La sombra de la sirena (41 page)

Read La sombra de la sirena Online

Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

BOOK: La sombra de la sirena
13.04Mb size Format: txt, pdf, ePub

Seguía el silencio.

—¿Eh? ¿Has oído lo que te acabo de decir? Christian está muerto. La agente que ha llamado no ha querido darme más detalles, pero no hay que ser un genio para comprender que esto es obra del mismo chalado responsable de todo lo demás.

—Sí, es ella —respondió Kenneth al fin con una serenidad heladora.

—¿A qué te refieres? ¿Tú sabes quién es? —Erik empezaba a gritar. ¿Acaso Kenneth sabía quién estaba detrás de aquello y no le había dicho nada? Si nadie se le adelantaba, él mismo lo mataría de una paliza.

—Y vendrá por nosotros también.

Era espeluznante lo impasible que sonaba y a Erik se le erizó el vello de los brazos. Se preguntó si Kenneth no se habría llevado también un golpe en la cabeza.

—¿Tendrías la bondad de hacerme partícipe de lo que sabes?

—Creo que a ti te reservará para el final.

Erik tuvo que contenerse para no estampar el móvil en la mesa de pura frustración.

—Ya, pero ¿quién es ella?

—¿De verdad que no lo has entendido todavía? ¿Has perjudicado y herido a tantas personas que no eres capaz de distinguirla a ella de la multitud? Para mí ha sido muy sencillo. Es la única persona a la que le he hecho daño en mi vida. No sé si Magnus sabía que iba detrás de él, pero sí sé que sufría. Tú, en cambio, no te has arrepentido nunca, ¿verdad, Erik? Tú jamás has sufrido ni has perdido el sueño por lo que hiciste. —Kenneth no estaba enojado ni lo estaba acusando, sino que seguía hablando impasible.

—¿De qué puñetas hablas? —le espetó Erik mientras pensaba febrilmente. Un recuerdo difuso, una imagen, una cara. Algo empezaba a despertar en su memoria. Algo que había enterrado en lo más hondo, como para que nunca más pudiera aparecer en la superficie de la conciencia.

Apretaba el teléfono con todas sus fuerzas. ¿Sería…?

Kenneth guardaba silencio y Erik no tuvo que decir que ya lo sabía. Su propio silencio hablaba por él. Apagó el teléfono sin despedirse, apagó el recuerdo a que lo habían obligado.

Después, abrió el correo y empezó a hacer lo que tenía previsto. Le corría mucha prisa.

A
l ver el coche de Erica aparcado delante de la casa de la hermana de Sanna sintió en el estómago una inquietud terrible. Erica tenía cierta tendencia a inmiscuirse en aquello que no le incumbía, y aunque a menudo admiraba a su mujer por su curiosidad y por su capacidad de transformarla en resultados, no le gustaba que se dedicase a algo tan parecido al trabajo policial. En realidad, querría proteger a Erica, a Maja y a los gemelos que estaban en camino de todo el mal que reinaba en el mundo, pero en el caso de su mujer, era misión imposible. Erica acababa siempre metida en el ajo, y Patrik comprendió que, seguramente, eso era lo que había ocurrido también en aquella investigación, aunque él aún no lo supiera.

—¿No es ese el coche de Erica? —preguntó Gösta lacónico cuando aparcaron detrás del Volvo color beis.

—Pues sí —respondió Patrik. Gösta no hizo más preguntas y se contentó con enarcar una ceja.

No tuvieron que llamar a la puerta. La hermana de Sanna ya les había abierto y los aguardaba con cara de preocupación.

—¿Ha ocurrido algo? —preguntó apretando la boca por la tensión.

—Queríamos hablar con Sanna —dijo Patrik sin responder a la pregunta. Habría querido tener allí a Paula también en esta ocasión, pero había salido cuando llamó y no quiso retrasar la visita a Sanna.

Su hermana se puso más nerviosa aún con la respuesta, pero se hizo a un lado y los invitó a pasar.

