La palabra de fuego (50 page)

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Authors: Fréderic Lenoir y Violette Cabesos

Tags: #Histórico, Intriga

BOOK: La palabra de fuego
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—Verás —dijo, poniendo su enorme mano sobre el hombro de Johanna—, no fue nada fácil convencer a la superintendencia de que me dejara dirigir unos trabajos en esta casa.

—Ahí quería ir yo a parar. ¿Te importaría explicarme de qué va todo esto? Philippe ha sido muy discreto, pero intuyo que detrás de esto hay un misterio…

—Sentémonos, ¿quieres?

Se sentaron en el borde del estanque abandonado.

—¡Llevo muchísimo tiempo con este proyecto! Desde hace décadas, estudio los diarios de excavaciones de Pompeya… Un dia, leí el de esta villa, escrito por Michele Ruggiero y su adjunto De Petra en 1877—1878. Desde que empezaron a excavar, constataron una curiosa paradoja: a juzgar por sus dimensiones, su configuración, las esculturas del peristilo, las pinturas murales, se trataba de la morada de un patricio acomodado. Pero no encontraron ningún objeto precioso, ni monedas, ni vajilla de oro o de plata, ni joyas, etc. El larario estaba vacío y, cosa todavía más rara, la biblioteca también. No desenterraron ningún manuscrito.

—Los rollos de papiro habían ardido, ¿no?

—¿No has oído hablar nunca de la famosa villa de los Papiros, en Herculano? Allí encontraron miles de
volumina
carbonizados, que se desmenuzaban al menor contacto. Los rollos estaban negros como el carbón, pero no habían desaparecido. Por lo tanto, si los alvéolos de esa biblioteca estaban vacíos, es que los rollos ya no estaban ahí en el momento de la erupción, por lo que no fueron destruidos por ella. Y están también las tablillas de cera de varias hojas, en las que anotaban pagos y cuentas. Aquí, ninguna tablilla tampoco.

—La hipótesis más probable es que el propietario, el «filósofo», consiguió escapar con sus bienes más queridos, entre ellos sus libros y sus tablillas.

—El Vesubio no le dio tiempo para organizar semejante traslado, Jo. Todos los que lo intentaron perecieron asfixiados.

—Quizá cayera fuera de la casa, en la calle…

—Habrían encontrado su cadáver y, sobre todo, sus tesoros. Sin embargo, no se hace mención a ello en ninguna parte. En aquella época, los libros eran escasos. Tan escasos como en la Edad Media. E igual de valiosos. Ningún arqueólogo ha podido pasar por alto unos
volumina
, y menos aún si eran tan numerosos como los anaqueles de la biblioteca permiten suponer.

Johanna continuó haciendo de abogado del diablo a fin de calmar su corazón, que latía a toda velocidad.

—Philippe me ha explicado que los supervivientes habían vuelto cuando acabó la erupción, para desenterrar sus casas y recuperar lo que podía ser recuperado. Tal vez nuestro misterioso filósofo desenterró y se llevó sus preciosos manuscritos. El, o un ladrón en una época posterior…

—¿Coger unos
volumina
bajo seis metros de cenizas y de
lapilli
? Imposible, Jo. Y en caso de que se hubiera producido ese «pillaje», Ruggiero y De Petra habrían encontrado huellas de él. Y no lo mencionan. La casa estaba intacta cuando la excavaron.

—¿A qué conclusión llegaron? —preguntó.

—A ninguna. Esta villa no contenía suficientes riquezas para merecer trabajos más amplios. Identificaron a los personajes del fresco de los estoicos, le pusieron nombre a la casa, consignaron de forma precisa lo poco que encontraron y ahí acabó todo. Esta villa siempre ha permanecido cerrada al público y ningún profesional se ha interesado nunca por ella.

—Aparte de ti.

