La hija de la casa Baenre (42 page)

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Authors: Elaine Cunningham

BOOK: La hija de la casa Baenre
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—No querías escuchar —siseó Liriel a Fyodor.

Tampoco escuchaba en aquel momento. Con veloces y gráciles movimientos, Fyodor se puso en pie, la espada desenvainada. Los ojos del joven luchador se tornaron fríos y duros y, ante el asombro de la muchacha, pareció crecer hasta una estatura que igualaba la del enfurecido quaggoth. Puesto que no era ninguna estúpida, la drow gateó fuera del lugar que iba a ser escenario del combate, para lanzarse detrás de unas piedras y observar cómo atacaba el humano.

La criatura-oso echó violentamente hacia atrás al naga muerto, luego lo lanzó en dirección a Fyodor con una fuerza increíble. El luchador estaba preparado; giró con fuerza a la izquierda y lanzó la espada en una estocada baja y hacia atrás. En cuanto la cabeza del cadáver salió disparada al frente, él blandió su arma para interceptarla, y la embotada y ancha hoja hendió limpiamente la escamosa coraza. La cabeza seccionada voló por los aires describiendo un impresionante arco.

—Madre Lloth —musitó Liriel, contemplando con los ojos muy abiertos y creciente excitación.

Fyodor se aproximó más a toda velocidad, con la espada por delante. El quaggoth apartó el arma a un lado con su zarpa, sin prestar atención a la profunda cuchillada abierta en su palma. Volvió a balancear al naga muerto. Las secreciones brotaban libremente del cuello cercenado, pero el humano se encontraba demasiado cerca para que el macabro látigo pudiera infligirle mucho daño. Su adversario arrojó a un lado el cuerpo de serpiente y asestó un revés al humano con la ensangrentada zarpa; el golpe dio en el blanco y lanzó a Fyodor hacia atrás dando traspiés.

Percibiendo una ventaja, el quaggoth saltó. Pero el otro había recuperado ya el equilibrio, por lo que esquivó con agilidad la embestida y la criatura fue a dar con sus huesos en el rocoso suelo. Fyodor se acercó con la espada levantada para asestar el golpe final.

Pero el oso subterráneo rodó sobre su espalda y dobló las rodillas hacia arriba y con fuerza contra el cuerpo, luego las estiró en una violenta patada y alcanzó al hombre en pleno pecho. El humano fue lanzado hacia atrás y se golpeó la espalda contra un árbol con tal fuerza que el impacto le hizo extender los brazos y arrancó la espada de su mano.

El quaggoth volvió a encoger las rodillas, en esta ocasión para dar un salto e incorporarse. La criatura se aproximó despacio, mostrando los colmillos en un silencioso bramido y con los enormes brazos muy abiertos en una lúgubre parodia de un abrazo.

Fyodor se apartó del árbol ágilmente y cargó. Sujetó a la criatura por la cintura. Ambos cayeron al suelo como luchadores, cada uno forcejeando por encontrar el modo de matar al otro. Transcurrieron varios minutos mientras se debatían, igualados en rabia y fuerza.

Por fin el hombre inmovilizó a la enorme bestia, con las dos garras por encima de su cabeza. La peluda cabeza del quaggoth se revolvió de un lado a otro, y aunque sus mandíbulas rechinaban y chasqueaban, no consiguió un punto de apoyo, ya que la cabeza del humano estaba firmemente apretada bajo su barbilla, obligando a la peluda testa a mantenerse levantada. La cabeza de Fyodor se estremeció, salvajemente, unas cuantas veces, y la sangre empezó a manar por la garganta cubierta de pelo de su cautivo. Los forcejeos del ser perdieron fuerza y finalmente cesaron.

Liriel se llevó la mano a la boca para no proferir un grito triunfal. ¡Fyodor había desgarrado la garganta de su adversario!