—Está en la terraza —dijo señalando el lugar.

—Gracias. —Patrik la miró—. ¿Podrías ocuparte de que los niños no anden por aquí cerca?

Tragó saliva.

—Sí, claro, yo me ocupo de ellos.

Los dos policías se encaminaron a la terraza y Sanna y Erica levantaron la vista cuando los oyeron llegar. Erica se sentía culpable y Patrik le indicó con un gesto que ya hablarían después. Se sentó al lado de Sanna.

—Por desgracia, te traigo una mala noticia —comenzó con serenidad—. Han encontrado a Christian muerto esta mañana.

Sanna se sobresaltó y enseguida se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Todavía no sabemos gran cosa, pero estamos haciendo todo lo posible por averiguar qué ha sucedido —añadió.

—¿Cómo…? —Sanna empezó a temblar de pies a cabeza, incontroladamente.

Patrik vaciló un instante, no estaba seguro de cómo expresar lo que tenía que decir.

—Lo encontraron colgado del trampolín de Badholmen.

—¿Colgado? —Respiraba superficial y entrecortadamente y Patrik le puso la mano en el brazo para tranquilizarla.

—Es todo lo que sabemos, por ahora.

Sanna asintió, tenía la mirada vidriosa. Patrik se volvió hacia Erica y le dijo en voz baja.

—¿Podrías quedarte con los niños en lugar de su hermana y pedirle que venga mientras tú los cuidas?

Erica se levantó en el acto. Miró fugazmente a Sanna antes de dejar la terraza y, unos segundos después, oyeron sus pasos en la escalera. Cuando se dieron cuenta de que alguien bajaba, Gösta salió al pasillo para hablar con la hermana. Patrik le agradeció mentalmente que hubiese caído en la cuenta de no contárselo en presencia de Sanna, para que no tuviera que oírlo dos veces.

Al cabo de unos minutos, la hermana entró en la terraza, se sentó al lado de Sanna y la abrazó. Y así se quedaron mientras Patrik preguntaba si querían que llamara a alguien, si querían hablar con un pastor. Todas las preguntas amables a las que se aferraba en aquellos casos para no sucumbir a la idea de que en la primera planta había dos niños que acababan de perder a su padre.

Pero, finalmente, tuvo que irse y dejarlas solas. Tenía un trabajo que hacer, un trabajo que hacía por ellos. Sobre todo por ellos, por las víctimas y por los familiares de las víctimas, cuyo dolor tenía siempre presente durante las muchas horas que invertía en la comisaría intentando hallar la solución de casos más o menos complicados.

Sanna lloraba sin poder contenerse y Patrik cruzó una mirada con la hermana, que respondió a aquella pregunta no formulada con un gesto casi imperceptible. Patrik se levantó.

—¿Seguro que no queréis que llamemos a nadie?

—Llamaré a mis padres en cuanto pueda —dijo la hermana. Estaba pálida, pero lo bastante tranquila como para que Patrik se sintiera seguro dejándolas allí.

—Puedes llamarnos cuando quieras, Sanna —aseguró sin moverse de la puerta—. Y… —No estaba seguro de hasta dónde prometer, porque estaba a punto de ocurrirle lo peor que podía sucederle a un policía en plena investigación de asesinato, estaba perdiendo la esperanza de dar algún día con la persona que se hallaba detrás de todo.

—No olvides los dibujos —dijo Sanna entre sollozos señalando los papeles que había sobre la mesa.

—¿Qué es esto?

—Los ha traído Erica. Alguien se los envió a Christian a Gotemburgo, a la antigua dirección.

Patrik clavó la vista en los dibujos y los recogió despacio. ¿Qué se le había ocurrido a Erica esta vez? Tenía que hablar con su mujer cuanto antes, aquello precisaba una explicación con todas las de la ley. Al mismo tiempo, no podía negar que sintió cierta expectación al ver los dibujos. Si resultaban importantes para el caso, no sería la primera vez que Erica encontraba una pista decisiva por casualidad.


