Read La hija de la casa Baenre Online
Authors: Elaine Cunningham
Los ojos de Liriel se abrieron de par en par al contemplar la terrible herida del lomo de Zz'Pzora. Las escamas se habían fundido, y la carne parecía devorada por un ácido corrosivo. La drow corrió hacia ella y levantó la cabeza inerte de su amiga.
—Maldita sea, Zip —se lamentó.
Un destello de luz regresó a los ojos de la cabeza izquierda.
—Mi vida ha durado más de veinte mil días —dijo la hembra de dragón, y su voz sonó satisfecha—. Este fue el mejor de todos ellos. —Con estas palabras, la mitad de Zz'Pzora murió.
La cabeza derecha se agitó y alzó de la dorada montaña.
—Un consejo —añadió la hembra en una voz que se debilitaba por momentos—. No confíes en ese humano tuyo. ¡Es un completo imbécil! Me ofreció acompañarme a la guarida de Pharx y ayudarme en el combate si era necesario. A cambio, ofreció dejar que lo matara en el caso que alzara la espada contra cualquiera de los drows de Qilué. ¡A eso se llama una situación en la que todos ganan! —La cabeza derecha sonrió de oreja a oreja, y no en dirección a Liriel—. Ahora estás sola. —Tras decir esto, los ojos del reptil se tornaron vidriosos al tiempo que la cabeza derecha se sumía junto a su compañera en la oscuridad.
Durante un buen rato, Liriel permaneció sentada y acunando la enorme cabeza en su regazo. Muy a menudo había considerado el alto precio que había que pagar por la confianza y la amistad, pero jamás se le había ocurrido que aquel precio se le pudiera exigir a otro. Entonces el sonido del combate aumentó de tono, abriéndose paso por entre el dolor y el pesar de la joven, y Liriel se dio cuenta de que las fuerzas de Iljrene sí habían encontrado resistencia.
La drow depositó con cuidado la cabeza de Zz'Pzora en el suelo y se puso en pie. Dio un paso atrás, al encontrarse cara a cara con Fyodor, y de improviso las últimas y amistosas palabras de la hembra de dragón cobraron sentido.
—¡Sal de aquí! —aulló, empujándolo hacia el túnel—. ¡Tozudo y estúpido... humano!
—Es demasiado tarde —repuso él en tono de desesperación.
La mirada del joven se volvió hacia el enfrentamiento que se aproximaba, y su mano se cerró sobre la empuñadura de su espada, y ante los ojos de Liriel, pareció aumentar en peso y poder. La furia empezaba a dominarlo, y sin duda aquélla iba a ser la última vez.
Los dedos de Liriel se crisparon alrededor del Viajero del Viento, y durante un último instante, saboreó su herencia drow.
—¡El ritual para provocar la furia combativa! ¡Hazlo! —ordenó.
Fyodor le dedicó una mirada sobresaltada, pero estaba demasiado fuera de su propio control para poner en duda la orden. Las Brujas mandaban sobre los
bersérkers
rashemitas, y hacía tiempo que él había aceptado a Liriel como
wychlaran
. De modo que elevó su propia voz profunda de bajo en una canción, cantando en la lengua de su tierra el himno del inminente combate.
Entre tanto, la drow abrió el amuleto, y cogió rápidamente el frasco del mágicamente destilado
jhuild
que Fyodor llevaba en su faja. Hizo girar a toda prisa la parte superior del amuleto, a continuación destapó el frasco con los dientes y finalmente lo vertió con cuidado sobre la diminuta funda. Liriel no tenía ni idea de si el ritual sería suficiente para almacenar y controlar la magia del
bersérker
. Si funcionaba, sería de modo temporal, pero al menos permitiría a Fyodor seguir vivo y también a aquellos drows que habría matado en su frenesí. Nadie más, se juró con ferocidad Liriel, pagaría por las elecciones que ella había hecho.
De improviso, la canción de Fyodor se detuvo, y los ojos del rashemita se tornaron opacos y vacíos. Liriel lo sostuvo mientras caía, sin preocuparse de si el precioso frasco de
jhuild
iba a parar con un tintineo entre el tesoro. Los oscuros cabellos de la nuca del joven estaban separados por una profunda cuchillada, y por entre la veloz hemorragia Liriel pudo distinguir el hueso.
Alzó la mirada. Por encima de ellos se hallaba Gorlist, con una espada ensangrentada en la mano.
—Tu turno —anunció con lúgubre satisfacción.
