Los Cinco y el tesoro de la isla (5 page)

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Authors: Enid Blyton

Tags: #Infantil y Juvenil, Aventuras

BOOK: Los Cinco y el tesoro de la isla
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—No hemos llegado todavía al sitio exacto —dijo
Jorge
, escudriñando, a su vez, las profundidades del mar—. El agua está tan clara que casi se puede ver el fondo, y no hay nada. Aguardad, que voy a virar a la izquierda y remar hasta un poco más allá.

—¡Guau! —ladró
Timoteo
, moviendo la cola. Los chicos escudriñaron a través del agua y, por fin, vieron algo.

—¡Es el barco! —dijo Julián, excitadísimo y a punto de caerse por la borda de tanto como se había asomado—. Veo un trozo de mástil roto. ¡Mira, Dick, mira!

Los cuatro y el perro observaron atentamente lo profundo del agua. Poco después pudieron descubrir la silueta del casco de un barco, bajo el mástil roto.

—Está inclinado sobre un costado —dijo Julián—. Pobre barco. Qué pena me da el pensar que ha tenido que ir poco a poco hundiéndose, sin poder evitarlo.
Jorge
, me gustaría mucho zambullirme y echarle una ojeada de cerca.

—Hazlo, si quieres —dijo
Jorge
—. Llevas puesto el traje de baño. Yo también me he zambullido muchas veces para verlo. Esta vez también lo haré. Mientras tanto, Dick puede cuidarse de que el bote no se aleje de aquí. Hay corrientes que pueden desviarle del camino. Dick, tú ve moviendo este remo todo el tiempo para mantener el bote en su sitio.

La primita se quitó los
shorts
y el jersey y Julián hizo lo mismo. Ambos llevaban puesto el traje de baño debajo de la ropa.
Jorge
se sumergió en el agua de una magnífica zambullida.

Los demás pudieron contemplar cómo iba hundiéndose, mientras braceaba con fuerza, a pesar de tener contenida la respiración. Al cabo de un rato reapareció en la superficie, casi sin aliento.

—Casi he llegado a tocar el barco —dijo—. Está como siempre: cubierto de algas, lapas y cosas así. ¡Lo que me hubiera gustado poder meterme dentro! Pero no puedo estar tanto tiempo sin respirar. Ve tú ahora, Julián.

Julián se zambulló a su vez: pero no era tan buen nadador como
Jorge
. No se pudo acercar tanto como ella al barco. Sin embargo, al abrir los ojos pudo contemplar buena parte de la cubierta. Ésta aparecía desoladoramente abandonada. A Julián no le agradó, en verdad, el triste espectáculo que ofrecía. Le producía una especie de sensación amarga y angustiosa que no se podía explicar. Sólo se sintió tranquilo cuando volvió a la superficie del agua, respiró el aire a pleno pulmón y sintió la caricia de los ardientes rayos del sol sobre sus hombros.

Subió al bote.

—Muy interesante —dijo—. ¡Caramba, cómo me gustaría poder ver el barco despacio y con toda tranquilidad y registrar la cubierta y los camarotes! ¡Entonces seguro que encontraría las cajas con las barras de oro!

—Eso es imposible —dijo
Jorge
—. Ya te dije que mucha gente ha registrado el barco, buceando, y nadie ha encontrado nada. ¿Qué hora es? Tendremos que darnos prisa si no queremos llegar tarde a casa.

Regresaron tan aprisa, que consiguieron llegar con sólo cinco minutos de retraso a la hora del té. Después se fueron a visitar el pantano. A la hora de acostarse estaban todos tan soñolientos que difícilmente podían mantenerse con los ojos abiertos.

—Bueno, buenas noches —dijo Ana, acomodándose bien en la cama—. Hemos pasado un día magnífico. Te estoy muy agradecida.

—Pues yo también he pasado un día magnífico —dijo
Jorge
precipitadamente—. Os estoy muy agradecida. Me gusta mucho que hayáis venido a pasar las vacaciones a mi casa. Lo vamos a pasar muy bien. ¿Verdad que os ha gustado el castillo y la isla?

—¡Oh, sí! —dijo Ana.

Aquella noche Ana soñó con montones de barcos hundidos e islas misteriosas. ¿Cuándo accedería
Jorge
a llevarlos a visitar la suya?

CAPÍTULO V

Una visita a la isla

Tía Fanny organizó un pequeño
picnic
al día siguiente. Fueron a una caleta que se hallaba no muy lejos de la casa, donde pudieron bañarse y chapotear a su gusto con gran contento de sus corazones. Lo pasaron maravillosamente, pero Julián, Dick y Ana lamentaban en secreto no haber podido visitar aquel día la isla de
Jorge
. Eso lo preferían a todo.

Jorge
estaba disgustada: pero no precisamente por que no le gustasen los
picnics
, sino porque no podía estar con
Timoteo
. Como su madre había ido con ellos a la excursión, ella tendría que pasarse un día entero sin ver a su adorado can.

—¡Mala suerte! —dijo Julián, adivinando la causa del disgusto de su primita—. Lo que no comprendo es por qué no le dices a tu madre lo de
Timoteo
. Estoy seguro de que no le importará que aquel chico te lo guarde en su casa. Yo sé que a mi madre no le hubiera importado una cosa así.

