Los Cinco y el tesoro de la isla (11 page)

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Authors: Enid Blyton

Tags: #Infantil y Juvenil, Aventuras

BOOK: Los Cinco y el tesoro de la isla
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—Basta ya, Jorgina —dijo su padre, irritado—. Tu madre sólo hace lo que yo le he aconsejado. Tú eres todavía muy niña. Cuando mamá te dijo eso de la isla, lo único que quería era halagarte. Y sabes muy bien que parte del dinero de la venta será para ti, y podrás tener entonces las cosas que quieras.

—¡No pienso tocar ni un penique! —dijo
Jorge
—. ¡Os arrepentiréis de lo que vais a hacer!

La chica salió violentamente de la habitación. Sus primos estaban muy apenados por ella. Comprendían lo que debía de sentir. Se había tomado en serio las palabras de su madre. Julián pensó que ella no podía comprender a las personas mayores. Sus padres podían hacer con la isla lo que les pareciera bien. Tenían perfecto derecho a venderla si así lo querían. Claro que el padre de
Jorge
no sabía que en la isla había un tesoro escondido. Julián miró a su tío, acariciando la idea de decírselo. Pero al final decidió no hacerlo. ¡Sería formidable que ellos encontrasen el tesoro antes que nadie!

—¿Cuándo venderás la isla, tío? —preguntó con sosiego.

—Firmaremos el contrato dentro de una semana, más o menos —fue la contestación—. Por eso, si queréis pasar un par de días allí, es menester que vayáis en seguida, porque no sé si los nuevos dueños os lo permitirán.

—Ese señor que quiere comprar la isla, ¿es el mismo que te compró el cofre? —preguntó Julián.

—Sí —dijo su tío—. Por cierto que me sorprendió un poco, porque es un señor que se dedica únicamente a comprar antigüedades. Me quedé pasmado cuando me dijo que pensaba comprar la isla y convertir el castillo en un hotel. Sin embargo, me atrevería a decir que es un buen negocio instalar un hotel en la isla. Resultará muy romántico y a la gente le gustará. Yo no soy hombre de negocios y tal vez no me atrevería a invertir mi dinero en un asunto así. Pero estoy seguro de que él sabe perfectamente lo que hace.

—Ya lo creo que sabe lo que hace —dijo Julián, cuando ya habían salido de la habitación y estaba con Dick y Ana—. Él ha visto el plano y ha tenido la misma idea que nosotros: que hay una buena cantidad de barras de oro escondidas en la isla, ¡y se ha apresurado a comprarla! ¡Veréis como no construye ningún hotel! ¡Lo único que quiere es el tesoro! ¡Habrá ofrecido una cantidad irrisoria por la compra y el pobre tío se habrá quedado tan satisfecho!

Se fue a buscar a
Jorge
. Ésta estaba sola en el cobertizo y tenía la cara muy pálida. Dijo que se encontraba enferma.

—Es que todo esto te ha puesto muy nerviosa —dijo Julián. Le echó el brazo por los hombros. Por primera vez en su vida
Jorge
no hizo nada por impedirlo. Se sintió confortada. Las lágrimas le afluían a los ojos y ella, muy irritada, intentaba afanosamente disimularlo—. ¡Escucha,
Jorge
! ¡Ten confianza! ¡No todo está perdido! Mañana por la mañana iremos a la isla Kirrin y ya verás como encontraremos los lingotes. Contamos con tiempo suficiente y lo pasaremos muy bien. ¿Entendido? ¡Anímate! Nosotros estamos contigo y te ayudaremos en lo que necesites. Fue una buena idea lo de sacar una copia del plano.

Jorge
se sintió algo más animada. El enojo con sus padres no se le había pasado todavía, pero la perspectiva de pasar un par de días en la isla en compañía de sus primos y de
Timoteo
la enardecía.

—Mis padres son malos —dijo.

—No lo creas; en realidad, no lo son —dijo Julián, prudentemente—. Al fin y al cabo, si les hace falta el dinero, sería una tontería para ellos no desprenderse de una cosa que no necesitan para nada. Y, como dijo tu padre, cuando hayan vendido la isla tú podrás tener lo que se te antoje. Si yo fuera tú, ya sabría lo que tendría que pedirles.

—¿Qué? —preguntó
Jorge
.

—¡Pues
Timoteo
! —dijo Julián.

Esta nueva idea hizo que
Jorge
se sintiera de pronto tremendamente animada.

CAPÍTULO XI

En la isla Kirrin

Julián y
Jorge
fueron a buscar a Dick y a Ana. Éstos habían estado esperándolos nerviosamente en el jardín. Se alegraron mucho de ver juntos a los dos y corrieron a su encuentro.

Ana cogió la mano de
Jorge
.

—¡Cuánto siento lo que te ha ocurrido! —dijo.

—¡Yo también! —dijo Dick—. ¡Mala suerte, chica! Quiero decir: ¡"chico"!

Jorge
forzó una sonrisa.

—Me he portado como una chica —dijo, medio avergonzada—. Pero es que me he llevado un gran disgusto.

Julián contó a los otros lo que habían planeado entre él y
Jorge
.

