Read La sombra de la sirena Online

Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

La sombra de la sirena (44 page)

BOOK: La sombra de la sirena
3.06Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

»Digo yo que se podrá calcular, ¿no? Tenía algo más de tres años cuando llegó. ¿Y cuántos tenía cuando se fue, Ragnar? Dieciocho, ¿no? —sonrió como disculpándose—. Iba a buscar la felicidad en otro lugar. Y desde entonces no hemos sabido nada de él. ¿Verdad, Ragnar?

—Sí, así fue —contestó Ragnar Lissander en voz baja—. Simplemente… se marchó.

Patrik sentía compasión por aquel pobre hombre. ¿Habría sido siempre así? Sometido y menospreciado. ¿O fueron los años compartidos con Iréne lo que le minó las fuerzas?

—¿Y no tienen idea de adónde fue?

—Ni idea, ni la más remota idea. —Iréne volvía a repiquetear con el pie.

—¿A qué vienen todas estas preguntas? —quiso saber Ragnar—. ¿De qué modo está Christian implicado en esa investigación de asesinato?

Patrik vaciló un instante.

—Por desgracia, debo comunicarles que lo han encontrado muerto esta mañana.

Ragnar no pudo disimular la pena. Después de todo, alguien se había preocupado por Christian, él no lo había considerado un simple inquilino.

—¿Cómo ha muerto? —preguntó con un temblor en la voz.

—Lo encontraron ahorcado. Es cuanto sabemos por ahora.

—¿Tenía familia?

—Sí, dos hijos preciosos y su mujer, Sanna. Llevaba unos años viviendo en Fjällbacka y era bibliotecario. La semana pasada se publicó su primera novela,
La sombra de la sirena
. Ha tenido unas críticas excelentes.

—Así que era él… —dijo Ragnar—. Lo leí en el periódico y me resultó familiar el nombre, pero el Christian de la fotografía no se parecía en absoluto al que vivió con nosotros.

—Vaya, eso sí que resulta sorprendente; que aquel desastre llegara a ser algo en la vida —comentó Iréne con la expresión dura como una piedra.

Patrik tuvo que morderse la lengua para no replicarle. Debía portarse como un profesional y concentrarse en su objetivo. Notó que volvía a sudar en abundancia y se tiró un poco del jersey, como si le faltara el aire.

—Los primeros años de la vida de Christian fueron terribles. ¿Notaron algo en su comportamiento?

—Ya, pero era tan pequeño… Esas cosas se olvidan pronto —dijo Iréne quitándole importancia con un gesto de la mano.

—A veces tenía pesadillas —intervino Ragnar.

—Como todos los niños, ¿verdad? No, no notamos nada. Desde luego, era un niño de lo más extraño, pero con esos principios, claro…

—¿Qué saben de su madre biológica?

—Una fulana, clase baja. Estaba mal de la cabeza. —Iréne se golpeó la sien con el dedo índice y suspiró—. Pero, la verdad, no entiendo qué esperan que podamos aportar nosotros. Si han terminado, me gustaría volver a la cama. No me encuentro del todo bien.

—Solo un par de preguntas más —dijo Patrik—. ¿Hay algún otro dato de su infancia que puedan mencionar? Estamos buscando a una persona, seguramente una mujer, que ha estado enviando cartas de amenaza a Christian, entre otros.

—Pues desde luego, no puede decirse que las chicas anduviesen tras él —replicó Iréne concluyente.

—No me refería solo a enamoramientos y esas cosas. ¿Había alguna otra mujer en su entorno?

—Pero si solo nos tenía a nosotros. No se me ocurre quién pudiera ser.

Patrik estaba a punto de dar la conversación por terminada, cuando Paula intervino con otra pregunta.

—Un último detalle. En Fjällbacka hemos hallado también el cadáver de otro hombre, Magnus Kjellner, un amigo de Christian. Y parece ser que otros dos de sus amigos, Erik Lind y Kenneth Bengtsson, han recibido las mismas amenazas. ¿Les resultan familiares esos nombres?

