Los Cinco y el tesoro de la isla (10 page)

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Authors: Enid Blyton

Tags: #Infantil y Juvenil, Aventuras

BOOK: Los Cinco y el tesoro de la isla
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—Está todo enteramente seco —dijo Julián, sorprendido—. No hay rastro de humedad. El cofrecillo ha resguardado bien lo de dentro.

Tomó el libro y lo abrió.

—Es un diario de tu antepasado donde cuenta las incidencias del viaje —dijo—. Cuesta mucho trabajo entender la escritura. Es muy pequeña y enrevesada.

Jorge
cogió uno de los papeles. Era un grueso pergamino amarillento por los años. Lo desdobló y lo extendió sobre la arena. Todos lo miraron, interesados, pero nadie pudo comprender el significado de los garabatos que tenían ante los ojos.

Parecía algo así como un plano.

—Tal vez sea el plano de un sitio a donde hay que ir —dijo Julián.

De pronto,
Jorge
empezó a agitar nerviosamente las manos y miró a los demás con un raro brillo en los ojos. Abrió la boca, pero no pudo articular palabra.

—¿Qué te pasa? —preguntó Julián lleno de curiosidad—. ¿Qué intentas decir? ¿Es que no te funciona la lengua?

Jorge
agitó la cabeza y empezó a hablar atropelladamente.

—¡Julián! ¿Sabes lo que es esto? ¡Es un plano del castillo Kirrin hecho antes de que se derrumbara! ¡Y explica dónde están los sótanos!

Señaló con tembloroso dedo un lugar del plano. Los demás observaron llenos de curiosidad el lugar que
Jorge
estaba indicando. Tenía el dedo puesto bajo una curiosa palabra escrita con antiguos caracteres de letra.

LINGOTES

—¡Lingotes! —dijo Ana, desconcertada—. ¿Qué significa eso? Nunca había oído esa palabra.

Pero los dos chicos sí la conocían.

—¡Lingotes! —gritó Dick—. Se trata seguramente de las barras de oro. Se llaman lingotes.

—Todas las barras de metal pueden llamarse lingotes —dijo Julián, con la cara roja de excitación—. Pero nosotros sabemos que en el barco había una carga de barras de oro. Por tanto, tiene que referirse a ellas. ¡Oh, es fantástico pensar que a lo mejor están escondidas en el castillo,
Jorge
! ¡Jorge! ¿Verdad que todo esto es terriblemente emocionante?

Jorge
afirmó con la cabeza. Temblaba de excitación.

—Si pudiéramos encontrarlas... —susurró—. ¡Con tal que pudiéramos!

—Tenemos por delante un trabajo maravilloso: buscarlas —dijo Julián—. Claro que será terriblemente difícil hacerlo, porque el castillo está en ruinas y lleno de maleza, sobre todo por la parte baja. Pero los lingotes tienen que estar allí y nosotros acabaremos encontrándolos. ¡Qué bien suena esa palabra! ¡Lingotes! ¡Lingotes! ¡Lingotes!

La palabra "lingotes" sonaba a los chicos mucho mejor que "oro". En adelante, ninguno de ellos volvió a decir "oro". Siempre que se referían al tema decían "lingotes".
Timoteo
estaba desconcertado. No tenía la menor idea de por qué los chicos estaban tan excitados sin hacerle caso. Movía vertiginosamente la cola mientras intentaba en vano poder lamer tranquilamente las orejas a cada uno de ellos, pero ¡por primera vez en la vida no se habían dignado prestarle la menor atención! El can, sencillamente, no comprendía nada, por lo que, al cabo de un rato, se sentó en la arena, alicaído, con las orejas gachas y dándoles la espalda a los chicos.

—¡Oh, pobre
Timoteo
, fijaos! —dijo
Jorge
—. No puede comprender lo que nos pasa. ¡
Tim
, Tim querido, todo va bien! Nadie tiene nada contra ti. ¡Oh,
Tim
, hemos descubierto el secreto más interesante del mundo!

