La última astronave de la Tierra (17 page)

Read La última astronave de la Tierra Online

Authors: John Boyd

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La última astronave de la Tierra
13.01Mb size Format: txt, pdf, ePub

»Yo confesaré la culpabilidad para transformar este juicio en una audiencia de clemencia. Entonces haré mi alegato, y tú puedes sentarte tranquilamente a escuchar.

»Los jurados no declaran en los crímenes contra la humanidad. Presentan sus informes al fiscal y al juez. El fiscal puede rechazar el alegato, o guardar silencio. Si lo rechaza, entonces tú tienes el privilegio de rebatirle viva voce, a través de mí o por escrito. Las refutaciones escritas no suelen usarse por lo general, a no ser en casos que involucran decisiones técnicas, porque su longitud podría influir adversamente en el juez.

»El juez es Malak —seguía diciendo Flaxon— y con frecuencia se duerme. Si puedes mantenerle despierto, la mitad de la batalla está ganada.

Haldane observó que Franz, un hombre de cuello muy flaco, se ponía en pie y se dirigía hacia ellos.

Habló sonriente con Flaxon.

—Consejero, trata de que tu petición de clemencia dure menos de tres minutos. Tengo una reunión importante a la que asistir esta tarde.

—No te preocupes, fiscal —le aseguró Flaxon—. Ya me cuidaré de que no te pierdas la primera carrera.

Mientras los dos abogados discutían como expertos sobre un caballo de la tercera carrera de Bay Meadows, Brandt entró en el palco del jurado. Gurlick estaba ya presente, dormitando en la silla de la esquina, el Padre Kelly junto a él. Sólo faltaba Glandis.

Cuando Franz volvió a su mesa, Haldane dijo, medio enojado:

—Ustedes, los abogados, no parecen tomarse al tribunal muy en serio.

—Y ¿por qué habíamos de hacerlo? —sonrió Flaxon—. No es nuestra ropa sucia la que se lava aquí —entonces, observando la preocupación en el rostro de su cliente, añadió—: No te preocupes. Conocemos la gravedad del caso. Pero hay cierta cantidad de toma y daca en los procedimientos de los tribunales, y ahora vamos a pedir un poquito de esto último.

»¡Ah, aquí hay una pega! —la preocupación estalló en la voz de Flaxon cuando Glandis salió por una puerta tras la mesa del tribunal, haciendo un gesto de asentimiento a sus compañeros del jurado.

—¿Qué ocurre?

—El psicólogo ha estado en la cámara del juez. Espero que entrara a despertarle.

—¿Es eso malo?

—No necesariamente, pero sí extraordinario. Tal vez haya entrado a buscar una aclaración sobre un punto legal.

—Eso es comprensible —dijo Haldane—. Es la primera vez que actúa como jurado.

—¿Eso te dijo?

—Sí.

—Pues mintió —declaró Flaxon secamente—. Se le ha nombrado especialmente jurado porque es un especialista en mentalidad criminal.

Sintiendo un temor helado, Haldane se volvió a su abogado.

—Es cuestión de honor que los miembros del departamento jamás mientan.

—Toda verdad es relativa. Una mentira dicha en favor de la causa del Estado es una verdad a los ojos del Estado.

—¿Eso enseñan en la escuela de leyes?

—No con esas palabras, pero nosotros aprendemos deprisa. Tú y yo utilizamos un truco similar con el jurado.

Cierto, pensó Haldane, pero había habido integridad en la imagen creada por el abogado y por él. Habían destacado ciertas áreas de verdad, y menguado el énfasis de otras pero, en ningún momento, habían pervertido los hechos. Glandis había mentido lisa y llanamente, y Gurlick lo había hecho de un modo sutil.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por la entrada del alguacil, que nevaba en el hombro la insignia de oficial de los tribunales. Entró desde la cámara del juez, cogió el mazo y dio tres veces sobre la mesa.

Todo el mundo se puso en pie.

—Atención, atención, atención, toda la sala en orden. Estamos reunidos en el tribunal del distrito quinto, prefectura de California, Unión de Norteamérica, Estado Mundial, para oír los alegatos en el caso de Haldane IV, M-5, 138270, 3/10/46, contra el pueblo del planeta Tierra. Está acusado de haber cometido mezcla de razas con todo propósito y sin permiso. Preside el Juez Malak III. El tribunal abre la sesión. Sigan en pie.

Malak surgió de su cámara con el ropaje negro y el cabello blanco, y sus ojos, que barrieron la sala, eran vivaces y dominantes. Por un momento se fijaron en Haldane con curiosidad. Éste comprendió que el hombre no se dormiría en la mesa.

Cuando el juez se sentó, se sentaron los espectadores.

Malak indicó al fiscal que presentara las pruebas.

Franz parecía aburrido mientras leía la declaración de Malcolm, que probaba que dicho estudiante creía que una relación ilícita tenía lugar en el apartamento de sus padres, daba la dirección, lo presentaba como prueba A, y admitía que lo sabía de oídas pero que, a la luz de los descubrimientos subsiguientes, se demostraría que era cierto.

