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Authors: Mario Conde

Tags: #biografía

Los días de gloria (85 page)

BOOK: Los días de gloria
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¿Qué ocurrió? Aparte de que se trata de un personaje especial, la explicación no reviste la complejidad de la cuadratura del círculo: sencillamente, cedió a las presiones del poder, y cuando digo poder no me refiero en exclusiva al partido socialista. ¿Jugó limpio Convergència i Unió? Pues no lo sé. En aquellos días recibí un aviso para entrevistarme en el hotel Ritz de Madrid con Jordi Pujol, presidente de la Generalitat. Al fondo,
La Vanguardia
.

—Esto... para nosotros —decía el presidente—
La Vanguardia
es un medio muy importante. A ver..., quiero decir que nos importa su independencia. Esto es lo que es esto...

—President, ¿qué es independencia?

De nuevo la pregunta. Cada vez que alguien quiere controlar un medio de comunicación social, alguien que es político o se convierte en aliado del político, siempre apela al concepto de independencia, pero a esas alturas de mi vida ya sabía que independiente es aquello que favorece a quien la reclama.

—A ver..., lo que quiero decir es que esto es que la línea informativa no se ponga al servicio de intereses contra Cataluña, ¿no? A ver..., es que es importante que no cambie...

—Ya, President, pero yo no descartaría que si nuestro pacto fracasa, Javier Godó, aunque no lo crea, pueda llegar a un acuerdo con Polanco y unirse a
El País
.

Menté la bicha. El President es hombre calmo, que habla lleno de gestos, de tics, diría yo, que inclina la cabeza lateralmente, mirando al suelo o al horizonte, pero no al interlocutor, y que se expresa con suavidad de formas. En ese momento toda esa parafernalia comunicativa cambió. Se irguió, tensó voz y tono y de manera algo airada, consciente de la importancia de lo que iba a pronunciar, dijo:

—Bajo ningún concepto y en ningún caso toleraremos eso. Eso no.

No quise preguntarle cómo podrían evitar un acuerdo entre grupos privados, pero quizá le habría importunado demasiado. Serra, el vicepresidente, en el fondo decía que ellos tenían que autorizar cualquier movimiento en medios de comunicación. Ahora Pujol vetaba una opción privada. La conciencia del poder que ejercían era sencillamente total.

La Vanguardia
concitaba a todo el poder, derecha, centro e izquierda, catalanistas y españolistas, y a todos les resultaba altísimamente incómodo que el Banesto de Mario Conde pudiera controlar semejante poder en Cataluña, sobre todo porque daban por descontado que más tarde o más temprano acabaría deglutiendo la totalidad de los activos de Godó, a quien ellos suponen más interesado en algunas fiestas sociales, apartamentos en Nueva York y festejos europeos que en materias tan prosaicas como la estructura de poder en los territorios del viejo Condado de Barcelona integrado en el Reino de Aragón.

Se acabó el pacto con Godó, pero mi concepto sobre la estructura del poder en las sociedades modernas seguía plenamente vigente, y yo no estaba dispuesto a renunciar a algo que consideraba exquisitamente vital. ¿Quién podría tener interés en compartir con nosotros semejante aventura? Consulté con Luis María Anson, el director de
ABC
, quien me anticipó un nombre y una idea:

—Creo que harías bien en hablar con Antonio Asensio.

