasando. Este individuo, Sánchez Asiaín, es capaz de todo. Domina la prensa y se pasa el día conspirando. No tiene límites. Filtra mentiras con tal de perjudicarme y conseguir que mi posición se debilite. Todo lo que te cuente es poco.

Me quedé de piedra. Una cosa es tomarse a coña lo del sistema de pagos, otra, confundir fusión con presidencia personal y otra, que los financieros ilustres se enzarzaran en guerras sucias del porte descrito por Pedro. Un juego medio mafioso en el que la prensa se convertía en el arma de Luca Brasi. ¿Cuál sería la relación prensa/finanzas? ¿De dónde el poder de Asiaín para ejecutar esas maniobras sucias que Pedro le atribuía?

El mundo de la prensa me resultaba absolutamente ajeno. Jamás antes había sentido la necesidad de contar con los medios de comunicación. Incluso más: la situación creada a propósito de la noticia difundida por
El País
sobre el Frenadol y los tristemente amargos momentos que nos hizo vivir provocaron en mí una reacción contra los que viven del papel impreso. Si un diario del aparente prestigio del perteneciente al Grupo Prisa podía sin pudor ni consecuencia alguna publicar en portada una noticia tan falsa como la que distribuyó sobre el Frenadol, eso significaba que el poder de la prensa carece de límites y que la verdad o la mentira son consideraciones menores en el juego de negro sobre blanco.

Sin embargo, la banca y la prensa caminaban hermanadas. Curiosamente el mundo financiero se había mantenido durante mucho tiempo alejado de las noticias de la prensa generalista y se circunscribía casi en exclusiva a los periódicos especializados en economía. Sin embargo, el banquero quería a toda costa salir en los medios. Recuerdo que Juan me contaba cómo un empleado del Central se dirigía a su presidente en este asunto diciéndole: «Don Alfonso, en este mes hemos conseguido tantos impactos». El impacto era, obviamente, cualquier noticia en la que el nombre de Escámez apareciera en algún medio de comunicación.

—José Ángel es un maestro en esto de controlar la prensa. Tiene un equipo dedicado a esa misión.

Pedro efectuaba estas afirmaciones sin que le temblara un miligramo la voz. Yo no tenía ni siquiera posibilidad de obtener certeza pero el trato de la OPA del Bilbao contra nosotros, contra Banesto, se había saldado con muchas descalificaciones personales que sobraban en un contexto financiero. Eso lo había vivido. ¿Venían de Asiaín? Hombre, de Marte por ejemplo no creo que llegaran, porque de existir los marcianos o los habitantes de otras galaxias tendrían mejores cosas que hacer que ocuparse de nosotros, que para eso el cosmos es infinito y nosotros muy limitados. Así que podría ser que Pedro tuviera algo de razón. En cualquier caso aseguraba que lo sufría en sus carnes. Me garantizaba que la lucha por el poder en el banco fusionado se desarrollaba más en las páginas de los periódicos que en las sesiones del Consejo.

Creo recordar que habían pactado un sistema de copresidencias transitorio de modo que a partir de un periodo de tiempo corto, no sé si dos años más o menos, Pedro se haría con la presidencia única del banco fusionado. Mientras tanto el número de consejeros era paritario, es decir, 50 por ciento procedentes del Bilbao y el otro 50 por ciento con origen en el Vizcaya. Un bloqueo decoroso potencial, pero como unos no se fiaban de los otros, mejor no decidir nada que atribuir poder a una de las facciones. Pero, claro, si alguien destruía la imagen de Pedro antes de tiempo, los pactos podrían quedarse en eso que llaman agua de borrajas, que, por cierto, nunca he visto en mi vida.

Todo el mundo es sensible a la prensa, en su vanidad o en sus juicios. Asiaín lo sabía.

—Mario, los consejeros de banco en muchos casos se la cogen con papel de fumar. Si alguien se encarga de difundir noticias falsas, acaba erosionando tu posición ante el resto de los consejeros y de la comunidad financiera en general.

No se lo quise decir pero el aspecto físico de Pedro, con sus melenas un poco demasiado acabaditas en su cuidado, y sus vestimentas algo estrafalarias, sus camisas plagadas de flores y hasta de floreros, no le beneficiaban en el proceso de crítica a su persona en entornos que pretendían ser conservadores, aunque conservaran cosas que mejor habría sido tirarlas a un basurero de malos hábitos. Por si fuera poco, Asiaín, vencido en el pacto de la fusión, no tenía demasiado que perder, así que sus supuestos instintos letales respecto de Pedro se movían en el papel impreso con total facilidad.

