Read La hija de la casa Baenre Online
Authors: Elaine Cunningham
Finalmente sola, la sacerdotisa traidora depositó sus nuevas armas en fila, junto con el tridente mágico que hasta ahora había sido su única arma. Las admiró —el tridente, el látigo de cabezas de serpiente, el cuenco de visión del rubí de Vhaeraun— y debatió sobre cuál de entre ellos era su favorito.
Fue un ejercicio agradable, pues en realidad no tenía que elegir, aunque podría llegar en día en que tuviera que hacerlo. Hasta ese día, Shakti pensaba disfrutar de todas sus armas, de todo su poder, al máximo.
T
ras su entrevista con Shakti, Nisstyre abandonó Menzoberranzan sin perder tiempo. Primero envió a sus comerciantes fuera de la ciudad, pues no deseaba que ninguno de ellos fuera sacrificado a la doble ambición de la sacerdotisa traidora, luego usó una serie de portales comunicados que conducían a su plaza fuerte de la superficie.
Cuando Nisstyre emergió a la Noche Superior, la cegadora intensidad de un crepúsculo primaveral quedaba amortiguada por las frondosas capas de hojas del dosel de un espeso bosque. Allí los seguidores drows de Vhaeraun habían construido un poblado que, a pequeña escala, empezaba a aproximarse a la gloria que los drows habían conocido antes de ser obligados a vivir Abajo. Entre los árboles había retorcidas y vertiginosas fortalezas creadas con piedras y magia, tan maravillosas como los hogares de cualquier ciudad elfa. Los drows no tenían miedo a ser descubiertos, pues el Bosque Alto contenía miles de otros secretos.
A medida que oscurecía, los elfos oscuros empezaron a salir de sus casas para iniciar sus actividades nocturnas. La mayoría de los habitantes del poblado eran varones: jóvenes nobles inquietos que no se sentían a gusto en su papel subordinado dentro de la sociedad drow tradicional, renegados procedentes de casas drows destruidas, guerreros ambiciosos nobles y plebeyos que se preguntaban por qué su raza no gobernaba todavía toda la Antípoda Oscura. Todos iban vestidos con prendas oscuras y, como seguidores de Vhaeraun, practicaban y celebraban las artes del sigilo y el hurto. Sin embargo, ni un solo drow entre ellos lucía una
piwafwi
, y el cambio de la guardia en las torres de vigilancia se llevaba a cabo mediante escalas en lugar de la levitación, ya que habían perdido la magia innata que era su patrimonio. Ya no eran lo que habían sido, pero todavía resultaban temibles.
Había pocas hembras en el lugar y de ellas sólo dos eran drows. Uno de los mandatos principales del Dios Enmascarado era aumentar la raza drow, especialmente en la superficie y, por lo tanto, al contrario de la mayoría de los elfos oscuros, la gente de Vhaeraun buscaba establecer contacto con otros elfos. Las criaturas producto de tales uniones tendían a ser drows, por lo que, considerándolo a largo plazo, era un modo de erradicar las razas de elfos claros.
Nisstyre llevaba las instrucciones de su dios algo más allá: mantenía un pequeño harén de elfas de la superficie en el poblado. No era ideal —Vhaeraun indicaba que debía existir igualdad entre varones y hembras— pero sí efectivo. Con la llegada de la noche, los niños de la colonia empezaron a despertar, y a corretear y jugar, representando fingidos combates y complicados juegos de acecho y emboscada. Entre ellos no había un solo drow puro, pero la mayoría de los niños de piel de ébano eran tan drows en aspecto y temperamento como cualquier niño de Menzoberranzan. En el grupo había un par de niños elfos de cabellos negros y tez pálida e incluso un moreno muchacho semidrow; a este último se le toleraba en la comunidad porque Vhaeraun no era contrario a un poco de sangre humana entre sus seguidores. Era una cuestión de necesidad, pues muy pocas hembras drow estaban dispuestas a seguir al Dios Enmascarado a la Noche Superior.
Aunque tampoco es que ninguna de las mujeres del poblado fuera especialmente devota. La mayoría de ellas eran elfos plateados, y sin excepción las elfas eran parias que por un motivo u otro no tenían más lugar al que llamar su hogar. Nisstyre se veía obligado a reconocer que no era un modo muy propicio de iniciar un reino.
Sí, la falta de hembras drows era un problema, uno que Nisstyre planeaba acabar, pues con el incentivo de la magia de Liriel, podía atraer a más de las orgullosas y poderosas mujeres hacia la Noche Superior. Los drows tenían tendencia a ser más prolíficos que los otros elfos y sólo su constante e incestuosa guerra mantenía bajo su número. Una vez convertidos en un pueblo unido, sus efectivos alcanzarían rápidamente proporciones de pesadilla.
Con este agradable pensamiento en mente, Nisstyre agrupó a su banda de cazadores y convocó al sacerdote de mayor categoría, un drow de mediana edad conocido sólo como Henge. El clérigo realizó un cauto comentario sobre el rubí que brillaba en el centro de la frente de su jefe.
