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Authors: Carmen Gurruchaga

Tags: #Intriga

La prueba (18 page)

BOOK: La prueba
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Con todo, no dejaba de darle vueltas en la cabeza a lo que le había contado Cervera. Según pudo entender, existían muchas posibilidades de que el barco, de ser hallado, fuera declarado propiedad del gobierno francés, ya que este era el pabellón del navío en el momento del hundimiento. Si se equivocaba, si finalmente la carga fuera declarada española, sólo optaría a la mitad de esta, lo cual, evidentemente, era mejor que nada. Aun así, no le parecía suficiente.

Tenía que enterarse mejor, concluyó. Tenía que intentar enterarse como fuera de qué podría pasarle si se quedaba con todo el tesoro y terminaban por pillarla.

«¿A quién podría llamar?», caviló. Estaba claro que el tito Vicente era un vejestorio desfasado que sólo sabía contar batallitas, pero que ya no estaba al tanto de lo que se cocía. Tenía que buscar a alguien más adecuado.

Se encogió de hombros y apuró las últimas gotas de líquido que quedaban en su vaso. Ya se le ocurriría alguien, se dijo, al fin y al cabo, aún tenía por delante toda la mañana.

D
IECINUEVE

—Entiendo tu razonamiento, de verdad —tomó la palabra Jimena—. Muchas mujeres a las que he defendido pensaban igual que tú; creían que si sus ex parejas tenían la seguridad de que ellas no hablarían ni actuarían, de que no irían contra ellos, podrían recuperar a sus hijos, o sus casas o el control sobre sus vidas… Pero eso nunca sucedía, ellos no pensaban devolverles nada por propia iniciativa y, en cambio, ellas continuaban viviendo atenazadas por las amenazas, renunciando a lo que por derecho les correspondía. En cambio, los que abusaban de ellas y las maltrataban seguían dándose la gran vida, sin ningún problema disfrutando a lo grande, sintiéndose triunfadores y poderosos.

—Sí, he pensado en eso estos días y por eso he venido. Me he dado cuenta de que puedo cambiar las reglas del juego, de que si me hiciera algún daño, podría empezar a tener dificultades. Hasta ahora pensaba que mi seguro de vida era el silencio. Que, si hablaba, podía perder mi escudo protector. Pero estoy cansada de callar, de huir, de temblar. Y quiero a Naia. Estoy dispuesta a recuperarla a cualquier precio.

—Sin embargo, de nada sirve todo tu esfuerzo si por ello te matan —se oyó decir Jimena a sí misma casi sin poder creérselo. Y, a pesar de estar tirando piedras contra su propio tejado, de que sus palabras implicaban una renuncia al caso que tanto anhelaba, siguió hablando—. Es una decisión que debe ser muy meditada, y es sólo tuya, así que tómate tu tiempo antes de dar ningún paso. Valora pros y contras y no te preocupes por nosotros, lo entenderemos. Antes de emprender cualquier acción legal debes tener clara cuál es tu prioridad y, si lo prioritario es recuperar a Naia, confesarte a ti misma qué precio estás dispuesta a pagar.

—Disculpadme un momento —se atrevió a intervenir Roberto, que desde hacía unos minutos tenía la sensación de haber perdido en algún punto del camino una buena porción de información relativa al caso que Jimena llevaba entre manos—. No quisiera parecer estúpido, pero, cuando hablamos de lo peligroso que puede llegar a ser tu ex marido, exactamente ¿a qué nos referimos?.

—No te preocupes —le tranquilizó Paloma con una sonrisa desvaída—, es lo que ocurre cuando nos movemos en el terreno de los eufemismos. Hasta pareciera, cuando se trata de él, que nos da miedo citar su nombre o qué nos puede llegar a hacer. Es como si pensáramos que, por no citarlo, no existiera. Pero existe —afirmó repentinamente seria—, y si quisiera, podría llegar a matarme sin remordimientos, con total impunidad. Tiene los medios necesarios para hacerlo, y supongo que si no lo ha hecho antes, es porque no me considera una enemiga lo suficientemente grande. Cabría la posibilidad de que le diera cargo de conciencia dejar a su hija sin madre, pero en él no concibo ese tipo de sentimientos.

