382. La gran salud.
Nosotros, que somos nuevos, anónimos, difíciles de entender, primicias de un futuro incierto aún, necesitamos para un fin nuevo un medio igualmente nuevo; es decir, una nueva salud, más vigorosa, más maligna, más tenaz, más temeraria, más gozosa de lo que fue salud alguna hasta hoy. Aquel cuya alma aspira a vivir en toda su extensión los valores y las aspiraciones que han prevalecido hasta hoy, a hacer un periplo por todas las orillas de este «Mediterráneo» ideal; aquel que quiere saber mediante las aventuras de su experiencia más personal lo que siente en su alma un conquistador y un explorador del ideal, o lo que siente un artista, un santo, un legislador, un sabio, un científico, un hombre religioso, un adivino, un anacoreta divino al estilo antiguo, necesita ante todo y sobre todo una cosa: gran salud, esa clase de salud que no sólo se posee, sino que se adquiere y que se ha de adquirir constantemente, porque se entrega de nuevo, porque hay que entregarla… Y ahora, por haber estado largo tiempo en camino, nosotros, argonautas del ideal, más animosos de lo que sería razonable, a pesar de haber naufragado y sufrido estragos más de una vez, disfrutando de una salud mejor de lo que nos estaría permitido, de una salud terrible, a toda prueba, se nos ocurre que como recompensa tenemos ante la vista una tierra inexplorada, cuyos límites nadie marcó aún, un más allá de todas las tierras, de todos los recodos del ideal conocidos hasta hoy; un mundo tan abundantemente lleno de cosas hermosas, extrañas, problemáticas, espantosas y divinas, que nuestra curiosidad y nuestro deseo de posesión se desquician hasta el punto de que ya nada nos satisface. Después de estas perspectivas, con este hambre voraz en la conciencia y el saber, ¿cómo va a contentarnos el hombre actual? Es un hecho bastante grave pero inevitable que nos cueste tanto trabajo prestar una atención seria a sus fines y a sus esperanzas más dignas, que no podamos quizá ni prestarles atención. Ante nosotros camina otro ideal, un ideal particularmente seductor, lleno de riesgos, al que no quisiéramos animar a nadie, porque no encontramos a nadie a quien pudiéramos conferirle ese derecho; el ideal de un espíritu que de manera ingenua, es decir, involuntariamente y en virtud de una cierta abundancia y de un poder exuberante, se burla de todo lo que hasta hoy se consideraba sagrado, bueno, intangible, divino; para quien las cosas supremas en las que el pueblo basa con justo título sus criterios de valor no significarían más que peligro, decadencia, rebajamiento, o por lo menos descanso, ceguera y a veces olvido de uno mismo; el ideal de un bienestar y de una benevolencia que siendo sobrehumano parecerá muy a menudo inhumano, por ejemplo, cuando se lo compare con todo lo que se ha tenido por serio hasta ahora en la tierra, con toda clase de solemnidad en los gestos, las palabras, el tono, la mirada, la moral, pues resultará la parodia más personificada y más involuntaria de todo esto. Ideal a partir del cual, pese a todo, se anunciaría quizá lo real y grandemente serio, se trazaría por fin el signo de interrogación esencial, mientras cambia el destino del alma, avanza la aguja del reloj, comienza la tragedia…