Una fría cólera corrió por el cuerpo de la muchacha drow, haciendo a un lado su pena.
—Cuerpo a cuerpo —desafió, y el luchador asintió con una sonrisa afectada.
Con movimientos cuidadosos y deliberados, Liriel tapó el amuleto, encerrando perfectamente su magia de la Antípoda Oscura allí; luego se puso en pie y sacó su daga. Los dos drows cruzaron armas con un tintineo y dio comienzo el letal duelo.
Liriel comprendió al instante que la maestría de Gorlist era muy superior a la suya, y en un principio apenas si pudo contener sus enfurecidas y martilleantes cuchilladas. El varón era más alto, más pesado y tenía más experiencia; pero las horas de entrenamiento de la muchacha se hicieron notar y luchó con más habilidad de la que creía poseer. Sin embargo, sabía que no podía derrotar en combate a su adversario. Su única posibilidad era ser más lista que él.
Por el rabillo del ojo, vio cómo Qilué atravesaba el portal, seguida por sus sacerdotisas. Ellas no la vieron, ni oyeron los sonidos del feroz duelo por encima del clamor del combate que empezaba a penetrar en aquellos instantes en la sala del tesoro. Las drows desenvainaron las cantarínas espadas y se precipitaron hacia la entrada del túnel para interceptar a los mercenarios que Iljrene conducía inexorablemente hacia abajo.
De repente, Liriel supo qué debía hacer. Despacio, con premeditación, dejó que Gorlist la fuera empujando hacia atrás en dirección al invisible portal que conducía a las naves de El Tesoro del Dragón. La presencia de Qilué allí significaba que los navíos habían sido puestos a buen recaudo, ofreciendo seguridad y un modo de escapar.
Cuando llegó al portal, la drow fingió dar un traspié, y Gorlist, con expresión triunfal, se abalanzó al frente para asestar el golpe definitivo. Veloz como el pensamiento, la joven levitó en el aire, giró, lanzó al luchador por el portal de una patada. Gorlist desapareció como si no hubiera existido jamás.
Liriel, todavía mágicamente suspendida, lanzó el hechizo que cerraría el portal y encerraría en el exterior a su adversario. Una vez hecho eso, flotó hasta el suelo y paseó una veloz mirada por la caverna. Unos cuantos comerciantes aún combatían, pero la mayoría habían caído ante las cantarínas espadas de las sacerdotisas de la Doncella Oscura. Por fin era libre de ir junto a Fyodor.
Corrió hasta él, se inclinó y descubrió que todavía respiraba. Sus brazos rodearon a su amigo, y su brillante cabeza se hundió al frente en las plegarias más sinceras de toda su vida. Sus súplicas no nombraban a la diosa, pero Liriel no tenía duda de quién escuchaba y prestaba atención.
Fue así como la encontró Qilué. La sacerdotisa posó una mano sobre el hombro de la muchacha, y Liriel alzó los ojos, indecisa sobre lo que la otra podría hacer ahora que la batalla había finalizado. Sujetó con fuerza el Viajero del Viento, y sus ojos dorados brillaron desafiantes.
—Nisstyre está muerto, los seguidores de Vhaeraun derrotados. El Viajero del Viento es de Fyodor y mío ahora. ¡Nos lo hemos ganado! —rugió.
La sacerdotisa sonrió a la feroz muchacha drow.
—Aún no —dijo Qilué—, pero sospecho que, con el tiempo, lo conseguiréis.
E
l cristal de negro rubí centellaba brillante como la sangre bajo la luz de un círculo de velas. Shakti Hunzrin se inclinó profundamente sobre el cuenco, con sus ojos miopes contemplando con deleite la escena que la magia le brindaba. Nisstyre estaba muerto, y la última provocación de Liriel resonaba aún en los oídos de la sacerdotisa; pero la escena que contemplaba era una buena prueba de que no había perdido después de todo.
En el negro círculo del cuenco de visión había un rostro monstruoso, el rostro del nuevo aliado de Shakti: una criatura procedente de otro plano. No del Abismo, sino de otro lugar menos frecuentado. Pocos drows conocían la existencia de tales seres, y menos aún osaban asociarse con ellos; pues aquellos que lo hacían recorrían una senda sumamente peligrosa. Por una parte estaba la promesa de inmenso poder; en la otra, locura y servidumbre. Los riesgos eran enormes, pero también la potencial recompensa.
Shakti Hunzrin había desarrollado una afición por ambos en casi idéntica medida.