El informe médico de Helix se presentó como prueba B.

Haldane escuchó con indiferencia hasta que se presentó la prueba C, la cinta que repetía su voz y la de Helix, recogidas y transmitidas por el micrófono.

Tal vez fuera un acto deliberado por parte de Franz, o quizás un fallo mecánico, pero la emisión era tan lenta que daba a su voz y a la de Helix cierta deliberación, reemplazando la tensión nerviosa con una nota de cálculo. Su propia voz sopesaba las proposiciones de desbaratar las contingencias previstas.

La cólera que inundaba su mente se alivió al oír el susurro de Flaxon:

—Engañaste a Glandis, muchacho. Ni siquiera ha presentado el micrófono roto como prueba.

Luego oyó que el juez decía:

—Se admiten las pruebas. ¿Qué declara el acusado?

Flaxon se puso en pie.

—Culpable de lo que se le acusa, su señoría.

—¿Quiere la defensa presentar una solicitud de clemencia?

—Así lo desea, señoría.

—Proceda.

Como defensor, Flaxon se dirigió a la arena mirando al juez y también al jurado.

—Su señoría, señores del jurado…

Al principio sus palabras fueron vacilantes, cortadas, como si estuviera inseguro de sí mismo. Refirió el primer encuentro en Punto Sur, un accidente que resultó coincidente con la introducción de Helix en la casa Haldane por su padre, famoso miembro del departamento. Su voz se alzó, aumentó en ritmo, Flaxon se convirtió en un coro griego de un solo hombre que y tejía los hilos de las vidas de Haldane y Helix con la inexorabilidad del destino.

Mientras continuaba hablando su voz ganaba en impostación e intensidad, y el énfasis iba pasando sutilmente a un muchacho Ingenuo e inocente que era poco a poco arrastrado a un torbellino por los remolinos de la mortalidad hasta que, al sentir que se hundía, trataba de salir a flote y cometía el hecho.

—¿Premeditado? —la voz de Flaxon sonó como el trueno de la indignación y luego bajó al susurro de la lluvia serena—. No más premeditado, honorables señores, que la caída de un rayo de sol al amanecer sobre los pétalos de una rosa cubierta de rocío.

Parte del discurso es bastante recargado, pensó Haldane, pero Flaxon trataba de hacerse con el público y lo hacía bien. El sonido, intermitente al principio, de los estenógrafos fue alcanzando volumen hasta unirse en un murmullo bajo.

Flaxon oyó el sonido y éste le impulsó a mayores alturas de retórica ensayada, arrastrando a su público con él. Estaba haciendo más por crear una impresión favorable a Haldane que todos los Henrick del mundo.

Haldane, mentalmente aislado de ello, admiraba al abogado, aunque hubiera preferido una argumentación más profunda y menos artística. Pero ya no quedaban gentes como Clarence Darrow en este planeta, y por tanto aplaudió al Flaxon de la primera generación. Ocurriera lo que ocurriese con la dinastía Flaxon, su fundador se estaba conduciendo perfectamente.

Sólo una persona en la sala se mostró indiferente ante el discurso… Franz. Leía un documento allá en su mesa, y únicamente cuando los aplausos repentinos, reducidos bruscamente al silencio por el juez, marcaron el final del discurso de Flaxon, alzó él la vista.

Haldane sabía que los aplausos estaban prohibidos, pero, si la reacción de los espectadores reflejaba los sentimientos del juez, creía tener asegurada una clemencia de primer grado.

—¿Qué dice la acusación?

Franz se puso en pie.

—Señoría, basándome en las pruebas del informe de los jurados, sugiero que sea rechazada la acusación de mezcla de razas pronunciada contra Haldane IV por el pueblo.

La alegría de Haldane al volverse a Flaxon se borró ante la consternación reflejada en el rostro de su consejero que miraba al fiscal.

—¿Acaso no es eso bueno?

—¿Qué dice la defensa? —preguntó Malak.

En ese momento la defensa estaba ocupada.

—Puede ser bueno, claro. Pero es algo muy extraordinario, especialmente viniendo de Franz.

»Es un tipo raro. Tal vez haya algo en el informe médico…

—Pero él habló del informe de los jurados —indicó Haldane.

—Cierto. Sin embargo, Glandis entrevistó a la chica. Tal vez añadiera un apéndice al informe médico relativo a la libido compulsivo de la muchacha, lo cual estaría calificado a hacer como psicólogo, y ese apéndice puede que figure en el informe de los jurados.

—¡Atienda la defensa! —Malak perdía su equilibrio judicial.

La mente de Haldane quedó confusa por lo que suponían las palabras de Flaxon, y su intranquilidad aumentó al recordar la observación de Glandis de que Helix era un miembro notable de los Cazadores de Berkeley. ¿Habría estado teorizando el joven miembro del departamento, o habría hablado por experiencia?

Flaxon ya estaba en pie.

—Su señoría, ¿puedo solicitar indulgencia del tribunal durante cinco minutos, mientras el consejo aclara un punto legal con el acusado?

—¿Qué dice la acusación? —preguntó Malak.