Timoteo
dio un salto y empezó a mover la cola, satisfecho de haberse enterado, por fin, de qué es lo que había ocurrido. Puso su enorme pata sobre el precioso plano. Los chicos empezaron a increparle.

—¡Eh, cuidado! ¡Que lo vas a hacer trizas y tenemos que devolverlo! —dijo Julián. Luego miró a los otros, frunciendo el ceño—. ¿Qué vamos a hacer con la caja? —preguntó—. El padre de
Jorge
no debe darse cuenta de que se la hemos quitado, ¿verdad? Tenemos que volverla a su sitio.

—¿No nos podíamos quedar con el mapa? —preguntó Ana—. Él no sabrá que estaba en el cofre si, como es seguro, no lo ha abierto. Las otras cosas que hay dentro no tienen importancia: total, un viejo diario y unas cuantas cartas.

—Para estar tranquilos, lo que podemos hacer es sacar una copia del plano —dijo Dick—. Así, podremos devolver la caja con todo su contenido.

Todos estuvieron de acuerdo en que Dick había tenido una buena idea. Regresaron a "Villa Kirrin" y sacaron cuidadosamente una copia del plano. Lo hicieron en el cobertizo, porque no querían que nadie pudiese descubrirlos. Era un plano muy extraño. Estaba dividido en tres partes.

—Esta parte indica el lugar donde están los sótanos —dijo Julián—. Aquí está dibujada la planta baja y este trozo representa un ala del castillo. ¡Caramba, debió de ser un castillo estupendo! Los sótanos están esparcidos por el subsuelo de toda la planta baja. Probablemente, en tiempos, los utilizarían para cosas terribles. Lo que no sé es cómo los habitantes del castillo se las arreglaban para meterse en ellos.

—Pues estudiaremos detenidamente el plano y lo averiguaremos —dijo
Jorge
—. Así, al pronto, parece muy difícil para nosotros descubrir la entrada, pero si vamos al castillo y desde el mismo lugar estudiamos el plano, ya veréis como al final encontramos la manera de meternos dentro de los sótanos. ¡Oh, estoy segura de que ningún chico ha tenido en perspectiva una aventura tan extraordinaria como ésta!

Julián se guardó cuidadosamente la copia del plano en el bolsillo de sus
shorts
. No tenía la menor intención de perderla. Era algo precioso. Luego guardó en el cofre el plano auténtico y miró hacia la casa.

—¿Qué os parece volverla a su sitio ahora mismo? —dijo—. Quizá tu padre esté dormido todavía,
Jorge
.

Pero no era así. Estaba bien despierto. Por suerte, no había echado de menos la caja. Se dirigió al comedor para tomar el té con su familia. Julián aprovechó la oportunidad. Musitando una excusa se fue de la mesa y pudo fácilmente restituir la caja a su sitio, dejándola sobre la mesa que había detrás del sillón de su tío.

Cuando regresó al comedor les guiñó un ojo a los demás. Éstos comprendieron en seguida que Julián había conseguido su objetivo y se sintieron aliviados. Todos estaban atemorizados con la presencia del tío Quintín y no estaban nada entusiasmados con las cosas que éste contaba de sus pesados libros. Ana no dijo una sola palabra durante todo el tiempo. Tenía un miedo enorme a irse de la lengua y revelar algo sobre
Timoteo
o sobre la caja. Los otros hablaban también muy poco. Mientras tomaban el té sonó de pronto el teléfono y tía Fanny fue a contestar.

Pronto estuvo de vuelta.

—Es para ti, Quintín —dijo—. Por lo que veo, el viejo barco ese está despertando mucha curiosidad por todos sitios. Te llaman desde un periódico de Londres para preguntarte cosas acerca de él.

—Diles que estaré con ellos a las seis —dijo tío Quintín.

Los chicos se miraron unos a otros, alarmados. Esperaban que su tío no les enseñaría la caja a los periodistas. ¡El secreto del tesoro escondido dejaría de existir!