Sin embargo una especie de instinto le advirtió que se mantuviera en silencio, que siguiera oculta. Desde su escondite observó cómo Fyodor se ponía en pie despacio. El guerrero pareció encogerse ante sus ojos, y contempló a la criatura muerta durante un buen rato, como si no pudiera comprender de dónde había salido. Luego sus hombros se hundieron, y un ronco y desesperado gemido surgió de su interior.

—¿Qué? —se maravilló Liriel, desconcertada.

Entonces el humano se cubrió la boca con ambas manos y corrió al interior de unos matorrales. Eso, Liriel lo podía comprender. El quaggoth olía fatal, incluso desde donde ella se encontraba, y su sabor sin duda sería capaz de hacer vomitar a un ogro.

Aguardó hasta que el hombre hubo terminado y regresado, tambaleante, al claro. Tenía mejor aspecto, aunque estaba sumamente pálido, y la joven salió de su escondite, aplaudiendo con suavidad. Fyodor giró en redondo para mirarla. Pareció tan sobresaltado que ella comprendió que se había olvidado por completo de su presencia, y aunque no estaba nada acostumbrada a tal falta de atención, su estado de ánimo la impulsó a mostrarse generosa.

—Impresionante —lo felicitó.

—¿Lo viste? —Los ojos del joven parecían trastornados.

—Sí, desde luego. Fue un espectáculo maravilloso. Desde una distancia segura, claro está.

—¿Cómo puedes decir algo así? —exclamó él—. ¡Por todos los dioses, le he desgarrado la garganta a esa cosa!

La drow se encogió de hombros, sin ver cuál era el problema. Había cosas más importantes de las que ocuparse; la noche se desvanecía, y también la poción somnífera que inmovilizaba a los cazadores drows.

—Hemos de resguardarnos. Conozco un lugar.

Cuando él vaciló, Liriel lo agarró por la muñeca y le levantó la andrajosa manga. Había marcas allí donde las mugrientas zarpas del quaggoth lo habían alcanzado, junto con un corte más antiguo y profundo que necesitaba con urgencia que volvieran a coserlo.

—Mira... tú estás herido, yo estoy cansada. Intenta ser sensato.

Lo cierto era que Fyodor empezaba a balancearse sobre los pies, pues el familiar mareo que seguía a una furia batalladora se había apoderado de él.

—Una tregua —asintió él, agotado.

Demasiado exhausto, demasiado desmoralizado para importarle si la traicionera drow cumplía su palabra o no, Fyodor dejó que lo condujera a una cueva cercana. Con un chasquear de dedos, la oscura hechicera encendió una pequeña fogata y, mientras el joven se calentaba, ella se ocupó con destreza de sus heridas. De su bolsa de viaje la muchacha sacó unas raciones de viaje —tiras de carne desecada que él reconoció como de rote— y comieron en silencio. Sintiéndose algo más repuesto por la comida y el fuego, el muchacho tomó unos tragos de su frasco, luego se volvió para ofrecer un poco a la drow, pero descubrió que no estaba a su lado. Contempló, perplejo, cómo Liriel se acomodaba en la boca de la cueva.

—Es plateado —murmuró ella en tono admirado—. ¡El cielo es realmente plateado!

De repente él lo comprendió. Era su primer amanecer y su postura tensa y expectante sugería que era una experiencia que había esperado desde hacía tiempo. Puesto que no deseaba perturbar el placer de la elfa, pero deseando ser testigo de él, Fyodor se acercó silencioso para sentarse junto a ella. Los ojos de la muchacha se anegaron de lágrimas como si sintiera dolor, pero no desvió la mirada de la luz del alba. Sin mirar a su acompañante, lo sujetó por el brazo y señaló unos rosados jirones de nubes.

—¡Mira ese humo de allí! ¿Qué color es ése?

—Son nubes, y son rosadas. ¿Nunca antes habías visto ese color?