—Pero si… —A Roberto, como a cualquier persona en su lugar, le costaba mantener ese tipo de conversaciones, hablar tranquilamente de la posibilidad real de que alguien que estuviera sentado con él en la misma mesa en ese instante pudiera llegar a morir por órdenes dadas a sangre fría. Por más que fuera un abogado penalista reconocido y bregado. Carraspeó y volvió a retomar la frase—: Digamos que si tu ex marido
encarga
tu asesinato porque tú has puesto una demanda contra él en el juzgado, puede no salirle gratis. Todas las sospechas recaerían en él, y no puede ignorarlo. Desde este punto de vista no le resultaría tan sencillo eliminarte, y la propia demanda, por decirlo de algún modo, se convertiría en tu, como tú lo has llamado, seguro de vida.

—No necesariamente. Podría, por ejemplo, simular un accidente. No sería la primera vez que lo hace.

—Entiendo —respondió Roberto asintiendo despacio.

Y, de nuevo, una espesa capa de circunspección cayó en la sala sobre todos y cada uno de ellos, incapaces de hablar mientras Paloma meditaba el siguiente paso a dar. El ambiente era tan denso que podía cortarse con un cuchillo.

—Voy a seguir adelante —determinó Paloma al cabo de un par de minutos de reflexión.

Roberto, Jorge y Jimena la contemplaron admirados. Ninguno de ellos estaba seguro en aquel momento de cómo actuaría si estuvieran en su pellejo y la fascinación ante su valentía casi no les dejaba hablar.

—¿Estás segura? —preguntó finalmente Jimena.

—Sí. —De un modo imperceptible, se irguió sobre su asiento, alzando la cabeza, echando hacia atrás los hombros, mostrando un brillo extraño en la mirada. Como si fuera un soldado dispuesto a morir, como si de pronto estuviera a punto de entrar en una batalla y asumiera todos y cada uno de los riesgos y sus consecuencias.

—No queremos condicionarte, Paloma… —comenzó a decir Jorge.

—Ni yo a vosotros, ¿o es que no os habéis dado cuenta de que, desde el mismo momento en que vuestro despacho asuma la representación de mi caso, de que desde que presentéis la demanda como mis abogados, tampoco estaréis a salvo?. Joaquín Wiren no es un enemigo pequeño, ya lo sabéis; y lo peor es que no sólo es peligroso: lo malo es que no olvida. Es muy vengativo.

—Algo sabemos —admitió Jorge—. Hemos estado informándonos.

—Y no debes preocuparte por nosotros —prosiguió Jimena—. Hemos valorado el riesgo que corremos y estamos dispuestos a afrontarlo. Además —intentó tranquilizarla con una sonrisa—, no es la primera vez que nos enfrentamos a alguien peligroso. La verdad es que estamos un poco locos —dijo en un intento de destensar el ambiente.

Y buscó con complicidad la mirada de sus compañeros. La de Jorge, precisamente quien le había puesto al tanto de la calaña de Wiren como persona, era franca y hasta cierto punto risueña. Ella sabía perfectamente que esa era una de sus maneras de enfocar el trabajo, como una aventura.

Le sorprendió, en cambio, descubrir a Roberto silencioso y pensativo. Supo con certeza que su mente estaba calibrando y valorando algo. Conocía de sobra buena parte de las expresiones de su rostro y supo leer en sus ojos entrecerrados, en la mirada ausente perdida en la ventana, en los labios entreabiertos que se movían imperceptiblemente, como haciendo un recuento interno de datos, que estaba cavilando en algo. Con el ceño fruncido, intentando que Paloma no se diera cuenta, le dedicó un gesto inquisitivo, extrañada por su actitud. Era impensable que se planteara la opción de echarse atrás, de eso estaba segura. Roberto no era de los que se amilanaban a la hora de luchar y no sería aquella la primera vez que lo hacía en los años que llevaban juntos en el bufete. Pero le intrigaba su mutismo y deseaba averiguar cuanto antes qué ocupaba su pensamiento.

