Me quedaba Maurer por ver; era el creador y el jefe de la
Arbeitseinsatz,
que se llamaba, en el cuadro organizativo de la WVHA, departamento D 11. A decir verdad, habría podido prescindir de las otras visitas, incluso de la que le había hecho a Liebehenschel. Al Standartenführer Gerhard Maurer, un hombre joven aún, sin títulos pero en posesión de una sólida experiencia profesional en contabilidad y gestión, lo sacó Oswald Pohl del anonimato de una oficina de la anterior administración SS y destacó rápidamente por sus capacidades administrativas, su espíritu de iniciativa y su sutil comprensión de las realidades burocráticas. Pohl, cuando volvió a cobijar bajo el ala la IKL, le pidió que organizara el D 11 para centralizar y racionalizar la explotación de la mano de obra de los campos. Lo vi en repetidas ocasiones, más adelante, y mantuve con él una correspondencia regular y siempre con idéntica satisfacción. Para mí, representaba hasta cierto punto un determinado modelo de ideal nacionalsocialista que, aunque tenga que ser un hombre con
Weltanschauung,
también debe ser un hombre que obtenga resultados. Ahora bien, en resultados concretos y mensurables consistía la vida misma de Maurer. Aunque no todas las medidas que había puesto en marcha la
Arbeitseinsatz
eran invención suya, sí había creado de arriba abajo el impresionante sistema de recogida de datos estadísticos que constituía ahora la cuadrícula del conjunto de todos los campos de la WVHA. Me explicó pacientemente el sistema, dándome todo tipo de detalles acerca de los impresos normalizados que todos y cada uno de los campos tenían que rellenar y enviar y me indicó las cantidades más importantes y la forma correcta de interpretarlas: miradas de esa forma, aquellas cifras eran más explícitas que la redacción de un informe; podían compararse entre sí y, por lo tanto, aportaban muchísima información y permitían a Maurer ir viendo con precisión, sin moverse de su despacho, hasta qué punto se cumplían sus órdenes y si tenían éxito o no. Aquellos datos le permitían confirmarme el diagnóstico de Liebehenschel. Me echó un severo discurso acerca del comportamiento reaccionario del cuerpo de Kommandanten, «formados con el método Eicke», competentes en lo relativo a las antiguas funciones represivas y policíacas pero, en conjunto, lerdos e ineptos, incapaces de asimilar técnicas de gestión modernas adaptadas a las nuevas exigencias: «Esos hombres no es que sean malos, pero todo lo que se les pide ahora los tiene desbordados». Maurer, en sí, no tenía más que una meta: sacar la capacidad de trabajo máxima de los KL. No me dio coñac, pero, al despedirnos, me estrechó calurosamente la mano: «Estoy encantado de que el Reichsführer se ocupe más por fin de estos problemas. Tiene usted mi oficina a su disposición, Herr Sturmbannführer; puede contar conmigo para lo que sea».
Volví a Berlín y pedí una cita con mi antiguo conocido Adolf Eichmann. Vino a recibirme en persona al amplio vestíbulo de su departamento, en la Kurfürstenstrasse, calzado con pesadas botas de equitación, a pasitos cortos por las baldosas de mármol enceradas, y me dio calurosamente la enhorabuena por mi ascenso. «También usted ha ascendido -dije, al felicitarlo a mi vez-. En Kiev era todavía Sturmbannführer».. —«Sí -dijo, muy satisfecho-, es cierto, pero usted, mientras tanto, ha conseguido dos galones. Venga, venga». Pese a que era de graduación superior, me pareció curiosamente atento y afable; a lo mejor le impresionaba que viniera en nombre del Reichsführer. Ya en su despacho, se desplomó en la silla, con las piernas cruzadas, dejó descuidadamente la gorra encima de un montón de expedientes, se quitó las gafas de gruesos cristales y empezó a limpiarlos con un pañuelo, al tiempo que alzaba la voz para llamar a su secretaria: «¡Frau Werlmann! Traiga café, por favor». Yo observaba, divertido, aquel comportamiento: desde los tiempos de Kiev, Eichmann había ganado en aplomo. Alzó las gafas a contraluz de la ventana, las inspeccionó meticulosamente, las frotó otra vez y se las volvió a poner. Sacó una caja de debajo de un archivador y me ofreció un cigarrillo holandés. Me apuntó al pecho con el mechero en la mano: «Le han dado muchas condecoraciones. Sigo felicitándolo. Esa es la ventaja de estar en el frente. Aquí, en retaguardia no tenemos oportunidad alguna de que nos condecoren. Mi Amtchef hizo que me concedieran la Cruz de Hierro, pero fue realmente para que tuviera algo. ¿Sabía que me presenté voluntario para los Einsatzgruppen? Pero C. (así era como Heydrich, que gustaba darse un toque inglés, hacía que lo llamasen sus fieles) me ordenó que me quedara. "Me es usted indispensable", me dijo.