—No pienso decírselo a nadie más —dijo
Jorge
—. En casa me riñen por todo. Reconozco que muchas veces tengo yo la culpa, pero ya estoy cansada. Fíjate que papá gana muy poco dinero con los libros que escribe, aunque él quisiera comprarnos muchas cosas que no están a su alcance. Por eso tiene tan mal carácter. Él también querría enviarme a un colegio bueno, pero el dinero no le llega. Yo, por mi parte, me alegro. No tengo ni pizca de ganas de irme a vivir a un colegio. Yo estoy bien aquí. No podría soportar separarme de
Timoteo
.

—Ya lo creo que te gustaría estar interna en un colegio —dijo Ana—. Nosotros estamos internos todos. Resulta muy divertido.

—No, no me gustaría —dijo
Jorge
, obstinadamente—. Sería terrible para mí ser una cualquiera entre las demás y pasar el día con montones de chicas riendo y alborotando a mi alrededor. Odio todo eso.

—No, no lo creas —dijo Ana—. Se pasa estupendamente. Estoy segura de que te convendría.

—Si vas a empezar a aconsejarme qué cosas me convendrían, acabaré odiándote también a ti. Papá y mamá siempre están aconsejándome cosas que me convienen —dijo
Jorge
, con una repentina expresión de dureza en sus ojos—; pero resulta que toda m cosas que me molestan.

—Está bien, está bien —dijo Julián, echándose a reír—. Dios mío, qué ganas me entran de ponerme a fumar cuando te veo. Creo que podría encender un cigarrillo con las chispas que saltan de tus ojos.

Esto hizo reír a
Jorge
, a su pesar. Era realmente imposible enfadarse con el simpático primo.

Decidieron tomarse el quinto baño del día. Al poco rato estaban chapoteando alegremente en el agua.
Jorge
aprovechó el tiempo para enseñar a nadar a Ana, quien lo hacía con poco estilo.
Jorge
se sintió muy orgullosa cuando comprobó que sus lecciones habían dado fruto y que Ana nadaba correctamente ya.

—Oh, gracias —dijo Ana, mientras avanzaba braceando con energía—. Sé que nunca lo haré tan bien como tú, pero, al menos, me gustaría saber nadar como mis hermanos.

Mientras regresaban a casa,
Jorge
se apartó de los demás para hablar con Julián.

—¿Te importaría decir que vas a comprar periódicos o algo por el estilo? Así, yo aprovecharía la ocasión, con el pretexto de acompañarte, para ir a hacerle una visita a
Timoteo
. Debe de estar muy triste, pensando que hoy no le he ido a sacar de paseo.

—Muy bien —dijo Julián—. No necesito comprar periódicos, pero traeré helados. Dick y Ana pueden muy bien cargar con todas las cosas. Voy a pedirle permiso a tu madre.

Se acercó corriendo a su tía.

—¿Me dejas que vaya a comprar helados? —preguntó—. No hemos tomado hoy ninguno. No tardaré mucho... ¿Puede venir conmigo
Jorge
?

—No creo que quiera —dijo su tía—. Pero puedes preguntárselo.

—¡Jorge,
ven conmigo! —gritó Julián, apresurando la marcha en dirección al pueblo.
Jorge
, con la cara radiante de contento, echó a correr tras él. En seguida lo alcanzó y se puso a su lado, sonriéndole agradecida.

—Gracias —dijo—. Ve tú a comprar los helados y yo iré a visitar a
Timoteo
.

Se separaron. Julián compró cuatro helados y se volvió en dirección a casa. A la salida del pueblo se paró, esperando a
Jorge
, a quien vio venir corriendo pocos minutos después. Tenía la cara encendida.

—Está perfectamente —dijo—. ¡No te puedes imaginar lo contento que se ha puesto al verme! ¡Por poco se me sube a la cabeza de un salto! ¡Anda, has comprado también un helado para mí! Eres muy amable, Julián. Te voy a recompensar muy pronto. ¿Qué te parece ir mañana a visitar la isla? ¡Ven! ¡Vamos a decírselo a los demás!

Poco después estaban los cuatro sentados en el jardín, saboreando los helados. Julián les contó lo que
Jorge
había decidido. Todos saltaron de contento.
Jorge
estaba satisfechísima. Hasta entonces siempre había rechazado, arrogantemente y dándose mucha importancia, todas las proposiciones que había recibido para llevar a otros a visitar su isla. Pero esta vez lo que la llenaba de contento era pensar que iba a llevar allí a sus primos.

"Siempre había creído que lo mejor de todo era estar sola. Pero ahora lo que más me gusta es ir a la isla con Julián y sus hermanos", pensó, mientras apuraba el helado que le había regalado su primo.

Tía Fanny mandó a los chicos a arreglarse para la cena. Mientras lo hacían, hablaron ávidamente de su próxima excursión a la isla. Ella los escuchaba, sonriente.