Antonio, de sangre andaluza afincado en Cataluña, era el dueño del Grupo Zeta, nacido desde la plataforma de publicaciones eróticas. Antonio, alto, moreno, de grandes ojos oscuros que se abrían con cierta expresión de espanto, dotado de una inteligencia notable y de un sentido común más que aceptable, deseaba, a cualquier precio, alejarse de sus orígenes, lavar, en cierto sentido, la fuente de sus primeros beneficios. Creó
El Periódico de Cataluña
, un diario mucho más populachero que la burguesa
Vanguardia
y que no solo alcanzó un considerable éxito de ventas, sino que, además, se tradujo en una fuente más que sustancial de beneficios para el grupo. Este diario se convirtió en el verdadero buque insignia de Asensio, quien, dadas sus magníficas relaciones con el felipismo, optó por acudir a la subasta de los canales de televisión privados que puso en marcha el Gobierno socialista, con la esperanza de, dados sus servicios a González, ser uno de los elegidos. Sin embargo, su gozo se quedó en el pozo de su amargura cuando conoció que, a pesar de los pesares, los socialistas le dejaban fuera de ese Olimpo y preferían a Godó como cabeza de Antena 3 y a Berlusconi como primer accionista de Telecinco, el segundo de los canales en liza. Antonio de esta manera quedaba relegado a editor de prensa escrita en cuya cuenta de resultados los productos conectados con el erotismo y la pornografía revestían un peso tan importante que implicaba para su dueño un posicionamiento social nada estimulante.

—¿Qué te parece, Antonio, si abordamos juntos el control de Antena 3 Televisión? Yo solo no puedo, pero no por falta de dinero, que de eso los bancos tienen, sino porque nos falta capacidad de gestión. No tenemos experiencia directa ni contactos profesionales como para emprender semejante sendero en solitario.

Noté a Antonio particularmente reticente al comienzo, debido a que, según me contó, sus negociaciones subterráneas con el Gobierno, destinadas a permitir su entrada en el capital de Telecinco, caminaban a las mil maravillas y Antonio acariciaba ya la idea de ser el socio industrial de referencia de ese canal. Sin embargo, por las razones que fueran o fuesen, que las imagino, Antonio se sentía muy halagado de que yo tuviera su nombre en mi carpeta de socios potenciales para la aventura televisiva.

—Ya, y ¿con quién quieres desarrollar esa idea, en el caso de que el Gobierno sea leal contigo, lo cual es más que dudoso?

—Con Murdoch —contestó Antonio con un indisimulado tono de satisfacción.

Murdoch, el gigante de la información de origen australiano y dueño de muchos medios de comunicación social con influencia en Inglaterra, había asumido un compromiso de participación en el Grupo Zeta y por ello Antonio combinó la idea de que los tres, Banesto, Murdoch y Zeta, conformábamos un conjunto perfecto para presentarnos públicamente como adquirentes de Antena 3 Televisión. Me pareció una idea estupenda y volamos a Londres para entrevistarnos con Murdoch. Curiosamente, en esa reunión Antonio volvió a su duda existencial y llegó a proponer, durante algunos minutos, que fuéramos Murdoch y Banesto los que entráramos en Antena 3 y que él caminaría en solitario hacia Telecinco para, pasado un tiempo, integrar las plataformas televisivas. Tanto el australiano como yo nos opusimos a la idea y Antonio lo comprendió. Pero visto el tema hoy, en 2010, en el que se están produciendo integraciones de plataformas televisivas como medio para conseguir una subsistencia más o menos confortable, la idea de Antonio era una visión clara del futuro del sector. Lástima que Antonio falleciera al poco de cumplir los cincuenta años de la misma enfermedad que Lourdes: tumor cerebral.

Después de mucho debatir, tomé el avión con destino a Saint-Tropez con el acuerdo en el bolsillo: abordaríamos los tres la compra de un paquete de control de Antena 3, si bien Murdoch no aparecería oficialmente en escena hasta el último segundo. No entendía muy bien ese deseo de ocultación del gigante australiano, pero como a mí me daba más o menos lo mismo, acepté. Ahora quedaba lo aparentemente más complicado: rastrear paquetes de acciones y comprarlos. Nos pusimos manos a esa obra con la ilusión de hacernos con el canal y darle la vuelta a los intervencionismos injustificados de un Gobierno que comenzaba a confundir a España con algo parecido a una finca.