—Un tercer ojo —respondió éste con indiferencia—. Un objeto mágico. No tienes que preocuparte por él. —El sacerdote se mostró dubitativo pero no insistió.
»Debéis viajar velozmente durante la noche en dirección a la aldea de Puente del Troll. No para saquear —añadió con rapidez, al observar las feroces sonrisas que aparecieron en todos los rostros—. Viajad a las colinas que rodean el poblado humano y buscad allí a una hembra drow que viaja sola.
—¿Encontrar a una drow sola, en esa red de cuevas? —objetó el sacerdote.
—No debería ser una tarea difícil. Por lo que sé de Liriel Baenre, no la imagino llevando una vida de ermitaña en alguna cueva apartada. Va armada con considerable magia y a los humanos les resultará muy difícil capturarla y matarla. Preferiría, claro está, que la encontraseis antes de que ella encuentre a los humanos. La reconoceréis por un amuleto que lleva: una pequeña daga de oro en una funda cubierta de runas que cuelga de una cadena de oro.
Mientras hablaba, Nisstyre reflexionaba sobre lo poco preparada que estaba Liriel —o cualquier hembra drow, bien mirado— para el mundo de Arriba. Las orgullosas hembras no podían ni imaginar el odio y aversión que los habitantes de la superficie sentían por los elfos oscuros. Las drows esperaban ser temidas; no estaban preparadas para ser despreciadas y cazadas, y los oprimidos varones, que habían sobrevivido a décadas de una existencia miserable Abajo, tenían hasta cierto punto mejor suerte que sus más privilegiadas compañeras. No obstante las frases llenas de seguridad que había dedicado a su partida de caza, Nisstyre conocía la importancia de encontrar a la princesa pronto, antes de que su orgullo y arrogancia la condujeran a su propia destrucción.
De modo que con unas rápidas instrucciones, envió a los cuatro luchadores tras la pista de Liriel. Creía saber adonde podría haber ido. Existían muchos portales que la joven podría haber usado, pues la hechicería de los elfos oscuros había abierto portales a lugares tan distantes como Calimshan; pero el precio para tan increíble poder era proporcionalmente elevado. Las cavernas situadas cerca del túnel de la Hondonada Seca eran las zonas más fáciles de acceder mediante el viaje mágico; además eran lugares despejados, se hallaban cerca de la superficie, y sufrían pocas interferencias de la radiación mágica de la Antípoda Oscura. Si no se tenía mucho tiempo, podrían haber sido la mejor elección, y él se sentía bastante seguro de que Liriel había huido utilizando esa ruta.
Cuando los cazadores se hubieron marchado, Nisstyre y Henge fueron en busca de la intimidad de la casa del propio hechicero. Henge no parecía nada satisfecho con la tarea que le esperaba pero se guardó para sí lo que pensaba; por su parte, Nisstyre tomó buena nota de ello y no vio necesidad de hacer comentarios. No había demasiada simpatía entre los dos drows, pero mientras el sacerdote no lo desafiara abiertamente, Nisstyre se daba por satisfecho.
El hechicero sacó un medallón en el que había grabado en relieve un estilizado dragón encorvado, que era idéntico al tatuaje del rostro de su lugarteniente, Gorlist, y le permitía localizar al luchador drow en cualquier momento. El hechicero acarició el metal y salmodió las palabras que lo llevarían a él y al clérigo junto al luchador.
Los dos drows se materializaron en una pequeña cueva. Allí encontraron a Gorlist, junto con sus dos compañeros, atándose las correas que sujetaban sus armas en preparación para el viaje de aquella noche. El lugarteniente drow no se mostró excesivamente sorprendido al ver a su jefe.
—¿Durante cuánto tiempo debemos mantener esta ridícula simulación? —espetó—. Es un esfuerzo baldío.
—Nuestros planes han cambiado —respondió Nisstyre con frialdad—. Volveréis sobre vuestros pasos en dirección a las cavernas tan deprisa como podáis. Tengo motivos para creer que encontraréis a Liriel Baenre allí o por los alrededores. Encontradla y llevadla al poblado del bosque.
El hechicero observó el feroz destello en los ojos del luchador y se juró instruir a Gorlist en el arte de compensar venganza con necesidad. Guió la marcha hacia el exterior de la cueva, agachándose para pasar por la pequeña entrada.
Un crujir de hojas fue su única advertencia. Nisstyre giró en redondo y entonces se encontró con un humano de cabellos negros que se abalanzaba sobre él, el pálido garrote bien alzado y un fuego helado en sus ojos azules. Aunque le pareció imposible al hechicero drow, reconoció a su atacante como el enloquecido guerrero a quien él mismo había enterrado vivo en una tumba de hielo en un lejano calvero de un bosque.
El drow alzó una mano y un fuego oscuro brotó de sus dedos para envolver al perseverante humano; pero el garrote pasó por entre las llamas, describiendo un arco descendente en dirección a la cabeza del hechicero.
