Al día siguiente seguía la conferencia, con oradores de menor importancia. Eichmann no se quedó; tenía cosas que hacer: «Tengo que ir a pasar revista a Auschwitz y, luego, volver a Budapest. Andan las cosas movidas por allí». Yo me fui el 5 de abril. En Hungría me enteré de que el Führer acababa de dar el visto bueno para que se utilizaran judíos en el territorio del Reich: en cuanto desapareció la ambigüedad, los hombres de Speer y del
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empezaron a venir a verme a todas horas para preguntarme cuándo podría mandarles los primeros lotes. Les decía que tuvieran paciencia, que la operación todavía no estaba a punto. Eichmann regresó furioso de Auschwitz, echando rayos y centellas contra los Kommandanten: «Unos burros, unos inútiles. No hay nada preparado para recibir los envíos». El 9 de abril... Ay, pero ¿para qué referir así, día a día, todos estos detalles? Me deja exhausto, y además me aburro, y vosotros también, seguramente. ¿Cuántas páginas llevo ya, una detrás de otra, contando estas peripecias que no tienen ningún interés? No, no puedo seguir como hasta ahora: se me cae la pluma de la mano, o el bolígrafo, más bien. Quizá podría volver a ello otro día, pero ¿para qué volver a esta sórdida historia de Hungría? Ya han dejado de sobra constancia de ella en los libros algunos historiadores que tienen una visión de conjunto mucho más coherente que la mía. A fin de cuentas, sólo desempeñé en ella un papel menor. Cierto es que me crucé con algunos de los participantes, pero no tengo gran cosa que añadir a sus propios recuerdos. Las grandes intrigas que vinieron luego y, sobre todo, aquellas negociaciones entre Eichmann, Becher y los judíos, todas las historias de rescate de judíos a cambio de dinero, de camiones, sí, estaba más o menos al tanto, e incluso hablaba de ellas, e incluso conocí a algunos de los judíos implicados, y también a Becher, un hombre inquietante que había ido a Hungría a comprar caballos para las Waffen-SS y se hizo a toda velocidad, por cuenta del Reichsführer, con la mayor fábrica de armamento del país, las Manfred-Weiss Werke, sin avisar a nadie, ni a Veesenmayer, ni a Winkelmann, ni a mí, y a quien el Reichsführer encargó más adelante tareas que o bien duplicaban o bien contradecían las mías y también las de Eichmann, algo que, según acabé por entender, era un sistema típico del Reichsführer, pero que, in situ, sólo valía para sembrar cizaña y confusión; nadie coordinaba nada, Winkelmann no tenía influencia alguna ni sobre Eichmann ni sobre Becher, quienes no le informaban de nada; y debo admitir que yo no me portaba mucho mejor que ellos, que negociaba con los húngaros sin que lo supiera Winkelmann, con el Ministerio de Defensa sobre todo, en donde había establecido contacto con el General Greiffenberg, el agregado militar de Veesenmayer, para ver si el Honvéd no podría también darnos sus batallones judíos de trabajo, incluso con garantías particulares de un régimen especial, a lo que, por supuesto, el Honvéd se negó categóricamente, con lo cual sólo nos quedaban, como obreros potenciales, los civiles reclutados a principios de mes, los que se pudieran quitar de las fábricas, y sus familias, es decir, un potencial humano de escaso valor, y ésa fue una de las causas por las que tuve que acabar por considerar aquella misión un fracaso total, aunque no fue la única causa, ya hablaré de ello, incluso a lo mejor hablo un poco de las negociaciones con los judíos, porque eso también, en última instancia, repercutió más o menos en mis atribuciones o, para ser más exacto, utilicé, no, intenté utilizar esas negociaciones para que fueran adelante mis propios objetivos, con muy poco éxito, lo admito de buen grado, por todo un conjunto de razones, y no sólo la que he mencionado ya, también estaba la actitud de Eichmann, que se volvía cada día más difícil de tratar, y Becher también, y la "WVHA, y la gendarmería húngara, todo el mundo ponía de su parte, ¿sabéis?; en cualquier caso, lo que quería decir más exactamente es que si alguien desea analizar las razones por las que la operación de Hungría dio unos resultados tan magros para la