—Como ya he dicho, no supimos una palabra de él desde que se mudó —dijo Iréne levantándose bruscamente—. Y ahora, tendrán que disculparme, pero tengo que irme a descansar. —Dicho esto, se retiró. Sus pasos resonaron en la escalera.

—¿Tienen alguna idea de quién puede ser? —preguntó Ragnar mirando hacia la puerta que su mujer había dejado entreabierta.

—No, por ahora no lo sabemos —respondió Patrik—. Pero yo creo que Christian es el protagonista de todo lo que ha ocurrido. Y no pienso rendirme hasta haber averiguado cómo y por qué. Hace unas horas le di a su mujer la noticia de su muerte.

—Comprendo —dijo Ragnar. Luego abrió la boca como si tuviera intención de añadir algo, pero guardó silencio. Se levantó y miró a Patrik y a Paula—. Los acompaño a la puerta.

Ya en la entrada, Patrik se detuvo con la sensación de que no debería marcharse aún. De que debería quedarse un rato más e instar a aquel hombre a decir lo que había callado hacía un instante. Pero lo único que hizo fue darle a Ragnar una tarjeta de visita antes de salir.

A
l cabo de una semana se terminó la comida. Dos días antes se había acabado el pan y luego tuvo que comer cereales del paquete grande. Sin leche. Tanto la leche como el zumo se habían terminado, pero había agua en el grifo y, si ponía una silla delante del fregadero, podía beber directamente
.

Sin embargo, ya no quedaba nada que comer. No es que hubiera mucho en el frigorífico, y en la despensa solo había unas latas que no podía abrir. Incluso había pensado salir a comprar comida él solo. Sabía dónde guardaba su madre el dinero, en el bolso que siempre tenía en la entrada. Pero no conseguía abrir la puerta. Imposible hacer girar la llave, por más que lo intentaba. De haberlo conseguido, su madre se habría sentido más orgullosa aún de él: no solo era capaz de hacerse los bocadillos, sino que además sabía ir a comprar solo mientras ella dormía
.

Los últimos días, había empezado a pensar si no estaría enferma. Pero cuando uno estaba enfermo, le daba fiebre y se ponía muy caliente. Su madre, en cambio, estaba totalmente fría. Y olía raro. Él tenía que taparse la nariz por las noches cuando se acostaba a su lado. Además, tenía algo pringoso. No sabía qué era, pero si se había manchado, sería porque se había levantado mientras él dormía. Quizá se despertase otra vez
.

Él se pasaba los días enteros jugando. Sentado en su habitación, con el suelo lleno de juguetes. Además, sabía cómo se ponía la tele. Había que pulsar el botón grande. A veces daban dibujos. Le gustaba verlos, después de haber pasado todo el día solo
.

Pero su madre se enfadaría cuando viera lo desordenado que estaba todo. Tenía que arreglar aquello, pero tenía tanta hambre, tantísima hambre
.

Había mirado de reojo el teléfono en varias ocasiones. E incluso había cogido el auricular y había oído el pi-pi-pi. Pero ¿a quién iba a llamar? No sabía el número de nadie. Y allí nadie llamaba nunca
.

Además, mamá no tardaría en despertarse. Se levantaría y se bañaría y eliminaría aquel hedor extraño que lo mareaba. Y volvería a oler a mamá
.

Con el estómago dando alaridos de hambre, subió a la cama y se acurrucó a su lado. El olor le picaba en la nariz, pero él siempre dormía al lado de su madre porque, si no, no conseguía conciliar el sueño
.

Se tapó y tapó también a su madre con la manta. Al otro lado de la ventana caía la noche
.

G
östa se levantó al oír que llegaban Patrik y Paula. En la comisaría reinaba el abatimiento. Todos se sentían impotentes. Necesitaban algo concreto a lo que aferrarse para seguir avanzando.

—Reunión en la cocina dentro de tres minutos —anunció Patrik antes de entrar en su despacho.

