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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

La sombra de la sirena (48 page)

BOOK: La sombra de la sirena
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—Pero eso no responderá a la pregunta de quién es la mujer a la que buscamos. Me inclino a creer que es alguien de la época que Christian pasó en Gotemburgo, después de que se mudara de casa y hasta que volvió a Fjällbacka con Sanna. —Martin pensaba en voz alta.

—Me pregunto por qué volvió aquí —intervino Annika.

—Tenemos que indagar más a fondo el período que Christian pasó en Gotemburgo —asintió Patrik—. Por ahora, solo conocemos a tres mujeres que hayan tenido relación con él: su madre biológica, Iréne y Alice.

—¿Y no podría ser Iréne? Ella debería tener motivos para vengarse de Christian, teniendo en cuenta lo que le hizo a Alice —intervino Martin.

Patrik guardó silencio un instante, pero luego meneó la cabeza despacio.

—Sí, yo también había pensado en ella y todavía no podemos descartarla, pero no lo creo. Según Ragnar, ella nunca supo lo que había ocurrido. Y aunque lo supiera, ¿qué motivo tendría para atacar también a Magnus y a los demás?

Recordó el encuentro con aquella mujer tan desagradable en la casa de Trollhättan. Y el desprecio que destilaban sus comentarios sobre Christian y su madre. Y, de repente, se le ocurrió una idea. Eso era, sí, eso era lo que había estado rondándole por la cabeza desde la segunda vez que hablaron con Ragnar, eso era lo que no encajaba. Patrik cogió el móvil y se apresuró a marcar el número. Todos lo miraban perplejos, pero él levantó el dedo para indicarles que debían guardar silencio.

—Hola, soy Patrik Hedström, quería hablar con Sanna. De acuerdo, lo comprendo, pero ¿podrías ir a preguntarle una cosa? Es importante. Pregúntale si el vestido azul que encontró en el desván le habría estado bien a ella.

»Sí, ya sé que suena extraño, pero sería de gran ayuda si le preguntaras. Gracias.

Patrik aguardó y, al cabo de unos minutos, la hermana de Sanna volvió al auricular.

—Ajá… Bien, muchas gracias. Y saludos a Sanna. —Patrik colgó pensativo.

»El vestido azul es de la talla de Sanna.

—¿Y qué? —preguntó Martin, expresando lo que pensaban todos.

—Es un tanto extraño, teniendo en cuenta que su madre pesaba ciento cincuenta kilos. Ese vestido debía de pertenecer a otra persona. Christian le mintió a Sanna cuando le dijo que era de su madre.

—¿Podría ser de Alice? —preguntó Paula.

—Sí, podría ser, pero no lo creo. En la vida de Christian ha existido otra mujer.

E
rica miraba el reloj. Al parecer, a Patrik se le había presentado un día complicado. No sabía nada de él desde que salió aquella mañana, pero no quería molestarlo llamando por teléfono. La muerte de Christian habría provocado un caos en la comisaría, seguramente. Bueno, ya llegaría.

Esperaba que no siguiera enfadado con ella. Nunca lo había estado de verdad hasta ahora, y lo último que quería era decepcionarlo o entristecerlo.

Erica se pasó la mano por la barriga. Parecía crecer sin control y a veces era tal la angustia que sentía ante todo lo que se le venía encima que se le cortaba la respiración. Al mismo tiempo, se moría de ganas. Eran tantos sentimientos encontrados. Alegría y preocupación, pánico y expectación, un lío fenomenal.

Y lo mismo debía de sentir Anna. Tenía remordimientos por no haber estado pendiente de cómo se encontraba su hermana. Estaba tan ocupada consigo misma… Después de todo lo que había ocurrido con Lucas, el que fue marido de Anna y padre de sus dos hijos, el embarazo de otro hombre debía de removerle un sinfín de sentimientos. Erica se avergonzaba de lo egoísta que había sido hablando solo de sí misma y de sus cosas, de sus miedos. Llamaría a Anna al día siguiente para proponerle que se tomaran un café o que salieran a dar un paseo. Así tendrían tiempo de hablar tranquilamente.

Maja se acercó y se le subió a las piernas. Parecía cansada, a pesar de que no eran más que las seis y hasta las ocho no era hora de acostarse.

—¿Y papá? —preguntó Maja pegando la mejilla a la barriga de Erica.

—Sí, papá no tardará en llegar —dijo Erica—. Pero tú y yo tenemos hambre, así que vamos a prepararnos algo de cenar. ¿O a ti qué te parece, cariño? ¿Vamos a cenar las chicas solas?

Maja asintió.

—¿Salchicha y macarrones? ¿Con montones de kétchup?

Maja asintió de nuevo. Desde luego, mamá sabía preparar una cena solo para chicas.

—¿
C
ómo debemos proceder? —dijo Patrik acercando su silla a la de Annika.

Fuera la noche estaba como boca de lobo y todos deberían haberse ido a casa hacía mucho, pero nadie hizo amago siquiera de dirigirse a la puerta. Salvo Mellberg, que se había marchado silbando hacía un cuarto de hora.