A pesar de lo que podría parecer, esa labor de rastreo y posterior compra de las acciones no nos resultó demasiado compleja. Se ve que las pérdidas de Antena 3 y el control de Ferrand, en la dirección, y de Godó, en la propiedad, no inspiraban excesiva confianza, porque, como digo, no nos costó nada hacernos con acciones suficientes para el control de la cadena. Pero antes que nada teníamos que salvar un escollo: Martín Ferrand. Cité a ambos, a Antonio Asensio y a Martín Ferrand, en mi casa de Triana. Se trataba de explicarle a Ferrand la decisión tomada, y hasta casi consumada. Me imaginé alguna escena complicada. Pues nuevamente me equivoqué. Ningún problema de parte de Martín Ferrand. Todo correcto. Se justificó, además, con base en las excelentes relaciones que decía tener con Antonio Asensio. Quizá porque le pareciera sinceramente bien, tal vez porque entendiera que resultaba estúpido oponerse o, sencillamente, porque intuyera que con Godó no tenía un sitio al sol, lo cierto es que en mi domicilio de Triana 63, de manera elocuente, efusiva, expresa, sin ambages, manifestó no solo su aprobación, sino su entusiasmo más vehemente por la operación.

La prensa publicó la noticia a todo trapo. Recuerdo que recibí una llamada de Paulina Beato entusiasmada con nuestra capacidad de reacción, por ver cómo le dimos la vuelta a esa voluntad intervencionista del Gobierno. Lo cierto es que no solo Paulina, sino todo el mundo se quedó conmocionado con la noticia de que Banesto, Murdoch y Grupo Zeta se hacían con el control de Antena 3. Aquello trascendía la propia cadena televisiva para enmarcarse en un triunfo frente al Gobierno y un proyecto mediático que no se sabía hasta dónde podía llegar. Daba la sensación de que el Gobierno había salido de Málaga para meterse en Malagón.

Javier Godó tenía un problema serio. Dada la nueva mayoría, iba a ser cesado como presidente en la Junta Extraordinaria que se convocó para renovar Consejo. ¿Qué podía hacer? Me envió un emisario. Lo recibí en mi casa de Triana. Me explicó las gigantescas presiones a las que había sido sometido desde el poder, empleando para calificarlas palabras de grueso calibre. Pero no podía ni quería dar marcha atrás. Confieso que me hubiera gustado mucho, pero mucho es mucho, el proyecto de
La Vanguardia
y creo, además, que habría sido muy beneficioso para todos. Pero ya era tarde. Demasiadas veces se rompieron palabras y documentos firmados. Demasiadas veces fuimos para volver vacíos. Demasiadas. Nada que debatir. Propuse que la mejor salida para Javier era evitar a toda costa el cese y dimitir. Lo entendió y presentó su dimisión. Antonio Asensio pasó a ser presidente de la cadena. Yo entré en el Consejo.

¿De dónde sacó Asensio el dinero para comprar las acciones? Obviamente, nosotros le financiamos. ¿Fue una locura bancaria? En absoluto. A la vista está que el valor real que actualmente tiene Antena 3 Televisión es más de treinta veces el precio al que nosotros la compramos. Cierto que gracias a Banesto Antonio se pudo hacer con un paquete muy importante de ese canal, pero la vida te enseña que se trata de estar en el sitio adecuado en el momento adecuado. Godó podría haberse hecho más que multimillonario, pero cedió a las presiones del poder. Antonio Asensio tuvo valor. Y empleo esta palabra porque realmente Antonio tuvo que vencer las suspicacias, críticas e incluso amenazas del entorno felipista por asociarse conmigo. Pero, hombre pragmático donde los haya, Asensio sabía a la perfección que, al final, los políticos se rinden ante los medios de comunicación social, porque en ellos se cincelan o destruyen sus carreras. Por tanto, a comprar y saber esperar, que ya vendrán tiempos mejores.

Pero además de la televisión nos encontramos con Antena 3 Radio. ¿Qué hacer?

—A mí personalmente, Antonio, el tema de la radio no me interesa demasiado.

—Desde mi punto de vista —respondía Antonio— tampoco lo necesitamos.

