Read Los Cinco y el tesoro de la isla Online

Authors: Enid Blyton

Tags: #Infantil y Juvenil, Aventuras

Los Cinco y el tesoro de la isla (14 page)

BOOK: Los Cinco y el tesoro de la isla
4.91Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Yo iré con Dick —dijo Ana—. Tú quédate aquí con
Jorge
. Al fin y al cabo, a nosotros no nos necesitáis ahora.

Pero Julián prefería acompañarlos para asegurarse de que no se iban a perder. Le entregó el hacha a
Jorge
.

—Puedes seguir golpeando la puerta mientras estoy fuera —dijo—. Hay que trabajar mucho rato todavía para poder abrirla. Yo volveré en seguida. No te preocupes, que la salida la tenemos que encontrar, pues no hay más que seguir las señales que he dejado en las paredes.

—Conforme —dijo
Jorge
, cogiendo el hacha—. Pobre Dick. Cuídate de que no le pase nada.

Julián se marchó con Dick y Ana, dejando tras sí a
Timoteo
y a
Jorge
, ésta empeñada valientemente en la penosa tarea de abrir la puerta de madera. Ana empapó la venda en el agua de la cantimplora que había traído para la excursión y la aplicó a la herida de Dick con gran solicitud. Sangraba mucho, porque en las mejillas pasa así, pero la herida no era grave. La cara de Dick recuperó pronto su color y él mismo sintió ganas de volver a los sótanos.

—No. Tienes que echarte en el suelo de espaldas durante un rato —dijo Julián—. Eso se hace cuando sangra la nariz y supongo que también será bueno cuando sangra la mejilla. Lo mejor que podéis hacer es subir por estas rocas hasta la parte alta, desde donde se ve el barco, y descansar allí una hora y media. Vamos. Os acompañaré un rato. Y tú, viejo, no olvides que tienes que quedarte tendido todo el tiempo hasta que deje de salirte sangre.

Julián acompañó a sus dos hermanos hasta la parte del castillo que daba al mar abierto. Allí estaba todavía el viejo navío, metido entre las rocas. Dick se echó boca arriba en el suelo, deseando ardientemente que cuanto antes dejara de salirle sangre por la herida. ¡No quería perder ni un instante de la aventura!

Ana le cogió la mano. El accidente de su hermano la había trastornado, y, aunque ella tampoco quería perderse ningún detalle, decidió quedarse con Dick hasta que éste se sintiese mejor. Julián se sentó en el suelo junto a ellos durante un par de minutos. Luego volvió a la escalinata de los sótanos y desapareció en la oscuridad. Se guió por las señales que había dejado con la tiza y pronto llegó al lugar donde
Jorge
estaba afanada en acribillar la puerta con el hacha.

Había conseguido destrozar casi toda la madera alrededor de la cerradura, pero la puerta no podía abrirse. Julián cogió el hacha y comenzó de nuevo su trabajo.

Después de dar uno o dos golpes, algo ocurrió en la cerradura. Empezó la puerta a oscilar. Julián dejó el hacha en el suelo.

—Ya verás como ahora se podrá abrir la puerta —dijo excitadamente—. ¡Eh, viejo
Tim
! ¡Apártate! ¡
Jorge
, vamos a empujar!

Los dos empujaron la puerta y la cerradura emitió un ruido extraño. La puerta crujió y empezó a abrirse.

Los dos chicos la franquearon rápidamente mientras iluminaban las paredes con sus linternas.

La cueva que había tras la puerta no era nada diferente de las otras que había en los sótanos. Pero lo que contenía era muy distinto a los barriles y botellas que los chicos, habían encontrado anteriormente. Al fondo, amontonado de modo irregular, había un conglomerado de cosas que parecían ladrillos de color amarillo sucio y aspecto metálico. Julián cogió uno de ellos.

—¡
Jorge
! —gritó—. ¡Éstos son los lingotes! ¡Esto es de oro! Ya sé que no lo parece, pero es oro, estoy seguro. ¡Oh, Jorge, esto vale una fortuna, y es tuyo! ¡Al fin lo hemos encontrado!

CAPÍTULO XIV

¡Prisioneros!