"Zu Befehl,
contesté. De todas formas, no tenía elección».. —«Sin embargo, tiene usted una buena posición. Su Referat es uno de los más importantes de la
Staatspolizei».
Tantas jeremiadas estaban empezando a irritarme; quería llegar al asunto de mi visita. «No -contesté-; es que luego me destinaron a Stalingrado». A Eichmann se le ensombreció la cara y se quitó las gafas con un gesto seco:
«Ach so
-dijo, enderezándose-. Estaba usted en Stalingrado. A mi hermano Helmut lo mataron allí».. —«Cuánto lo siento. Lo acompaño en el sentimiento. ¿Era su hermano mayor?» —«No, el menor. Tenía treinta y tres años. Nuestra madre no levanta cabeza. Cayó como un héroe, cumpliendo con su deber para con Alemania. Lamento -añadió ceremoniosamente- no haber tenido yo esa suerte». Aproveché la oportunidad: «Sí, pero Alemania le pide otros sacrificios». Volvió a ponerse las gafas y bebió un sorbo de café. Luego aplastó el cigarrillo en el cenicero: «Tiene razón. Un soldado no elige su puesto. Así que ¿qué puedo hacer por usted? Si he entendido bien la carta del Obersturmbannführer Brandt, le han encargado que pase revista a la
Arbeitseinsatz,
¿verdad? No acabo de caer en la cuenta de qué tiene que ver eso con mi departamento». Saqué unas cuantas hojas de la cartera de cuero de imitación. (Notaba una sensación desagradable cada vez que andaba con esa cartera, pero, por las restricciones, no había podido encontrar otra. Le pedí consejo a Thomas, pero se me rió en las narices: «Yo quería un juego de escritorio de cuero, ¿sabes? Con carpeta y cubilete para plumas. Le escribí a un amigo, a Kiev, un individuo que estaba en el grupo y se quedó en la BdS, para preguntarle si podía encargarlo. Me contestó que desde que habían eliminado a todos los judíos en Ucrania no se podía ya ni ponerle suelas a un par de botas».) Eichmann me observaba con el ceño fruncido. «Los judíos de los que usted se ocupa son en la actualidad uno de los principales viveros de los que la
Arbeitseinsatz
puede sacar efectivos para ir los renovando -expliqué-. Aparte de eso no quedan ya realmente más que trabajadores extranjeros condenados por delitos de poca monta y los deportados políticos de los países que están bajo nuestro control. Todas las demás fuentes posibles, los prisioneros de guerra o los criminales que manda el Ministerio de Justicia, están grosso modo agotadas. Lo que querría sería tener una visión de conjunto de cómo funcionan las operaciones que usted dirige y, sobre todo, de sus perspectivas para el futuro». Mientras me escuchaba, un curioso tic le deformaba la comisura izquierda de la boca; me daba la impresión de que se estaba masticando la lengua. Volvió a recostarse en la silla, con las largas manos surcadas de venas en triángulo y los dedos índices estirados: «Bien, bien, se lo voy a explicar. Como sabe, en todos los países a los que afecta la
Endlósung
hay un representante de mi Referat, que depende o de la BdS, si es un país ocupado, o del consejero de policía de la Embajada, si se trata de un país aliado. Le aclaro sin más tardanza que la URSS no entra en mis dominios; en cuanto a mi representante en el General-Gouvernement tiene un papel realmente de segunda fila».. —«¿Y cómo es eso?». —«En el GG la cuestión judía es competencia del SSPF de Lublin, el Gruppenführer Globocnik, que rinde cuentas directamente al Reichsführer. La
Staatspolizei,
por lo tanto, no queda afectada en conjunto». Apretó los labios: «Dejando a un lado unas cuantas excepciones que todavía están por solucionar, al Reich propiamente dicho podemos considerarlo
judenrein.