—Empezaremos por los registros libres. Pero dudo de que encontremos nada. Ya los revisé cuando estuve indagando sobre el pasado de Christian y me extrañaría mucho que se me hubiera pasado nada por alto. —Annika parecía estar disculpándose y Patrik le puso la mano en el hombro.

—Ya sé que eres la minuciosidad en persona, pero a veces se nos pasan las cosas. Si los miramos juntos, puede que veamos algo que nos haya pasado inadvertido antes. Creo que Christian debió de vivir con una mujer mientras estuvo en Gotemburgo o, al menos, tuvo una relación con ella. Y quizá podamos dar con algún dato que nos ponga sobre su pista.

—Sí, claro, la esperanza es lo último que se pierde —dijo Annika girando la pantalla para que Patrik también la viera—. Ningún matrimonio anterior, ¿lo ves?

—¿Hijos?

Annika tecleó rápidamente y señaló la pantalla.

—No, no figura como padre de más niños que Melker y Nils.

—Joder. —Patrik se pasó la mano por el pelo—. Bueno, puede que esto sea un absurdo. No sé por qué creo que se nos ha escapado algo. Pero seguramente las respuestas no están en estos registros.

Se levantó y se dirigió a su despacho, donde se quedó un buen rato absorto mirando la pared. El teléfono vino a sacarlo bruscamente de sus cavilaciones.

—Aquí Patrik Hedström. —Respondió sin entusiasmo alguno, pero cuando el hombre cuya voz resonó en el auricular se presentó y le explicó el motivo de su llamada, se irguió enseguida en la silla. Veinte minutos más tarde salía corriendo hacia la recepción y le gritaba a Annika:

—¡Maria Sjöström!

—¿Maria Sjöström?

—Christian tuvo una pareja en Gotemburgo. Maria Sjöström.

—¿Y cómo sabes…? —preguntó Annika, pero Patrik no le hizo el menor caso.

—Y hay un niño, Emil Sjöström. O lo había, mejor dicho.

—¿Qué quieres decir?

—Están muertos. Tanto Maria como Emil. Y hay una investigación de asesinato que se inició y está estancada.

—Pero ¿qué pasa? —Martin apareció apresuradamente al oír a Patrik, que lo llamó a gritos desde el puesto de Annika. También Gösta apareció a una velocidad nunca vista. Todos se agolparon en la entrada de la recepción.

—Acabo de hablar con un hombre llamado Sture Bogh. Es comisario jubilado de Gotemburgo. —Patrik hizo una pausa artística antes de proseguir—. Había leído las noticias sobre Christian y las amenazas y reconoció el nombre de uno de los casos que él llevaba. Y cree que posee información que podría sernos de utilidad.

Patrik dio cuenta de la conversación con el viejo comisario. Habían transcurrido muchos años, pero Sture Bogh no había podido olvidar la tragedia y puso a su disposición todos los datos relevantes de la investigación.

Aquello causó impacto. Todos estaban boquiabiertos.

—¿Pueden enviarnos el material? —preguntó Martin ansioso.

—Bueno, ha pasado mucho tiempo. Yo creo que no será fácil —respondió Patrik.

—No perdemos nada por intentarlo —dijo Annika—. Aquí tengo el número de Gotemburgo.

Patrik lanzó un suspiro.

—Mi mujer se va a pensar que me he largado a Río de Janeiro con una rubia exuberante si no vuelvo pronto…

—Pues llama primero a Erica y luego intentamos localizar a alguien en la comisaría de Gotemburgo.

Patrik se rindió. Nadie parecía dispuesto a irse a casa y él tampoco quería dar el día por terminado hasta haber hecho todo lo posible.

—De acuerdo, pero ya podéis buscaros algo que hacer mientras llamo, no quiero tanto público.

Cogió el teléfono, entró en su despacho y cerró la puerta. Erica fue comprensiva. Maja y ella habían cenado solas y él casi se echa a llorar por lo mucho que las añoraba. No recordaba haber estado nunca tan cansado como ahora. Respiró hondo y marcó el número de Gotemburgo que le había dado Annika.

No se dio cuenta de que alguien le hablaba al otro lado del hilo telefónico. «¿Hola?», sonaba la voz, y Patrik se sobresaltó y comprendió que debía decir algo. Se presentó y explicó el motivo de la llamada y, ante su sorpresa, no lo despacharon de inmediato. El colega de Gotemburgo fue amable y solícito y se ofreció enseguida a buscar el material.

Concluyeron la conversación y Patrik cruzó los dedos. Al cabo de poco más de quince minutos, sonó el teléfono.

—¿En serio? —Patrik no podía creer que el colega hubiese encontrado el archivador con el material de la investigación. Le dio las gracias mil veces y le pidió que lo guardara. Intentaría que le hiciesen llegar parte de ese material a lo largo del día siguiente. En el peor de los casos, tendría que ir personalmente a Gotemburgo a recogerlo, o cargar al presupuesto de la comisaría el gasto de un mensajero.

Se quedó en la silla después de colgar. Sabía que los demás, cada uno en su despacho, esperaban a que él les dijese si era posible acceder al material de aquella antigua investigación. Pero él necesitaba ordenar sus pensamientos. No hacía más que dar vueltas y más vueltas a todos los detalles, a todas las piezas del rompecabezas. Sabía que todas estaban relacionadas, la cuestión era cómo.