Gösta entró y se acomodó en su lugar favorito, junto a la ventana. Cinco minutos después, empezaron a llegar los demás. Patrik llegó el último. Se colocó de espaldas a la encimera y se cruzó de brazos.

—Como todos sabéis, han encontrado muerto a Christian esta mañana. En el punto en que nos encontramos, no podemos decir si estamos ante un asesinato o si se trata de un suicidio. Tendremos que esperar los resultados de la autopsia. He hablado con Torbjörn y, por desgracia, él tampoco tenía mucho que aportar. Sin embargo, creía poder afirmar que no se había producido ningún enfrentamiento.

Martin levantó la mano.

—¿Y huellas de pisadas? ¿Algo que indique que Christian no estaba solo cuando murió? Si había nieve en los peldaños, quizá podamos sacarlas.

—Sí, ya se lo pregunté —dijo Patrik—. Pero, por una parte, resultaría difícil decir cuándo se produjeron las pisadas; por otra, el viento había barrido la nieve de los peldaños. Pero han conseguido unas cuantas huellas dactilares, sobre todo, de la barandilla y, naturalmente, las analizarán. Tendremos que esperar unos días para tener esos resultados. —Se dio media vuelta, se sirvió un vaso de agua y bebió varios tragos—. ¿Alguna novedad durante la ronda por el vecindario?

—No —respondió Martin—. Hemos llamado prácticamente a todas las puertas de la parte baja del pueblo, pero parece que nadie ha visto nada.

—Tenemos que ir a casa de Christian, inspeccionarla a fondo y ver si encontramos algo que indique que se vio allí con el asesino.

—¿El asesino? —preguntó Gösta—. O sea que tú crees que es asesinato y no suicidio.

—Ahora mismo no sé qué creer —contestó Patrik pasándose la mano por la frente con gesto cansado—. Pero propongo que partamos de la base de que también a Christian lo asesinaron. Al menos, hasta que tengamos algo más. —Se volvió hacia Mellberg—: ¿Tú qué opinas, Bertil?

Siempre facilitaba las cosas fingir que interesaba la participación del jefe.

—Desde luego, es lo más sensato —respondió Mellberg.

—Otra cosa, tendremos que habérnoslas con la prensa. En cuanto se enteren de esto, se centrarán en ello. Y creo que lo más recomendable es que nadie hable directamente con la prensa, sino que debéis remitírmela.

—En ese punto, me temo que debo protestar —intervino Mellberg—. Como jefe de esta comisaría, debo hacerme cargo de una faceta tan importante como las relaciones con la prensa.

Patrik sopesó las alternativas. Dejar que Mellberg hablase sin ton ni son con la prensa era una pesadilla. Pero intentar convencerlo exigiría demasiada energía.

—Bien, entonces, tú te encargarás de los contactos con la prensa pero, si me permites un consejo, yo creo que habría que decir el mínimo indispensable, dadas las circunstancias.

—Claro, no te preocupes. Dada mi experiencia, soy capaz de manejarlos con el dedo meñique —dijo Mellberg repantigándose en la silla.

—Paula y yo hemos estado en Trollhättan, como seguramente sabréis.

—¿Habéis averiguado algo? —preguntó Annika con expectación.

—Todavía no lo sé, pero creo que vamos por buen camino, de modo que seguiremos indagando. —Tomó otro trago de agua. Había llegado el momento de contarles a los compañeros aquello que tanto le había costado digerir a él.

—Pero ¿qué habéis sacado en claro? —insistió Martin tamborileando con un bolígrafo en la mesa. Una mirada de Gösta y Martin paró enseguida.