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que, bien pensado, era mi preocupación primordial, hay que tener en cuenta a toda esa gente, y a todas esas instituciones, que desempeñaban cada cual su papel, pero también se censuraban mutuamente y a mí también me censuraban, de eso no se privaba nadie, podéis creerme; en resumen, aquello era un follón, un auténtico lío, con lo que, en último término, la mayoría de los judíos deportados se murieron, enseguida quiero decir, los gasearon antes de haber podido siquiera ponerlos a trabajar, pues muy pocos de los que llegaban a Auschwitz eran aptos, unas bajas considerables, un setenta por ciento quizá, nadie está demasiado seguro de nada, por culpa de las cuales se creyó después de la guerra, y resulta comprensible, que ése era el mismísimo propósito de la operación, matar a todos esos judíos, a esas mujeres, a esos ancianos, a esos niños mofletudos y rebosantes de salud, y por eso no había forma de entender por qué los alemanes, siendo así que estaban perdiendo la guerra (pero el espectro de la derrota no estaba quizá tan claro por entonces, desde el punto de vista alemán por lo menos), seguían emperrados en las matanzas de judíos, movilizando recursos considerables de hombres y de trenes sobre todo, para exterminar a mujeres y niños, y, como no había forma de entenderlo, se atribuyó a la locura antisemita de los alemanes, a un delirio de asesinato que se hallaba muy lejos del pensamiento de la mayoría de los participantes, pues, de hecho, para mí como para tantos otros funcionarios y especialistas, se trataba de bazas esencialmente cruciales, encontrar mano de obra para nuestras fábricas, unos cientos de miles de trabajadores que nos permitieran quizá darle la vuelta al curso de las cosas, no queríamos judíos muertos, sino bien vivos, válidos, varones de preferencia, ahora bien los húngaros querían quedarse con los varones o, al menos, con buena parte de ellos, así que de entrada ya empezábamos mal, y además estaban las condiciones de transporte, deplorables, y Dios sabe cuánto me peleé con Eichmann al respecto y él siempre me contestaba lo mismo: «No es responsabilidad mía; es la gendarmería húngara la que llena y dota los trenes, no nosotros», y además estaba también la testarudez de Höss en Auschwitz, porque entre tanto, quizá como consecuencia del informe de Eichmann, Höss había vuelto, como
Standortálteste,
en lugar de Liebehenschel, a quien habían arrumbado en Lublin, así que estaba la incapacidad obstinada de Höss para cambiar de sistemas, pero de eso hablaré quizá más adelante y con más detalle; recapitulando, pocos de nosotros deseaban deliberadamente lo que sucedió y, sin embargo, me diréis, sucedió, es cierto, y también es cierto que a todos esos judíos los mandaban a Auschwitz, no sólo a los que podían trabajar, sino a todos, es decir, con conocimiento, sin lugar a dudas, de que a los viejos y a los niños los gasearían, así que volvemos a la pregunta inicial: ¿por qué esa obstinación en dejar a Hungría vacía de judíos, en vista de las condiciones de la guerra y todo lo demás? Y, claro, sólo puedo adelantar hipótesis, porque aquello no era mi objetivo personal, o, más bien, en ese aspecto no puedo concretar mucho, sé por qué querían deportar (por entonces decíamos
evacuar)