L
e resultaba extrañamente triste despedirse. Claro que era difícil decirles adiós a las niñas, darles un abrazo y fingir que volvería al cabo de unos días. Pero le sorprendió comprobar que también le costaba despedirse de la casa y de Louise, que estaba en el recibidor, observándolo con mirada insondable.

En un primer momento había pensado largarse dejando una nota. Pero luego sintió la necesidad de despedirse como es debido. Por si acaso, había metido ya la maleta grande en el coche, de modo que para Louise aquel no era sino otro más de los muchos viajes breves de negocios.

A pesar de aquella dificultad inesperada para despedirse, sabía que pronto se encontraría de perlas en su nueva existencia. No había más que mirar a Posener, que llevaba ya muchos años desaparecido sin que pudiera decirse que estuviera sufriendo demasiado tras abandonar a su hijo. Además, las niñas se estaban haciendo mayores y ya no lo necesitaban.

—¿Y cuál es el motivo del viaje? —preguntó Louise.

Algo en el tono de voz de su mujer lo puso en guardia. ¿Se habría enterado? Erik desechó la idea. Aunque sospechara, no tenía posibilidad de hacer nada.

—Una reunión con un nuevo proveedor —dijo tanteando las llaves del coche que llevaba en el bolsillo. La verdad, se había portado bien, porque se llevaba el coche pequeño y dejarle a ella el Mercedes… Y con el dinero que había en la cuenta, tendrían suficiente para vivir un año entero ella y las niñas, gastos de la casa incluidos. Así, Louise tendría tiempo de sobra para solucionar su situación.

Erik se irguió. Verdaderamente, no tenía ningún motivo para sentirse como un cerdo. Si alguien salía perjudicado con su escapada, no era su problema. Era su vida la que estaba en peligro y no podía quedarse allí a esperar que lo ocurrido antaño le pasara factura.

—Estaré de vuelta mañana —dijo brevemente con un gesto de asentimiento. Hacía mucho que no le daba un abrazo o un beso de despedida.

—Vuelve cuando quieras —contestó encogiéndose de hombros.

Una vez más, pensó que a su mujer le pasaba algo extraño, pero seguramente, se dijo, serían figuraciones suyas. Y pasado mañana, cuando ella esperase su regreso, él ya estaría a salvo.

—Adiós —se despidió dándole la espalda.

—Adiós —respondió Louise.

Cuando se metió en el coche y se alejó de allí, echó una última ojeada por el retrovisor. Luego puso la radio y empezó a tararear. Estaba en camino.

E
rica miró horrorizada a Patrik cuando lo vio entrar por la puerta. Maja dormía desde hacía un rato y ella estaba tomándose un té en el sofá.

—Un día duro, ¿eh? —dijo discretamente antes de abrazarlo.

Patrik enterró la cara en el cuello de su mujer y se quedó inmóvil un momento.

—Necesito una copa de vino.

Se alejó y Erica volvió al sofá. Oyó el tintineo de una copa y el ruido al descorchar la botella. Pensó en lo mucho que le apetecía una copa de vino, pero tuvo que conformarse con el té. Era uno de los grandes inconvenientes de estar embarazada y, después, de dar el pecho, no poder tomarse un buen tinto de vez en cuando. Pero a veces tomaba un traguito de la copa de Patrik, y con eso se contentaba.

—Qué maravilla estar en casa —afirmó Patrik sentándose a su lado con un suspiro. Le rodeó los hombros con el brazo y puso los pies en la mesa.

—Es una maravilla que estés en casa —observó Erica acurrucándose más pegada a él. Guardaron silencio unos minutos. Patrik tomó un poco de vino.

—Christian tiene una hermana.

Erica dio un respingo.

—¿Una hermana? Jamás mencionó una palabra. Siempre decía que no tenía familia.

—Pues no era del todo cierto. Seguramente me arrepentiré de habértelo contado, pero es tal el cansancio que tengo… Todo lo que he oído y averiguado hoy me da vueltas en la cabeza y tengo que hablar con alguien. Pero debe quedar entre nosotros, ¿de acuerdo? —La miró con expresión severa.

—Te lo prometo. Venga, cuéntame.

Y Patrik le refirió todo lo que habían descubierto. Estaban en la penumbra de la sala de estar, a la sola luz del resplandor de la tele. Erica callaba y escuchaba y se quedó de piedra cuando Patrik le contó cómo sufrió Alice la lesión cerebral y cómo Christian había vivido con aquel secreto todos aquellos años, bajo la protección de Ragnar, pero también bajo su vigilancia. Cuando hubo terminado de hablar de Alice, de la frialdad con la que se crio Christian y de cómo abandonó a la familia Lissander, Erica meneó la cabeza asombrada.

—Pobre Christian.

—Pues no acaba ahí la cosa.

—¿A qué te refieres? —preguntó Erica antes de soltar un chillido al notar una patada fenomenal en los pulmones. Los gemelos estaban muy animados aquella noche.

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