C
uánto trabajo de canguro últimamente —dijo Dan cuando entró en casa de Erica y Patrik. Había llamado a Anna al móvil y, cuando ella le explicó dónde estaba, se dirigió a Sälvik.

—Pues sí, no sé muy bien en qué se ha metido Erica ni estoy segura de querer saberlo —dijo Anna acercándose a Dan y poniéndole la cara para que le diera un beso.

—No tendrán nada en contra de que me presente así, ¿verdad? —preguntó Dan. Maja se arrojó sobre él con tal ímpetu que estuvo a punto de derribarlo—. ¡Hola, chiquitina! ¿Cómo está mi chica? Porque tú eres mi chica, ¿sí? No habrás encontrado a un sustituto, ¿verdad? —dijo fingiendo estar enfurruñado. Maja reía entre hipidos y frotó la nariz con la de Dan, que lo interpretó como la confirmación de que aún era el primero de la lista.

—¿Te has enterado de lo que ha ocurrido? —preguntó Anna muy seria.

—Pues no, ¿qué ha pasado? —respondió Dan mientras subía y bajaba a Maja por los aires. Teniendo en cuenta lo alto que era, resultaba un viaje vertiginoso con el que Maja parecía encantada.

—No sé dónde andará Erica, pero Patrik iba a Badholmen. Esta mañana han encontrado allí a Christian Thydell colgado.

Dan se detuvo a medio camino, con Maja cabeza abajo. La pequeña creyó que era parte del juego y chillaba y reía más alto aún.

—¿Qué me dices? —preguntó Dan dejando a Maja en la alfombra.

—No sé más que lo que Patrik me dijo antes de salir de aquí a toda prisa, pero el caso es que Christian está muerto. —Anna no conocía mucho a Sanna Thydell, se la había cruzado alguna que otra vez, como suele suceder con quienes viven en Fjällbacka. En aquellos momentos, recordó a sus dos hijos.

Dan se sentó apesadumbrado a la mesa de la cocina y Anna intentó ahuyentar las imágenes de la retina.

—Maldita sea —dijo Dan mirando por la ventana—. Primero Magnus Kjellner y ahora Christian. Y Kenneth Bengtsson está en el hospital. Patrik debe de estar desbordado.

—Pues sí —confirmó Anna, que le estaba sirviendo a Maja un vaso de zumo.

—Bueno, pero hablemos de otra cosa, ¿de acuerdo? —Anna era muy sensible a las desgracias ajenas y era como si el embarazo lo agudizara. No soportaba oír que la gente sufría.

Dan lo comprendió enseguida y la atrajo hacia sí. Cerró los ojos, le puso la mano en la barriga y separó los dedos.

—Este pequeño no tardará, cariño. Ya no tardará en venir.

A Anna se le iluminó la cara. Cuando pensaba en el niño, sentía que nada podía afectarle. Quería tanto a Dan… y al pensar que en sus entrañas crecía un ser que los unía sentía que estallaba de felicidad. Le acarició la cabeza y le dijo al oído:

—Tienes que dejar de decir «el pequeño». De hecho, tengo el presentimiento de que lo que hay aquí dentro es una princesita. Son patadas de bailarina —le dijo para provocarlo.

Después de las tres hijas de su primer matrimonio, Dan prefería tener un niño. Aunque Anna sabía que sería inmensamente feliz con lo que viniera, por el simple hecho de que era el hijo de ellos dos.

P
atrik dejó a Gösta en Badholmen. Tras reflexionar unos minutos, se fue a casa. Tenía que hablar con Erica. Averiguar lo que sabía.

Al llegar a casa, lanzó un suspiro. Anna seguía allí y no quería involucrarla en la discusión que mantuviera con Erica. Su mujer tenía la mala costumbre de hacer piña con su hermana y a Patrik no le atraía lo más mínimo la idea de tener a dos púgiles en el rincón opuesto del
ring
. Pero, tras darle las gracias a Anna —y a Dan, al que encontró también en casa, como refuerzo de la canguro—, intentó hacerles entender que quería estar a solas con Erica. Anna lo captó enseguida y se llevó a Dan, que antes tuvo que conseguir que Maja lo dejase marchar.