En cuanto a los demás países, todo depende del grado de comprensión que tengan las autoridades nacionales en lo relativo a la solución de la cuestión judía. Y por eso cada país se convierte, como quien dice, en un caso particular que puedo explicarle». Noté que, en cuanto empezaba a hablar de su trabajo, la mezcla ya curiosa de acento austriaco y jerga berlinesa que usaba se complicaba con una sintaxis burocrática particularmente embrollada. Hablaba despacio y con claridad, escogiendo las palabras, pero, a veces, me costaba seguir las frases que decía. Incluso él parecía hacerse algo de lío: «Tomemos el caso de Francia, en donde hemos podido empezar a trabajar, por decirlo de alguna manera, el verano pasado, cuando las autoridades francesas, guiadas por nuestro especialista y también por los consejos y deseos del
Auswártiges Amt,
aceptaron cooperar, ejem, por llamarlo de alguna manera, y, sobre todo, cuando la Reichsbahn accedió a proporcionarnos los transportes necesarios. Así fue como pudimos empezar, y, al principio, fue incluso todo un éxito, pues los franceses se mostraban muy comprensivos y, además, gracias a la colaboración de la policía francesa, sin la que no habríamos podido hacer nada, desde luego, pues no contamos con recursos para ello, y la
Militárbefeblshaber
no iba, por descontado, a proporcionárnoslos, así que la ayuda de la policía francesa era un elemento vital, pues era ella la que detenía a los judíos y nos los traspasaba y, además, incluso se lo tomaban muy a pecho porque, de forma oficial, sólo habíamos pedido que nos trajeran a los judíos mayores de dieciséis años -al principio, claro-, pero ellos no querían quedarse con los niños sin sus padres, algo comprensible, así que nos los mandaban a todos, incluso a los huérfanos. En resumen, que no tardamos en darnos cuenta de que, en realidad, sólo nos estaban entregando a sus judíos extranjeros; tuve incluso que anular un transporte desde Burdeos porque no había bastantes judíos de esos, extranjeros, para llenarlo, un auténtico escándalo, porque en lo referido a sus propios judíos, a esos que eran ciudadanos franceses, quiero decir, desde hacía ya mucho, bueno pues de esos, ya ve usted, ni uno. No querían, y no había nada que hacer.
Según el
Auswártiges Amt,
era el propio general Pétain quien ponía impedimentos y, por mucho que se lo explicábamos, no servía de nada. Y entonces, después de noviembre, claro, la situación cambió por completo, porque ya no teníamos que sentirnos forzosamente atados por todos esos acuerdos ni por las leyes francesas, pero incluso entonces, como ya le he dicho, estaba el problema de la policía francesa, que ya no quería colaborar; no es que quiera quejarme de Herr Bousquet, pero él también tenía sus órdenes y no era posible mandar a la policía alemana para que fuera llamando a las puertas, así que, de hecho, en Francia, la cosa se ha estancado. Y, además, muchos judíos se han pasado al sector italiano y la verdad es que eso es un problema serio porque, en cambio, los italianos no tienen ninguna comprensión y nos encontramos con el mismo problema por todas partes; en Grecia y en Croacia, en donde son ellos los responsables, allí protegen a los judíos, y no sólo a los suyos, sino a todos. Y se trata de un auténtico problema y que rebasa por completo mis competencias y, además, creo saber que se discutió en las esferas más altas y Mussolini contestó, por lo visto, que ya se ocuparía él del asunto, pero está claro que no le parece una prioridad ¿verdad? y, en los estratos inferiores, con la gente con la que tratamos, hay claramente obstrucción burocrática y maniobras dilatorias, que de eso sé yo algo; nunca dicen que no, pero son como arenas movedizas y no sucede nada. Y ése es el punto en que estamos con los italianos».. —«¿Y los demás países?», pregunté. Eichmann se levantó, se puso la gorra y me indicó con el ademán que lo siguiera: «Venga a ver». Fui con él a otro despacho. Me fijé por primera vez en que era patizambo, como lo son los jinetes. «¿Monta a caballo, Herr Obersturmbannführer?» Volvió a hacer un mohín: «Cuando era joven. Ahora ya no tengo demasiadas oportunidades». Llamó a una puerta y entró. Unos cuantos oficiales se levantaron y lo saludaron; les devolvió el saludo, cruzó la habitación, llamó a otra puerta y entró. Al fondo estaba un Sturmbannführer, y también una secretaria y un oficial subalterno. Todos se pusieron de pie cuando entramos; el Sturmbannführer, que era un animal hermoso, rubio, musculoso y bien ceñido en un uniforme hecho a medida, levantó el brazo y lanzó un «¡Heil!» marcial. Le devolvimos el saludo antes de acercarnos. Eichmann me presentó y se volvió, luego, hacia mí: «El Sturmbannführer Günther es mi sustituto permanente». Günther me examinó con expresión taciturna y preguntó a Eichmann: «¿Qué puedo hacer por usted, Herr Obersturmbannführer?».. —«Siento mucho molestarlo, Günther. Quería que el Sturmbannführer viera su cuadro». Günther se apartó del escritorio sin decir palabra. Detrás de él, en la pared, estaba colgada una gráfica grande de varios colores. «Mire -me explicó Eichmann-, está organizado por países y se actualiza mensualmente. A la izquierda, tiene los objetivos, y, luego, los totales acumulados de cumplimiento del objetivo. Puede ver sólo con una ojeada que en Holanda estamos cerca de la meta, y que hemos cumplido los objetivos en un cincuenta por ciento en Bélgica, pero que en Hungría, en Rumania o en Bulgaria estamos casi a cero. En Bulgaria conseguimos unos cuantos miles, pero es engañoso: nos dejaron evacuar a los de los territorios que ocuparon en 1941, en Tracia y en Macedonia, pero los de la Vieja Bulgaria son intocables. Lo hemos vuelto a solicitar oficialmente hace unos meses, en marzo creo, y el AA hizo una gestión, pero se han vuelto a negar. Como es una cuestión de soberanía, todos quieren garantías de que el vecino hará otro tanto; es decir que los búlgaros quieren que empiecen los rumanos; y los rumanos, que empiecen los húngaros; y los húngaros, que empiecen los búlgaros; o algo por el estilo. También es verdad que desde lo de Varsovia hemos podido explicarles, por lo menos, lo peligroso que resulta tener tantos judíos en el propio país, es un foco de partisanos, y me parece que el argumento los ha dejado impresionados. Pero todavía nos queda mucho trabajo por delante. En Grecia, empezamos en marzo; tengo allí ahora mismo un Sonderkommando, en Tesalónica, y como puede ver, corremos bastante, ya casi hemos terminado. Luego, nos quedarán Creta y Rodas, ahí no hay problema; pero en lo referido a la zona italiana, a Atenas y a lo demás, ya le he explicado lo que hay. Además, claro, están todos los problemas técnicos anexos, que no son sólo diplomáticos, ya nos daríamos con un canto en los dientes si fuera eso; así que tenemos sobre todo el problema del transporte, es decir, del material rodante y, por lo tanto, de la atribución de los vagones y también, cómo llamarlo, del tiempo en las vías, incluso aunque tengamos los vagones. Son cosas que pasan; por ejemplo, negociamos un acuerdo con un gobierno, ya tenemos a los judíos y de pronto, hala,
Transportsperre,
nos lo bloquean todo porque hay una ofensiva en el Este o algo por el estilo, y ya no se puede mandar nada a Polonia. Así que, en cambio, cuando todo anda tranquilo pisamos el acelerador. En Holanda y en Francia lo centralizamos todo en campos de tránsito y les vamos dando salida poquito a poco cuando hay transportes y también según la capacidad de recepción, que también es limitada. En Tesalónica, en cambio, decidimos hacerlo todo de golpe, uno, dos, tres, cuatro y listo. En realidad, desde febrero tenemos muchísimo trabajo, hay transporte disponible y he recibido orden de meter prisa a las cosas. El Reichsführer quiere que lo acabemos este año y que no haya que volver a mencionar el asunto».