Jorge
no podía articular palabra. Permanecía quieta, frente al montón de lingotes. En la mano tenía uno. Le costaba trabajo creer que aquellos ladrillos fuesen realmente de oro. El corazón le latía con fuerza. ¡Qué hallazgo más maravilloso!

Timoteo
empezó de pronto a ladrar furiosamente. Volvió la espalda a los chicos y asomó la nariz por la puerta. ¡Qué modo de ladrar!

—¡Basta ya,
Tim
! —dijo Julián—. ¿Qué es lo que has oído? ¿Es que Dick y Ana regresan ya?

—¡Dick! ¡Ana! ¿Sois vosotros? ¡Corred! ¡Hemos encontrado los lingotes! ¡Los hemos encontrado! ¡Venid rápido!

Timoteo
dejó de ladrar y empezó a gruñir.
Jorge
estaba perpleja.

—¿Qué le pasará a
Tim
? —preguntó—. No creo que él se ponga a gruñirles a Dick y a Ana.

El sobresalto que se llevaron al momento fue mayúsculo. Una voz de hombre resonaba a lo largo del oscuro pasadizo, produciendo multitud de ecos.

—¿Quién está ahí?

Jorge
agarró el brazo de Julián, aterrorizada.
Timoteo
aumentó los gruñidos. Tenía el pelo del cuello completamente erizado.

—¡Cállate ya,
Tim
! —susurró
Jorge
, mientras apagaba la linterna. Pero
Timoteo
no quería a todas luces callarse. Siguió emitiendo gruñidos que parecían pequeños truenos.

Los chicos pudieron ver el débil resplandor de una linterna que iba acercándose a un recoveco del pasadizo. A poco, la luz los enfocó directamente. El hombre que llevaba la linterna se detuvo, sorprendido.

—Bien, bien, bien —se oyó que decía—. ¡Mira quién hay aquí! ¡Dos niños en los sótanos de mi castillo!

—¿Qué dice usted? ¿Su castillo? —gritó
Jorge
.

—Sí, pequeña, este castillo es mío porque estoy en tratos para comprarlo —dijo la voz. Entonces se oyó otra voz que hablaba ásperamente.

—¿Qué estáis haciendo aquí abajo? ¿Qué significa eso de gritar: ¡Dick, Ana! y de decir que habéis encontrado los lingotes?

—No contestes —susurró Julián a
Jorge
. Pero los ecos tomaron su voz y la aumentaron desorbitadamente a través de los pasadizos. "¡No contestes!... ¡No contestes!"

—Ah, ¿conque no quieres que conteste? —dijo el segundo hombre, acercándose a los chicos.
Tim
empezó a enseñarle los dientes, pero él no parecía tener miedo del perro. Se acercó a la puerta de la cueva e iluminó el interior con su linterna. Lanzó un silbido.

—¡Jake! ¡Mira esto! —dijo—. Tenías razón. El oro está aquí. Y ¡qué fácil será llevárnoslo! Todo en lingotes. A fe que es la cosa más agradable que me ha ocurrido en la vida.

—El oro es mío —dijo
Jorge
, hecha una furia—. La isla y el castillo son propiedad de mi madre, y todo lo que pueda haber en ellos. Este oro lo trajo aquí y lo escondió un antepasado mío antes de que se hundiera el barco. No es de ustedes ni nunca lo será. En cuanto llegue a casa le contaré a mis padres que lo he encontrado y entonces ¡pueden estar seguros de que jamás le venderán el castitillo ni la isla! Han sido ustedes muy listos estudiando el plano que había dentro del cofre. Pero más listos hemos sido nosotros. ¡Lo hemos encontrado primero!

Los hombres escuchaban en silencio la fuerte y airada voz de
Jorge
. Uno de ellos se echó a reír.

—No eres más que una niña —dijo—. Supongo que no pretenderás poder estorbar nuestros designios. Vamos a comprar esta isla y todo lo que hay en ella. Y nos haremos con el oro en cuanto se haya firmado el contrato. Y, aunque por cualquier causa no pudiésemos comprar la isla, a nosotros nos da igual. Nos quedaremos con el oro de todas formas. Nada más fácil que fletar un barco, traerlo aquí y embarcar el oro con la ayuda de un bote. No te preocupes, nosotros conseguiremos nuestro propósito.