—Iremos a la isla mañana por la mañana —dijo—. Hay que hacer una lista de las cosas que necesitamos. Hagámosla ahora mismo.

Sacó del bolsillo un bloc de notas y un lápiz. Los otros lo miraron.

—Cosas de comer —dijo Dick, rápidamente—. Tendremos que llevarnos muchas provisiones si no queremos pasar hambre.

—También algo de beber —dijo
Jorge
—. En la isla no hay agua. Aunque estoy segura de que mucho tiempo atrás había un pozo muy profundo en el castillo, que llegaba más abajo del nivel del mar. Pero, por más que lo he intentado, nunca lo he podido encontrar.

—Comida —escribió Julián en el bloc—. Y bebidas.

Miró a los demás, añadió: palas. Apuntó la palabra.

Ana lo miró sorprendida.

—¿Para qué necesitamos las palas? —preguntó.

—Porque seguramente tendremos que excavar la tierra una vez hayamos encontrado la entrada de los sótanos del castillo —dijo Julián.

—Cuerdas —dijo Dick—. Las necesitaremos.

—Y linternas —dijo
Jorge
—. Los sótanos deben de estar muy oscuros.

—¡Oooh! —dijo Ana, sintiendo un escalofrío de emoción. No tenía la menor idea de qué podría haber dentro de los sótanos, pero todo aquello sonaba a gran aventura.

—Mantas —volvió a decir Dick—. Si hemos de dormir en aquella habitación del castillo, pasaremos frío.

Julián anotó lo de las mantas.

—Vasos también —dijo—. Y herramientas. Quizá las necesitemos. Nunca se puede saber.

Al cabo de media hora estaba preparada una larga lista de utensilios. Todos se sentían excitados.
Jorge
iba recuperándose a ojos vistas de su rabia y desilusión. Si se hubiera encontrado sola en esas circunstancias se hubiera sentido terriblemente deprimida al pensar en su desgracia, pero sus primos eran agradables e inteligentes y junto a ellos desaparecía pronto el abatimiento.

"A veces me parece que hubiera sido mucho más feliz si no me hubiera dedicado a llevar una vida solitaria —pensó
Jorge
, mientras contemplaba la cabeza de Julián, inclinada sobre el bloc de notas—. Es confortante poder compartir con otros todas las cosas, sean buenas o malas. Así las desgracias no parecen tan grandes. Se hacen más llevaderas. Quiero mucho a mis tres primos. Me son muy agradables y me gusta mucho hablar con ellos: son muy animados y siempre están contentos. Me gustaría ser como ellos. Yo tengo mal carácter y me enfado por cualquier cosa: no es extraño que mi padre me regañe tantas veces. Yo quiero mucho a mamá y ahora me doy cuenta de por qué dice que tiene una hija muy difícil. Yo no soy como mis primos. Ellos tienen un carácter abierto y simpático, que agrada a todo el mundo. Estoy muy contenta de que hayan venido a pasar las vacaciones a casa. Su carácter me contagia y me están convirtiendo poco a poco en lo que yo debería ser."

Todos estos pensamientos de
Jorge
la tuvieron abstraída durante un buen rato, durante el cual mantenía una expresión desusadamente seria. Julián la miró y pudo notar que sus azules ojos estaban fijos en él. Se echó a reír.

—¡Un penique por tus pensamientos! —dijo.

—Mis pensamientos no valen ni un penique —dijo
Jorge
, poniéndose encarnada—. Sólo estaba pensando en lo buenos y agradables que sois y en lo que me gustaría ser como vosotros.

—Pues tú eres también una persona muy buena y agradable —dijo Julián, sorprendido—. No es culpa tuya ser hija única. Las chicas como tú, a la fuerza tienen que ser un poco raras si no se esmeran mucho en evitarlo. De todos modos, yo opino que tú eres una persona muy atractiva.

Jorge
se puso más encarnada todavía, pero le había gustado lo que le había dicho Julián.

—Vamos a llevar al perro de paseo un rato —dijo—. Debe de estar preocupado pensando qué nos habrá ocurrido hoy.

Todos fueron a ver a
Timoteo
, que los recibió alborozadamente, ladrando con todas sus fuerzas. Ellos le contaron lo que tenían planeado para el día siguiente, al oír lo cual el can empezó a mover rápidamente la cola y a mirarlos inteligentemente con sus pardos ojos, dando a entender que se había enterado, palabra por palabra, de todo cuanto le habían dicho.

—Se ha puesto muy contento al enterarse de que va a pasar dos días con nosotros en la isla —dijo Ana.

A la mañana siguiente embarcaron en el bote con gran excitación, llevando todas sus cosas cuidadosamente empaquetadas. Julián repasó la lista en voz alta. Al parecer, no habían olvidado nada.

—¿Y el plano? ¿Lo hemos traído? —dijo Dick de repente.

Julián movió la cabeza.

—Esta mañana me he puesto los
shorts
limpios. Pero, como te puedes figurar, no se me ha olvidado meter el plano en el bolsillo. ¡Aquí está!