—Estoy muy contenta de que
Jorge
haya decidido enseñárosla —dijo—. ¿Os gustaría llevaros la comida y pasar todo el día en la isla? No vale la pena tomarse el trabajo de remar tanto rato si luego no se disfruta del lugar durante varias horas.

—¡Oh, tía Fanny! ¡Qué maravilloso sería eso! —gritó Ana.

Jorge
levantó la vista.

—¿Vas a venir tú también, mamá? —preguntó.

—No parece que te entusiasme mucho mi compañía, al fin y al cabo —dijo su madre con tono contrito—. Ayer me di cuenta perfectamente de que te enfurruñaste cuando comprendiste que iba a ir con vosotros a la caleta. No; no os acompañaré mañana, pero estoy segura de que tus primos pensarán que eres una chica muy rara, pues nunca quieres ir a ningún sitio con tu madre.

Jorge
no dijo nada. Difícilmente pronunciaba palabras cuando la estaban regañando. Los otros chicos tampoco dijeron nada. Sabían de sobra que lo que le pasaba a
Jorge
era que no le gustaba pasar otro día sin
Timoteo
y que a ella no le importaba que su madre les acompañara si no fuera por tal circunstancia.

—De todos modos, tampoco podría ir con vosotros —siguió tía Fanny—. Tengo que arreglar el jardín. Podéis consideraros seguros con
Jorge
. Maneja un bote igual que un hombre.

Al día siguiente, en cuanto los tres hermanos se levantaron, lo primero que hicieron fue escudriñar el cielo ávidamente. Hacía un tiempo espléndido y el sol brillaba con fuerza.

—¿Verdad que hace un día maravilloso? —dijo Ana a
Jorge
mientras se levantaban—. ¡Cómo me gusta ir de excursión un día así!

—Pues, sinceramente, estoy pensando que sería mejor no ir —dijo
Jorge
, inesperadamente.

—¡Oh! ¿Por qué? —gimió Ana.

—Me parece que va a haber tormenta —dijo
Jorge
, mirando por la ventana en dirección sudoeste.

—Pero,
Jorge
, ¿por qué dices eso? —preguntó Ana impacientemente—. Mira el sol. Además, apenas hay nubes en el cielo.

—El viento es malo —dijo
Jorge
—. Y fíjate que las olas, junto a la isla, tienen la cresta blanca. Es mala señal.

—¡Oh,
Jorge
, nos vamos a llevar el disgusto mayor de nuestra vida si no vamos hoy! —dijo Ana, que difícilmente podía soportar la menor contrariedad—. Además —añadió astutamente—, si nos quedamos hoy en casa por miedo a la tormenta no podremos ver a
Timoteo
.

—Es verdad —dijo
Jorge
—. Está bien: iremos. Pero ten en cuenta que probablemente habrá tormenta. En ese caso no vayas a portarte como una criatura miedosa. Lo soportarás tranquilamente sin asustarte.

—No es que me gusten mucho las tormentas —empezó a decir Ana. Pero se calló de pronto al ver la desdeñosa mirada que le lanzaba
Jorge
.

Mientras se desayunaban,
Jorge
preguntó a su madre si se podían llevar a la isla la comida, como había prometido el día anterior.

—Sí —dijo su madre—. Tú y Ana me ayudaréis a preparar los bocadillos. Y vosotros, chicos, podéis ir al jardín a recoger unas cuantas ciruelas maduras para llevároslas como postre. Y tú, Julián, puedes ir luego al pueblo a comprar botellas de limonada, o cerveza amarga o cualquier cosa que os guste para beber.

—Traeré refrescos de jengibre —dijo Julián.

Los demás estuvieron conformes. Todos se sentían muy felices. Era algo maravilloso ir a visitar la extraña isla de
Jorge
. Ésta se regocijaba al pensar que iba a pasar el día con
Timoteo
.

Por fin empezó la excursión. Lo primero que hicieron fue ir a buscar a
Timoteo
. Estaba atado en el corral de la casa del pescador amigo de
Jorge
. Éste también se encontraba allí y, al verla, le hizo un gesto.

—Buenos días, "señorito"
Jorge
—dijo.

Los tres chicos no acababan de acostumbrarse a que a su prima la llamasen "señorito"
Jorge
.

—Timoteo
anda de cabeza. No para de ladrar —siguió el muchacho—. Estoy seguro de que ha adivinado que usted iba a venir a recogerlo.

—Por supuesto que sí —dijo
Jorge
, desatando al can. Éste, en cuanto se vio libre, empezó a dar vueltas alborozadamente alrededor de los muchachos con el rabo casi rozando el suelo y tiesas las orejas.

—Este perro corre como un galgo: ganaría todas las carreras —dijo Julián admirativamente—. Claro que en la arena no se le puede notar mucho.
¡Tim!
¡Eh,
Tim!
¡Ven aquí y dame los buenos días!

Timoteo
se abalanzó de un salto sobre Julián y empezó a lamerle la oreja izquierda, más loco que nunca. Luego, cuando notó que todos emprendían el camino hacia la playa, recobró parte de su compostura y echó a correr tras
Jorge
. Le lamió las piernas a su amita una y otra vez.
Jorge
le dio un amistoso tirón de orejas.

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