160. En el trato con las virtudes.
Se puede carecer de dignidad respecto a una virtud y a la vez adularla.
161. A los amantes de la época.
Los que han dejado los hábitos y los que han salido de la cárcel tratan constantemente de adquirir un nuevo rostro; lo que quieren es un aspecto sin pasado. Pero ¿han encontrado ya a personas que saben que reflejan el futuro en su rostro y que son lo bastante corteses con ustedes, amantes del «presente», como para adquirir un semblante sin futuro?
162. Egoísmo.
El egoísmo es la ley de la perspectiva en el campo de la percepción, que hace que aparezca grande y pesado lo que está próximo, mientras que todo pierde su magnitud y su peso a medida que se va alejando.
163. Hacia una gran victoria.
El mejor resultado de una gran victoria es que libera al vencedor del miedo a una derrota. «¿Por qué no puedo ser vencido alguna vez?, se dice. Ahora puedo permitirme ese lujo».
164. Quienes buscan el descanso.
Reconozco a los espíritus que buscan el descanso por los numerosos objetos oscuros de los que se rodean. Quien quiere dormir deja a oscuras su habitación o se mete en una cueva. ¡Esto va para los que ignoran lo que buscan con más empeño y les gustaría saberlo!
165. Sobre la suerte de los que renuncian.
Quien renuncia plenamente y durante mucho tiempo a algo, cuando por casualidad encuentra aquello a lo que ha renunciado, creerá que casi lo ha descubierto. Pero ¡qué suerte tiene quien descubre! Debemos ser más astutos que las serpientes, que permanecen largo tiempo expuestas al mismo sol.
166. Siempre entre nosotros.
Todo lo vinculado a mí, tanto en la naturaleza como en la historia, me habla, me alaba, me impulsa hacia delante, me consuela. En cuanto al resto, o no lo oigo o lo olvido pronto. Siempre nos quedamos entre nosotros.
167. Misantropía y amor.
Se dice que se está harto de los hombres cuando ya no se puede digerirlos, porque se tiene el estómago lleno de ellos. La misantropía no es sino la consecuencia de un amor demasiado glotón por la humanidad, de una «antropofagia». Pero ¿quién te incitó, príncipe Hamlet, a engullir hombres como si fueran ostras?
168. Un enfermo.
—¡Está grave!… ¿Qué padece?… El deseo de que lo alaben, y no tiene con qué satisfacerlo… ¡Es inconcebible! Todos lo celebran, lo alaban, lo llevan en andas y su nombre está en todas las bocas… Sin duda, pero tiene muy mal oído para las alabanzas. Si lo alaba un amigo, le parece que éste se está alabando a sí mismo; si es un enemigo, le suena como si éste sólo pretendiera que lo alabaran a su vez por ello; y si, por último, quien lo alaba no es ninguna de ambas cosas (y como es tan célebre apenas quedan de éstos), se ofende porque el individuo en cuestión no quiere tenerlo ni por amigo ni por enemigo. Suele decir: ¿qué me importa quien pretende pasarse por imparcial respecto a mí?
169. Enemigos declarados.
La valentía ante el enemigo es algo aparte, lo que no impide que se sea un miedoso y un indeciso notable. Así pensaba Napoleón de Murat, «el hombre más valiente que conoció»; de lo que se deduce que los enemigos declarados resultan indispensables para ciertos hombres, pues éstos últimos han de elevarse a la altura de su propia virtud, de su virilidad y de su alegría.
170. Contra la multitud.
Hasta ahora ha seguido a la multitud, de la que es su apologista, pero llegará un día en que será su adversario. Es que la sigue con la creencia de que su pereza se verá recompensada por ello y todavía no se ha dado cuenta de que la multitud no es lo bastante perezosa para él, que empuja continuamente hacia delante, que no permite que nadie se quede rezagado, con lo que le gusta a él quedarse rezagado.
171. Gloria.
Cuando el agradecimiento de muchos hacia uno pierde todo pudor, surge la gloria.
172. El corruptor del gusto.
A: —¡Eres un corruptor del gusto! ¡Todo el mundo lo dice!
B: —¡Por supuesto! Corrompo el gusto de cada uno por su partido, ¡y ningún partido me lo perdona!
173. Ser profundo y parecerlo.
Quien sabe que es profundo se esfuerza por ser transparente; quien quiere parecer profundo a los ojos de la multitud se esfuerza en ser oscuro. Pues la multitud estima que es profundo todo aquello cuyo fondo no logra ver; ¡tiene tanto miedo a ahogarse!
174. Aparte.
El parlamentarismo, es decir, el permiso público para elegir entre cinco opiniones políticas fundamentales, favorece a quienes les gustaría parecer independientes, individualistas y luchar por sus opiniones. Pero, a fin de cuentas, es indiferente que se le imponga una sola opinión al rebaño o que se le permitan cinco opiniones; quien parte de las cinco opiniones fundamentales tendrá siempre en su contra a todo el rebaño.