a todos los judíos de Hungría y matar en el acto a todos los que no fueran aptos para el trabajo, y era porque nuestras autoridades, el Führer, el Reichsführer, habían decidido matar a todos los judíos de Europa, eso está claro y lo sabíamos, igual que sabíamos que los que fueran a trabajar morirían también antes o después, y el porqué de todo esto es una cuestión de la que ya he hablado mucho y para la que sigo sin respuesta, la gente, por entonces, creía todo tipo de cosas acerca de los judíos, la teoría de los bacilos, como el Reichsführer y Heydrich, esa teoría a la que aludió Eichmann en la conferencia de Krummhübeí, aunque para ellos me parece que debía de ser un punto de vista intelectual; la tesis de las sublevaciones judías, espionaje y quinta columna a favor de los enemigos que se iban acercando, y era una tesis que obsesionaba a buena parte de la RSHA y tenía preocupado incluso a mi amigo Thomas; temor, también, a la omnipotencia judía, en la que algunos creían aún firmemente, lo que, por lo demás, causaba equívocos cómicos, como aquel de primeros de abril, en Budapest, cuando hubo que sacar de sus casas a muchos judíos para que quedaran disponibles sus viviendas y la SP pedía que se crease un gueto y los húngaros se negaban porque temían que los Aliados bombardeasen las zonas de alrededor del gueto y el gueto no lo tocaran (los americanos habían bombardeado ya Budapest mientras yo estaba en Krummhübel); y entonces los húngaros diseminaron a los judíos y los pusieron cerca de los blancos estratégicos militares e industriales, lo que inquietó sobremanera a nuestros responsables, pues, si los americanos bombardeaban, pese a todo, esos blancos, ésa sería la demostración de que el judaismo mundial no era tan poderoso como se creía, y debo añadir, para atenerme a la justicia, que, efectivamente, los americanos bombardearon esos blancos y, de paso, mataron a muchos civiles judíos, pero yo hacía mucho que había dejado de creer en la omnipotencia del judaismo mundial, porque, en caso contrario, ¿por qué se habían negado todos los países a quedarse con los judíos en 1937, y en 1938, y en 1939, cuando todo cuanto queríamos nosotros era que se fueran de Alemania, lo cual, en el fondo, era la única solución razonable? Lo que quiero decir, volviendo a la pregunta que hacía antes, porque me he desviado un poco, es que incluso aunque la meta final fuera indudable, la mayoría de los que intervinieron en esto no trabajaban para cumplir esa meta, no era eso lo que les interesaba y, por lo tanto, no era lo que los movía a trabajar de forma tan enérgica y encarnizada, sino que era toda una gama de motivaciones, e incluso Eichmann, estoy convencido, se comportaba con mucha dureza, pero estoy seguro de que en el fondo le daba igual que matasen a los judíos o que los dejasen de matar, a él todo lo que le importaba era demostrar de qué era capaz, estar en el candelero y también dar salida a las capacidades que había desarrollado; lo demás le importaba un carajo, y tanto la industria como las cámaras de gas, por cierto; lo único que no le importaba un carajo era que nadie se descojonara a su costa, y por eso se ponía tan gruñón en lo de las negociaciones con los judíos, pero ya volveré sobre esto, porque no deja de ser interesante; y lo mismo les pasaba a los demás, todos tenían sus razones, el aparato húngaro, que nos ayudaba, quería que los judíos salieran de Hungría, pero le importaba un carajo lo que pudiera pasarles, y Speer, y Kammler y el
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querían trabajadores y presionaban encarnizadamente a las SS para que se los consiguieran, pero les importaba un carajo lo que pudiera pasarles a los que no podían trabajar, y además había montones de motivaciones prácticas, yo por ejemplo, sólo tenía que ocuparme de la