De vuelta en el Templo del Paseo, los seguidores de Eilistraee lloraron a sus muertos y se ocuparon de los heridos según su habitual costumbre: cantaron y danzaron. La música, misteriosa y obsesiva, inundó la caverna durante días. Algunas de las canciones eran plegarias en las que se solicitaban curaciones, otras eran alabanzas a la Doncella Oscura por la victoria.
Las Elegidas hallaron fuerza y consuelo en sus bailes, pero también dedicaron un tiempo a ocuparse de cuestiones prácticas. Se añadieron las riquezas del dragón al tesoro del templo con el fin de que sirvieran para ayudar a los muchos que caían presa de los peligros de Puerto de la Calavera. Algunas de las monedas ayudarían a pagar los gastos de criar y educar a los más de una docena de niños drows que habían ido a engrosar las filas del Paseo. Elkantar se hizo cargo de aquella tarea personalmente, ocupándose de los niños con una feroz devoción que recordaba a una vigilante hembra de dragón incubando sus huevos.
Tampoco estuvo ociosa Liriel. Trabajó y danzó junto con las drows de cabellos plateados, haciendo todo lo necesario. De vez en cuando, se aventuraba por Puerto de la Calavera en busca de aventuras y planeando sus próximos pasos, pues no podía olvidar que la mayor parte de su viaje estaba por llegar, que la runa que necesitaba seguía aún sin tener forma.
También se pasaba el día deambulando por el pasillo frente a la habitación de Fyodor. Sus heridas iban cicatrizando, pero despacio, y sólo el tercer día después de la batalla se le permitió verlo. Había muchas cosas que necesitaba decirle para que pudiera comprender lo que les aguardaba.
El rashemita escuchó mientras Liriel le contaba lo que sabía sobre la magia de las runas. Primero el modelado, en el cual la runa adquiría forma a través de un viaje de descubrimiento; a continuación había que tallar la runa en el árbol sagrado, el Vástago de Yggsdrasil, usando como herramienta el cincel oculto dentro del amuleto Viajero del Viento. Finalmente se llegaba al conjuro de un hechizo que transformaba el discernimiento en poder.
—Así que, como puedes ver, tengo que ir a Ruathym. He reservado un pasaje. El barco zarpa dentro de unos pocos días.
—Es justo que lo hagas, pequeño cuervo —asintió Fyodor, tomándole la mano—. En mi país, ninguna
wychlaran
pensaría en renunciar a su poder por otro, como habrías hecho en la caverna del dragón. Jamás olvidaré eso, ni a ti.
La drow lo miró con fijeza, y la comprensión penetró en su mente, seguida a continuación de la cólera. Liberando la mano de un tirón, Liriel se puso en pie de un salto, con la cabeza muy erguida y los ojos brillantes.
—Después de todo esto, ¿en tan mala opinión me tienes? ¿O dudas que sea un hechicera lo bastante buena como para controlar al Viajero del Viento por los dos?
—No es eso —repuso él sombrío—. No pongo en duda ni tu amistad ni tus poderes. Pero el viaje que describes no es uno que desee realizar.
La joven retrocedió un paso. Jamás se le había ocurrido que Fyodor pudiera no querer acompañarla.
—¡A ver la tierra de tus antepasados! —exclamó para engatusarlo.
—Es un digno
dajemma
—asintió él despacio, respondiendo con más calor a la súplica que leía en sus ojos—, pero no quiero ponerte en peligro de ese modo. Corres un gran riesgo viajando conmigo tal como soy.
Así que era eso, se dijo Liriel, aliviada. ¡Los humanos se preocupaban por las cosas más raras! ¡Riesgo!
—No ha sido aburrido —coincidió ella alegremente, sentándose en el borde de su lecho—. Tienes que mejorar más deprisa, pues el barco zarpará tan pronto como el capitán abandone cierta mazmorra. Yo había creído que era casi imposible que te arrestaran en Puerto de la Calavera, pero Hrolf el Desaforado posee un cierto don para estas cosas. Deja que te cuente...
Con una sonrisa, Fyodor se recostó de nuevo en los almohadones, muy satisfecho de ceder el papel de narrador de historias a otro. Su entusiasmo creció a medida que escuchaba, pues los planes que Liriel exponía excedían con mucho cualquier sueño de un
dajemma
que él, el soñador, hubiera jamás osado forjar. Tanto si recuperaba o no, alguna vez, el control de su magia de
bersérker
, el viaje que la joven describía era digno de llevarse a cabo.
Pero lo que más le complacía era saber que su viaje juntos apenas acababa de iniciarse.