—Según las investigaciones de Annika, Christian se quedó huérfano de pequeño. Vivía solo con su madre, Anita Thydell, y era hijo de padre desconocido. De acuerdo con los datos de los servicios sociales, vivían muy aislados, y había épocas en que a Anita le costaba mucho hacerse cargo del niño, a causa de una enfermedad psíquica combinada con consumo de alcohol y fármacos. Estaban pendientes de la familia, tras varias denuncias de los vecinos. Pero, al parecer, se las arreglaron siempre para ir a su casa cuando Anita tenía la situación bajo control. Al menos, esa fue la explicación que nos dieron sobre la inhibición de las autoridades. Y que eran otros tiempos —añadió sin poder evitar un tono irónico—. Un día, cuando Christian tenía tres años, uno de los inquilinos del edificio avisó al propietario de que salía un olor apestoso del apartamento de Anita. El propietario entró con la llave maestra y encontró a Christian solo, con la madre muerta. Probablemente llevaba muerta una semana, y Christian sobrevivió comiendo lo que había en casa y bebiendo agua del grifo. Pero al parecer, la comida se acabó al cabo de unos días, porque cuando llegaron la Policía y el personal sanitario, estaba muerto de hambre y exhausto. Lo encontraron tumbado, encogido junto al cuerpo de su madre, medio inconsciente.

—Por Dios bendito —dijo Annika con los ojos llenos de lágrimas. También Gösta parpadeaba intentando contener el llanto, y a Martin se le había demudado la cara y tragaba saliva para aplacar las náuseas.

—Pues sí. Y, por desgracia, los problemas de Christian no acabaron ahí. No tardaron en enviarlo a una casa de acogida, con un matrimonio llamado Lissander. Paula y yo hemos estado hablando con ellos hoy.

—Christian no pudo tenerlo fácil con ellos —continuó Paula serenamente—. Si he de ser sincera, tuve la impresión de que la señora Lissander no estaba del todo bien.

A Gösta se le encendió una bombilla. Lissander. ¿Dónde había oído antes ese nombre? Lo asociaba con Ernst Lundgren, el viejo colega al que despidieron de la comisaría. Gösta se esforzaba por recordar y se planteó si decir que el nombre le resultaba familiar, pero al final decidió esperar hasta que le viniera a la cabeza.

Patrik continuó.

—Aseguran que no han tenido ningún contacto con Christian desde que cumplió los dieciocho años. Entonces rompió toda relación con ellos y desapareció.

—¿Creéis que han dicho la verdad? —preguntó Annika.

Patrik miró a Paula, que asintió.

—Sí —dijo—. A menos que se les dé bien mentir.

—¿Y no conocían a ninguna mujer que hubiese representado algún papel en la vida de Christian? —dijo Gösta.

—No, o eso dijeron. Aunque ahí no estoy tan seguro de que dijeran la verdad.

—¿No tenía hermanos?

—Pues no dijeron nada de eso, pero podrías investigarlo, Annika. Debería ser fácil averiguarlo. Te daré los nombres completos y los demás datos, podrías comprobarlo lo antes posible, ¿no?

—Puedo ir a mirarlo ahora mismo, si quieres —aseguró Annika—. No tardaré.

—De acuerdo, pues adelante. Toda la información que necesitas está en un post-it amarillo que hay pegado en la carpeta, encima de mi mesa.

—Pues ahora vuelvo —dijo Annika al tiempo que se levantaba.

—¿No deberíamos mantener otra conversación con Kenneth? Ahora que Christian está muerto, quizá se decida a hablar —intervino Martin.

—Buena idea. En fin, veamos, esto es lo que tenemos que hacer: hablar con Kenneth e inspeccionar a fondo la casa de Christian. Tenemos que indagar hasta el último detalle sobre la vida de Christian antes de que llegara a Fjällbacka. Gösta y Martin, ¿os ocupáis vosotros de Kenneth? —Los dos policías asintieron y Patrik se volvió hacia Paula—. Entonces tú y yo nos vamos a casa de Christian. Si encontramos algo de interés, llamamos a los técnicos.

BOOK: La sombra de la sirena
3.06Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Shrinking Ralph Perfect by Chris d'Lacey
Hawk: by Dahlia West
Beyond the Shadows by Cassidy Hunter
The Silver Devil by Teresa Denys
Heart of Steele by Randi Alexander
Confessions by Carol Lynne