—Qué buena idea fue la de sacar una copia del plano —dijo Julián después del té—. Pero ahora estoy pensando que hubiera sido mejor no dejar el plano auténtico dentro del cofre. ¡Ahora cualquiera podrá descubrir nuestro secreto!

CAPÍTULO X

Una propuesta sorprendente

A la mañana siguiente los diarios llevaban en primera plana noticias abundantes del barco que había salido del fondo del mar. Los periodistas habían aprovechado bien lo que les contó el tío de los chicos, y algunos de ellos se proponían trasladarse a la isla y tomar fotografías del viejo castillo.

Jorge
estaba furiosa.

—¡Ese castillo es mío! —gritó frenéticamente a su madre—. Esa isla es mía. Tú dijiste que acabaría siendo mía. ¡Lo dijiste! ¡Lo dijiste!

—Ya lo sé,
Jorge
querida —dijo su madre—. Pero tienes que ser comprensiva. Yo no puedo impedir que quien quiera visitar la isla lo haga y tampoco tengo derecho a prohibir que saquen fotografías del castillo.

—Pero es que yo no quiero —dijo
Jorge
enfurruñadamente—. La isla es mía. Y el barco también. Tú siempre lo has dicho.

—Sí, claro, pero yo no podía adivinar que iba a salir a flote —dijo su madre—. Sé comprensiva,
Jorge
. ¿Qué le vamos a hacer si la gente quiere acercarse al barco y mirarlo? Eso no se puede impedir.

Jorge
sabía que era verdad, que eso no podía impedirse, pero ello no la calmaba lo más mínimo. Los chicos estaban maravillados y sorprendidos de ver el interés que había despertado el barco rescatado de las aguas y la misma isla Kirrin. Ésta acabaría llenándose de gente curiosa que los pescadores llevarían en sus barcos.
Jorge
lloraba de rabia y Julián intentaba consolarla.

—¡Escucha,
Jorge
! Nadie conoce todavía nuestro secreto. Esperaremos hasta que haya pasado todo este interés por la isla y el barco y entonces iremos al castillo y encontraremos los lingotes.

—Eso será si nadie los descubre antes que nosotros —dijo
Jorge
, enjugándose las lágrimas. Estaba furiosa consigo misma; pero lloraba y no lo podía evitar.

—¿Por qué razón van a descubrirlo antes? Nadie sabe todavía qué es lo que hay dentro del cofre. Buscaré una oportunidad para recuperar el plano antes de que nadie pueda verlo.

Pero esa oportunidad no apareció jamás; por el contrario, sucedió algo terrible. ¡El tío Quintín vendió la caja y el cofre a un anticuario! Dos o tres días después de que se despertara el interés por el barco y la isla, salió de su despachó y se lo contó a tía Fanny y a los chicos.

—He hecho un buen negocio con ese anticuario —dijo a su mujer—. ¿Te acuerdas de aquel cofrecillo que había en la caja? Pues resulta que ese señor colecciona cosas raras como ésa y me lo ha pagado todo a muy buen precio. Realmente ha sido una ganga. ¡He ganado mucho más de lo que pensaba ganar con el libro que estoy escribiendo! En cuanto vio el viejo plano que había en el cofre y el arrugado diario me dijo que quería comprar todo el lote.

Los chicos miraron a su tío, horrorizados. ¡Había vendido el cofre! Ahora, cualquiera que examinase un poco al detalle el plano y supiese el significado de la palabra "lingotes" podía echar por tierra el secreto. Pronto aparecería en todos los periódicos la historia de las barras de oro. Los chicos no se atrevieron a decirle a su tío lo que sabían acerca del tesoro. Él estaba ahora muy satisfecho y sonriente y en su euforia les había prometido comprarles un equipo completo de pesca, pero era de carácter muy variable. Se hubiera puesto hecho una furia si se hubiese enterado de que Julián había sacado la caja del despacho aprovechando que él estaba dormido.

Un rato después estaban los chicos reunidos aparte y discutiendo a fondo el asunto, que para ellos era de lo más importante. Sopesaban la idea de contarle a tía Fanny lo de la caja, pero no se decidieron. Era un secreto maravilloso que no podía ser revelado a nadie.