—Exacto —contestó, con la mirada brillante—.Yo estoy convencido, desde la primera vez que leí ese informe, de que el filósofo escondió sus tesoros en una habitación secreta, sin duda bajo tierra, y después se refugió él allí. Y es ese sótano lo que busco.

Johanna se quedó sin respiración. ¿Sería posible? Si esa misteriosa sala contenía también el papiro de Livia, ¡eso lo explicaría todo!

—Pero, Tom, hay algo que no encaja —se obligó a decir en un tono de voz neutro—. Si los vapores de azufre, los gases, el calor de varios cientos de grados, la lluvia de cenizas y de piedras ardientes no permitieron al filósofo salir de la casa con sus tesoros, ¿cómo iba a tener tiempo de esconderlos en el propio interior de la villa? ¡Habría muerto asfixiado! Yo creo más bien que, en el momento de la erupción, el propietario se hallaba ausente, de vacaciones, lejos de la ciudad, con los bienes que más apreciaba. Y gracias a eso salvó la vida.

—Cuando te vas de vacaciones a algún sitio, ¿te llevas toda tu biblioteca, la vajilla de tu abuela, los cuadros de tu casa, y dejas a cero tu cuenta bancaria?

—No, evidentemente…

—Jo —dijo, cogiéndole las manos—, tú eres arqueóloga, luego posees también, además del rigor científico, esa intuición irracional e inexplicable sin la cual los mayores descubrimientos no habrían visto nunca la luz!

De repente, Tom estaba de pie, andando de un lado a otro delante de su amiga, hablándole como un politico apasionado por su causa.

—El único punto en el que te doy la razón es en la cuestión del tiempo. En realidad, yo creo que el filósofo lo había preparado todo antes de la siniestra mañana del 24 de agosto. ¿Cuándo? ¿Por qué? Lo ignoro. Pero es plausible, si se sabe que el oráculo de Cumas, una ciudad cercana, había predicho, en términos sibilinos, la catástrofe. O si se recuerdan las señales precursoras del seísmo. Nadie quiso hacerles caso, pero quizá él supo descifrar esos fenómenos naturales y actuar en consecuencia. En cualquier caso, ya de ganado una batalla: he conseguido convencer a la superintendencia para llevar a cabo una campaña de excavaciones aquí. Oficialmente, por supuesto, se trata sobre todo de dar relieve a la casa, estamos trabajando en ello desde hace casi diez meses. Y no voy a quedarme a medio camino. Presiento, sé que aquí abajo hay, no solo un misterio, como tú decías antes, sino un tesoro prodigioso digno de la tumba de Tutankamón, ¡cien veces más precioso que el de Boscoreale! Imagínatelo, Jo, imagínatelo…, vajilla preciosa, oro, los objetos de culto del larario, sin duda máscaras mortuorias, muebles, lámparas, tablillas de cera, seguro, pero no es eso lo más interesante… Acuérdate del fresco del atrio y piensa en la biblioteca vacía… ¿Qué crees que contenía? ¡
Volumina
, sí, pero no cualesquiera! ¡Rollos de papiro con las obras de Zenón, de Crisipo y de los antiguos estoicos! ¡Ninguna obra de esos primeros maestros ha llegado hasta nosotros, solo sus títulos y algunas citas de sus autores en boca de sus detractores y de sus sucesores latinos! ¿Comprendes lo que quiero decir? ¡Escritos desconocidos e inéditos, en griego! ¡Los conceptos originales y auténticos de los fundadores del Pórtico! ¡El pensamiento perdido de la Grecia antigua! ¡Ese tesoro filosófico e histórico es lo que voy a descubrir, si, voy a ser yo quien va a revelar al mundo esas palabras que el tiempo ha perdido!

Johanna, subyugada, se levantó también. En el momento en que abría la boca para contestar, vio a Philippe cruzar el
tablinum. E
1 ayudante estaba rodeado de tres hombres vestidos con traje oscuro. Tenía el semblante descompuesto. Johanna le indicó a Tom que se volviera.

—¡Ah, Philippe!