— «¿Y se podrá hacer?». —«En donde dependa de nosotros, sí. Quiero decir que el transporte es siempre un problema. El dinero también porque tenemos que pagar a la Reichsbahn, por cada pasajero, ya sabe, y yo no tengo presupuesto para eso, me las tengo que apañar. Ya hacemos que los judíos contribuyan, sí, claro, pero la Reichsbahn sólo acepta reichsmarks o, como mucho, zlotis si los mandamos por el GG, pero en Tesalónica usan dracmas y no se puede cambiar moneda in situ. Así que hay que apañárselas, pero a eso llegamos. Luego, claro, están las cuestiones diplomáticas; si los húngaros dicen que no, yo no puedo hacer nada, no depende de mí y a quien le toca ocuparse de eso con el Reichsführer es al Herr Minister Von Ribbentrop, no a mí».. —«Ya veo». Estuve un rato estudiando el cuadro: «Si he entendido bien, la diferencia entre las cantidades de la columna de abril y las cantidades de la izquierda representa el vivero en potencia, para el que hay que tener en cuenta las complicaciones varias que me ha explicado usted».. —«Exactamente. Pero no se olvide de que se trata de cantidades globales, es decir que, en buena parte, de todas formas, no le interesan a la
Arbeitseinsatz,
porque, mire, son viejos o niños o yo qué sé. Así que de esa cantidad tiene que restar parte».. —«¿Cuántos, según usted?». —«No lo sé; debería hablarlo con la WVHA; la recepción y la selección son cosa suya. Mi responsabilidad termina cuando arranca el tren; de lo demás no puedo decir nada. Pero lo que sí puedo decirle es que lo que opina la RSHA es que la cantidad de judíos que se aparten temporalmente para el trabajo debería ser lo más limitada posible: mire, crear concentraciones grandes de judíos es propiciar que se repita lo de Varsovia; resulta peligroso. Creo poder decirle que eso es lo que opina el Gruppenführer Müller, mi Amtchef, y el Obergruppenführer Kaltenbrunner».. —«Ya veo. ¿Podría darme copia de esas cantidades?. —«Desde luego, desde luego. Mañana se la mando. Pero en lo referido a la URSS y al GG, no las tengo, ya se lo he dicho». Günther, que no había abierto la boca, nos soltó otro «¡Heil Hitler!» atronador mientras nos disponíamos a irnos. Volví con Eichmann a su despacho para que me explicase algunos otros puntos. Al acabar, me acompañó a la salida. En el vestíbulo me hizo una reverencia: «Sturmbannführer, me gustaría invitarlo a casa una noche de esta semana. A veces hacemos música de cámara Mi Hauptscharführer Boíl es el concertino».. —«¡Ah, estupendo! ¿Y usted qué toca?». —«¿Yo?» Estiró la cabeza y el cuello como un pájaro. «El violín también, el segundo violín. Pero, por desgracia, no toco tan bien como Boíl, así que le cedí el sitio. C... quiero decir el Obergruppenführer Heydrich, no el Obergruppenführer Kaltenbrunner, a quien conozco bien, somos paisanos y además fue él quien me metió en las SS y todavía lo recuerda, bueno pues
der Chef
tocaba maravillosamente el violín. Sí, en serio, lo tocaba de forma muy hermosa, tenía muchísimo talento. Era un hombre estupendo y yo lo respetaba mucho. Tenía... muchas atenciones; un hombre con un corazón que sufría. Le echo de menos».. —«Lo conocí muy poco. ¿Y qué interpretan ustedes?». —«Ahora mismo a Brahms sobre todo. Algo de Beethoven».. —«¿Y a Bach no?» Volvió a apretar los labios: «¿Bach? No me gusta demasiado. Me parece muy seco, muy... calculado. Estéril, si lo prefiere; muy hermoso, por supuesto, pero sin alma. Prefiero la música romántica, a veces me trastorna, sí, me arrastra fuera de mí mismo».. —«No estoy muy seguro de compartir esa opinión que tiene de Bach. Pero acepto encantado su invitación». En realidad pensar en ello me aburría profundamente, pero no quería herirlo. «Bien, bien -dijo, estrechándome la mano-. Hablaré con mi mujer y lo llamaré. Y no se preocupe por los documentos. Los tendrá mañana, le doy mi palabra de oficial SS».