Puede que por ese motivo decidiera que ese era precisamente el momento de poner fin a la reunión y, sin más, se levantó. Después de felicitarla por su valor y asegurarle que pondría todos los mecanismos necesarios en marcha, se ofreció a acompañarla a la puerta para ir hablándole por el camino de temas burocráticos como la necesidad de recabar datos legales, fotocopiar su DNI y mil asuntos más que les permitieran comenzar con el papeleo.

—No será necesario —la interceptó Jorge—. Si quieres, la acompaño y atiendo yo. Tú puedes quedarte y recoger todo este desorden; hemos dejado el despacho hecho un asco y desde ahora mismo, como la abogada de Paloma, ya tienes un montón de gestiones de las que comenzar a encargarte.

—¿No te importa? —preguntó Jimena sorprendida a una no menos sorprendida Paloma.

—No, en absoluto —respondió esta, y se despidió de ella y Roberto con un beso. A continuación se dejó llevar por Jorge, que, galante, ya abría la puerta con deferencia.

En cuanto Roberto y ella se quedaron solos, se volvió hacia él inquisitiva y, con la incertidumbre pintada en los ojos, extendió las manos abiertas hacia él para que le explicara qué sucedía.

—Vuelve a cerrar la puerta —le pidió Roberto sumamente serio—. Tenemos que hablar.

—¿Qué? —casi gritó ella cuando al fin se aseguró de que estaban solos y nadie les oía.

—Hasta ahora mismo no tenía ni idea de que el ex marido de Paloma era Joaquín Wiren —confesó Roberto trémulo—. Sabía que había un ex, por supuesto, y que era un tipo peligroso, pero aunque me has pasado copia de los documentos del caso, no me había fijado en su nombre al leer la sentencia. Ya sabes, esos son los típicos datos de la primera página que los abogados, en busca de pruebas y argumentos legales, siempre pasamos por alto.

—¿Y? —Jimena seguía sin comprender—. No entiendo, ¿a qué viene esa seriedad?. No es el primer empresario mafioso y peligroso al que vamos a tocarle los huevos. ¿Qué es lo que tiene de particular?. ¿Te da miedo?.

—Toma, claro, como a ti o a Jorge o a Aitor —reconoció—. Si no lo tuviéramos seríamos unos imprudentes, unos temerarios y unos tontos. Pero no es eso lo que me preocupa, estoy acostumbrado a convivir con el miedo.

—¿Entonces? —Jimena se mostraba cada vez más exasperada.

—Acabo de darme cuenta de que llevamos otro caso más abierto contra Wiren. Desde que oí que lo mencionabais he estado repasando en mi memoria de qué me sonaba ese apellido en este despacho y al fin lo he relacionado: ¿te suena un concurso de acreedores de los que Aitor ha dejado pendiente sobre una empresa llamada Continental, S. A.?.

—Lo cierto es que no. —De pronto pareció que una luz se encendía en su cabeza—. Dios mío, ¿hay algún problema para que tú lleves un caso contra su ex y yo otro representando a Paloma también contra él?.

—No, no existen intereses contrapuestos entre los trabajadores de Wiren como acreedores y su ex mujer, que, en el tema de la custodia de la niña, no le pide un euro. El bufete puede tener como clientes tanto a los trabajadores como a su ex esposa sin que contravengamos el Código deontológico.

—Así pues, ¿qué es lo que te preocupa?.

—En el concurso de acreedores el abogado de Wiren es José Luis Martínez, ya sabes de quién se trata, uno de los superenemigos de Aitor. Antes de irse, nuestro amigo estuvo advirtiéndome largo y tendido sobre sus modos y maneras de jugar sucio y lo bien relacionado que estaba en las altas y bajas esferas. Ahora, nos enfrentamos también al tal Wiren por el lado personal…

—Y Jorge —le interrumpió Jimena—, que le ha investigado, también se ha preocupado de avisarme de que es un lobo de cuidado.