Su entusiasmo se vino abajo en un segundo.

—Inspector Magnani… —murmuró, pálido—. Comisario Sogliano… Superintendente…

—Tom… —dijo con expresión afligida el director del yacimiento arqueológico de Pompeya.

—Venimos del domicilio de Roberto Cartosino —lo interrumpió el comisario de policía—. Tengo que anunciarle una mala noticia…

Hablaba en italiano, pero despacio, separando las sílabas para que lo entendieran todos aquellos extranjeros. La mirada desesperada de Tom buscó la de su ayudante. Las lágrimas acudieron inmediatamente a los ojos de Philippe y ocultaron la mancha de su iris. Johanna estaba paralizada a la izquierda de su amigo.

—Ha sido encontrado ahorcado en su habitación —continuó el policía—. A la luz de las primeras constataciones, el hecho se produjo la noche pasada. La autopsia establecerá con precisión la hora de la muerte.

—Ahorcado… —balbució Tom—. Ahorcado… No es posible…

—¿Cuándo lo vio por última vez? —preguntó el inspector.

—Ayer… ayer, aquí mismo…, en el yacimiento… Trabajó como de costumbre, con Francesca, y al finalizar la jornada se marchó, como todos nosotros… Estaba… estaba normal, bueno, quiero decir…

—¿No le pareció deprimido? —prosiguió Sogliano.

—No… ¡no tenía el aspecto de alguien que va a suicidarse!

—Todavía ignoramos si se trata de un suicidio o de un asesinato —corrigió el comisario.

—¿Un asesinato? ¿Quiere decir como… como… James y Beata?

—No ha dejado carta de despedida —intervino Philippe.

—No, en efecto —confirmó el inspector—. Ninguna nota, ninguna explicación.

Toni levantó sus ojos claros.

—¿Ninguna… ninguna referencia evangélica escrita junto a él? —preguntó.

—No —respondió el comisario—. Nada que, a priori, relacione esta muerte con la de los otros dos arqueólogos, salvo que el señor Cartosino también formaba parte de su equipo.

Haciendo caso omiso de la alusión, Tom se quitó el casco, se sentó en el borde del estanque y se cogió la cabeza entre las dos manos.

—Es horrible —susurró—. ¿Por qué? ¿Por qué Roberto iba a poner fin a sus días?

—De momento —dijo el comisario—, es demasiado pronto para hacer conjeturas. La investigación acaba de empezar.

Sogliano se volvió hacia el titular de la superintendencia arqueológica.

—No obstante, Tom —dijo este último—, comprenderá que en estas circunstancias no puedo arriesgarme a… Me niego a poner en peligro a mis arqueólogos… Soy responsable de todo lo que pasa aquí y ya he tardado demasiado en tomar esta decisión. Tom, lo siento muchísimo, créame, pero, por lo menos hasta que se demuestre que se trata de un suicidio, suspendo la autorización para excavar en esta casa.

—Debo pedirle que me acompañe —dijo el comisario—, usted y el resto de su equipo. La señora también —añadió, observando a Johanna—. Tenemos que interrogarlos a todos, y sin demora.

A Johanna se le heló la sangre en las venas.

Capítulo 30

Y después bebió sangre humana! Un cáliz lleno de sangre humana, a la que llamó «la sangre de la alianza» —afirma Ostorio—. Sin duda se trata de un pacto con su liga… Sus brazos desnudos no tenían marcas de cortes, y no sé si era sangre de otros adeptos o si han matado a alguien para sacarle la sangre…

Tendida en una cama de bronce cincelado, en un salón que daba al inmenso peristilo de su casa, Saturnina hace una mueca de asco. De pie frente a ella, el intendente de su padre prosigue con su informe.

—A continuación invocó a sus dioses, dioses extranjeros, eso seguro, porque yo no los conozco.

Envuelta en una fina estola de lino egipcio, la rubia Saturnina se lleva a la boca un trozo de higo confitado con miel y ordena:

—Intenta recordar el nombre de esas divinidades.