175. Sobre la elocuencia.
¿Quién ha poseído hasta hoy la elocuencia más persuasiva? Ningún otro que el redoble del tambor; mientras los reyes dispongan de él, seguirán siendo los mejores oradores y agitadores de los pueblos.
176. Compadecer.
¡Pobres príncipes gobernantes! Todos sus derechos se convierten ahora insensiblemente en pretensiones que pronto se transforman en arrogancias. Basta que digan «nos» o «mi pueblo» para que de inmediato esa vieja maliciosa que es Europa se sonría. Verdaderamente, un maestro de ceremonias del mundo moderno guardaría poco protocolo con ellos, tal vez decretaría «que los soberanos se pongan detrás de los advenedizos».
177. Para el «sistema educativo».
Al hombre superior le falta en Alemania un gran instrumento educativo: el carácter risueño de los hombres superiores, quienes no se ríen en ese país.
178. Para la liberación de la moral.
Hay que liberar a los alemanes de la conjunta obsesión por su Mefistófeles y por su Fausto. Son dos prejuicios morales contra el valor del conocimiento.
179. Pensamientos.
Los pensamientos son las sombras de nuestros sentimientos, siempre son más oscuros, más vacíos, más simples que éstos.
180. El buen momento de los espíritus libres.
Los espíritus libres se toman también libertades con la ciencia —y provisionalmente se las conceden—, ¡mientras la Iglesia siga en pie! En este aspecto están ahora en un buen momento.
181. Seguir e ir adelante.
A: —De esos dos, el primero no hará sino seguir a otros y el segundo irá siempre adelante, adonde los lleve el destino. Y sin embargo, ¡el primero aventaja al segundo en virtud y en ingenio!
B: —¿Qué es eso de sin embargo? Eso se dice a otros, ¡no a mí!, ¡no a nosotros! —
Fit secundum regulara
.
182. En la soledad.
Cuando se vive solo, no se habla demasiado alto, pues se teme esa crítica de la ninfa Eco que es la resonancia vacía. ¡Y todas las voces suenan de otro modo en la soledad!
183. La música del mejor futuro.
Para mí, el mejor músico sería aquél que no conociera más que la tristeza de la felicidad más honda y ninguna otra tristeza. Hasta ahora no ha existido nunca un músico así.
184. Justicia.
A mí me gusta dejar que me roben antes que estar rodeado de espantapájaros. En cualquier caso, esto es una cuestión de gusto, ¡y nada más!
185. Pobre.
Hoy es pobre no porque se lo hayan quitado todo, sino porque lo ha tirado todo. ¿Qué le importa? Está acostumbrado a encontrar. Pobres son los que no entienden su pobreza voluntaria.
186. Mala conciencia.
Todo lo que hace ahora es bueno y de acuerdo con las normas y sin embargo, tiene mala conciencia. Pues su tarea es lo extraordinario.
187. Lo que hay de ofensivo en la presentación.
Este artista me ofende por la forma que tiene de presentar sus muy buenas ideas, con rudeza, insistencia y artificios de persuasión tan burdos que parece dirigirse al populacho. Siempre que dedicamos algún tiempo a su arte, nos parece estar en «mala compañía».
188. Trabajo.
¡Qué cerca están hoy, hasta del más ocioso de nosotros, el trabajo y el obrero! La cortesía monarca que supone afirmar «¡todos somos obreros!» hubiese sido en el reinado de Luis XIV una indecencia y un cinismo.
189. El pensador.
Es un pensador, pues sabe considerar las cosas más sencillas de lo que son.
190. Contra los aduladores.
A: —¡Sólo nos alaban nuestros semejantes!
B: —¡Por supuesto! Quien te alaba te está diciendo que eres semejante a él.
191. Contra cierta defensa.
La forma más indigna de hacer daño a una causa es defenderla intencionadamente con malos argumentos.
192. Los benevolentes.
¿Qué distingue de los demás a esas personas benevolentes cuyo propio rostro irradia benevolencia? Se sienten a gusto ante un desconocido y se prenden inmediatamente de él; por eso lo quieren bien, su primer juicio es: «me gusta». En estos individuos acontecen el deseo de apropiación (tienen pocos escrúpulos respecto al valor del otro), la apropiación rápida, el placer de la posesión y la acción en favor del objeto poseído.
193. La malicia de Kant.
Kant quería demostrar de una forma inobjetable para «todo el mundo» que «todo el mundo» tiene razón. En eso consistía la malicia secreta de su alma. Escribió contra los sabios en favor de los prejuicios populares, pero para los sabios y no para el pueblo.
194. «Con el corazón en la mano».
Es probable que ese hombre actúe siempre por razones inconfesadas, pues se asegura de tener siempre razones confesables para colocarlas delante de nuestras narices.