—Ahí tienes los motivos de mi desasosiego —concluyó Roberto mirándola fijamente—. Aitor me advirtió muy severamente de que no echáramos más leña al fuego que le mantiene enfrentado a Martínez y no se nos ocurre nada mejor que tocarle las narices a su jefe en un asunto mucho más explosivo. Creo que acabamos de patear un avispero.

V
EINTE

A Jorge le sorprendió la llamada de Camila. De entre todos los padres de compañeros que recordaba de su época de estudiante en colegios selectos y privados ella era quizá la más estúpida. «Qué mujer más estirada, en los dos sentidos de la palabra», bufó al tiempo que reía para sus adentros. Se encomendó a todos los espíritus benignos del firmamento y descolgó el teléfono maldiciendo entre dientes a Merche, que le había pasado la comunicación asegurándole a Camila que él estaba en el despacho sin tener antes la pillería de consultarle. Claro que, con el empuje de esa mujer, cualquiera se negaba a ponerse. Estaba seguro de que nada más empezar a hablar con la secretaria ya le había recitado la lista completa de sus apellidos compuestos, impresionándola y garantizándose, por tanto, que atendería su demanda de la manera más servil posible.

Y, en efecto, ahí estaba ahora él a punto de perder varios minutos de su valioso tiempo por atender a saber qué extrañas peticiones de esa señorona sin oficio ni beneficio, hija de general de cuantiosa fortuna, divorciada de un marido que no pudo aguantar sus ínfulas y madre de su antiguo compañero Adolfo,

bastante normal, teniendo en cuenta cómo era su progenitora, y Rodri, su hermano pequeño, al que recordaba como un niñato un tanto alocado siempre metido en extrañas aventuras y dispuesto a dejarse una pasta indecente practicando deportes de riesgo.

Lo cierto es que nunca había congeniado con ninguno de los tres, recordó hastiado mientras pulsaba el botón del teléfono que daría paso a la llamada.

—¿Sí?. ¿Diga? —preguntó, procurando que su voz cansada no hiciera adivinar a Camila lo poco que le apetecía atenderla.

—Jorge, querido, cuánto tiempo.

—Sí, Camila, lo cierto es que hace mucho que no sé de ti ni de tus hijos. —Se sintió tentado, o más bien condicionado por su esmerada educación, a preguntarle por ellos, pero en cuanto esa idea se le pasó por la cabeza, la desechó. Si la intuición no le engañaba, tanto Adolfo como Rodri estarían disfrutando de unas maravillosas y selectas vacaciones en alguna isla paradisíaca o en un resort de lujo o en otro destino igualmente exclusivo en tanto que él, maldijo, se asaba de calor en Madrid. Por eso decidió dejar la cortesía a un lado, más que nada para no rabiar, y optó por ir al grano—. ¿Qué se te ofrece?.

—Ay, Jorgito, déjame antes que te diga cuánto siento molestarte en estas fechas. Seguro que estás a punto de comenzar tus vacaciones y lo que menos querrás es saber qué quiere ahora de ti esta vieja…

—Por favor, Camila —tuvo que cortarle, aunque lo cierto es que la muy arpía había acertado de lleno en el meollo de sus pensamientos—. No digas eso, estás estupenda.

—… El caso es que con quien quería realmente hablar es con Aitor, pero ya me ha dicho esa chica tan amable que se marchó justo ayer. —Camila seguía a lo suyo, parloteando y metiendo la pata, aunque pronto se dio cuenta de su error y, ya que llamaba con toda seguridad para pedir un favor, intentó arreglarlo alabándole—. Entiéndeme, querido, no es que tú no me sirvas, es que yo quería hacer una consulta sobre Derecho Marítimo, y como sé que él tiene un barco…

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