—Como negocio, es decir, como cuenta de resultados, yo no lo tengo claro.

—Y es que hay demasiado personalismo en ese medio —añadía Antonio.

En verdad Antena 3 Radio se componía de dos sustanciales activos: José María García, un monstruo de las ondas especializado en temas deportivos y capaz de obtener audiencias millonarias en aquellos días, y Antonio Herrero, un buen locutor, agresivo, hiriente, mordaz, inteligente, visceral, pero capaz de atraer oyentes. Fuera de ambos, poco. Por tanto, un negocio que se apoyaba en esas dos columnas estaría a merced de la salud o aspiraciones de ambos o de cualquiera de ellos, así que en tales condiciones decidimos que no se trataba de nuestro campo de juego.

—¿Te parece que cite en mi casa a Manolo Martín Ferrand y a José María García y les diga que no me interesa la radio?

—Sí, de acuerdo.

—Yo les propondría que se la quedaran ellos, ¿qué te parece?

—Por mí, bien, pero no querrán —concluyó Antonio Asensio.

Vinieron a mi casa los dos periodistas. Recuerdo que al día siguiente, o quizá esa misma noche, volaba hacia Argentina. Comencé exponiéndoles mis ideas sobre la radio, y en concreto esa radio en cuanto negocio, es decir, razonando en el plano económico, y no estuvieron totalmente de acuerdo conmigo. Creían que era mucho mejor negocio de lo que yo decía. Me lo pusieron fácil.

—Pues si lo veis así, yo puedo negociar la radio pero para vosotros, es decir, para que la compréis vosotros. Si no tenéis dinero, de eso me encargo porque en condiciones razonables puedo financiaros la compra.

No les hizo la menor gracia la proposición.

—Es que nosotros no somos empresarios.

—¿Entonces?

—Pues la compráis vosotros y seguimos nosotros.

Comprendo que es mejor ser estrella de las ondas que empresario de la comunicación. Pero lo dejé claro: nosotros no la íbamos a comprar a Godó sencillamente porque no nos interesaba. Y el Grupo Godó era el propietario del 51 por ciento del capital de la radio. Alea jacta est.

A partir de ese instante subieron a la escena los comportamientos incomprensibles. Antonio Herrero, que actuaba como presentador del telediario nocturno en Antena 3, decidió ponerse una venda antes de que nadie osara siquiera apuntarle la posibilidad de una herida y comenzó a desgajar comentarios relativos a su independencia, a su capacidad de expresar opiniones en libertad al margen de la personalidad de los titulares de las acciones de la sociedad propietaria del medio. Cierto, pero sobre todo innecesario porque nadie le coartó, ni coaccionó, al respecto de su línea informativa. Al menos que yo sepa.

Antonio Asensio, a la vista de tales comentarios, vino a verme para dejarme caer sus quejas por un comportamiento tan absurdo. La verdad es que este tipo de anécdotas no conseguían, en aquel entonces, alterarme lo más mínimo. Para mí lo importante residía en la calidad de las personas en cuestión, en su capacidad de actuar como verdaderos profesionales del medio, y esto último se medía de una manera muy clara: son o no capaces de atraer audiencia. Un medio de comunicación social como la televisión es una plataforma, una ventana abierta al exterior en la que se vierten noticias y de manera más o menos sutil se deslizan juicios de valor, envueltos en la forma de presentar los hechos, escondidos en los comentarios sobre los mismos o, sencillamente, expresados de forma inequívocamente directa. Para ello se necesitan personas que tengan un don: la capacidad de atraer con credibilidad. No deja de ser curioso que una misma voz relatando un idéntico acontecimiento puede producir en el sujeto receptor al que llamamos espectador una reacción de asentimiento o de rechazo. ¿Qué factores provocan una u otra? Difícil, muy difícil saberlo, pero siempre flota como última explicación la etérea credibilidad. Hay personas que son creíbles y otras que no participan de semejante atributo. Y que sea de una manera u otra es decisivo para el efecto final.

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