—¡Oíd! —dijo Julián, por último—. Me parece que lo mejor que podemos hacer es pedirle permiso a tía Fanny para que nos deje pasar uno o dos días en la isla, durmiendo allí, por supuesto. Eso nos dará ocasión y tiempo para explorar el castillo y ver si encontramos algo. Estoy seguro de que aún han de transcurrir unos días antes de que los curiosos empiecen a invadir la isla. Quizás encontremos el tesoro antes de que todo el mundo conozca nuestro secreto. Hay que tener en cuenta que no es seguro que el que compró el cofre adivine que aquel papel es un plano del castillo.

Las palabras de Julián consolaron a todos. Era terrible no hacer nada. Y el haber adoptado una resolución concreta los animaba en gran manera. Decidieron, por tanto, pedirle al día siguiente permiso a tía Fanny para pasar el fin de semana en el castillo. El tiempo era magnífico y a la fuerza tendrían que pasarlo bien. Se llevarían provisiones suficientes.

Cuando fueron a pedirle permiso a tía Fanny, su marido estaba con ella, risueño y muy contento. Le dio a Julián una palmadita en la espalda.

—¡Vaya! —dijo—. ¿Venís en comisión? ¿De qué se trata?

—Queremos que tía Fanny nos dé permiso para hacer una cosa —dijo Julián cortésmente—. Tía Fanny: como el tiempo es ahora muy bueno quisiéramos que nos dejaras ir a la isla para pasar el fin de semana, o sea estar allí un día o dos. Nos gustaría una enormidad.

—Yo no tengo inconveniente. Y tú, Quintín, ¿qué opinas? —preguntó tía Fanny dirigiéndose a su marido.

—Sí ése es su deseo, pues que vayan —dijo Quintín—. Quizá sea la última vez que lo puedan hacer. Queridos: me han hecho una proposición formidable para vender la isla. Hay un señor que la quiere comprar para reconstruir el castillo, convertirlo en hotel y hacer allí una especie de balneario. ¿Qué os parece?

El tío estaba sonriente, pero los cuatro chicos lo miraban, descompuestos y horrorizados. ¿Habrían, tal vez, descubierto el secreto? ¿No sería que el comprador quería hacerse dueño del castillo porque había visto el plano y adivinado que allí se escondía un tesoro?

La impresión de todo ello produjo en
Jorge
una violenta reacción. Sus ojos parecían despedir llamas.

—¡Mamá! ¡Tú no puedes vender mi isla! ¡No puedes vender mi castillo! ¡Yo no quiero!

Su padre frunció el ceño.

—No seas tonta, Jorgina —dijo—. La isla y el castillo no son realmente tuyos. Lo sabes muy bien. Son de tu madre; y ella, naturalmente, quiere aprovechar la oportunidad que se le ha presentado de venderlos a buen precio. Estamos muy necesitados de dinero. Pero cuando vendamos la isla podremos comprarte lo que tú quieras.

—¡No quiero que me compren nada! —gritó la pobre
Jorge
—. ¡Prefiero mil veces tener mi isla y mi castillo! ¡Mamá, mamá! ¡Tú siempre me habías dicho que yo acabaría siendo la dueña de la isla! ¡Siempre me lo dijiste y yo te creí!


Jorge
, querida, lo que yo quería decirte era que tu podías ir allí a jugar siempre que quisieras; pero yo no sabía entonces que la isla iba a subir de valor de esa manera —dijo su madre, compungida—. Ahora las cosas son diferentes. A tu padre le han ofrecido mucho dinero, mucho más de lo que hubiéramos llegado a sospechar, y, de todas formas, ya no podemos volvernos atrás.

—O sea que tú no tenías inconveniente en regalarme la isla cuando no valía nada —dijo
Jorge
, pálida de rabia—. Pero en cuando te enteras de que puedes venderla a buen precio te echas atrás. Eso que haces es algo horrible. No es... no es... honorable.

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