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pero no era, ni mucho menos, la única baza económica, como supe cuando conocí a un experto de nuestro Ministerio de Alimentación y Agricultura, un joven muy inteligente a quien le apasionaba su trabajo, que me explicó una noche, en un viejo café de Budapest, el aspecto de la cuestión relacionado con los alimentos; y lo que pasaba era que, tras perder Ucrania, Alemania tenía que enfrentarse a una grave carencia de abastecimientos, sobre todo de trigo, y por lo tanto, había mirado hacia Hungría, que era una gran productora, y, según él, por cierto, ésa era la razón principal de nuestra pseudoinvasión, asegurarnos esa fuente de abastecimiento de trigo y, por lo tanto, en 1944 les estábamos pidiendo a los húngaros 450.000 toneladas de trigo, 360.000 toneladas más que en 1942, es decir, un incremento de un ochenta por ciento; ahora bien, de alguna parte tenían que sacar los húngaros ese trigo, porque, bien pensado, tenían que alimentar a su propia población, pero, precisamente, esas 360.000 toneladas equivalían a la ración de alrededor de un millón de personas, algo más que el número total de judíos húngaros; así que los especialistas del Ministerio de Alimentación, en lo que a ellos se refería, consideraban que el hecho de que la RSHA evacuase a los judíos era una medida que permitiría a Hungría dejar libre un excedente de trigo que iría a parar a Alemania y equivaldría a nuestras necesidades; y en cuanto a la suerte que corrieran los judíos evacuados a quienes, en principio, habría que dar de comer en otra parte si no los mataban, eso no tenía nada que ver con aquel joven, y en última instancia simpático, experto, a quien, no obstante, tenían un tanto obnubilado sus cifras, porque había otros departamentos del Ministerio de Alimentación que se ocupaban de eso, de la alimentación de los presos y de los demás trabajadores extranjeros en Alemania, así que eso no era cosa suya y para él la evacuación de los judíos era la solución a su problema aunque, por otro lado, se convirtiera en el problema de cualquier otra persona. Y ese hombre no era el único en pensar así, todo el mundo era como él, yo también era como él; y también vosotros, si hubierais estado en su lugar, habríais sido como él. Pero es posible que en el fondo os importe un bledo todo esto. A lo mejor, en vez de mis reflexiones malsanas y abstrusas preferiríais anécdotas, historias picantes. Yo ya no tengo muy claro por dónde tirar. No me importa contar historias, pero tendrá que ser al azar, según me vaya acordando o lo vaya viendo en las notas que tengo; ya os he dicho que estoy cansado y va a haber que ir pensando en terminar. Y, además, si tuviera que contaros con detalle todo lo que queda del año 1944, más o menos como lo he ido haciendo hasta ahora, no acabaría en la vida. Que conste que también lo hago por vosotros, no sólo por mí, o, al menos un poco por vosotros, porque todo tiene un límite y no voy a negar que si me tomo tanto trabajo no es para daros gusto a vosotros, sino, más que nada, por mi propia higiene mental, como cuando uno ha comido mucho y llega un momento en que hay que evacuar los residuos, y olerán bien o mal, pero no siempre puede uno elegir; y además vosotros tenéis un poder inapelable, el de cerrar el libro y tirarlo al cubo de la basura, que es el último recurso, y ahí yo no puedo hacer nada, así que no sé por qué iba a andarme con contemplaciones. Y admito que si cambio un poco de sistema es sobre todo pensando en mí, os guste o no, otra señal de que soy un egoísta absoluto, seguramente por lo mal que me educaron. A lo mejor podía haberme dedicado a otra cosa, me diréis, y es cierto, a lo mejor podía haberme dedicado a otra cosa, me habría encantado dedicarme a la música si hubiera sabido poner dos notas, una detrás de otra, y reconocer una clave de sol, pero bueno, vale, ya he explicado mis limitaciones en esto de la música; o podría haberme dedicado a la pintura, ¿por qué no?, siempre me pareció una ocupación agradable la pintura, una ocupación tranquila perderse así entre las formas y los colores, pero ¿qué le vamos a hacer?, en otra vida quizá, porque en ésta nunca pude elegir, bueno, algo sí pude, claro, tuve cierto margen de maniobra, pero limitado, por aquello de las fatalidades agobiantes, con lo cual resulta que otra vez hemos vuelto al punto de partida. Pero más vale que sigamos con lo de Hungría.