—¡No lo conseguiréis! —dijo
Jorge
, acercándose a la puerta—. Ahora mismo voy a ir a mi casa a contarle a mis padres todo lo que usted acaba de decir.

—No, pequeña, no vas a ir a tu casa —dijo el primer hombre, poniendo las manos en los hombros de
Jorge
y empujándola duramente contra la rocosa pared—. Y, a propósito, si no quieres que me cargue a ese desagradable perro ten la bondad de decirle que se largue.

Jorge
, vio, aterrorizada, que el hombre tenía un revólver en la mano. Llena de pánico, cogió a
Timoteo
por el collar y lo apretujó contra ella.

—Quieto,
Tim
. No te preocupes. Todo va bien.

Pero el can sabía sobradamente que las cosas no iban bien. Algo desagradable estaba ocurriendo. Empezó a gruñir furiosamente.

—Ahora, escúchame —dijo el hombre, después de cruzar unas breves y apresuradas palabras con su compañero—. Si te portas sensatamente, nada desagradable te ocurrirá. Pero si te empeñas en fastidiarnos lo vas a pasar muy mal. Ahora vamos a hacer lo siguiente: nos vamos a marchar en nuestra lancha motora, dejándoos bien seguros aquí. Traeremos un barco y volveremos para llevarnos el oro. Ahora que sabemos dónde está el tesoro no vale la pena gastarse dinero en comprar la isla.

—Y vas a escribir una nota a tus compañeritos que están arriba, diciéndoles que habéis encontrado el oro y que vengan aquí a comprobarlo —dijo el otro hombre—. Luego os dejaremos aquí encerrados con los lingotes: podéis entre tanto disfrutar de su vista si es que os agrada. Os dejaremos comida y bebida suficiente para pasar el tiempo hasta que volvamos. Aquí tienes una pluma. Escribe una nota a Dick y a Ana, estén donde estén, y mándale al perro que se la lleve. Venga.

—No quiero —dijo
Jorge
, con expresión furiosa—. No me podéis obligar a hacer una cosa así. No quiero que Dick y Ana vengan aquí, para que los hagáis prisioneros. Además no estoy dispuesta a dejar que se queden ustedes con mi tesoro. Lo hemos descubierto nosotros.

—Mataré al perro si no haces lo que te han dicho —dijo el otro hombre de pronto.
Jorge
sintió angustia en su corazón. Estaba aterrorizada.

—No, no —dijo desesperadamente.

—Ya te lo he dicho: si no quieres que lo mate, escribe la nota —dijo el hombre, mostrándole papel y pluma—. Venga. Yo te diré lo que tienes que escribir.

—¡No puedo hacerlo! —sollozó
Jorge
—. No puedo decirles a Dick y a Ana que vengan aquí para que luego los encerréis.

—Muy bien: entonces, mato al perro —dijo el hombre, apuntando su arma hacia el pobre
Timoteo
. Jorge abrazó a
Timoteo
profiriendo un grito.

—¡No, no! ¡Escribiré el mensaje! ¡No lo mate, no lo mate!

La muchachita cogió el papel con mano temblorosa y miró al hombre.

—Escribe esto —ordenó él—. "Queridos Dick y Ana: Hemos encontrado el tesoro. Venid cuantos antes a verlo." Y ahora firma con tu nombre.

Jorge
escribió todo lo que el hombre le había dictado. Luego firmó con su nombre. Pero en vez de
Jorge
puso Jorgina. Ella sabía que Dick y Ana se darían cuenta en seguida de que esa firma no era suya, o bien de que algo raro estaba pasando. El hombre cogió el papel y lo metió bajo el collar de
Timoteo
. El perro no cesaba de gruñir, cada vez más fuerte, pero
Jorge
le ordenó que no mordiese a nadie.

—Ahora, mándale que vaya adonde están tus amiguitos —dijo el hombre.

—Ve adonde están Dick y Ana —ordenó
Jorge
—. Ve,
Tim
. Tienes que encontrar a Dick y a Ana. Cuando los encuentres, déjales este papel.