—Supongo que Maja no irá hoy a la guardería —dijo Erica en tono jovial, mirando el reloj.

—¿Qué hacías en casa de la hermana de Sanna Thydell? ¿Y qué fuiste a hacer ayer a Gotemburgo? —preguntó Patrik con voz severa.

—Ah, sí, verás… —Erica ladeó la cabeza y adoptó la expresión más encantadora que le fue posible. Al ver que Patrik no reaccionaba, dejó escapar un suspiro y comprendió que más le valía confesar. De todos modos, tenía pensado hacerlo, solo que Patrik se le adelantó.

Se sentaron en la cocina. Patrik cruzó las manos y le clavó la mirada. Erica reflexionó unos minutos, hasta que decidió por dónde empezar.

Y le contó que siempre le había extrañado que Christian fuese tan reservado con su pasado. Que había decidido investigarlo y que por eso fue a Gotemburgo, a la dirección que tenía antes de mudarse a Fjällbacka. Le habló del húngaro encantador al que había conocido, de las cartas que seguían llegando a nombre de Christian, pero que él nunca recibió, puesto que no dejó la nueva dirección. Y además, se armó de valor y le contó que había leído el material de la investigación y que no había podido resistir la tentación de oír la grabación. Que oyó algo que le llamó la atención y que sintió el impulso de indagar hasta el fondo. De ahí la visita a Sanna. Y le explicó lo que Sanna le había contado acerca del vestido azul y toda aquella historia demasiado horrenda como para poder comprenderla. Cuando terminó estaba sin aliento y apenas se atrevía a mirar a Patrik, que no se había movido ni un milímetro desde que ella empezó a hablar.

Pasó un buen rato sin decir nada, mientras Erica tragaba saliva y se preparaba mentalmente para el rapapolvo de su vida.

—Yo solo quería ayudarte —añadió—. Últimamente pareces agotado.

Patrik se puso de pie.

—Ya hablaremos de esto después. Ahora tengo que ir a la comisaría. Me llevo los dibujos.

Erica se lo quedó mirando mientras se alejaba. Era la primera vez, desde que se conocieron, que Patrik se marchaba de casa sin darle un beso.

N
o era propio de Patrik no llamar por teléfono. Annika lo había telefoneado varias veces desde el día anterior, pero solo le había dejado un mensaje pidiéndole que le devolviera la llamada: había encontrado algo que quería contarle personalmente.

Cuando por fin llegó a la comisaría parecía tan cansado que de nuevo le invadió la preocupación. Paula le dijo que le había dado órdenes de quedarse en casa y recuperarse un poco, y Annika aplaudió la idea sin comentarla. También ella había pensado hacer algo parecido muchas veces en las últimas semanas.

—Me habías llamado —dijo Patrik entrando en el despacho de Annika, detrás del mostrador de recepción. Annika hizo girar la silla de escritorio.

—Sí, y no puede decirse que hayas reaccionado como un rayo para devolverme la llamada —respondió mirándolo por encima de las gafas, aunque no en tono de reproche, sino solo de preocupación.

—Lo sé —respondió Patrik sentándose en la silla que había contra la pared—. He tenido demasiado jaleo.

—Deberías cuidarte. Tengo una amiga que llegó al límite hace unos años y aún no se ha recuperado del todo. Si abusas, cuesta mucho reponerse.

—Sí, lo sé —dijo Patrik—. Pero no es para tanto. Solo un montón de trabajo. —Se pasó la mano por el pelo y se inclinó y apoyó los codos en las rodillas—. ¿Qué querías?

Other books

Jihad Joe by J. M. Berger
Trent (Season Two: The Ninth Inning #4) by Lindsay Paige, Mary Smith
The Serenity Murders by Mehmet Murat Somer
The Debutante's Ruse by Linda Skye
Breaking Her Rules by Katie Reus