—Nunca he visto nada como esto —repuso Liriel, sin apartar ni un momento los ojos del cielo cada vez más iluminado—. ¡Mira ahí! El hum... las nubes son púrpuras, y doradas. ¿Es siempre así?

—¿El amanecer? No. Es distinto cada día. Los colores vuelven a aparecer cuando el sol se pone.

Liriel apenas si tuvo tiempo de asimilar aquella maravilla cuando el sol mismo coronó las colinas. Un fragmento rojo, más brillante que el metal fundido, se abrió paso hacia el cielo, y ella chilló con una mezcla de dolor y asombro. Los ojos le ardían con fuerza, pero se negaba a apartar la mirada.

Fyodor se sintió conmovido por el inocente regocijo de la drow, y reacio a poner fin al momento. Pero acabó por tomar a la muchacha por los hombros y hacerla girar con firmeza hacia él.

—No debes mirar al sol, ni siquiera ahora, cuando su luz es débil. Ni siquiera aquellos que han nacido bajo su luz pueden hacerlo.

Ella dirigió una última y larga mirada al prodigioso sol mientras seguía al guerrero al interior de la cueva.

—¿Su luz es débil? —repitió, incrédula.

De vuelta en la reconfortante oscuridad, dedicó toda su curiosidad al humano, y en respuesta a sus ansiosas preguntas, él le contó lo que le había ocurrido desde su último encuentro. Su reacción fue leve cuando mencionó al hechicero drow de cabellos cobrizos, pero a Fyodor no le pasó por alto.

—Lo conoces.

—Me temo que sí. Sólo podía ser Nisstyre. Sólo él sabría dónde encontrarte —respondió ella con amargura, y le contó el papel que había tenido el hechicero en organizar un falso rastro que condujera a Fyodor fuera de la Antípoda Oscura—. Pensé que estarías más a salvo en la superficie —concluyó con una sonrisa irónica—. Puede que reconsidere tal opinión.

—¿Por qué tenías que hacer tal cosa? —inquirió él, desconcertado.

Liriel se encogió de hombros e introdujo un trozo de cadena de oro más profundamente en el interior del cuello de su túnica.

—Me engañaste. Admiré eso. Pero todo aquello está pasado. Tengo trabajo que hacer.

La drow sacó una pequeña bolsa de su cinturón y seleccionó un enorme diamante bellamente tallado, luego depositó la gema en la palma de su mano y salmodió en voz baja. Al cabo de un instante, la joya se desintegró convertida en polvo centelleante. Liriel se puso en pie y roció con cuidado el polvo de diamante formando un círculo de casi tres metros alrededor del fuego. A continuación, tarareando una extraña melodía, empezó a danzar y, entre inclinaciones y balanceos, tejió un complicado dibujo de belleza y magia. Fyodor la contempló, tan hechizado como si el conjuro hubiera sido lanzado sobre él.

—Ese círculo no lo podrán atravesar los ojos de ningún hechicero —anunció ella, dejándose caer por fin sobre el suelo de la cueva, cansada y satisfecha— ni siquiera los de Nisstyre. Deberíamos estar a salvo aquí.

—¿Tan poderoso es ese Nisstyre?

—Es un drow.

Liriel lo dijo con una mezcla de orgullo y sombrío presagio que el humano encontró inquietante. ¿Qué significaba en realidad, ser un drow? No comprendía realmente a aquella extravagante joven; en su segundo encuentro le resultaba aún más un misterio que antes. Estudió a la muchacha con tanta atención que transcurrieron varios minutos antes de que se diera cuenta de que ella lo observaba con igual interés.

—¿Luchan todos los humanos como tú? —preguntó ella, con los ojos encendidos por la curiosidad.

—No, loados sean los dioses —repuso Fyodor, bajando la mirada hacia las llamas.

—Entonces ¿cómo? ¿Qué magia posees?

Pero él no podía soportar hablar de ello ahora, no tras lo que había hecho. Los ataques de furia de
bersérker
le arrebataban la voluntad y el juicio: ahora parecía que le robarían incluso su espíritu. Lo que había hecho aquella noche era simplemente algo no humano.