A
Timoteo
no le agradaba, en verdad, dejar a su amita: pero en la voz de
Jorge
había un acento de imperiosa necesidad. El can la miró por última vez y luego desapareció por el pasadizo. Se acordaba bien del camino. Subió rápidamente por los rocosos escalones de la entrada y pronto estuvo al aire libre. Al llegar al patio central del castillo se detuvo y empezó a olfatear. ¿Dónde estarían Dick y Ana?

Encontró las huellas y empezó a seguirlas, siempre con la nariz pegada al suelo. Poco después estaba ya con los dos chicos. Dick estaba ya mucho mejor y se había levantado. De su mejilla apenas salía sangre.

—Hola —dijo sorprendido al ver a
Timoteo
—. ¡Está aquí
Timoteo
! ¡Eh, hociquitos! ¿Por qué se te ha ocurrido venir a vernos? ¿Te has cansado de la oscuridad de allá bajo?

—Fíjate, Dick, lleva algo en el collar —dijo Ana, con sus perspicaces ojos fijos en el trozo de papel que el can llevaba al cuello—. Es un mensaje. Supongo que
Jorge
y Julián nos avisan para que volvamos a los sótanos. ¿Verdad que
Timoteo
sabe llevar muy bien los mensajes?

Dick cogió el papel. Lo desdobló y se puso a leerlo.

—"Queridos Dick y Ana —leyó en voz alta—. Hemos encontrado el tesoro. Venid cuanto antes a verlo. Jorgina."

—¡Ooooh! —dijo Ana con los ojos brillantes—. ¡Lo han encontrado! ¡Oh, Dick! ¿Te encuentras ya bien? ¿Puedes volver ya a los sótanos? ¡Vamos en seguida!

Pero Dick no hizo el menor ademán de echar a andar. Se quedó examinando el mensaje, perplejo.

—¿Qué es lo que te pasa? —preguntó Ana, impaciente.

—¿No te parece raro que
Jorge
haya firmado con el nombre de Jorgina? —dijo Dick, despacio—. Ya sabes cómo odia ser una chica y llamarse con un nombre femenino. Acuérdate de que nunca contesta cuando la llamamos Jorgina. Y en este papel está la firma con el nombre que a ella no le gusta. A mí esto me parece algo raro. Me da la impresión de que se trata de un aviso para que nos enteremos de que algo no va bien.

—Oh, no seas aprensivo, Dick —dijo Ana—. ¿Por qué no va a ir todo bien? Vamos a reunirnos con ellos.

—Ana: lo que voy a hacer es echar un vistazo a la caleta para asegurarme de que nadie más ha venido a la isla —dijo Dick—. Tú espérame aquí.

Pero Ana no quería quedarse sola. Se fue tras Dick, reprochándole continuamente su excesiva preocupación por cosas que no sucedían en la realidad.

Pero cuando llegaron a la caleta pudieron ver que, además de su bote, había allí una lancha motora. ¡Alguien había desembarcado en la isla!

—Fíjate —dijo Dick en un susurro—. Además de nosotros hay alguien más en la isla. Y apuesto a que se trata de los que la quieren comprar. Apuesto a que se han enterado por el plano de que aquí hay un tesoro escondido. Y han encontrado a
Jorge
y a Julián y quieren que nosotros nos metamos allá abajo para estar bien seguros de que nadie los denunciará mientras se llevan el oro. Por eso han obligado a
Jorge
a mandarnos este mensaje. Pero ella ha hecho muy bien: ha firmado con un nombre que nunca usa para que nos demos cuenta de que algo anormal está ocurriendo. Lo que tenemos que hacer ahora es pensar en firme. ¿Qué solución hay que tomar?

BOOK: Los Cinco y el tesoro de la isla
4.91Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

One Night with an Earl by Jennifer Haymore
Jerry Junior by Jean Webster
Rules of Honour by Matt Hilton
Dead to the Max by Jasmine Haynes
Angel at Dawn by Emma Holly
Keeping It Real by Justina Robson
Grave Intent by Deborah LeBlanc
The Lost Origin by Matilde Asensi