195. Risible.
Miren cómo huye lejos de la gente. Y la gente lo sigue porque corre delante de ella… ¡hasta ese punto es gregaria!
196. Límites de nuestro oído.
Sólo oímos aquellas preguntas a las que podemos encontrar respuesta.
197. ¡Cuidado con esto!
Nada nos gusta tanto comunicar a los demás como lo que lleva el sello del secreto, con todo lo que esto implica.
198. Despecho del orgulloso.
El orgulloso está lleno de despecho, incluso hacia quienes lo estimulan para que avance, y mira con malos ojos a sus propios caballos.
199. Liberalidad.
A menudo la liberalidad de los ricos no es más que una cierta timidez.
200. Reír.
Reír significa regocijarse de un prejuicio, pero con la conciencia tranquila.
201. Aprobación.
En la aprobación hay siempre algo de ruido, incluso hasta cuando nos aplaudimos a nosotros mismos.
202. Un derrochador.
No tiene aún esa pobreza del rico que ya ha contabilizado todo su tesoro; prodiga su ingenio con la misma irracionalidad que la derrochadora naturaleza.
203. Hic niger est.
Ordinariamente no tiene ideas, pero excepcionalmente le vienen malas ideas.
204. Los mendigos y la cortesía.
«No es una descortesía llamar a la puerta con una piedra cuando no existe quien llama». Así piensan los mendigos y los necesitados de cualquier especie, aunque nadie les dé la razón.
205. Necesidad.
Se considera que la necesidad es la causa de lo que se forma, cuando verdaderamente a menudo no es más que el efecto de lo que se ha formado.
206. Mientras llueve.
Mientras llueve pienso en esa pobre gente que ahora se estrecha entre sí con sus preocupaciones y sin haber aprendido a ocultarlas, pues cada uno de ellos está dispuesto de buena gana a apenar a su vecino y a conseguir también; mientras dure el mal tiempo, una lamentable sensación de bienestar. ¡Eso y sólo eso es la pobreza de los pobres!
207. Envidioso.
Ése es un envidioso, no hay que desearle hijos; los envidiaría por algo que él ya no puede ser: niño.
208. Gran hombre.
Del hecho de que alguien sea un «gran hombre» no debemos deducir que sea un hombre; tal vez no sea más que un muchacho, o un constante camaleón, o una mujercita embrujada.
209. Sobre cierta forma de preguntarnos nuestras razones.
Hay una forma de interrogarnos sobre nuestras razones, que no sólo nos hace olvidar nuestras mejores razones, sino que además despierta en nosotros una obsesiva repugnancia hacia toda otra razón; ¡ésta es una manera de interrogar muy embrutecedora, un procedimiento de individuos tiránicos!
210. Moderación en el celo.
No hay que tratar de superar el celo de nuestro padre, eso nos hace enfermar.
211. Enemigos secretos.
Poder tener un enemigo secreto constituye un lujo para el que ni la moral de los espíritus elevados es habitualmente lo bastante rica.
212. No fiarse de las apariencias.
Su espíritu tiene malas maneras, es brusco y siempre tartamudea de impaciencia, por lo que apenas dudamos de que tenga un alma grande y un aliento poderoso.
213. El camino de la felicidad.
Un sabio preguntó a un loco cuál es el camino de la felicidad. Éste le contestó de inmediato como si le hubieran preguntado el camino de la ciudad más cercana: «¡Admírate a ti mismo y pasa el día en la calle!». «¡Alto!, dijo el sabio, pides demasiado; basta con admirarse a uno mismo». Replicó el loco: «¿Y cómo ibas a estar admirando continuamente, sin estar despreciando continuamente?».
214. La fe que salva.
La virtud sólo da la felicidad y una cierta forma de salvación a quienes tienen fe en su virtud, no a esas almas más sutiles cuya virtud consiste en desconfiar profundamente de sí mismas y de todas las virtudes. Observemos que también aquí quien salva es la fe, y no la virtud.
215. Ideal y materia.
Tienes ante ti un noble ideal, ¿pero estás tú hecho de una piedra lo bastante noble como para que pueda esculpirse en ella esa imagen divina? Y, además, ¿todo tu trabajo no consiste más que en una bárbara escultura, en una profanación de tu ideal?
216. Peligro de la voz.
Con una voz potente, es casi imposible pensar cosas sutiles.
217. Causa y efecto.
Antes del efecto se cree en otras causas.
218. Mi antipatía.
No me gustan las personas que sólo por causar efecto han de explotar como bombas, pues junto a ellas se corre el riesgo de perder el oído, e incluso algo más.
219. Finalidad del castigo.
El argumento de quienes defienden el castigo, es que éste tiene como finalidad mejorar a
quien lo aplica
.
220. Sacrificio.
Las vícti m as consideran al sacrificio y a la in m olación de m anera diferente a quienes asisten a estos actos: sin embargo, nunca se los ha dejado hablar.