—Es un largo relato y estoy muy cansado —se limitó a responder.

Liriel lo aceptó con un movimiento de cabeza.

—Más tarde, pues. Realmente necesitas descansar. Pero primero, dime: ¿duermes o te sumes en una ensoñación?

—¿Ensoñación?

Ella hizo una pausa, buscando las palabras.

—Es cuando uno sueña.

—¡Ah! Bueno, eso lo hago, despierto o dormido —repuso él con una débil sonrisa—. En mi país se dice que existen dos clases de personas: las que piensan y las que sueñan.

La drow lo meditó, las blancas cejas fruncidas en una expresión de perplejidad. Los elfos oscuros o dormían o descansaban sumidos en una ensoñación. ¿De qué estaba hablando el humano? Quería hacerle muchas preguntas; sin embargo estaba claro que Fyodor no podía contestarlas por el momento. Pero un repentino y escandaloso plan se asomó a su mente, y lo expuso al instante.

—Podemos viajar juntos durante un tiempo. ¡Hay tantas cosas que puedes explicarme!

—¿Estás siempre tan impaciente por aprender? —sonrió el hombre, encantado con su belleza y entusiasmo.

—Siempre —prometió ella; compartieron una sonrisa y Fyodor se sintió tentado a aceptar.

—No puedo —respondió con pesar—. Debo encontrar a ese Nisstyre y a los otros drows con los que me enfrenté antes.

La sonrisa de Liriel se esfumó, pues había olvidado por el momento lo que el humano buscaba: el amuleto que ella llevaba bajo la túnica. ¡No era él el único que lo quería!

—Entonces aquí, conmigo, es el lugar donde hay que estar sin lugar a dudas —replicó ella sombría—. ¿Por qué crees que apareció Nisstyre?, ¿por qué envió a sus cazadores drows de vuelta a aquellas cavernas?

De modo que la perseguían. Por qué, Fyodor no lo comprendía, pero la fría cólera que el hechicero drow había encendido en su corazón ardió con un poco más de intensidad.

—Viajaré contigo, entonces —dijo—. Cuando ese Nisstyre muera, los dos podremos ser libres.

—¡En ese caso se trata de una conspiración! —Los ojos de la joven centellearon.

—En mi tierra —replicó él, y su labio se curvó en una leve sonrisa— lo llamamos una alianza.

—Ya me sirve —comentó Liriel.

El fuego se extinguía, por lo que Fyodor recogió un puñado de ramas secas para echárselo. Una diminuta araña marrón se arrastró fuera del haz hasta su mano y él la apartó con un distraído golpecito. El golpe aplastó al delicado arácnido y envió a su cuerpo rodando hasta las crecientes llamas.

Liriel se quedó paralizada, con los dorados ojos desorbitados por el horror. Luego, aullando en muda rabia, se abalanzó sobre Fyodor, con las manos convertidas en unas zarpas que intentaron arañarle el rostro.

El humano la sujetó por las muñecas y mantuvo a distancia las agitadas manos, pero la fuerza del ataque los lanzó a ambos al suelo. El rashemita era de mayor estatura y más fuerte, pero aun así, tuvo que forcejear con la enfurecida elfa durante varios minutos antes de inmovilizarla por completo bajo su cuerpo. A pesar de lo menuda que era, hizo falta todo su peso para mantenerla en el suelo.

Refrenada pero no sometida, Liriel clavó una mirada desafiante en su captor, y éste se la devolvió con igual intensidad. Siempre estaba alerta por si la imprevisible drow lo atacaba, pero al estudiar su rostro no encontró traición, sino ira.

—¿Qué ocurre? —inquirió.

—¡Has matado una araña! El castigo por tu crimen es la muerte —le escupió ella.

—No puedes decirlo en serio. —Fyodor se quedó boquiabierto.

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