—Había varias, patrona, pero una de ellas aparecía constantemente: Cristo. Sí, eso es, Cristo, lo llamaba e imploraba la piedad de ese dios… Le suplicaba que la liberase de su condición de esclava… ¡Reclamaba su manumisión!

La patricia deja de masticar la fruta.

—¡Vaya, vaya! —dice, riendo con sarcasmo—. Cristo… Así que la secretaria de mi padre pertenece a esa maldita secta… ¡Qué interesante!

—¿Vos pensáis también que ella y los suyos han cometido un crimen para conseguir la sangre? ¿Conocéis ese culto extraño? ¿De dónde viene? ¿De Oriente? —pregunta el liberto, cuya mirada clara tiene un brillo maligno.

—Se trata de una peligrosa liga, naturalmente prohibida… Surgió en Judea e intenta extender su veneno por el Imperio.

—¡Pero Vespasiano y Tito han sometido a los judíos!

—Se trata de una rama menor y secreta de los judíos, que estos últimos rechazan. ¿Conoces a sus compinches? ¿La has sorprendido con ellos?

—Desgraciadamente, no, patrona. Por lo que yo he podido ver, siempre está sola y no se relaciona con nadie. Nunca va al templo a fin de honrar a los dioses y ni siquiera frecuenta las termas. Se lava en un barreño, es repugnante…

—¡Tiene que tener forzosamente cómplices! —objeta Saturnina—. ¡Hay que averiguar de dónde procede esa sangre!

—A pesar del peso de mi cargo, me esforzaré en seguirla cada vez que salga de la
domus
—promete Ostorio—. Descubriré a sus acólitos…

—Hummm… a no ser que la sangre provenga de la casa de mi padre…

—¡Imposible, patrona! Garantizo la lealtad absoluta de los demás esclavos; aparte de ella, ninguno pertenece a esa coalición de degenerados… La única posibilidad, si la sangre no viene del exterior, es que la haya robado en la cocina, de un animal… Le preguntaré a Bambala. Pero no puedo hablar de esto con el señor, pues, aun cuando Livia infringe las leyes de la ciudad y merece ser denunciada a las autoridades, temo que no solo él condene el hacerlo, sino que utilice toda su autoridad para conseguir que la liberen.

—Por desgracia, el desapego de mi padre hacia cualquier cosa que no tenga algo que ver con sus libros y sus amigos estoicos lo vuelve proclive a una indulgencia que muchas veces le reprocho, pero no creo que, si hacemos que la arresten, comprometa su nombre, su dinero y, especialmente, su precioso tiempo por defender a una miserable esclava que ha entrado en su casa hace poco y, sobre todo, que practica rituales bárbaros y proscritos que él mismo no puede aprobar, pese a su tolerancia.

Ostorio permanece callado un instante. Saborea su futura victoria.

—Pues…, patrona, permitidme que esté convencido de lo contrario —suelta en un tono cargado de sobreentendidos.

—¿Qué quieres decir? ¡Explícate!

La aristócrata, pálida, se sienta en la cama. Teme lo que su espía va a decirle, aunque una parte de ella ya lo sabe.

—Todas las mañanas, poco después del alba, vuestro padre y Livia se reúnen en la biblioteca.

—¡Es lo más normal, puesto que la ha hecho su escriba!

—Con frecuencia pasan todo el día allí solos, y en ocasiones incluso la noche…

Saturnina no se atreve a interrumpir de nuevo a Ostorio.

—El patrón nos prohíbe entrar en esa estancia, pero yo no he podido evitar, al pasar por delante, escuchar lo que se decía allí adentro. Mi intención no era espiar a vuestro padre, patrona, os lo juro, siento un gran afecto por él y vuestra venerable familia, pero…

—Lo sé, Ostorio, y, suponiendo que hiciera falta, acabas de volver a demostrármelo.

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