383. Epílogo.
Pero justo aquí, cuando, para concluir, estaba trazando lenta, muy lentamente este lúgubre signo de interrogación y me disponía a recordarles nuevamente a mis lectores las virtudes de una lectura atenta —¡qué virtudes más olvidadas y desconocidas!—, me encuentro con que a mi alrededor estallan las más maliciosas, alegres y vivarachas carcajadas; son los espíritus mismos de mi libro que me asedian, me tiran de las orejas y me exigen orden: «¡No soportamos más! —me gritan—, ¡fuera esa música fúnebre como un cuervo! ¿No estamos en medio de una esplendorosa mañana y sobre un césped verde y tierno que invita a bailar sobre él? ¿Hubo alguna vez un momento más favorable para estar alegres? ¿Quién nos cantará una canción tan soleada, liviana y delicada que no espante a las cigarras, sino que las invite a cantar y a bailar con nosotros? Preferimos una sencilla y rústica gaita en vez de esos sonidos misteriosos, esos gritos de búho, esas voces sepulcrales, esos silbidos de marmota que nos han regalado en este desierto, señor ermitaño, que musicalizan el futuro. ¡Fuera esos tonos! ¡Entonemos melodías más agradables, más animadas, más joviales!». Pues ¡así sea, impacientes amigos míos, si eso los satisface! ¿Quién no cedería gustoso ante ustedes? Mi gaita está dispuesta, mi garganta también; perdónenme si se encuentra algo ronca, es que estamos en plena montaña. Pero al menos lo que escucharán será algo nuevo; ¿y que importa si no lo entienden al cantante o lo entienden mal? Esta es «la maldición del cantante». En cambio, oirán más claramente su música y su melodía, y su barullo los hará bailar mejor. ¿Quieren eso?…
FRIEDRICH NIETZSCHE, 1844: 15 de Octubre. Nace en Löcken.
1849: Muerte de su padre (pastor protestante).
1850–1864: Estudios secundarios en la escuela de Pforta, donde recibe una sólida formación humanistíca. Influencia decisiva de su profesor Steninhart, el gran traductor de Platón.
1864: Ingresa a la Universidad de Bonn para estudiar filología clásica. Se interesó también por la teología y filosofía.
1865: Estudios de Filología clásica con Ritschl, en Leipzig. Publica sus primeros trabajos filologícos: «
La Rivalidad de Homero y Hesíodo
», «
Los catálogos antiguos de las obras de Aristóteles
», etc.
1868: Conoce al músico Richard Wagner.
1869: Es nombrado catedrático extraordinario de la universidad de Basilea. Se identificó mucho con la filosofía de Schopenhauer y la música de Wagner.
1870–1871: Participa en la guerrra franco–prusiana como enfermero voluntario en el cuerpo de Sanidad. Adquirió por contagio una enfermedad de la que nunca pudo curarse.
1871: Publica «
El Nacimiento de la Tregedia en el Espíritu de la Música
», que recibe fuertes críticas de los filólogos académicos.
1876: Escribe «Consideraciones Intempestivas». A partir de este año se operan en él cambios profundos, se separó de Schopenhauer y Wagner y «comenzó a enterrar su confianza en la moral», dedicándose al estudio de las ciencias naturales, a los pensadores franceses y a los filósofos ingleses contemporáneos.
1878: Ruptura definitiva con Wagner. Escribe «Humano, demasiado Humano», primera parte.
1879: El Viajero y su Sombra (segunda parte de «Humano, demasiado Humano»). Abandona su cátedra de Basilea y toda labor docente. Su salud empeora de manera alarmante. A partir de este momento se retira a lugares apartados donde, en la soledad, se fraguarán sus más grandes obras.
1880: Principio de su estancia en Italia.
1881: Estancia en Sils–Maria. Escribe «Aurora».
1882: Conoce a Lou A. Salomé, quien rechazará por dos veces su propuesta de matrimonio.
1884: Escribe «Así habló Zarathustra».
1886: Escribe «Más allá del bien y del mal».
1887: Escribe «La Genealogía de la Moral». Comienza a leer a Dostoievsky.
1888: Escribe «El caso Wagner», «Nietzsche contra Wagner», «Diritambos Dionisiacos» (poemas), «El Crepúsculo de los Ídolos», «El Anticristo» y «Ecce Homo» (autobiografía).
1889: Es internado en la clínica de Basilea con el diagnóstico de «resblandecimiento cerebral». Los médicos consideraron que era una locura incurable.
1900: 25 de agosto. Fallece en Weimar, al mediodía.
[1]
Los wahabitas son los partidarios del reformador Mohamed lbn Abd el Wahab (1703-92) que se opuso a todas las prácticas que no hubieran sido prescriptas en el Corán; los wahabitas formaron un esto en Arabia que fue suprimido violenta mante en 1818, que resurgió de nuevo en 1821, y fue consolidado más tarde por lbn Saud, son los más consevadores de los mahometanos.
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