Flaxon se volvió para que el juez no viera lo que hacía y alzó un dedo de una mano y cuatro de la otra. Haldane descifró rápidamente el mensaje al fiscal: si daba permiso, Franz vería la primera carrera. Si no, Flaxon alargaría la audiencia hasta la cuarta.

Franz entonó rápidamente:

—Se concede el permiso.

Flaxon se sentó de nuevo y empezó a hacer diagramas a toda prisa en el cuaderno.

—Ésta es la situación, según la ley. Si Franz sabe que la muchacha es una ninfómana y yo no me opongo, estás completamente libre. El Estado abandonará las acusaciones contra ti para volverse contra la chica.

—¡Ella no es una ninfómana!

—Pero si yo no protesto y la muchacha es una confidente de la policía, estás completamente perdido, ya que él puede pronunciar contra ti una acusación de desviacionismo…

—¡Ella no es una confidente de la policía!

—Y ya que no me he opuesto a las pruebas inadmisibles del informe del jurado, tampoco será admisible en la segunda fase, y no tendríamos la oportunidad de una sola chispa de Infierno para demostrar que hubo trampa. La policía jamás admitiría voluntariamente la conspiración.

—¡Helix no es una confidente, ni una ninfómana!

—¡De acuerdo! Eso es lo mejor de la maniobra de Franz. Sabe que nosotros sabemos que no es nada de eso… La policía nunca la dejaría salir de la comisaría.

»Pero si me opongo, y ella es una ninfómana, ¡estás acabado! Supondría el máximo castigo para ti, el exilio a Plutón, porque el castigo de Helix determina el tuyo, y ella será embarcada a Plutón en el siguiente cohete de transporte. Tú serías inocente, pero habrías de ir porque ya hemos dicho que eres culpable.

—¿Yo sería inocente? —Haldane estaba desconcertado.

—La Regla de MacNaughton: cualquier hombre capaz de distinguir el bien del mal, es decir cualquier hombre normal, no tiene más salida que la relación sexual con una vividora, que es como llaman los abogados a una ninfómana.

—Pero ¿por qué Plutón? ¿Por qué no envía el Estado a las prostitutas?

—Las prostitutas se vuelven locas en las colonias penales. Sus clientes son seres ruines, bestiales, malolientes, degenerados, lo cual es carne fresca para las ninfómanas.

—¡Ése no sería lugar para una muchacha de dieciocho años, de carácter amable!

—De acuerdo —dijo Flaxon—, a menos que haya desarrollado una afición por los seres ruines, bestiales, malolientes y depravados; pero la chica no es mi cliente.

—¿Conseguiría yo el privilegio de visitarla si fuera enviado a Plutón?

—Durante cinco minutos a la semana, pero tendrías que esperar en una cola muy larga… Ahora bien, si yo no protesto y él nos sale con una acusación de desviacionismo en tu contra, nuestra defensa se basaría en un punto de la ley que dice que la perversión no es necesariamente desviación. Admito que los dos conspirasteis para pervertir el código genético con fines personales, pero no cometisteis un acto para interferir en la política del Estado. Los dos jamás salisteis de aquel departamento por razones obvias, así que no podía darse un claro obstruccionismo.

Haldane estaba pensando. Helix leía mucho. Cualquier chica que leyera a Freud leería libros de leyes como distracción. Podía estar lo bastante familiarizada con la ley para fingirse una ninfómana y librarle del peligro porque le amaba. Él no aceptaría su sacrificio.

—Entonces, vamos a objetar.

—No es fácil… Te tienen a ti, si ha habido trampa. Ni siquiera te E.O.E., y tu condena será Infierno con toda seguridad… Como dicen en la escuela de leyes, el E.O.L. (esterilizado por orden de la ley) precede al E.O.E. Odio perder la oportunidad de una ninfómana, aunque eso signifique librar a una confidente de la horca.

»Pero todas las pruebas indican que sí es una confidente, y si yo no me opongo jamás tendré la oportunidad de examinar los hechos para decidir si hubo trampa —Flaxon estaba genuinamente perplejo—. Podría ser una ninfómana; ese embarazo suyo tuvo lugar con demasiada facilidad. Característico del ansia amorosa, de la avidez, del hambre de saciedad. Sin embargo, cuando leí tu manuscrito, tuve la impresión de que estabas siendo conquistado por una experta, lo que sugeriría una trampa. Además, ella te mintió, aunque eso no indique ninfomanía ni relación con la policía.

—¿Insinúas que es una mentirosa?

—No. Tan sólo defino su posición legal. Mil verdades pronunciadas no hacen sincero a un hombre, pero una mentira entre esas verdades le marca a partir de entonces y para siempre como un condenado mentiroso. Tú eres mi cliente y creo que, te falte lo que te falte, al menos tienes la honradez del torpe. Así que no puedo definirte como mentiroso.

—No sigo tu razonamiento legal.

Other books

Just One Kiss by Amelia Whitmore
Underground Rivers by Mike French
Due or Die by Jenn McKinlay
Over The Sea by Sherwood Smith
Unbeloved by Madeline Sheehan