Lo sacó del bolsillo, pero en aquel momento una ráfaga de viento se lo arrebató de las manos. Fue a parar al mar, lejos del bote y a merced de la brisa. Los cuatro gritaron espantados. ¡Iban a perder su precioso plano!

—¡Hay que alcanzarlo rápido! —gritó
Jorge
, haciendo virar el bote vertiginosamente. Ninguno de los chicos podía remar tan bien como ella.
Timoteo
había observado con atención como el plano desaparecía volando de las manos de Julián y había comprendido muy bien por qué los chicos gritaban. Con una impresionante zambullida se metió en el agua y empezó a nadar valientemente tras el plano.

Como perro, nadaba magníficamente: era un can muy vigoroso. Al cabo de poco ya tenía el plano en la boca y nadaba en dirección al bote. Los chicos pensaron que era un perro de lo más maravilloso.

Jorge
lo ayudó a reembarcar y cogió el plano. ¡Apenas había señal de que le había clavado los dientes! El can había sabido llevarlo con todo cuidado. Estaba húmedo, y los chicos lo examinaron, preocupados por si se habían borrado los dibujos. Pero Julián, al sacar la copia, había hecho los trazos firmes y gruesos, por lo que se conservaba perfectamente. Lo puso en un asiento del bote y encargó a Dick que cuidara de que no dejara de darle el sol.

—Hemos pasado un buen susto —dijo—. Menos mal que ha durado poco.

Jorge
volvió a empuñar los remos y puso de nuevo proa a la isla.
Timoteo
, con sus frenéticas sacudidas, los había mojado a todos. Como premio a su proeza le dieron una gran galleta que el can ingirió alborozadamente.

Jorge
condujo el bote entre los rocosos arrecifes, remando con gran seguridad. Los otros estaban admirados de ver con qué facilidad sorteaba las peligrosas rocas sin que ocurriera el menor contratiempo. Pensaban que era una muchachita maravillosa. Por fin llegaron a la pequeña caleta y los chicos saltaron a la arena. Arrastraron el bote muy adentro para que no se lo llevase el agua al subir la marea y en seguida empezaron a descargar las cosas.

—Llevaremos todo a aquella habitación de piedra —dijo Julián—. Allí estarán las cosas seguras y no se mojarán si llueve. Espero que nadie venga a la isla mientras estemos en ella,
Jorge
.

—No lo creo —dijo
Jorge
—. Papá dice que todavía ha de pasar una semana antes de que se firme el contrato de venta. Hasta entonces no será la isla de aquel hombre. Por lo menos será mía todavía una semana.

—Bien. No creo que necesitemos ponernos a vigilar por si viene algún extraño a la isla —dijo Julián, que había sopesado la idea de dejar a uno de guardia en la caleta para que avisase a los demás en el caso de que alguien desembarcara—. ¡Vamos ya! ¡Tú, Dick, coge las palas!
Jorge
y yo llevaremos la comida y las bebidas. Las otras cosas que las lleve Ana.

La comida y las bebidas estaban dentro de una gran caja. Los chicos no tenían la menor intención de pasar hambre durante su estancia en la isla. Habían traído en abundancia pan, mantequilla, galletas, jamón, fruta en conserva, ciruelas maduras, botellas de cerveza, un recipiente para hacer té, y varias cosas más. Julián llevaba la pesada caja, dando traspiés por entre las rocas. Él y
Jorge
hubieron de dejarla en el suelo más de una vez para descansar.

Al fin pudieron meter todas las provisiones en la pequeña habitación de piedra. Luego regresaron al bote para sacar las mantas. Extendieron éstas en el suelo de la habitación-refugio, muy contentos de pensar que iban a pasar la noche allí.

—Las chicas pueden dormir sobre estas mantas —dijo Julián—. Y nosotros sobre estas otras.

A
Jorge
no pareció gustarle, al pronto, que la consideraran como una chica y la pusieran a dormir con Ana. Pero a Ana le horrorizaba dormir sola. Miró a
Jorge
con aire suplicante, cosa que le hizo reír. No puso objeción, al final, para dormir con ella. Ana encontró que
Jorge
era cada vez más simpática.

—Bueno. Ahora lo que tenemos que hacer es trabajar —dijo Julián, desplegando el plano—. Estudiemos esto detenidamente, a ver si podemos averiguar dónde está la entrada que conduce a los sótanos. Acercaos todos y aplicad en ello toda vuestra inteligencia. No hay más remedio que romperse la crisma. Hay que desenmascarar al anticuario ese que quiere comprar la isla.

Todos se agruparon alrededor del plano —que estaba ya totalmente seco— observándolo con atención y seriedad. El castillo había sido algo perfecto y grandioso.

—Fijaos —dijo Julián poniendo el dedo sobre el dibujo de los sótanos—. Los sótanos son enormes: ocupan toda la planta baja. Aquí, y también aquí, hay señales que parece que representan escaleras.

—Sí —dijo
Jorge
—. Ya lo había notado. Si se trata de escaleras, ello demuestra que hay dos entradas. Estos escalones de aquí parece que tienen que estar en esta habitación, o muy cerca de ella, y los otros deben de arrancar de al lado de la torre de los grajos. ¿Qué crees que será esto, Julián?

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