Nisstyre oyó el golpe sordo del impacto y observó cómo el pedregoso suelo iba a su encuentro a toda velocidad. No sintió dolor y supuso que debería estar agradecido, pero lo que sí sentía era una fría cólera. Se aferró a aquella emoción mientras se sumía en las tinieblas; comprendió que el deseo de venganza era una fuerza poderosa, tal vez la única que podría ayudarlo para regresar.
Fyodor apartó de una patada el cuerpo desplomado del hechicero de cabellos cobrizos y estudió la escena ante él con un rápido vistazo. El calor de la furia de
bersérker
alimentaba su cuerpo y agilizaba su mente, de modo que parecía como si el mundo fuera más despacio a su alrededor, dándole tiempo para reaccionar, para atacar. En aquel estado alterado, Fyodor jamás sentía dolor, aunque sabía por el olor a cuero chamuscado que el rayo de fuego negro del hechicero drow le había dado en el hombro; ni tampoco sentía temor, a pesar de que su mente registraba fríamente que los tres drows bien armados que tenía delante le superaban en número.
El primero de los elfos oscuros atacó con dos espadas idénticas en las manos y una sonrisa engreída en su rostro color ébano. A medida que avanzaba, el drow realizaba con sus armas una complicada serie de movimientos ensayados: cruces, giros, cuchilladas al aire. El espectáculo estaba pensado para provocar y desanimar a su víctima, de un modo muy parecido a como un gato de granero podría jugar con una ardilla atrapada. No obstante la roja neblina de la furia combativa que lo inundaba y dominaba, Fyodor no pudo dejar de observar la brillantez de su adversario. El guerrero drow poseía una delicadeza que el joven no podía ni comprender, una habilidad que jamás podría igualar.
Pero esa información no le inspiró temor. El joven guerrero registró los veloces movimientos de los brazos del drow, la estela de luz de las hechizadas armas, y razonó que había un pecho en alguna parte en el centro de toda aquella actividad. Así que Fyodor alzó todo lo que pudo su espada, bajó la mirada hasta un punto en la parte central de todo aquel increíble movimiento de espadas y la lanzó con todas sus fuerzas. La poderosa arma voló en dirección al drow, en una ruta certera y directa como la de una lanza.
Al instante, el remolino de armas elfas se cerró en una parada defensiva y las tres espadas se encontraron con un estrépito metálico y una lluvia de chispas. Pero la habilidad y velocidad del elfo oscuro no podía desviar la tremenda potencia de la embestida, y la embotada espada atravesó su cuerpo con tanta fuerza que la cruceta de la empuñadura golpeó el pecho con un sonoro chasquido de costillas.
Fyodor empuñaba ya su garrote antes de que el primer drow cayera, antes de que los otros dos pudieran registrar la muerte de su compañero, y avanzó, obligado a luchar hasta que no quedara nadie para enfrentarse a él.
Es posible que el segundo luchador drow lo percibiera, pues no desenvainó sus armas con tanta rapidez, sino que agarró una diminuta ballesta y disparó varios dardos, uno tras otro, tan veloces que al ojo le costaba seguir el vuelo de cada uno de los proyectiles. Tal vez el veneno se disipaba fuera de la Antípoda Oscura pero el drow seguía teniendo su mortífera puntería y estaba seguro de que sus diminutas flechas se hundirían profundamente en los ojos del humano, se abrirían paso por entre sus costillas, cortarían las arterias vitales en su garganta e ingles. Puede que no hubiera veneno, pero el humano estaría muerto antes de pudiera darse cuenta de que algo faltaba en el ataque.
El drow no podía saber que Fyodor veía el vuelo de los dardos como un pausado y elegante planeo. El guerrero los desvió, moviendo su garrote a un lado y a otro con una velocidad que no parecía posible, y ni siquiera aminoró por un momento su avance en dirección a los dos luchadores que quedaban. Un potente movimiento ascendente de su arma alcanzó al arquero en la cintura, haciendo primero que se doblara al frente para enviarlo a continuación volando hacia atrás por los aires. El elfo oscuro fue a estrellarse contra el suelo unos metros más allá, con el cuerpo doblado en una posición que ningún elfo vivo podría conseguir.
Fyodor giró en redondo hacia el último drow —un guerrero de cabellos cortos con el tatuaje de un dragón en una mejilla— y levantó su garrote para asestar un golpe demoledor. Con paso veloz y firme, el humano avanzó.
Por primera vez en su más de un siglo de actividad, Gorlist consideró conveniente retirarse. El momento pasó raudo y el luchador drow sujetó su lanza con ambas manos. Había cogido el arma a un elfo del bosque asesinado, y había hecho que la reforzaran mágicamente para aumentar su resistencia y velocidad, y ahora aquel enloquecido oponente pondría a prueba el arma como nunca había sucedido.
Gorlist alzó la lanza ante él, sujetándola como si fuera una barra, y la hizo girar sobre sí misma una vez, en una desafiante exhibición de su destreza.