Lourdes y yo asistíamos a la conversación, mitad atónitos, mitad asustados. Cuando regresábamos a casa, Lourdes, comedida donde las haya, una vez en la cama, la luz apagada, la cabeza en la almohada y la mente recordando lo vivido horas antes, con voz firme en la que quizá pudiera descubrir una migaja de reprimenda, me dijo:

—Mario, ¿sabes bien dónde nos hemos metido? ¿Has visto qué gente anda por estos mundos?

No quise contestar porque en el fondo empezaba a convencerme de que no es cosa de mundos, sino de hombres. Desvié la conversación hacia algo que me había llamado la atención.

—Sí, bueno... Pero lo que más me ha impresionado es la mala cara de Pedro. Yo creo que ese hombre tiene un problema de salud. No sé, su mirada... No sé.

—Bueno, ya estás tú con esas cosas raras.

Algunas veces en mi vida he tenido presentimientos de ese tipo que se han cumplido.

Pedro no llegó a saborear su victoria. Poco tiempo después, a eso de las dos de la mañana, sonó el teléfono. Pablo Sebastián, director entonces del diario
El Independiente
, me avanzó el dato, aunque sin plena certeza.

—Creo que Pedro Toledo está en un avión camino de Estados Unidos. No creo que llegue vivo.

La radio de las seis confirmó la noticia. Pedro de Toledo acababa de morir. Lourdes guardó silencio. No le gustaba nada hablar y menos confirmar mis premoniciones de tal naturaleza.

Su muerte desató una serie de acontecimientos de mucha importancia. Ante todo la aparición en escena de un personaje que luego ocuparía un lugar destacado en mi vida: Alfredo Sáenz Abad. Era el teórico delfín de Pedro Toledo en el Vizcaya. Se planteó un conflicto derivado, claro, del modelo seguido. Al morir uno de los copresidentes, ¿debería quedarse solo Asiaín o entrar en juego otro copresidente nominado por el Vizcaya? Los del Bilbao, lógico, defendían la primera tesis con el ardor que proporciona saber que si la imponían, habrían transformado la rendición inicial en victoria. Los del Vizcaya postulaban a Alfredo Sáenz, para evitar lo contrario, es decir, que el éxito inicial pactado se transformara en fracaso final cantado a coro por el País Vasco, que es en el fondo lo que preocupa a ciertos vascos. Lo que se comente en Almería o Cuenca les trae al fresco, sobre todo comparado con las habladurías del Marítimo.

Nuevamente la prensa volvió a rellenar páginas con las disputas financieras. Y aunque resulte increíble Asiaín apeló a mí para que le ayudara en el trance. La vida siempre juega esas malas pasadas. Después de forzar máquinas de prensa contra nosotros, ahora yo me convertía en asesor. Me buscaba por todos lados. Me localizó incluso en Portugal, adonde fui por una boda familiar, y ante el estupor de Lourdes a eso de las doce de la noche sonaba nuestro teléfono con el copresidente Asiaín al otro lado de la línea. Como tenía relación con Pablo Sebastián, director de
El Independiente
, Asiaín me pedía que se publicara esto o aquello, defendiendo, claro, sus posiciones y criterios, pero lo más sorprendente era su frase:

—Es muy importante que esto salga, Mario. Si se publica ganamos muchos enteros.

Yo no pensaba así. Aunque solo fuera porque ganamos la OPA contra ellos con toda la prensa en contra. La prensa y el poder político, para ser más exactos. Así que mi posición era de escepticismo vital. Pero si a él le parecía bien...

Un día de aquellos me llamó y me propuso algo que me dejó helado. Como expliqué, la composición del Consejo era paritaria y de ahí el bloqueo decisorio.

—¿Qué sucedería —me dijo Asiaín— si uno de los consejeros del Vizcaya faltara?

Que nadie se asuste al leer esto, que no propiciaba con la frase ningún asesinato mafioso. No. Lo que decía es que si, a la vista del conflicto, algún consejero del Vizcaya buscara y encontrara acomodo en otra entidad financiera, pues el empate se resolvería, se votaría a su favor y punto final.

La estrategia cuantitativamente cuando menos no podía ser más simple. Claro que había que encontrar dos sujetos especiales de mucha especialidad. Uno que aceptara el juego, es decir, el consejero del Vizcaya que tuviera una estructura interna de semejante porte. Otro el banquero que quisiera emplearlo. Este último papel me lo atribuía a mí.

—Pero, José Ángel, ¿qué consejero vuestro aceptaría algo así?

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